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miércoles, 26 de julio de 2017

Los espíritus libres en Nietzsche: humanos, demasiado humanos

En su obra "Humano, demasiado humano" Nietzsche acuña el concepto de espíritu libre para asentar un tipo de conocimiento que como una alternativa que se desenvuelva paralelamente al basamento positivista de la ciencia en la siglo XIX, intentando levantar otra clase de saber, además -claro está- de ser una superación de las ilsuiones que el filósofo alemán advierte en el pensamiento metafísico, especialmente religioso.
Nietzsche parte dedicando su obra a los espíritus libres que algún día él espera ver materializados, "como compañeros alegres, atrevidos, corporales y tangibles". La crítica de Nietzsche a la cultura considera lo que llama como el "mal hábito de razonar", cuyo contenido también aborda en su obra "Sobre verdad y mentira en sentido extramoral", señalando que una de las principales conclusiones erróneas del hombres es pensar que la legitimación nace de la existencia de las cosas.
"En este caso, la legitimidad se deduce de la capacidad de vivir, de la adaptación a un fin. Si una idea resulta beneficiosa, es verdadera; como su efecto es bueno, áquella es buena y verdadera. En este caso, se aplica el efecto al predicado: beneficioso, bueno, en el sentido de útil, y se atribuye entonces a la causa el mismo predicado: bueno, pero aquí en el sentido de lógicamente válido. Las proposiciones recíprocas a éstas son: si una cosa no puede imponerse ni mantenerse, es incorrecta; si una idea atormenta y excita es falsa", anota Nietzsche.
Este tipo de razonamiento es posible encontrarlo en los grandes debates modernos, desde la economía política, con su dicotomía acerca de la idoneidad del mercado por sobre el Estado, y viceversa (la gestión estatal sobre la economía no puede mantenerse en el tiempo, por lo tanto es incorrecta), hasta la filosofía política (el utilitarismo que se considera bueno al beneficiar a la mayor cantidad de personas se vuelve lógicamente válido).
Aquí es donde el espíritu libre es capaz de identificar el círculo vicioso de este razonamiento, por lo que deduce que aquello que no se impone es bueno, mientras que las ideas que generan angustia e inquietud son verdaderas, pues invierten el mal hábito de razonar. "Entre las cosas que pueden llevar a la desesperación a un pensador, hemos de incluir el hecho de reconocer que lo ilógico es necesario a los hombres, y de que muchos bienes proceden de lo ilógico", afirma Nietzsche, catalogando de ingenuos a los hombres que creen que la naturaleza se pueda convertir en algo puramente lógico, pues desconocen que esta tiene una "relación fundamentalmente ilógica con todas las cosas".
Este razonamiento contribuye a formar las condiciones de la cultura, en que prevalecen las pretensiones moralistas de carácter universal, en que prevalece el deseo de que los actos individuales se realicen por parte de todos los hombres, siendo esta otra ingenuidad, a la que equipara también con la teoría librecambista, "la cual determina en principio que la armonía general ha de producirse por sí misma, conforme a leyes innatas de perfeccionamiento". Existe una pretensión científica que esconde una lógica, una visión de dominio, sustentado en una forma de conocimiento de raíz teológica, a la cual Nietzsche apunta sus dardos.
El binomio de conocimiento bueno-malo se juega recíprocamente en los campos estandarizados de lo que se conoce como izquierda-derecha dentro del campo ideológico, en que cada uno de estos referentes se considera superior al otro desde el punto de vista moral. Lo que se impone por parte de estos bloques es lo correcto y marca la pauta de lo que se entiende como beneficioso y bueno, mientras que lo sometido queda circunscrito a lo contrario, lo malo, incorrecto y perjudicial. Este conocimiento moderno se maneja en los marcos de un sometimiento; sus adherentes no salen de estos moldes, sus razonamientos en torno al mundo no conciben salir de ciertos límites, los cuales por fuerza están relacionados con la tradición de las ideas clasificadas en la izquierda o derecha del espectro ideológico-político.
Es en este contexto que el espíritu libre nietzscheano se define para "quien piensa de un modo diferente a como cabía esperar atendiendo su origen, su medio ambiente, su situación y su fundación, o las opiniones dominantes en su época. El espíritu libre es la excepción, mientras que los espíritus sometidos constituyen la regla: ésto le reprochan que sus libres principios o bien responden a una manía de sorprender o bien pueden desembocar incluso en actos libres, es decir, inconciliables con la moral del sometimiento".
Este comportamiento libre se basa en razones y no en creencias, como hacen los espíritus sometidos, que mantienen sus posturas por costumbres, por un hábito proveniente de "regirse por principios intelectuales desprovistos de razones", de las cuales no requieren para fundar sus actos. Sobre este terreno se inserta la cultura moderna que para Nietzsche es la suma de conocimientos, experiencias y sentimientos que van en constante aumento, abriendo las puertas a un frenesí: "El ritmo monstruosamente acelerado de la vida acostumbra al espíritu y a la mirada a una visión y a un juicio parciales o falsos, y todo el mundo se parece a esos viajeros que sólo conocen los países y a sus gentes sin salir del tren".
La actitud independiente del espíritu libre es considerada como una especie de locura, algo fuera de la regla y de la superficialidad en que navegan los espíritus libres; no se concibe que la independencia de la costumbre no tenga efectos en ellos. Síntomas que identifica Nietzsche de la vorágine de la cultura moderna están en el lenguaje, donde vaticina "una nueva lengua universal (el inglés), que promoverá un lenguaje comercial y luego un idioma generalizado para el trato intelectual (¿el managament?, la ciencia organizacional), del mismo modo que habrá un día una navegación aérea". En la razón estandarizadora de la modernidad, aquella que se moldea a través del hábito y las costumbres, escondiendo otros tipos de razonamientos pertenecientes a la individualidad, Nietzsche advierte otra debilidad: la categorización.
 "Lo que les falta ordinariamente a los hombres activos es la actividad superior, es decir, la actividad individual. Actúan en calidad de funcionarios, de hombres de negocios, de expertos, es decir, como representantes de una categoría, y no como eres únicos, dotados de una individualidad muy definida; en este aspecto, son perezosos. La desgracia de los hombres activos es que su actividad resulta siempre un tanto irracional. No cabe preguntar al banquero, por ejemplo, el objetivo de su compulsiva actividad, porque está desprovista de razón", sostiene.
La individualidad como fuente de una razón más libre, alejada del sometimiento de la tradición que determina formas de conocimiento es a lo que apunta accionar "humano, demasiado humano" de Nietzsche, que es disponer para sí mismo. "Todos los hombres, tanto de hoy como de cualquier época, se dividen en libres y esclavos; pues quien no dispone para sí de las tres cuartas partes de su jornada, es un esclavo, sea lo que sea: político, comerciante, funcionario o erudito".
El disponer de sí mismo también implica la prudencia, entendida como una situación distinta al sometimiento a los convencionalismo que se plantean los espíritus sometidos ante la sociedad y el Estado y que se expresan a través de figuras como el posicionamiento social y económico, por lo que los espíritus libres "se declararán con gusto satisfechos cuando cuenten con un pequeño empleo o con lo suficiente para vivir; pues se las arreglarán para vivir de forma que un gran cambio de las finanzas públicas o incluso una profunda conmoción del orden político, no les arrastre al mismo tiempo a la ruina". Es así como esta idea de Nietzsche se confronta al razonamiento de los espíritus sometidos en la cultura moderna, los cuales se esconden en la comodidad que ellos aprecian en conceptos como el crecimiento económico y en la estabilidad política, sin importarles que en la práctica ambas figuras no los beneficien realmente en sus vidas, como lo hacen con aquellos que dominan y toman las decisiones sobre el orden económico y político, siendo este  un tipo de comportamiento que se sintetiza en la máxima de que "las instituciones funcionan".
Este tipo de razonamiento es superficial respecto al espíritu libre que enfoca sus energías -según Nietzsche- "para sumergirse con todas sus fuerzas reunidas y con todo el aire que quepa en sus pulmones, en el océano del conocimiento. Así pueden esperar descender lo suficiente y quizás incluso ver el fondo".
El pensamiento libre supone "la firme decisión de pensar e investigar", lo que significa no caer en la estándarización, especialmente a la hora de construirse un "espíritu filosófico": "De ordinario, la gente se esfuerza en adquirir una sola orientación anímica, una sola forma de ver las cosas, que sea aplicable a todas las situaciones y a todos los acontecimientos de la vida, y a eso le llama, en especial, tener espíritu filosófico. Sin embargo, para el enriquecimiento de la conciencia, puede ser más beneficioso no uniformarse así, sino escuchar más bien la voz prudente de las diversas situaciones de la vida, las cuales encierran sus propios puntos de vista. De este modo se participa mediante el conocimiento en la vida y en la naturaleza de muchos seres, dado que ya no nos consideramos como un individuo constante, fijo y único".
El espíritu libre nietzscheano no se enfoca en un punto fijo como objetivo, pues mirará lo que pase en el mundo, sin sujetarse a nada, "teniendo algo de vagabundo a que agrada cambiar de paisaje". Para ello lo esencial es considerar que lo que el individuo descubre y busca no se halla en un libro, pues "la estirpe de los locos" permite que la razón vuelva a entrar en razón, por lo que los espíritus libres privilegian crear en vez de reproducir conocimientos.

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