La problemática mapuche está en
boca de todos y es bueno que así sea. Debido a la fuerza que adquiere el
espacio 2.0 como lugar de presión de la ciudadanía, la huelga de hambre que
realizan 34 mapuches prisioneros en el sur ha sido abordada por el gobierno de
Sebastián Piñera entre 2010-2014, quien ha propuesto el envío de un proyecto de
Ley destinado a modificar las figuras penales de la Ley Antiterrorista, además
de restringir la competencia de la Justicia Militar en el marco del conflicto.
Pero la decisión del Ejecutivo ha
abierto otro debate que, de no solucionarse con la debida prontitud, podría
tener un escabroso final, considerando las frágiles condiciones de salud de los
comuneros después de más de 66 días sin ingerir alimentos.
¿Cómo podemos entender este
último capítulo de la traumática relación entre el pueblo mapuche y el Estado?
Un enfoque que nos permitiría reconocer los elementos en juego de estos
momentos nos lo puede otorgar el concepto de Biopolítica propuesto en los años
setenta por el filósofo francés Michel Foucault.
Y es que la inconclusa huelga de
hambre de los 34 comuneros, a la cual se han sumado cuatro diputados de
oposición, plantea una serie de hechos que pueden ser analizados a partir del
enfoque biopolítico, que nos puede otorgar algunas conclusiones hacia el futuro
en este tema y que aún no son tomadas en cuenta por la clase política,
especialmente en los últimos veinte años.
De acuerdo a Foucault, el modelo
biopolítico supone una constante preocupación del Estado moderno por la
mantención de la vida en la población, mediante la intervención de una serie de
tecnologías, saberes y poderes destinados a operar dentro de la sociedad con la
finalidad de producir el control social. Dentro de este cuadro emerge el
llamado “biopoder”, el cual consiste en la "explosión de técnicas diversas
y numerosas para obtener el sometimiento de los cuerpos y el control de las
poblaciones", como dice Foucault.
Bajo esta óptica, es comprensible
la decisión del gobierno de escuchar la presión ciudadana para que se ocupara
del drama de los 34 comuneros, a partir del cual ha surgido la idea de cambiar
la Ley Antiterrorista de 1991. El que el Estado tome las riendas para tratar de
evitar la muerte de los huelguistas constituye otro de los ejes de la
Biopolítica: la soberanía. A partir de ella, el poder se caracteriza por el
derecho de hacer morir y/ dejar vivir a las personas, con lo cual se transforma
en un “biopoder”.
Lo importante es que el Estado
debe partir del principio de neutralidad en lo que se refiere a la protección
de la vida humana, por lo que, de no haber escuchado las demandas de la
sociedad civil, el gobierno de derecha se habría quedado entrampado en la otra
cara de la biopolítica: la tanatopolítica, donde el mismo Estado también puede
ser el responsable de la muerte indirecta de las personas, si es que no toma
decisiones para zanjar un problema tan delicado como éste.
Ello es lo que todavía no
comprenden a cabalidad algunos congresistas del oficialismo que están
condicionando la aprobación de los cambios legales a otros temas, sin darse
cuenta de la oportunidad de cambiar un poco el actual cuadro de relaciones
conflictivas entre el Estado y el pueblo mapuche, a partir de este hecho
puntual como lo es la huelga de hambre.
La intervención del biopoder por
parte del Estado chileno hacia el pueblo mapuche, a la vista de Foucault,
históricamente se ha conformado sobre la base de una “genealogía del racismo”.
Esta la podemos situar desde la pacificación de la Araucanía entre 1880 y 1884,
donde el poder estatal intervinó directamente con una política de exterminio
sobre los cuerpos de los mapuches y de su sistema de saberes (cultura). A
partir de este hecho se entiende mejor el elemento disciplinador de la
biopolítica del Estado hacia los mapuches: se ha privilegiado una visión de
soberanía más coercitiva hacia algunas comunidades, las que son aplicadas junto
con prácticas discursivas –como el pensador francés- que actualmente
identifican al mapuche como un “subversivo”, “terrorista”, “indio violento y
borracho” y/o “delincuente”. La disciplina estatal, sumada a este conjunto de
saberes negativos en torno al pueblo mapuche, es lo que ha coadyuvado al actual
tipo de situaciones, de la cual somos testigos.
Lamentablemente, el enfoque
biopolítico realizado desde el poder del Estado se ha administrado de modo
equivocado para enfrentar la mayor autonomía administrativa y cultural que
exigen las comunidades. Estamos en presencia de lo que Foucault llama “las
discontinuidades o rupturas” que se generan en toda sociedad, donde a menudo
coexisten -y llegan a chocar- estrategias de control social y, por ende,
estrategias de resistencia, como las que están realizando en estos momentos los
34 mapuches en prisión.
La acción de los huelguistas
también ha provocado otra estrategia de resistencia, como aquélla de los
congresistas oficialistas que condicionan la aprobación del proyecto de Ley
anunciado por el gobierno a la inclusión de otros “prisioneros políticos”, como
algunos militares involucrados en la violación de derechos humanos. La lógica
de las compensaciones es atingente en este momento y no se condice con la
urgente salida que se debe encontrar al problema de los comuneros en huelga, sobre
todo por las implicancias que tendrá el final de esta situación para la
comunidad mapuche y para el Estado chileno.
Otros exponentes de la filosofía
política que sigue la obra foucaultiana, es el italiano Giorgio Agamben, quien
enriquece el enfoque biopolítico a partir de la histórica división que advierte
entre la vida privada de las personas y la exclusión de ésta por parte del
espacio público-político. La historia nacional nos habla de la discriminación y
marginalización del pueblo mapuche en la sociedad nacional; el mapuche no vive
dentro de la comunidad nacional, sólo se le considera cuando viola lo
establecido por la ley.
Detrás de esta lógica de
exclusión, Agamben observa otro problema, que siempre ha estado presente en
nuestro histórico conflicto con los pueblos originarios: la defensa de una
forma de vida. Si algunas comunidades sostienen la lucha contra el Estado, las
autoridades no deberían concentrarse en ver amenazada la soberanía de las
leyes, sino que deben apuntar hacia la demanda más profunda que realizan los
afectados: mantener una forma y un estilo de vida que es relativamente
reconocido por el Estado.
“Una vida que no puede separarse
de su forma es una vida que, en su modo de vivir, se juega el vivir mismo y a
la que, en su vivir, le va sobre todo su modo de vivir”, afirma Agamben. El
juego de palabras más que confundirnos, debería hacernos llegar a otro nivel de
reflexión acerca del llamado conflicto mapuche, el cual es más un conflicto que
proviene de las entrañas del Estado mismo y su antiguo enfoque biopolítico.
Precisamente, la Biopolítica se
caracteriza por su dinamismo, es un constante campo de relaciones de poder cotidianos,
de estrategias y choque en el sentido amplio de la palabra, que no incluye los
clásicos ideologismos del siglo XX para estudiar un problema social.