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martes, 29 de enero de 2019

Bertrand Russell: La libertad de la experiencia por sobre los credos sagrados para entender la relación entre autoridad e individuo

Compatibilizar el grado de iniciativa individual con la cohesión social es el principal objetivo de Bertrand Russel en su ensayo "Autoridad e individuo", una dualidad que muchos confunden con el necesario predominio de uno sobre el otro, pero que pocos se atreven a establecer una síntesis equilibrada o aproximadamente equilibrado entre ambos conceptos.
Al repasar históricamente la cohesión social el pensador inglés advierte el papel fundamental que juega la "identidad de credo" entre los hombres, conocidas también como el peso gravitante de nuestras creencias que configuran nuestra subjetividad y la forma en que esta se establece frente al mundo objetivo. El credo genera lealtad en el individuo y tiende a dividirse entre la dualidad amigo-enemigo, también equivalente a la cooperación y la competencia, lo cual va adaptándose a las distintas situaciones que viven los hombres en sus respectivas sociedades, siendo algo que no ha sufrido cambios radicales en todo ámbito de las discusiones humanas.
El credo tiene una función individual valiosa, en el sentido de que es capaz de impulsar el disenso de las personas frente al criterio general, el cual se establece mediante grandes organizaciones: La primera es la forma estatal y otras corporaciones privadas que ejercen cohesión en la sociedades mediante la coacción, como las de tipo religioso, militar y empresarial. El resultado de estas organizaciones a gran escala es la centralización que se enfrentar a las realidades locales de tipo comunitario. 
"A pesar de sus dificultades, considero que si se quiere impedir que la vida se torne cada vez más incolora y monótona, tendrá que atacarse el problema de aumentar la importancia de las localidades", expone Russell, lo cual encuentra sentido en estos tiempos en que el Estado y las empresas entran en conflicto con comunidades locales en territorios por todo el planeta.
Según Russell, "para los que tienen ambiciones loables, el efecto de la centralización los enfrenta con la competencia de un gran número de rivales, y les obliga a someterse a las normas de un gusto demasiado uniforme", por lo que plantea la necesidad de dar una mayor autonomía a las localidades para no perder la iniciativa individual, por sobre la destrucción de las formas de organización modernas. Esto tampoco implica un conflicto entre lo individual y lo comunitario, como sostiene la propaganda del liberalismo extremo.
Lo que sostiene Russell es un equilibrio algo que la lógica de los credos rechaza, pues existe o el blanco o el negro, no dando espacio a síntesis. Y, en este sentido, se centra en el aspecto democrático en el mundo del trabajo, desde el punto de vista de la relación autoridad-individuo, donde las ideas que plantea al respecto serían calificadas como "socialismo", por parte de los credos dogmáticos.
La primera mención sobre este tema la expone en el capítulo "La técnica y la naturaleza humana", en que señala la necesidad de avanzar en la democracia dentro de las industrias, como una manera de incentivar la creatividad individual de los trabajadores, lo que pone en entredicho el excesivo contrapeso que todavía tiene la autoridad en los lugares de trabajo, relacionándola con una forma de comprender la eficiencia.
"El divorcio entre la dirección y el obrero ofrece dos aspectos, uno de los cuales es el conocido conflicto entre el capital y el trabajo, mientras que el otro consiste en un mal más general que afecta a todas las grandes organizaciones. No es mi propósito hablar sobre el conflicto entre el trabajo y el capital, pero el distanciamiento de los elementos directivos en una organización, ya sea política o económica, ya sea bajo el capitalismo o bajo el socialismo, es un tema algo menos trillado y que merece consideración", indica.
Russell explica esta idea que también es identificada con el concepto del saber obrero entendido como la forma en que el trabajador participa en la empresa, como un aporte que es reconocido más allá de la renta que recibe, por lo que plantea que al trabajador se le restituya el sentimiento de propiedad: "Para un trabajador individual, cuando se trata de las máquinas, la propiedad real es imposible, pero puede haber maneras de crear ese orgullo a que da lugar el poder decir que ésta es "mi" obra, al menos "nuestra" obra, cuando "nuestra" se refiere a un grupo lo bastante pequeño para que sus miembros se conozcan unos a otros y tengan un sentido real de solidaridad".
Si esta palabras son consideradas un sacrilegio por parte del establishment liberal que reduce la libertad al campo económico, la idea a reglón seguido que expone Russell le significaría ser quemado por la inquisición del credo identitario de algunas corrientes liberales y del conservadurismo autoritario: "Lo que hace falta es una democracia real en pequeña escala en todos los asuntos internos".
"La democracia, sea en política o en la industria, no es una realidad psicológica mientras se considere al Gobierno o a la dirección como "ellos" como un organismo ajeno que sigue orgullosamente su camino y al que es natural se mire con hostilidad, una hostilidad impotente, a menos que se adopte una actitud rebelde. En la industria, como indica Gillespie, se ha hecho muy poco en este sentido, y la dirección, con raras excepciones, es francamente monárquica. Es éste un mal, que si no se ataja, tiende a aumentar a medida que aumenta el tamaño de la organización", asegura el filósofo inglés.
A su juicio, si bien no se puede evitar que en grandes organizaciones existan individuos que tienen más poder respecto a otros, "sería de desear que esta desigualdad de poder no sea mayor de lo absolutamente necesario, y que cada uno de los miembros de la organización tenga el mayor grado posible de iniciativa".
Russell también aborda la relación entre la intervención y la iniciativa, señalando que se requiere un equilibrio para prevenir la anarquía si la acción reguladora y para evitar el estancamiento, por la falta de iniciativa personal, por lo que plantea la necesidad de considerar las cualidades estáticas y dinámicas de las sociedades, siendo las primeras aquellas que se someten a la intervención, mientras que las otras son incentivadas con la iniciativa individual, y también de grupos. Para que se mantenga este equilibrio plantea la existencia de una institucionalidad: "Una sociedad sana y progresista requiere tanto una acción reguladora central como la iniciativa individual y de grupo; si no hay iniciativa, sobreviene el estancamiento".
Su noción de equilibrio también enfrenta el credo sagrado del socialismo, específicamente cuando advierte sobre que la justicia, como fin primordial de un gobierno, tiene limitaciones. "Hay justicia donde todos son igualmente pobres, como también la hay donde todos son igualmente ricos, pero es inútil hacer más pobres a los ricos si esto no hace más ricos a los pobres Los argumentos en contra de la justicia son aún más contundentes sí, por buscar la igualdad, hace a los pobres aún más pobres de lo que eran".
Otro punto relevante es la advertencia hacia los reformadores que se plantean frente a las diferencias de poder contra la autoridad, señalando que en este sentido las victorias son estériles si reemplazan el poder que se desea cambiar sea reemplazado por el poder de los funcionarios. "Puesto que es natural que los hombres enérgicos amen el poder, es de suponer que, en la mayoría de los casos, los funcionarios deseen tener más poder del que es debido. Por tanto, en toda gran organización existe la misma necesidad de vigilancia democrática que en el campo político".
La conveniencia de la libertad por experimentar, por sobre el credo sagrado que se ha profundizado desde ciertas perspectivas de la ilustración, como su afán positivista, clasificador y nivelador de alcance universal es una de luces al final del túnel en que ha sido capturada la relación entre autoridad e individuo. La misma libertad es que se opone a la uniformidad que produce el Estado moderno, ante lo cual indica Russell sostiene que el aparato estatal puede intervenir para fomentar la creatividad, pero lo fundamental es que el impulso creador nazca de la autonomía de los individuos y de los grupos voluntariamente organizados.
La vida individual y libremente asociada, para Russell, no debe ser sometida a absolutamente a las reglamentaciones de las grandes organizaciones, sea el Estado, las empresas y otras corporaciones privada, como las iglesias, universidades y centros de pensamiento, por lo que es necesario estar en guardia contra el alcance de la técnica moderna que se constituye como un credo sagrado.
Una de las ideas centrales de la relación entre autoridad y individuo es que para seguir el "camino que la vida ofrece", es necesario no dejar de tener una actitud crítica sobre los convencionalismos y creencias de lo que Russell llama como "la tribu", que es aceptada comúnmente. Para ello también es complementario considerar la relación entre la moral individual y la cívica, o sea entre las creencias éticas provenientes de la política y las que vienen de las convicciones personales.
Ante esa dualidad el filósofo inglés es claro en sostener que el deber político y social del mundo no debe dominar a la virtud individual. "Si tengo una convicción profunda de conciencia de que debo obrar de una manera condenada por la autoridad gubernamental, mi deber será obrar de acuerdo con mi convicción". El deber personal libre por sobre la presión social excesiva es el axioma bajo estos enunciados.
La conciencia entre los medios y los fines es la otra dimensión de la libertad de la experiencia práctica a la que alude Russell: "La gente no siempre tiene en cuenta que en general la política, la economía y la organización social, pertenecen, no al domonio de los fines, sino al de los medios. Nuestros conceptos políticos y sociales propenden a lo que pudiéramos llamar la "falacia del gobernante". Con esto aludo a la costumbre de considerar una sociedad como un todo sistemático, que se estima bueno si resulta grato contemplarlo como un modelo de orden, como un organismo acabado, de partes pulcramente encajadas las unas en las otras. Pero una sociedad no puede, o al menos no debe, existir para satisfacer una inspección externa, sino para proporcionar una vida agradable a los individuos que la componen".