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jueves, 27 de enero de 2011

Promesas políticas incumplidas, problemas de legitimación en el capitalismo tardío

“Nadie deja de comprender cuán digno de alabanza es el príncipe que cumple la palabra dada, que obra con rectitud y no con doblez; pero la experiencia nos demuestra, por lo que sucede en nuestros tiempos, que son precisamente los príncipes que han hecho menos caso de la fe jurada, envuelto a los demás con su astucia y reído de los que han confiado en su lealtad, los únicos que han realizado grandes empresas”.
Las palabras de Nicolás Maquiavelo en el capítulo XVIII, “De qué modo los príncipes deben cumplir sus promesas”, de su obra “El Príncipe”, son un fiel reflejo de la práctica política de prometer y no cumplir. Una situación que resurge con fuerza en el actual debate por las actuaciones del actual gobierno, cuyos últimos problemas encuentran sus raíces en esta costumbre secular.
Lo cierto es que los últimos conflictos que se han dado entre el Estado y la ciudadanía giran en torno a los anuncios hechos por el Presidente Sebastián Piñera durante la campaña electoral, los cuales no se han materializado del modo en que fueron planteados en su momento o han sido distorsionadas en su forma y fondo.
Casos como el proyecto termoeléctrico en Barracones fue enfrentado improvisadamente frente a la presión de la sociedad civil, al igual que el aumento en el precio del gas para en Magallanes o el proyecto de Ley que flexibiliza el post natal de las mujeres. Hasta el momento, la tónica ha sido la improvisación para salir de estas crisis, pero la pregunta es si el gobierno podrá continuar con esta estrategia cada vez que se produzca una disonancia entre lo prometido en campaña y lo que se hace en la realidad.
De todos modos, podemos apreciar un tema de fondo en el arte político de hacer promesas a la población y su cumplimiento o no. Maquiavelo, en este sentido, trata de mostrar el esencialismo del actuar en política: Los grandes objetivos del gobernar son más eficientes si se conducen a través del engaño. “Un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses y cuando haya desaparecido las razones que le hicieron prometer”.
El binomio entre intereses y las promesas es un punto clave para entender esta dinámica que no solamente afecta al actual gobierno, pues también se verificó en los veinte años concertacionista, especialmente si se compara la plataforma programática levantada para superar la gestión pinochetista a la cual se le ha llamado “el programa abandonado”.
Y es que la famosa “letra chica” debe entenderse como un juicio de hecho transversal al actuar político, es el ADN de su sentido común. Sin embargo, en estos tiempos, resulta inaceptable para la contraparte civil. Por tal motivo, no es de extrañar el déficit sistémico de credibilidad con que se identifica al modelo de gobernabilidad universal de esta época. El clima cultural de este período, el “zeitgeist hegeliano”, no acepta a ojos cerrados la premisa maquiavélica; ahora el incumplimiento de los príncipes se traduce en pérdida de credibilidad, demostrando lo que Jurgen Habermas denomina como uno de los “problemas de legitimación en el capitalismo tardío” (1986).
En esta obra el pensador alemán intenta explicar la crisis de la racionalidad política actual a partir de la dualidad que existe entre la política económica y social del Estado con los efectos que presentan estas medidas para los intereses universales o particulares. Así, en los últimos años, podemos observar cómo la mayoría de las promesas hechas en campañas electorales se basan en la pretensión de las élites políticas de desarrollar acciones sustentadas en el interés general de la sociedad o el bien común (por ejemplo, impedir la instalación de centrales en reservas naturales, mantener precios bajos al consumo residencial en zonas extremas o establecer un post natal adecuado para las mujeres).
En esta fase la racionalidad política es aceptada por una parte considerable de las poblaciones, pero el ejercicio se revierte a la hora de gobernar: Gran parte de los conflictos se producen por la transformación de los anuncios de interés general a iniciativas que benefician a determinados intereses particulares, con lo cual se manifiesta la racionalidad es cuestionada, perdiendo su legitimidad en la sociedad. Bajo este punto de vista, el principio de las promesas electorales no es más que una forma de legitimación falsa, aparente, en el contexto de los problemas de racionalidad que se configuran en el complejo capitalismo de organización que observa Habermas, a partir de las concepciones weberianas.
La complejización en las estructuras y funciones capitalistas, según Habermas, encuentra múltiples exigencias de legitimación, que se responden mediante una “ética comunicativa”, un discurso de formación de las voluntades hecho a partir de compromisos (promesas) que –posteriormente- tienen la posibilidad de convertirse en normas formales de acción (realidad) válidas, siempre y cuando haya acuerdo entre todos los interesados por los efectos normativos. Si esto no se produce, estamos en presencia de una crisis de legitimidad y de motivación para quienes no fueron incluidos en la toma de decisiones inherente a los compromisos anunciados.
La lógica del Estado está sujeta a esta problemática, la cual afecta también al mercado, especialmente en su dualidad discurso-realidad, a la hora de pregonar un modelo de libre competencia que, en la práctica, es subyugado por los intereses corporativos. En consecuencia, la problemática de los incumplimientos de nuestros gobernantes no debería ser tomada como un lapsus temporal, sino que debe ser analizada desde una perspectiva más estructural, de carácter transversal que tiene pretensiones universalizantes en el modo en que se ejerce el poder organizado.