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domingo, 15 de julio de 2018

El arte del buen vivir de Schopenhauer frente a la dinámica omnipresente del mercado

La felicidad como parte del recorrido de la filosofía en el hombre juega un rol central y que, efectivamente, circula en más de un nivel: En el interior del hombre, en su constitución propia; en la exterioridad material de las cosas u objetos que rodean a los hombres, y en la exterioridad que configura nuestra identidad a partir de las relaciones que tenemos con los demás. Estas tres calificaciones son trabajadas en la obra el Arte del Buen Vivir, de Arthur Schopenhauer, quien nos entrega un punto de análisis del sujeto que puede enmarcarse dentro de los actuales avatares o sucesos de la sociedad de mercado. Y es que justamente estos tipos en la forma en que se configura la identidad, que se desarrollan en el ritmo de vida, también son susceptibles de ser integrados en las lógicas de las actuales sociedades que han dejado un puesto predominante al actuar del mercado, permitiendo una asociación entre cómo se entiende actualmente la felicidad con las categorías schopenhauerianas: el "uno tiene" o lo que "uno representa", por sobre lo que "uno es".
El armado schopenhaueriano parte con la división aristotélica que reconoce al "uno es" como la personalidad misma, mientras que el "uno tiene" se relaciona con la propiedad y todos los haberes, y el "uno representa" es la forma en que los demás se hacen presente en un individuo. 
Los estímulos que provocan los usos y costumbres dan paso al convencionalismo exterior al hombre, ante lo cual los hombres privilegian su identidad ontológica en función de la propiedad y el acceso al consumo (el uno tiene). El poder adquisitivo en la modernidad es lo que contribuye al surgimiento de una concepción más elaborada sobre un tipo de subjetividad que no se construye en sí, ni para sí mismo, sino que para los demás, transformando a la apariencia como un elemento clave del "uno tiene" (la posesión de bienes exteriores al uno es) y del "uno representa" (la búsqueda de la honra exterior).
"Fácil es, pues, ver claramente cómo nuestra felicidad depende de lo que somos, de nuestra individualidad, mientras a menudo no se tiene en cuenta sino lo que tenemos o lo que representamos", indica el filósofo alemán, reflejando de paso la enajenación del hombre consigo mismo a favor del culto a lo externo, ya sea con la sujeción a los objetos y a su simbolismo, como a la opinión que los demás puedan tener. Es, en otras palabras, la dicotomía entre la esencia (uno es) y la apariencia (uno representa).
Para reafirmar esta idea Schopenhauer expresa la idea del uno ser: "Lo que un hombre es en sí mismo, lo que le acompaña en la soledad y lo que nadie puede darle ni quitarle, es indudablemente más esencial para él que todo lo que puede poseer o lo que puede ser a los ojos de los demás". Ser menos susceptible a ser cambiado por el mundo exterior a cada hombre es un rasgo del ser, pues en su propio interior el hombre desarrolla una cultura real, un conocimiento propio que a los ojos de Schopenhauer, entrega un verdadero bienestar, entendido como un estado de felicidad interior que persiste más allá de la edad de la persona y que también radica en el libre ejercicio de las facultades de uno mismo.
Según el pensador alemán el hombre feliz es aquel "a quien basta su riqueza interior y que exige para su diversión muy poco o nada al mundo exterior, supuesto que esa importación es cara, esclavizadora y peligrosa, expone a desengaños y, en definitiva, nunca es más que un mal sucedáneo para las producciones de sí propio".
Lo que uno tiene, en cambio, es parte del reino de la necesidad y es donde la circulación de bienes y servicios propia del mercado se impone. Aquí Schopenhauer menciona un aspecto clave: el valor subjetivo de los bienes: "El límite de nuestros deseos razonables que se refieren a la fortuna es muy difícil, sino imposible de determinar. Porque el contacto de cada cual a este respecto no reposa en una cantidad absoluta, sino relativa, a saber, en la relación entre sus deseos y su fortuna; así, pues, esta última, considerada en sí misma, está tan desprovista de sentido como el numerador de una fracción sin denominador. La ausencia de los bienes a los cuales nunca un hombre ha pensado en aspirar no puede privarle de ningún modo; quedará perfectamente satisfecho sin esos bienes, mientras que otro que posee cien veces más que el primero se sentirá desgraciado, porque le falta un solo objeto que codicia".
La satisfacción de los deseos es considerado un bien absoluto que se va adecuando a las necesidades concretas y sus consecuentes asignaciones de valor en cada persona. "El límite de nuestros deseos razonables que se refieren a la fortuna es muy difícil, sino imposible de determinar. Porque el contacto de cada cual a este respecto no reposa en una cantidad absoluta, sino relativa"
El problema o conflicto surge cuando nos concentramos disipadamente en las necesidades que no son naturales ni necesarias, las cuales son identificadas por Schopenhauer como el lujo, la abundancia y el esplendor. Si alguien se siente privado por no poder acceder a un bien abre camino a la insatisfacción, llevando a Schopenhauer a sostener que "el origen de nuestros descontentos estriba en nuestros esfuerzos siempre renovados para elevar el factor de las pretensiones, mientras que el otro factor se le opone por su inmovilidad". Nunca darse por satisfecho en el acto del consumo es una forma que adquiere el "uno tiene".
El permanente acto de amar "la forma del objeto actual de nuestro deseos" es algo natural para el hombre, advierte Schopenhauer, pero para nosotros significa la forma en que se construye el uno mismo a partir de este tipo de deseo siempre inquieto o en movimiento, sobretodo en esta época del acceso masivo al crédito, en que la mayoría no reserva nada para consolidar un capital duradero, siendo este un rasgo identificado también por el filósofo alemán: "En realidad, una multitud de personas están en la indigencia por haber gastado el dinero cuando no lo tenían, a fin de proporcionarse un alivio momentáneo al tedio que los consumía". Vemos entonces que lo que aprecia Schopenhauer es una ley del comportamiento del "uno tiene", con una presencia perenne en la forma de actuar de los hombres, en tanto es una categoría en que se configura la forma de ser.
El poder es un ingrediente dentro del "uno tiene", y el pensador alemán lo pone sobre la mesa cuando se refiere al caso en que los hombres se ponen al servicio del Estado para obtener puestos elevados, donde se va desarrollando la búsqueda de la "inferioridad del otro". Se cree que mientras más se tenga, más se podrá poner en una condición de inferioridad a los otros con respecto a sí mismo y la posesión de bienes materiales es concebida como una requisito imprescindible para lograr este resultado y constituir la identidad propia, en algunos.
El valor subjetivo es uno de los pilares del "uno tiene" que desplaza al "uno es", suplantando el sentido identitario del valor en sí mismo de los individuos, siendo lo que Marx llama como la separación del hombre consigo mismo.
Schopenhauer dedica gran parte del Arte del Buen Vivir a lo que uno representa, donde identifica el riesgo de ser esclavo de la opinión de los demás, buscando la propia felicidad no en uno mismo, por lo tanto, no en una realidad que surge de una reflexión más detenida, racionalizada, sino que se centra "en la imaginación de otro", por lo que se le atribuye una manía ("una preocupación desmesurada"), que permite el surgimiento de la ambición, la vanidad y el orgullo, siendo este último asociado como un elemento fuera de la libre voluntad del individuo.
La felicidad personal está puesto en la forma en que me perciben los otros. De la conciencia propia se pasa a la conciencia de los otros. Se opta por la ilusión de estar en esa conciencia exterior a la propia con la finalidad de "determinar la conducta de los demás para con nosotros". Para lograr este objetivo el hombre se vuelve un actor en el teatro del mundo, se instala con un rol ante los demás y constituye una identidad que se manifiesta en la interacción. El "uno representa" implica la búsqueda e identificación de valores indirectos que también se disocian de la individualidad interior del hombre. Tanto en el "uno quiere" como en el "uno representa" se desarrolla y fortalece un sujeto, un hombre susceptible de sujeción, esclavo de los objetos materiales y de la opinión de los otros.
Schopenhauer entrega la propia individualidad como un remedio a la preocupación del "uno representa": "La influencia bienhechora de una vida retirada sobre nuestra tranquilidad de alma y sobre nuestra satisfacción proviene, en gran parte, de que nos sustrae a la obligación de vivir constantemente bajo las miradas de los demás y, por consiguiente, nos quita la preocupación incesante de su opinión posible, lo cual tiene por efecto volvernos a nosotros mismos".
El verdadero valor para Schopenhauer está en la propia individualidad, la que se relaciona estrechamente con el "uno es": "No se puede ser verdaderamente uno mismo, sino mientras está uno solo; por consiguiente, quien no ama la soledad, no ama la libertad, porque no es uno libre, sino estando solo. Toda sociedad tiene por compañera inseparable la violencia, y reclama sacrificios que cuestan tanto más caros cuánto más marcada es la propia individualidad. Por consiguiente cada cual huirá, soportará o amará la soledad en proporción exacta del valor de su propio yo".
En una sociedad de crecientes exigencias planteada por el mercado laboral en función del mercado de consumo de bienes y servicios, se plantea la tendencia de identificación ontológica del tener, de la apropiación de bienes materiales para establecerse en el mundo y en relación a los demás. El acceso al consumo es un factor del "uno tiene" y, de paso, se confunde con el "uno representa". Se piensa que mientras más propiedades y riqueza material se tenga así se obtendrá un mayor reconocimiento de los demás, lo que conlleva una mayor aceptación ante los demás, siendo varios los elementos que contribuyen a esta búsqueda de satisfacciones que implica el "uno representa": el honor, la gloria y la honra, mencionados por Schopenhauer. Muchos buscan mostrarse en el mercado como más exitosos en relación a otros.
Sin embargo, no debe entenderse que haya un paso automático del "uno tiene" al "uno representa", pues en este último hay elementos más complejos que se manifiestan en la construcción de la subjetividad a partir de las interacciones de los hombres. De hecho, el "uno representa" también puede relacionarse con la constitución del "uno es".
Esto también opera en la lógica del mercado a través de la técnica publicitaria, desde la cual se construyen elementos del "uno representa" a partir del "uno es", pasando por el "uno tiene". Y ahí están los productos o servicios que dicen ofrecer una experiencia adecuada al ser mismo a través del consumo. "Sé tú mismo" a la hora del consumo es una apelación a entrar con más fuerza al campo del "uno representa", asignando un estatus de la persona que se activa con el consumo.
La vorágine del mercado implica caer en la dinámica del "fetichismo de la mercancía" que menciona Marx y en el "fetichismo de la subjetividad" de Bauman, dejando en ambos casos en un lugar subordinado al "uno es", por lo que la apelación de Schopenhauer de que el hombre se mantengan en la propia individualidad es un paso para evitar caer en otras categorías de construcción ontológica que terminan reduciendo la libertad de cada uno ante los estímulos del mercado. 

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