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viernes, 26 de diciembre de 2014

Marx, la burocracia moderna y el espíritu de los jesuitas

En la feligresía de Karl Marx se recurre a una de sus citas escritas en la “Crítica al Estado Hegeliano”, donde el filósofo alemán dedica unos párrafos a la relación entre burocracia, corporación, Estado y religión.
“Las corporaciones son el materialismo de la burocracia, y la burocracia es el espiritualismo de las corporaciones. La corporación es la burocracia de la sociedad civil; la burocracia es la corporación del Estado”. Ella es la conciencia del Estado, la voluntad del Estado, el poder del Estado encarnado en una corporación que forma una sociedad particular y cerrada al interior del Estado. La burocracia en tanto corporación perfecta triunfo, entonces, sobre las corporaciones en tanto burocracias imperfectas (…). El espíritu burocrático es un espíritu fundamentalmente jesuítico, teológico. Los burócratas son los jesuitas del Estado y los teólogos del Estado. La burocracia es la república sacerdote”.
Marx hace referencia a los jesuitas actores relevantes en la construcción del Estado, a través de la burocracia. ¿A qué se refería con ello?, la pista se pedió puesto que Marx posteriormente no se refirió más a la “compañía de Jesús” en sus escritos clásicos, por lo que se puede considerar que la alusión fue un dato histórico para ejemplificar sus argumentos respecto a la construcción del aparato estatal y sus lógicas organizacionales.
Marx redujo el espíritu teológico a los jesuitas, en alusión al ejercicio del poder que se ha establecido desde el clericalismo
Pero la idea de un cierto tipo de racionalidad detrás del Estado moderno, que Marx criticó como burgués, fue más elaborada por el ensayista canadiense John Ralston Saul en su obra “Los Bastardos de Voltaire”, donde cataloga de dictadura a la razón occidental, identificando sus orígenes en la organización de la orden de los jesuitas, con la obediencia y la rendición de cuentas a las autoridades como un método fundamental que da paso a la racionalidad moderna del Estado.
“A primera vista la formación jesuítica parece semejarse a nuestros métodos contemporáneos de lavado de cerebro y reeducación. Los interrogatorios y adoctrinamientos modernos no usan la violencia, ni siquiera la amenaza de violencia. Procuran desmantelar y desinfectar la mente de la víctima antes de reorganizarla de otra manera. En cuanto a las rendiciones de cuentas e informes de los jesuitas, parecen ser los originales de los sistemas de control del siglo veinte por medio de informadores anónimos, sistemas que solemos identificar con las sociedades represivas, los servicios secretos y los ministerios del interior”, sostiene Ralston en su obra.
Probablemente Marx también realizó la comparación jesuita como teólogos del Estado, considerando el rol de los teólogos-juristas de esta congregación en el marco jurídico de las relaciones entre Iglesia y Estado, donde la doctrina católica debía ser el centro del Estado, con el consiguiente anticlericalismo que denotó Marx en su analogía.
Rafael Jérez, en su libro Sociología de la Educación: guía didáctica y textos fundamentales, plantea que la comparación del filósofo alemán: (…) según él (Marx), los burócratas y el espíritu burocrático son al Estado y la sociedad laicos lo que los jesuitas y el espíritu jesuítico fueron en su día con respecto a la iglesia y a las monarquías absolutas de la edad moderna. Unos y otros se distinguen por la práctica del arte del secreto, del argumento de la autoridad, del formalismo y del tradicionalismo. Y se presentan como neutrales y con la ética ideal de la equidad. Los jesuitas pretenden hablar en nombre de Dios y de los intereses espirituales de la Iglesia entendida como la comunidad de todos los cristianos. Los burócratas, en nombre del Estado y de los intereses espirituales, en nombre del Estado y de los intereses integrados de las distintas partes de la sociedad civil. Pero, bajo la capa de esta solidaridad y este altruismo teóricos, defienden en realidad sus propios intereses y los de las clases más poderosas: la clase feudal civil y eclesiástica, en el caso de los jesuitas; la gran burguesía o, en todo caso, la alianza de ésta con los grandes rentistas de la tierra, en el caso de los modernos burócratas”.
La falsa conciencia que circula, con su formalismo discursivo, esconde el afán universalista del poder eclesiástico y estatal para mantener los intereses reales y particulares de una clase social, siendo la burocracia el elemento a través del cual se cumplen estos objetivos.