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lunes, 26 de junio de 2017

La simbiosis entre el pensamiento conservador y el neoliberalismo desde Franz Hinkelammert

La crítica a la razón utópica hecha por el teólogo y filósofo Franz Hinkelammert, es una condición para establecer la concepción del "arte de lo posible" en política, por lo que su ejercicio propuesto es descubrir qué implica lo posible dentro del campo político, junto a todo aquello que es considerado imposible. Sin una crítica a lo que es visto como utópico no habría política concreta. La praxis de lo político deriva del análisis negativo que se haga respecto a la inviabilidad o no factibilidad de otras interpretaciones de gubernamentalización de la sociedad.
Lo posible y lo imposible entonces son comprendidos dentro de la búsqueda que forma parte del realismo político, el cual requiere de la crítica a la razón utópica entendida como una conceptualización trascendental puesto que es aquí (en la trascendentalidad), donde se ubican las categorías del pensamiento social. 
"Para poder entender y criticar -crítica en el sentido de Kant y no en el sentido de una crítica demoledora- los pensamientos sociales, hace falta poner al desnudo tal reflexión trascendental y analizar sus coherencias", explica el pensador alemán.
A partir de su análisis se establece una relación de dependencia, una simbiosis, entre los postulados del conservadurismo y del neoliberalismo cuyo tronco en común es el enfrentamiento a lo que identifican como los postulados políticos de imposibilidad que se generan a través de la crítica al orden económico. En otras palabras, el ejercicio de Hinkelammert sobre la crítica a la razón utópica, como veremos, devela las lógicas de dominio que se trasladaron del pensamiento conservador y al liberalismo, con diferentes dosis de un saber absoluto que coquetea con el autoritarismo para establecer reglas y definir lo que sirve y no sirve. 
Es así como el pensador alemán parte analizando los marcos categoriales del pensamiento conservador, señalando -mediante una revisión crítica a Peter L. Berger y su obras sobre la sociología de la religión-, que detrás del orden social y legitimizador se esconde una precariedad, relacionada con el cuestionamiento, puesto que se limita la realidad social a la existencia de un tejido institucional, desconociendo otras formas de organización extra-institucionales. Esta precariedad requiere de una función social de legitimación, un conocimiento socialmente objetivado que explica y justicia el orden en una sociedad de la que se vale el pensamiento social, ya sea desde el conservadurismo y el liberalismo hasta el socialismo. "La legitimación aparece al lado de la socialización y del control social. La legitimación hace aceptar la sociedad existente como la legítima", explica Hinkelammert.
En el pensamiento conservador se aprecia a la rebelión como un proyecto de orden social por construir que es opuesto al orden existente. Esta visión termina reduciendo la rebelión a la idea de crimen, por lo que aquí se equipara la figura del revolucionario con la del delincuente, además de levantar un discurso sobre el crimen y la delincuencia, fenómenos que se muestran a la sociedad y a la opinión pública como una permanente amenaza al orden constituido, equivalente a un potencial permanente de caos. Esto entrega la posibilidad al pensamiento conservador de defenderse de la posibilidad de que avance o se materialice otro orden por construir.
Según Hinkelammert el pensamiento neoliberal también reduce la realidad social al marco institucional, compartiendo la precariedad con los postulados conservadores, polarizándo el mercado entre el caos, que se opone a esta institución, y la perfección, dada por la competencia. "Siendo amenazado el mercado , esta amenaza puede ser pensada en términos siempre más graves hasta llegar al derrumbe del mercado, que desembocaría en caos y destrucción, apareciendo así el concepto límite negativo del caos. Por otro lado, imponiéndose el mercado a las amenazas, éste es pensado, igualmente, por un progreso infinito, en términos de competencia perfecta. Tanto el caos como la competencia perfecta son conceptos no-empíricos, los cuales engloban la realidad empírica limitándola", plantea.
Hayek es analizado para indicar la imposibilidad de que el mercado establezca un punto de equilibrio, puesto que este supuesto se basa más bien en afirmaciones dogmáticas en vez de la experiencia misma. "Tenemos, por tanto, una estructura del pensamiento neoliberal que parte de la realidad precaria del mercado amenazado, que construye un concepto límite de este mercado en forma de competencia perfecta (equilibrio) y que a la postre sostiene, por afirmación dogmática, que la afirmación de las condiciones generales de este mercado lo aproxima a ésta su idealización. Se trata de un círculo vicioso".
Hinkelammert critica el concepto de plausibilidad (que plantea un tipo de sociedad que es aceptada sin vacilaciones) y de competencia perfecta que existe en las categorías del pensamiento conservador y neoliberal, respectivamente, puesto que no pueden tender al equilibrio, especialmente en los marcos del neoliberalismo y su idea de la competencia, toda vez que esta supone siempre un desbalance a favor uno a costa de otro.
"En competencia perfecta nadie compite. El proceso social de la competencia mercantil presupone que la competencia no sea perfecta. Si fuera perfecta la competencia, no habrá razón para competir. Hayek tendría que discutir a partir de este resultado el carácter de la competencia perfecta como concepto límite no-empírico, cuya importancia es categorial y no empírica. Pero dice siempre lo que la competencia real no puede, y nunca dice lo que puede. Eso es análogo al concepto de plausibilidad perfecta de Berger. No dice lo que la función social de legitimación puede, sino lo que no puede. Pero, el partir de esta negación, sin embargo, le permite decir lo que puede. Puede muchas cosas, excepto una aproximación lineal a la plausibilidad perfecta. Lo mismo sucede con el modelo de competencia perfecta".
De acuerdo a Hinkelammert, el pensamiento neoliberal y el conservador comparten  el concepto límite negativo de la destrucción y el caos: "En el pensamiento conservador la relación entre realidad precaria, utopía y caos, es estática y simplemente constatada; en el neoliberalismo se la analiza ahora en términos de un mecanismo de acción dinámico en el tiempo. Aparece toda una secuencia antiutópica, que se dirige en contra del intento socialista de superación de la sociedad burguesa".
Esta análisis lleva al autor es pensar al neoliberalismo como una teología, a partir de los conceptos limites positivos de la competencia perfecta en el mercado libre, y de negativo en el caos del socialismo, en una perspectivas del bien divino para el primer caso y del mal diabólico para el segundo. A esto se suman los conceptos límites del conservadurismo que equiparan lo divino al orden (derecho natural) y lo diabólico a la utopía socialista que lleva al caos.
Específicamente asocia el neoliberalismo con el principio teológico del precio matemático, como si fuese la génesis del orden del mercado, como lo sostiene Hayek. "Solamente Dios puede conocer estos precios -siendo omnisciente- pero el hombre jamás. Este Dios que ya sabe hoy algo que ningún hombre puede prever: el cambio el dólar de la noche a la mañana. Es el Dios cuya alianza le conviene al hombre de negocios. Ciertamente, un Dios de este tipo es el Dios que santifica el nomos de la sociedad burguesa".
Sobre este terreno Hinkelammert indica que la antítesis divina, o sea su adversario (satanás), es la pretensión de conocimiento, de saberlo todo, tal como se explica en el relato bíblico de la caída del hombre en el edén. "Dios es el sabelotodo. Por tanto, el que pretende el conocimiento total, quiere ser como Dios. Pero para asegurar la justicia social desafiando el mercado, hay que saberlo todo. La reivindicación de la justicia social, por tanto, es la pretensión de ser como Dios", sostiene el análisis de Hinkelammert. En este sentido cabe mencionar los postulador de Hayek en su ensayo que trata de desmarcarse del conservadurismo, "Porqué no soy conservador", en que plantea la necesidad de que los liberales rechacen las propuestas que, pretendieno terminar con los males de la sociedad (como la desigualdad) puedan terminar haciendo un mal peor. Detrás de este pensamiento está la concepción de que todos los conocimientos que se planteen en contra del mercado están destinados a chocar contra los muros de la infabilidad que el "orden espontáneo" de la "sociedad abierta", o sea de la libertad. Se llega así a una idea dogmática de la libertad como verdad absoluta que, como lo plantean algunas corrientes liberales de corte positivista, se apoya en la evidencia práctica y concreta.
El paso del contenido teológico en la convergencia liberal-conservadora es mínimo para llegar a la idea de poder absoluto en el neoliberalismo, cuyas raíces Hinkelammert ubica desde el planteamiento de derecho a la violencia que plante John Locke contra el poder soberano del feudalismo, el primer enemigo de la libertad bajo la óptica del liberalismo y que después se trasvasijaría a las doctrinas que sostienen la noción de justicia social. La identificación de los enemigos de la libertad se vuelve para el neoliberalismo una justificación para su poder hegemónico.
"El hecho de que el liberal reclame este poder absoluto como medio para que nunca haya más poder absoluto, es solamente una manera de legitimar este poder en términos irrestrictos. En efecto, el que nunca más haya poder absoluto da precisamente a este poder absoluto, que es el medio para tal fin, esta legitimidad irrestricta", afirma.
Es así como desde Hikelammert es posible establecer el hilo común de control social, a través de una razón que se vale de dosis de autoritarismo, para mantener el orden económico y social, criticando la razón utópica y su proyecto de orden por construir como algo que se mueve en la incertidumbre Su no factibilidad es sinónimo de desestabilización y, por ende, de caos, por lo que el conocimiento que sustenta a esta razón se equipara a la inexperiencia, entendida como un saber que es desmantelado por la propia evidencia del orden existente, siendo el mercado el mejor ejemplo de la imposibilidad de crear algo opuesto a esta institución.

domingo, 18 de junio de 2017

El rechazo de la envidia a partir de la crítica en el normativismo económico que ha capturado a la tradición liberal

Así como la lucha de clases es el motor de la historia para el socialismo, la envidia es el motor de la historia del socialismo bajo la óptica del liberalismo, siendo este argumento una constante histórica de los exponentes liberales a la hora de enfrentar las ideas socialistas. El razonamiento liberal es que la envidia es un "comportamiento moral" presente en el instinto humano, pero que se profundiza y sistematiza a partir de la noción de justicia social y los afanes redistributivos y una condición de su manifestación es que aquellos que promueven estas ideas no consideran el desarrollo material que ha experimentado la sociedad en los últimos siglos, de la mano del capitalismo industrial.
Otro elemento que reconoce de la envidia, según el liberalismo, se produce con la incapacidad de aceptar que otros puedan ventajas o méritos sin haber abusado, estafado o aplicado violencia a un tercero. Según el grueso de las corrientes del credo liberal la envidia es un comportamiento moral que se ha legitimado como un valor universal durante el siglo XX, de la mano del socialismo y de sus ramificaciones como la socialdemocracia, socialcristianismo y las políticas económicas que se guían con la pauta del keynesianismo, entre otras. Para Hayek la reorganización del esquema moral no es posible realizarla por la dirección que sugiere la noción de la justicia social. Entonces envidia y justicia social son dos elementos abominables para la visión liberal que se conjugan para atentar contra la libertad humana.
Considerando este terreno, la relación de cómo liberalismo enfrenta a la justicia social es la línea principal de análisis que realiza Jean-Pierre Dupuy, ingeniero y filósofo francés, en su trabajo "El sacrificio y la envidia", donde plantea que la tradición liberal debe aceptar que la sociedad mercantil vive en crisis y que una sociedad "justa y buena" es la que disuade la amenaza de la disgregación de las sociedades, por lo que recurre a una interpretación de los principales exponentes del corpus liberal, como Adam Smith, Friedrich Hayek, Robert Nozick y John Rawls, desde la óptica de la justicia social, especialmente  las categorías del sacrificio y la envidia. En esta última nos concentraremos.
Dupuy asegura que la lectura que realiza sobre las teorias liberales de la justicia, especialmente con la categorías del sacrificio y de la envidia le ha permitido identificar que el rechazo de la envidia tiene múltiples formas: desde la acusación de que la justicia social es un ideal envidioso, de que constituye un problema para la "buena sociedad liberal".
"La envidia es una realidad del mundo psicológico, ciertamente, pero de una importancia muy menor. El hecho de que alguien se convierta en envidioso no le da ningún derecho a declararse víctima de una injusticia; de la misma manera, una teoría de la justicia no podría edificarse sobre esta teoría singular", asevera.
El catedrático de filosofía social y política de la Universidad de Stanford comienza reconociendo la hegemonía económica dentro del pensamiento liberal, entendida como una matriz de ordenamiento de las sociedades, lo que genera un individuo incompleto "tan poco dueño de sí mismo como de lo social, (que) tiene desesperadamente necesidad de los otros para forjarse un identidad: sea a título individual, sea en tanto que constituyentes de la complejidad social".
La tendencia a reducir la sociedad abierta, la gran civilización surgida del capitalismo industrial a la normatividad económica ha sitiado la esfera ética y política, por lo que lss nociones de justicia, interés general y voluntad colectiva quedan sometidas al ejercicio de la razón por parte de la economía.
Posteriormente en este cuadro de relaciones, en las cuales se producen intercambios con respectivos acuerdos el autor trabaja el concepto de la envidia, precisando que para que pueda emerger la envidia se necesitan darse relaciones concretas entre las personas, pues de lo contrario Dupuy se plantea la dificultad de que "seres sin relaciones puedan envidiarse. ¿Dónde está el sufrimiento del envidioso al contemplar la felicidad de los otros? ¿Dónde están las acciones destructoras que su mal le inspira? Estos atributos de la envidia son aquí inexplicables".
Más adelante menciona que en más de una situación la envidia es confundida con el resentimiento, que supone una sublevación basada en un sentimiento de justicia, por lo que se pregunta cómo sería posible que alguien envidie a otro que ha construido su fortuna en base a la injusticia o de forma ilegítima. Es decir, contra quien ha acumulado riquezas a través de la violencia, el abuso y la opresión sobre la vida de los otros no se puede tener envidia, sino que resentimiento. Por tal motivo Dupuy advierte que la envidia no es un sentimiento moral, sino que "es un hecho psicológico observable y que no debiéramos confundir con las preocupaciones éticas", especialmente si se considera el hecho de que los ataques liberales se centran en catalogar de envidiosa a la persona que promueve la justicia.
Dupuy aborda el trabajo de John Rawls, recordando que él también fue sufrió severas críticas por parte de varios referentes del liberalismo, como Ayn Rand. En base a Rawls Dupuy vuelve a la carga, afirmando que la envidia no es un sentimiento moral, sino que insiste en que es un "hecho de la naturaleza psicológia, universalmente comprobado, que nos hace salirnos de nosotros mismos, fascinados como estamos por lo que creemos que es el valor superior de los demás, y que nos lleva por lo tanto a despreciar lo que somos, lo que tenemos y lo que valemos".
"En tanto que hecho de la naturaleza, la envidia no podría oponerse a los principios de justicia. Pero existe el "resentimiento" (tal es al menos la terminología extraña empleada por Rawls), que sí pertenece a la esfera moral: experimentar resentimiento por el prójimo es juzgar que su estado más favorable es fruto de una injusticia, ya que sea imputable a las instituciones o a la conducta del otro. Se puede por consiguiente construir el concepto de "envidia excusable": es el sentimiento que experimentamos para con las instituciones que nos vuelven envidiosos frente a los otros, porque las diferencias que pretenden justificar son de tal importancia que ponen en peligro el sentimiento que tenemos de nuestro propio valor", indica Dupuy.
A abordar la obra de Hayek, Dupuy señala que el pensador austríaco no le atribuye una importancia gravitante a la envidia: "Hayek añade: la envidia no hace la felicidad, pero la felicidad, después de todo, no es más que una invención de la filosofía racionalista". Gran parte de la crítica dupuyniana se centra en el sistema hayekiano de que el mercado es una tradición nacida de la evolución cultura, puesto que no considera la diferencia que existe entre el orden mercantil y el orden tradicional en lo que se refiere a la imitación dentro del mercado, la cual va ganando espacio mediante la práctica de la competencia y la rivalidad. "Hayek, aquí, no está a la altura de su propio modelo, Adam Smith. No ve lo que éste le ha enseñado: que este nuevo régimen de la imitación desemboca en la envidia, y que esta envidia tiene efectos fuertemente ambivalentes: es, por un lado, la causa de un gran sufrimiento (la "corrupción de los sentimientos morales"), pero, por el otro, da a la sociedad mercantil una energía inaudita, una fuerza de expansión potencialmente ilimitada", indica Dupuy.
A su juicio el mercado tiene la capacidad "para transformar la envidia en fuente de energía creadora, en lugar de dejarla caer en el resentimiento y en el odio impotente. No sucede lo mismo en los demás dominios de la vida social".
Su análisis sigue con la obra de Roberto Nozick, "Anarquía, Estado y Utopía", donde la envidia forma parte de lo que denomina como la economía política del mal, por lo Dupuy destaca la idea nozickeana de compensar a los individuos a los cuales se les genera una prohibición de ejercer sus derechos en el estado de la naturaleza que aprecia en el desenvolvimiento del Estado, con lo cual los derechos se convierten en mercancías negociables para evitar que surgan los elementos que dan cabida a la economía del mal, entre los cuales está la envidia que -para Nozick- es una emoción. La crítica a Nozick es que con esto prioriza la economía por sobre el derecho, extendiendo el proceso por el cual la filosofía liberal del derecho natural se transforma en economía política.
La tesis es Dupuy es que la tradición liberal no puede sacudirse la idea de que la sociedad mercantil se descompongan a través de la acción de "una muchedumbre enloquecida". Pensando en ello su crítica se centra en la reducción del pensamiento liberal en la esfera económica, con una normatividad y ética científica que deja de lado las pasiones, donde se inscribe la envidia. "El modelo racionalista del mercado está próximo, según un movimiento en sentido inverso, a dejar escapar la presión de las pasiones que, de manera insospechada, contiene (que contiene en el sentido de que las reprime)", precisa.
Las conclusiones de Dupuy derivan en que es dentro del desarrollo de la economía política donde se desenvuelve la violencia, la cual es un ingrediente de este procesos y, al mismo tiempo, una barrera para que se propage también. A su juicio la realidad de la sociedad mercantil es sintonizar "un orden estable y un estado de crisis permanente. Es evidentemente esta adecuación a la verdad de la sociedad económica -adecuación que, sin duda, debe ser reconstruida al precio de un costoso trabajo- lo que la hace interesante".
La idea de Dupuy es que la consideración sistemática de esta realidad dialéctica al interior de la sociedad mercantil sea una base para enfrentar las pasiones negativas que genera la economía política del mal, como la envidia. Para ello es necesario que la tradición liberal reconozca que la envidia también se desarrolla al alero del racionalismo normativista de la economía y sus pretensiones de ética científica. Lo que Dupuy anota es que la relación entre economía política y la economía como ciencia está marcada por la ruptura y no por la continuidad.
Una clave en este sentido la entrega señalando la atávica condición de los hombres de guiar sus acciones a través de referencias exteriores configurando un orden, el cual, sin darse cuenta, "procede de ellos mismos", lo que denomina como una lógica de "producción endógena de una exterioridad".

jueves, 15 de junio de 2017

El principio del mal menor en el proceso político chileno contemporáneo

El llamado mal menor ha estado presente, no por primera vez, en la política chilena desde el fin de la dictadura cívico-militar de Pinochet y el inicio de la democracia construida sobre la institucionalidad que dejó el régimen autoritario, instalando una lógica electoral que, desde la óptica de la izquierda, se ha centrado en votar por el bloque político opuesto a la derecha, debido a la responsabilidad que tuvo este sector en el diseño institucional construido en la dictadura.
La cultura político-electoral del mal menor también ha continuado por el hecho de que ambos bloques hegemónicos en el sistema de partidos y en la sociedad política que gira en torno al control del Estado, comparten a grandes rasgos la administración del modelo institucional, a nivel político-económico, no dejando espacios para modificaciones estructurales. Puestas así las cosas, el principio del mal menor, entendido como el mayor bien posible, forma parte de un constructo pragmático en el electorado de la izquierda moderada chilena, al cual en algunas ocasiones se ha sumado el electorado más radical de esta cultura político-ideológica. Es, como plantea la ciencia psicológica, la adopción de una preferencia que genera menos daño que otra dentro de un entorno donde subyace la idea obligatoria de actuar para que el mal mayor se propague. El ideal del bien pleno, por lo tanto, no se percibe alcanzable en esta lógica binaria, sino que se entiende bajo la premisa de "en la medida de lo posible".
La diferenciación en las subjetividades entre ambos bloques políticos en torno a la institucionalidad político-económica es un aspecto central en la consideración del mal menor en la cultura política chilena, la cual incorpora también el reflujo de la dos visiones de mundo contrapuestas a partir de 1970 en el proceso político. Es así como, para el votante de izquierda el mal menor se justifica siempre y cuando la derecha no acceda al control del Estado, pues existe el convencimiento de que podría empeorar las cosas, al producirse una profundización del modelo económico de desregulación económica que ampliará la influencia política del empresariado en el campo decisional de la sociedad.
Para el votante de derecha el mal menor se genera en el supuesto escenario en que deba decidir en torno a programas de gobierno, divididos entre una izquierda moderada y otra con propuestas estructurales más profundas, aunque al interior del bloque de la derecha coexiste una doctrina más homogénea para mantener el modelo administrativo-institucional político y económico, por lo que el principio del mal menor tiende a no generar conflictos dentro de esta cultura política a la hora del sufragio.
El principio del mal menor en el campo de las opciones políticas se relaciona directamente con la ausencia, específicamente de otra opción que pudiera ser mejor que las que existen realmente en la oferta de programas políticos para la administración de la sociedad, particularmente en la esfera de la economía política, que involucra al mundo del trabajo y de los ingresos para obtener medios de subsistencia. Este es tributario del esquema de dominio político-ideológico instaurado por el catolicismo, sobre la base de la corriente escolástica que considera los postulados de Aristóteles en la Ética a Nicómano y que fueron desarrollados por Tomás de Aquino, quien influenció el análisis moderno que hace Jacques Maritain sobre el tema.
El filósofo francés, a partir de la filosofía tomista, señala que el mal menor supone "la privación de un bien que debería existir en una cosa". Esa cosa u objeto sería en este caso una política que no es considerada por la hegemonía y que es esperada por parte de un grupo de subjetividades en el espectro ideológico, así que el mal menor sería optar por la postura que no aleje la posibilidad de que la privación del bien esperado se aleje aún más de la oferta programática del sistema de partidos, como son -por ejemplo- las exigencias de mayor justicia social, democratización y deliberación de la sociedad civil que existe en los sectores de la población. De este modo la preferencia por el mal menor en política se asocia con los discursos y orientaciones de políticas públicas que tiendan a no desregularizar el mercado, asegurando amortizadores sociales por parte del Estado.
El mal menor también refleja nuestro grado de tolerancia con la forma de actuar del sistema político-administrativo, pues el voto por el mal menor tiende a mantener la hegemonía de la administración del Estado y de la institucionalidad político-económica, sin verse amenazado de ser reemplazado por otra fuerza política dentro del sistema de dominio.
En los Cuadernos de la Cárcel Antonio Gramsci destaca la relatividad que implica el concepto de mal menor: "enfrentados a un peligro mayor que el que antes era mayor, hay siempre un mal que es todavía menor aunque sea mayor que el que antes era menor.  Todo mal mayor se hace menor en relación con otro que es aún mayor, y así hasta el infinito. No se trata, pues, de otra cosa que de la forma que asume el proceso de adaptación a un movimiento regresivo, cuya evolución está dirigida por una fuerza eficiente, mientras que la fuerza antitética está resuelta a capitular progresivamente, a trechos cortos, y no de golpe, lo que contribuiría, por efecto psicológico condensado, a dar a luz a una fuerza contracorriente activa o, si ésta ya existiese, a reforzarla”.
El análisis del filósofo italiano entrega ciertos coordenadas para entender lo que pasó en el proceso político chileno a partir de los años noventa del siglo pasado, en la llamada etapa de la transición, desde la dictadura al régimen democrático. El mal mayor de mantener la reproducción de la institucionalidad dejada por Pinochet, con los enclaves autoritarios del sistema político para evitar cambios estructurales al modelo económico, se convirtió en un mal menor mediante el maquillaje al modelo que realizaron los gobiernos de la Concertación durante esa década, con cambios de forma al modelo y soluciones de mercado para los problemas sociales que se fueron configurando, para evitar el otro mal mayor que era advertido con la potencial amenaza de las Fuerzas Armadas como garantes de la Institucionalidad. En otras palabras, el mal menor de optar por el reformismo en los marcos de la institucionalidad era funcional a la mantención de los consensos para avanzar y así alejar el fantasma de una regresión autoritaria, si es que se producían cambios estructurales. Con este escenario parte de la izquierda radicalizada votaba por el bloque de centro izquierda, representado por la Concertación, para no tener a la derecha diseñadora de la institucionalidad administrando el Estado para profundizar la acción del mercado como resolución a los problemas sociales. La centro izquierda, así, se adaptó al movimiento regresivo que representa la institucionalidad de la dictadura en que la evolución contó con el rostro formal de los gobiernos concertacionistas, avanzando con la lógica del gradualismo en los marcos del modelo político-económico, lo que también significó que la llamada fuerza extraparlamentaria de aquél período, representativa de la izquierda más radicalizada, como dice el análisis de Gramsci capituló ante el mal menor a la hora de las elecciones y de la segunda vuelta que se generó en el año 2000 con la asunción de Ricardo Lagos a la Presidencia.
El mal menor además se expresa en lo que el otro filósofo italiano Roberto Esposito menciona respecto al paradigma inmunitario que cruza los cuerpos de la política, la economía y la ciencia jurídica, por cuanto actúa como una fuerza que impide la acción de otras fuerzas, reproduciendo controladamente el mal que se dice combatir. El razonamiento entonces es "yo combato el mal del modelo no votando por el bloque de la derecha que le dio la vida, sino que optando por el bloque de la centro izquierda que administra el modelo". En el mal menor está la idea subyacente de una cara más humanizada en la administración de la institucionalidad dejada por el mal mayor que significó la dictadura cívico-militar. 
Esto termina homogeneizando a los bloques hegemónicos en el sistema político formal en torno al Estado, integrando en su interior el mal heredado. Si ambos bloques comparten el mal y tienen una presencia persistente en la realidad administrativa del poder entonces se debe optar por aquel que utilice las menores dosis de mal. El mal menor pasa a forma parte del nivel ideológico del sentido común, asociándose con la máxima maquiavélica de que "la sabiduría consiste en saber distinguir la naturaleza del problema y en elegir el mal menor". El problema es que sacudirse del principio del mal menor en la preferencia política significa dejar de lado las categorías construida de estabilidad y progreso, vaciando su contenido para ocuparlas con otros que enfrenten la ausencia de una buena sociedad. He ahí donde está la naturaleza del problema, que es superar el miedo a la regresión autoritaria para así disipar el mal menor.

miércoles, 7 de junio de 2017

El caparazón de acero de Max Weber, la verdadera metáfora del moderno orden capitalista

La famosa Jaula de Hierro, acuñada por Max Weber, representa esa bóveda de cultura producida por el capitalismo en la cual el individuo está atrapado. Es una red organizada racionalmente por la visión de mundo económica que supone una prisión con su propia maraña normativa mecanizada, en que el espíritu ascético racional y su respectiva ética de apego a la profesión quedó también atrapada en dicha jaula, dando paso a la razón instrumental que posteriormente elaborara más sistemáticamente el trabajo de la Escuela de Frankfurt.
Sin embargo, para la bitácora de la exégesis weberiana, la denominada "Jaula de Hierro" en realidad no fue elaborada por el pensador alemán, quien optó por el concepto de "caparazón tan duro como el acero", para referirse a la envolvente y aprisionadora cultura del capital objetivamente racionalizado y su efecto en la vida de las personas.
"El orden económico capitalista actual es como un cosmos extraordinario en el que el individuo nace y al que, al menos en cuanto individuo, le es dado como un caparazón (gehäuse) prácticamente irreformable, en el que ha de vivir, y al que impone las normas de su comportamiento económico en cuanto que se halla implicado en la trama de la economía. El empresario que de modo permanente actúa contra estas normas es eliminado indefectiblemente de la lucha económica; del mismo modo, el trabajador que no sabe o no puede adaptarse a ellas, es arrojado a la calle para engrosar las filas de los sin trabajo", sostiene Weber en el capítulo tercero de su obra "La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo".
Año más tarde Michel Foucaut retoma esta idea en sus análisis en torno a la biopolítica como forma de racionalidad política en un sistema económico-normativo de origen teológico, que opera a través de saberes que se incrustan en la subjetividad de los individuos.
Weber sitúa la emergencia de este "caparazón"con el ascetismo profesiona que dio forma a lo que llama una ética intramundana como un ingrediente fundamental del orden económico moderno creador de riquezas que terminó dejando de lado el ascetismo profesional como constructo ético, comparando la preocupación por la riquezas como un manto que el hombre ascético basado en la ética de su profesionalismo podía sacarse de encima con ligereza. Sin embargo aquél manto se transformó con el aumento de la riqueza moderna en un pesado "caparazón duro como el acero", siendo esta la traducción para lo que vulgarmente se conoce como la "jaula de hierro" weberiana.
"El ascetismo se propuso transformar el mundo y quiso realizarse en el mundo; no es extraño, pues, que las riquezas de este mundo alcanzasen un poder creciente y, en último término, irresistible sobre los hombres como nunca se había conocido en la historia. El caparazón (Gehaüse) ha quedado vacío de espíritu, quien sabe si definitivamente. En todo caso, el capitalismo victorioso no necesita ya de este apoyo religioso, puesto que descansa en fundamentos mecánicos", explica el sociólogo alemán.
La muerte del "deber profesional" viene asociada con la formación de este caparazón "duro como el acero" en el momento en que se niega a poner en práctica, debido a que no tiene sintonía con valores religiosos o cuando se relaciona como una coacción económica por parte del Estado o del gran empresariado.
Weber ejemplifica la manifestación del caparazón con el afán de lucro, en que asocia uno con principios religiosos que ha cedido paso a favor de pasiones que entran en conflicto en un contexto de exacerbada competencia. "Nadie sabe quién ocupará en el futuro ese caparazón (Gehäuse), y si al término de este monstruoso desarrollo surgirán nuevos profetas y se asistirá a un pujante renacimiento de antiguas ideas e ideales, o si, por el contrario, lo envolverá todo una ola de petrificación [mecanizada] y una convulsa lucha de todos contra todos. En este caso, los "últimos hombres" de esta fase e la civilización podrán aplicarse esta frase: "Especialistas sin espíritu, gozadores sin corazón: esta nulidades se imaginan haber ascendido a una nueva fase de la humanidad jamás alcanzada anteriormente", comenta el filósofo, con lo cual describe la envolvente y dinámica cultura que surge, se desarrolla y da paso a otras subjetividades bajo una mirada crítica al referirse a la relación entre la ascesis y lo que llama el espíritu capitalista. El dinamismo se asocia con la metáfora del acero; elemento duro, que se mezcla con otros materiales, por lo que también es flexible, maleable, al igual que las fuerzas que se desenvuelven en la cultura a partir del capital.
En el contexto de esta organización cultural Weber también detecta el surgimiento de una organización funcionaria nacida a través de la racionalización empresarial sustentada en la sistematización científica, en lo que será la burocracia moderna de occidente: (...)nuestra existencia, todos los supuestos básicos de orden político, económico y técnico de nuestra vida en los estrechos moldes de una organización de funcionarios especializados, de los funcionarios estatales, técnicos, comerciales y especialmente jurídicos, como titulares de las funciones más importantes de la vida social".
No solo es el aparato estatal el promotor de esta caparazón duro como el acero puesto que Weber menciona el alcance que tiene la semilla del racionalismo ascético en la "ética político-social", que se manifiesta en la organización y funcionamiento de asociaciones de personas, desde los grupos religiosos y civiles, pasando por los económicos, hasta el Estado, por lo que la captura del ascetismo sobre el deber profesional o de los valores en torno al trabajo tiene un significado más amplio, no cayendo en el reduccionimos de algunos análisis liberales que ven a la "Jaula de Hierro" exclusivamente bajo la forma de la burocracia estatal, pues como diría Weber, en la actual fase de civilización económica en que vivimos el caparazón también se manifiesta en las grandes corporaciones privadas con miles de funcionarios, entre los cuales hay un cuota de especialistas que también da forma a este caparazón que en que se desenvuelven las subjetividades en la vida económica y social.
Este telón de fondo nos lleva a preguntarnos cómo se enfrenta el deber profesional, definido como "una obligación que debe sentir el individuo y se siente de hecho ante el contenido de su actividad profesional", con el caparazón duro como el acero que forma el "orden económico capitalista" si es que miles de personas que estudiaron para tener alguna profesión, terminan trabajando como funcionarios de esas grandes corporaciones privadas, realizando tareas y responsabilidades que no tienen nada que ver con los saberes que estudiaron para cumplir la meta que se plantearon a comenzar una carrera profesional.
En este sentido se aprecia lo que señala Weber respecto a que "el capitalismo actual, señor absoluto en la vida de la economía, educa y crea (un guiño a lo que después Foucault menciona como elementos del biopoder) por la vía de la selección económica los sujetos (empresarios y trabajadores) que necesita". Es la división del trabajo la que selecciona, pone y saca a los individuos de acuerdo a las necesidades de las empresas y no al revés, siendo este uno de los aspectos que caracterizan a caparazón que envuelve a las personas. Es por eso que Weber señala que "el individuo renuncia a interpretar el cumplimiento de deber profesional cuando no puede ponerlo en relación directa con ciertos valores espirituales supremos o cuando, a la inversa, lo siente subjetivamente como simple coacción económica". Este es el caparazón "vacío de espíritu", donde los individuos difícilmente encuentran un sentido en sus vidas respecto a su puesto en el orden económico.