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miércoles, 31 de agosto de 2016

Elementos que dan vida al llamado fascismo de izquierda en el espectro ideológico-político

El fascismo de izquierda lo acuñó Habermas luego del mayo del 68 francés a partir de la crítica al movimiento estudiantil de la época por la doctrina de la aplicación de la fuerza directa, sobre la cual se basaron los regímenes totalitarios en Alemania, Italia y la Unión Soviética. Y es que, históricamente, el fascismo es un tipo de socialismo que se sostiene en la idea de un Estado que aplica un fuerte control social a través de la fuerza con un discurso crítico a los efectos que provoca el capitalismo y la liberalización del comercio.
Al referirse al "fascismo de izquierda" Habermas también hacía alusión al accionar de grupos armados en la Europa de fines los años sesenta, como las Brigadas Rojas italianas y al Grupo del Ejército Rojo de Alemanía, que optaron por atentados en ciudades para dar a conocer sus causas.
En una entrevista dada en 1979, Habermas deja entrever que su crítica a las estrategias de algunos grupos de estudiantes apuntaba a lo que él apreciaba como tendencias alejadas de la razón ilustradora: "Estoy firmemente convencido de que sobre todo la izquierda, y en particular la marxista, puede reclamar un mérito único frente a otras fuerzas políticas: la idea de poder proporcionar análisis teóricos de perspectivas a mediano o largo plazo en la política diaria. Creo que no debería de abandonarse esta tradición y opino también, por otra parte, que nunca como ahora, carecemos de análisis políticos convincentes. Quizá es ésta también una razón que en su tiempo me hizo chocar frontalmente con los estudiantes; fue necesario. Nunca entendía en realidad los dogmatismos que se cultivaban entre los estudiantes anarquistas, incluso cuando sus relaciones y formas de vida eran en sí antidogmáticas".
La corriente del anaquismo estudiantil fue el blanco de crítica por parte de Habermas, por cuanto él entiende la razón moderna y sus instituciones democráticas que suponen una cierta estructuración de disciplina o de auto control, ni una estructura doctrinaria útil para el actuar racional, a partir de reflexiones más sistematizadas de la realidad.
Esta fue la entrevista en que Habermas se retracta de haber usado la calificación del "fascismo de izquierda", el cual -sin embargo- se logró abrir un campo de estudio en las relaciones dentro de las ciencias políticas y de la ideología. 
En estas investigaciones se destaca la obra "Ganadores y perdedores", del sociólogo Irving Louis Horowitz, que se basa en los escritos de Lenin sobre "El extremismo, la enfermedad infantil del comunismo", donde el ruso relaciona al anarquismo como enemigos de la clase obrera, catalogando la corriente como "oportunista y un producto de la burguesía revolucionaria" (para pesar de los seguidores de Bakunin). Sobre este pilar Horowitz señala el fascismo de izquierda combina más de una corriente ideológica con un programa político que despierta interés en ciertos sectores de la población y que se inspiran en las categorías de la lucha de clases, el populismo, el totalitarismo desde el aparato estatal y antisemitismo.
En el universo ideológico del fascismo de izquierda caben apreciaciones del mundo que rechazan con un discurso absolutista las ideas teológicas y establecidas, catalogándolas con un sesgo anticapitalista. La concepción iconoclasta, de esta forma, se convierte en una ideología reaccionaria a lo que consideran la política reaccionaria del capitalismo, lo que se puede apreciar en grupos de neofascistas italianos que conjugan un discurso anticapitalista y popular, aunque sin la concepción del internacionalismo que sostiene el comunismo.
Ivan Buttignon, investigador de la Universidad italiana de Udine recopiló las afinidades que el fascismo de Mussolini provocó en ciertos cuadros comunistas de la época: "Bolchevismo y el fascismo se consideran también el desarrollo lógico de un rechazo del capitalismo y el parlamentarismo. Estamos en los años treinta: el odio fascista está  dirigido a la clase liberal, entonces la clase moderada y media. Ni siquiera el socialismo, ahora disuelto, se percibe como  enemigo. El comunismo se interpreta, en muchos caso".
La concepción de reacción al mundo reaccionario es una inversión ideológica es otro rasgo que identifica al fascismo de izquierda, asignándole una carga negativa al concepto de ideología, como lo hizo Marx. Pero en esta tensión negativa a la ideología, vista como la defensa de los intereses del establishment, acepta la lógica de la violencia por la reacción; "yo soy violento porque el sistema es violento", abriendo espacio a la legitimación de la acción de fuerza directa en función a la violencia simbólica que acuño Pierre Bourdieu. De aquí se desprende que el concepto de tolerancia, entendido desde la matriz de la ilustración, tampoco tiene cabida en la concepción del fascismo de izquierda, donde la idea del eterno conflicto no termina hasta que aparezcan nuevas formas de acción directa que incorporan la violencia para empujar el cambio en el orden de cosas.
Georges Sorel en su obra "Reflexiones sobre la violencia", a inicios del siglo XX también planta la semilla de la derivación fascista que tuvo el socialismo. Plantea una crítica al racionalismo de la doctrina socialista, asociando la violencia como un valor moral, como una herramienta de regeneración para que el hombre alcance metas sublimes. La sublimación de la violencia como método y el rechazo a la negociación y a la fase arquitectónica de la política es otro ingrediente del fascismo de izquierda.
Estos principios como praxis son los que identifican al fascismo de izquierda dentro del espectro ideológico-político, siendo una manifestación no puntual ni adscrita al anarquismo exclusivamente, pues sus formas de expresión son más bien transversales, en el sentido que se plantean como una estrategia de resistencia a las formaciones ideológico políticas que tienden a estabilizarse en el tiempo, dejando de lado la acción directa para producir cambios en la sociedad.

sábado, 27 de agosto de 2016

Crítica cultural y sociedad en Theodor Adorno: Cómo salir de la cosificación

Una serie de elementos que constituyen la base que ha configurado las relaciones entre poder político, sociedad, Medios de Comunicación y crítica cultural entrega Theodor Adorno en sus ensayos  "La Crítica de la cultural y la sociedad", elaborados en los años 50 del siglo pasado, paralelamente a la articulación e obras cmo a Dialéctica de la Ilustración y la Mínima Moralia.
En las diversas temáticas que aborda como punto de partida de sus análisis, Adorno muestra los rasgos que caracterizan a la teoría crítica que desarrolló con Max Hockeimer: En "Spengler bajo el ocaso", el filósofo alemán analiza el incipiente rol conductor de los Medios de Comunicación en su influencia hacia la opición pública desde la perspectiva spengleriana sobre el dominio de las masas, la propaganda y la tendencia a convertir la democracia en una dictadura, pensando en la experiencia dejada por el totalitarismo del nazismo alemán, el fascismo italiano y la Unión Soviética de Stalin.
Adorno señala que, de acuerdo a Spengler, la propaganda genera "una expropiación de la conciencia de los hombres por los medios centralizados de la comunicación pública", recordando la visión que apreciaba Spengler sobre el poder de influencia de los Mass Media, cuya estructura funcional se mantiene hasta ahora: "La prensa es hoy un ejército con especialidades cuidadosamente organizadas; los periodistas son los oficiales y los lectores son los soldados. Y ocurre en ese ejército lo mismo que en cualquier otro: el soldado obedece ciegamente, y los cambios de objetivo de guerra y de planes de operaciones se consuman sin que él se entere. El lector no sabe una palabra de lo que se pretende de él, y no tiene que saberlo, ni tampoco el papel que desempeña en el asunto. No puede imaginarse más terrible sátira de la libertad de pensamiento. En otro tiempo uno no podía atreverse a pensar libremente; hoy puede atreverse uno a hacerlo, pero resulta imposible. Cada cual pensará lo que le hagan pensar, y lo sentirá como su libertad".
En esta línea, la interacción entre el Estado y el poder económico de grupos de interés que giran en torno al aparato estatal arrojan como resultado una comunicación pública que establece un discurso de manipulación enfocado a la reproducción y mantención de intereses sujetos a un orden económico, en que las fallas producidas por el mercado son encargadas a la gestión estatal, todo bajo el principio de la estabilidad que se alimenta de la relación entre necesidad y satisfacción, la cual -a su vez- se manifiesta en el campo cultural.
En otras palabras, según Adorno, estos son ingredientes que configuran el control social: "Hoy día la necesidad de producir para las necesidades en la forma mediada de éstas en y por el mercado y luego cristalizada en aparente naturalidad, es uno de los instrumentos principales de la sujeción", donde la comunicacion pública no es más otro factor de la producción.
Más adelante, en el ensayo "La crítica cultural y de la sociedad", Adorno plantea la dialéctica que se esconde detrás del concepto de libertad de opinión y expresión, explicando que la emancipación del espíritu humano del poder teológico-feudal pasó a una clase de sujeción más implícita. "No sólo se dispone el espíritu a su propio tráfico y compraventa en el mercado, reproducieno así, él mismo, las categorías sociales dominantes, sino que, además, se va asemejando objetivamente a lo dominante incluso en lo casos en que, subjetivamente, no llega a convertirse en mercancía".
Adorno también ve una dinámica perniciosa entre este producto cultural y la vida del individuo que se asocia con el mundo el trabajo sujeto a la producción, al considerar que la "libertad sigue siendo una ambigua promesa en la cultura mientras la existencia de ésta depende de la realidad vanamente conjurada y, en última instancia, mientras la libertad depende de la disposición sobre el trabajo de los otros".
Otro elemento crítico de Adorno es que la cultura, durante la era liberal, haya caído, haya sido reducida a la circulación de bienes: "Bien atada y administrada y concienzudamente calculada, la cultura va muriendo de inanición. La denuncia de Spengler, según la cual el espíritu y el dinero van juntos, resulta plenamente acertada".
 La crítica cultural está atrapada en la red de la cultura y el comercio y al no poder salir de esta, participa de su superficialidad, aunque se instale como un pensamiento crítico. "La crítica cultural recubre y disimula la crítica, y sigue siendo ideología en la medida en que es mera crítica de la ideología".
Una cultura atrapada en este tipo de estructura, en que se cosifica la ideología, transformándola en "la apariencia socialmente necesaria" que, según Adorno la dialéctica es capaz de revelar, a través de la contradicción existente entre la idea objetiva de la formación cultural y aquella pretensión de la ideología de estar de acuerdo con la realidad.
Sin embargo, de todos modos, el filósofo alemán deja la puerta abierta, señalando hegelianamente que la filosofía del espíritu individual plantea la posibilidad implícita de superar el tipo económico que atrapa a la cultura.
"En la medida en que el método dialéctico tiene que recusar hoy la identidad hegeliana de sujeto y objeto está también a tener en cuenta la duplicidad de momentos: se trata de relacionar el saber de la sociedad como totalidad, y el saber de imbricación del espíritu en ella, con la exigencia del objeto -como tal, según su contenido específico- de ser conocido. Por esta razón, la dialéctica no permite que ninguna exigencia de pureza lógica le castre su derecho a pasar de un género a otro de las cosas, su derecho a iluminar la cerrazón de las cosas con una mirada puesta en la sociedad, y su derecho a presentar la cuenta a la sociedad que no es capaz de redimir la cosa", concluye Adorno.
La crítica en este sentido que sostiene Adorno de la cultura establecida debe entrar y salir de estas estructuras, concentrándose en la liberación de la cosificación, lo que se aproxima con la destotalización de la sociedad.

jueves, 25 de agosto de 2016

El autoritarismo en el "saber económico" del dirigismo liberal en Chile

El dirigismo liberal, nacido de la sociedad Mont Pelerin, contempla la aplicación de los principios liberales en la economía en un contexto de autoritarismo, como lo planteó Friedrich Von Hayek, uno de los principales exponentes de esta vertiente del liberalismo, en una entrevista dada al diario El Mercurio durante la dictadura militar de Augusto Pinochet en Chile: "una dictadura puede ser un sistema necesario para un período de transición. A veces es necesario que un país tenga, por un tiempo, una u otra forma de poder dictatorial. Como usted comprenderá, es posible que un dictador pueda gobernar de manera liberal. Y también es posible para una democracia el gobernar con una falta total de liberalismo. Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente".
Este principio que integra el desarrollo liberal en un marco autoritario es el que ha caracterizado al liberalismo hegemónico en Chile, aunque convengamos que existe una amplia heterogeneidad de ideas liberales con diferentes matices. Sin embargo el tipo de liberalismo imperante en Chile se caracteriza por tener un orden discursivo de los propugnadores del pensamiento libertariano ortodoxo que en los últimos años ha conformado una feligresía no despreciable, aunque dentro de ella es posible identificar dierente posturas, de las cuales pocas son las que no omiten la relación que existe entre la implementación de medidas liberales en el contexto de la dictadura militar.
Un principio en el guiño al autoritarismo liberal de Hayek se sustenta en su obra "Derecho, Legislación y Libertad", donde señala el "desvío del ideal democrático" que a su juicio se genera "cuando se dota a un gobierno democrático de omnímodos poderes, se le debilita hasta el punto de convertirlo en simple juguete de cuantos intereses sectarios los gobernantes de ven obligados a complacer al objeto de lograr para sus programas el necesario apoyo mayoritario". 
En otras palabras el escepticismo del dirigismo liberal cae en la eterna sospecha hacia la figura de los "políticos", como organizadores desde las cúpulas para que las personas se movilicen, encontrando un punto de coincidencia con el discurso autoritario que, en otros ejemplos, se ha dado en los gobiernos totalitarios de carácter corporativista o en la misma dictadura de Pinochet, donde las vertientes doctrinarias del nacionalismo y corporativismo, al igual que este tipo de liberalismo, coincidían en achacar todos los males a los políticos, para lo que se requería de una élite ilustrada encargada de orientar a las masas ignorantes. Aquí se inserta la idea de la democracia protegida, acuñada por Jaime Guzmán, en cuya institucionalidad tuvo cabida este tipo de dirigismo liberal, específicamente a la hora de diseñar la política económica, del trabajo y de la previsión social.
La teoría política de esta clase de liberalismo ha tomado elementos ideológicos de la tecnocracia, configurando un orden argumentativo que denosta a los otros discursos u opciones éticas que se oponen a los resultados que el principio liberal dice defender, especialmente en el campo de la economía política, estableciéndose como un saber dogmático.  Detrás de un dogma está la idea de tener un pensamiento único con la finalidad de mantener el poder.
Esto queda manifiesto en el debate sobre el sistema previsional, donde la aparición de las movilizaciones sociales contra la AFP ha encontrado una reacción discursiva de los que dicen ser libertarios en las redes sociales, en que se trata de ignorantes a quienes deciden materializar su opción de oponerse al sistema de capitalización individual, con lo que el principio liberal queda atrapado en la lógica técnica de infalibilidad, al estilo papal. Los economistas son la encarnación del poder pastoral que menciona Foucault, seguidos a ojo cerrado por los que dicen ser "libertarios" a la hora de poner los argumentos en el debate sobre la institucionalidad hecha con principios liberales.
El pensamiento tecnócrata se siente incómodo con la deliberación democrática, la considera carente de la racionalidad "neutra" que ofrecen los números y enfoques cuantitativos. Y este razonamiento se ha insertado en la lógica del dirigismo individual los que se oponen a los sistemas creados bajo el principio liberal están en un estado de profundo error o simplemente son manipulados por la lógica usurpadora de alguna fuerza política-ideológica que les ha envenenado la mente y voluntad. e ahí, por ejemplo se entiende el exabrupto propagandista de José Piñera, al señalar que el comunismo y grupos terroristas están detrás de las movilizaciones de rechazo a las AFP.
En esta línea, este tipo de liberalismo guarda semejanza con pensamientos de corte iluminista, al estilo del magisterio del catolicismo que asociaba el error por la separación de la verdad portadora de sus ideas e instituciones, o de Ortega y Gasset, quien asoció la virtud en las élites y la ignorancia en las masas. 
La paradoja entonces es que esta clase de liberalismo niega la autonomía individual de las personas. Demuestra que no cree en que las personas sean capaces de tomar una decisión personal de rechazar el sistema previsional actual, encontrando a otras personas que coinciden en este diagnóstico. Esto, para el dirigismo liberales es el producto de una fuente externa que controla a las personas y aquí emerge también la visión liberal contra la burocracia: el liberalismo considera que el burócrata implementa directrices legales usurpadoras que son seguidas por un grupo de ovejas que se someten al poder blando de las normas y reglamentos. Esto queda de manifiesto con el discurso que reproducen por redes sociales algunos autodenominados "liberales" con la argumentación de que las personas que rechazan las AFP y piden un cambio al sistema previsional imperante no saben o quieren que el dinero ahorrado en las cuentas inviduales sea usurpado por los políticos y burócratas. Con esto el dirigismo liberal también tiende a crear la idea de un grupo de personas "burocratizadas" que no han sido tocadas por el iluminismo de su doctrina, por lo que autoritariamente les asigna una falta de autonomía, sin considerar el interés individual de esas personas, quienes no han sido obligadas unas a otras para marchar contra algo que no consideran eficiente desde el punto de vista práctico, ni justo desde el punto de vista moral y de la preocupación por el otro.
El liberalismo hayekiano establece un sistema de guardianes de un cierto saber, la tecnocracia, cuyas pretensiones de validez catalogan otros saberes con la certeza autoreferente de que están equivocados. En la historia de la teoría política esto es normal, pero sostener que sobre esta base del error se desmerezca la opción individual de las personas a disentir es caer en el autoritarismo, lo que en algunos autodenominados liberales no parece provocar mucho conflicto.

martes, 23 de agosto de 2016

Sistema de AFP, mercado laboral flexible y modernidad líquida

La flexibilidad del mercado del trabajo es uno de los pilares fundamentales de la tensión estructural que caracteriza el funcionamiento del sistema de capitalización individual, el cual fue pensado como un  mecanismo de ahorro basado en la responsabilidad de cada trabajador para acumular recursos pensando en la futura pensión. Pero ello supone un acceso estable de ingresos en el tiempo, además de niveles de salarios que se empinen por sobre el costo de la vida que registra la inflación.
El problema fue que el sistema instaurado en Chile en 1981 se impuso a la población mediante una propaganda unilateral, en un contexto de dictadura militar, que prometía eficiencia a partir del mecanismo de acumulación de capital para los trabajadores, siendo un impuesto al trabajo de carácter obligatorio. Todo esto en un mercado laboral que también se impuso con el Plan Laboral de José Piñera, que cambió la correlación de fuerzas en las relaciones laborales y que sembró la bases para la flexibilidad del Código del Trabajo.
El orden discursivo del sistema previsional de las AFP prometía una pensión digna: "El sistema de capitalización individual es el único que relaciona los beneficios que el sistema proporciona con los esfuerzos que realicen los trabajadores durante su vida laboral activa. Serán mejores las pensiones de quienes trabajaron más tiempo", señalaba José Piñera, el padre del engendro en su libro propagandístico "El Cascabel al Gato".
Sin embargo la relación entre los frutos del ahorro con la vida laboral activa se enmarcaron en un mercado laboral caracterizado por una mayor inestabilidad en el tiempo, producto de la flexibilización en los contratos laborales. Este es uno de los fundamentos de la licuefacción en el mundo del trabajo que plantea el concepto de "modernidad líquida", acuñado por el filósofo y sociólogo polaco, Zygmunt Bauman.
A su juicio, la modernidad se ha exacerbado en un proceso de licuefacción de su razón creadora, pasando de tener rasgos sólidos, con una forma estable, a un modernidad líquida que cambia de forma y espacio; es liviana para moverse fácilmente en el tiempo, de un modo más instantáneo. La producción avanzó desde esta solidez en la materialidad y durabilidad de los bienes producidos, pasando a ser más livianos y con una vida útil más acotada en el tiempo. Esta lógica de producción se relaciona estrechamente con el paradigma de un mundo laboral menos sólido.
El trabajo es una de las relaciones sociales que pasa por este análisis de la modernidad líquida y que se manifiesta con la flexibilidad laboral, la cual supone una poca durabilidad en el tiempo, algo que se puede desmontar fácilmente. Las relaciones laborales se vuelven modulables, para el ahorro de costos en el capital y eso supone la parcelización de salarios, por lo que el poder adquisitivo también pasa a licuefaccionarse mediante la reconfiguración de los contratos: Desaparecen los estables en el tiempo para dar espacio a contratos por proyecto, por horas determinadas, lo que cae en la categoría del subempleo y que se ha constituido en el escenario en que se desenvuelve el modelo del "Mercedes Benz" que señala José Piñera, quien omite el hecho de que este automóvil no tiene bencina suficiente para hacerlo funcionar de la forma ideal con que se ha venido vendiendo desde su instauración. Siguiendo esta analogía, si no hay dinero para ponerle bencina al "Mercedes Benz" el automóvil no se usa y surge la opción de venderlo.
"La flexibilidad es el slogan de la época, que cuando es aplicado al mercado de trabajo presagia el fin del "empleo tal y como lo conocemos", y anuncia en cambio al advenimiento del trabajo regido por contratos breves, renovables o directamente sin contratos, cargos que no ofrecen ninguna seguridad por sí mismos sino que se rigen por la cláusula de "hasta nuevo aviso", indica Bauman.
Bauman sostiene que la modernidad líquida el mercado laboral es más inestable, precario. Al trabajador no se le permite configurar la certeza laboral, se le arroja a la categoría de trabajador "por cuenta propia", donde caben pequeños emprendimientos y el comercio informal, por sobre el trabajo asalariado.
"De universo de la construcción del orden y del control de futuro, el trabajo se ha desplazado al ámbito del juego; el acto de trabajar se parece más a la estrategia de un jugador que se plantea modestos objetivos a corto plazo sin un alcance que vaya más allá de las próximas dos o tres jugadas. Lo que cuenta son los efectos inmediatos de cada jugada y los efectos deben ser aptos para su consumo también inmediato", precisa Bauman, en una descripción de la tendencia actual que tiene el mercado laboral.
Según Bauman, la modernidad líquida supone un presente volátil, que fluye y cambia con las circunstancias, en que las personas dependen de sí mismas. "Cuando menos control tenemos de presente, menos abarcadora será la planificación del futuro. La franja de tiempo llamada "futuro" se acorta, y el lapso total de una vida se fragmenta en episodios que son manejados "de a uno por vez". La continuidad ya no es más un indicador de perfeccionamiento. La naturaleza del progreso, que supo ser acumulativa y de largo plazo, está dando lugar a requerimientos que se dirigen a cada uno de episodios sucesivos por separado: las virtudes de cada episodio deben quedar demostradas y ser consumidas totalmente antes de que éste finalice y el próximo comience. En una vida regida por el principio de flexibilidad, las estrategias y los planes de vida sólo pueden ser de corto plazo".
La gran cantidad de lagunas en el sistema de capitalización tiene una relación directa con la mala calidad del trabajo persistente en el mercado laboral chileno, producto de un empresariado que insiste en concentrarse en un modelo extractivista que se ha rehusado a avanzar a la famosa "segunda fase", incorporando mayor valor agregado, con capital tecnológico, altos niveles de investigación y desarrollo y e innovación tecnológica, lo que supone la calificación del trabajo, cosa que en Chile llega a bajos niveles dentro de la fuerza laboral.
La falta de cotizaciones plantea abiertamente una situación de incerteza en el presente y, por ende, hacia el futuro. Si el sueldo fatigosamente no alcanza en el presente para fin de mes en la gran mayoría de la fuerza de trabajo efectivamente la planificación del futuro pasa a un segundo, tercer, cuarto y quinto plazo. Con un presente de ingresos precarios e inestables no alcanzan a configurarse estrategias de largo plazo, lo que se suma a la brecha de información que tienen las AFP.
Esta es una de las omisiones discursivas de los apologistas del sistema de capitalización, pues el mismo creador del mecanismo de ahorro paralelamente sentó las bases de un Código Laboral, lo que significó un cambio en la correlación de fuerzas a la hora de acordar contratos. El contrato de trabajo es parte de un contrato civil a gran escala en el cuerpo social. Si se hace asimétricamente una de las partes pierde más que la otra. Para el caso chileno esto se activó con las disposiciones legales del Plan Laboral de José Piñera, que terminó restando más libertad al factor trabajo, a favor del factor capital. Este fue el terreno en que se sembró el sistema previsional, siendo la precariedad uno de sus frutos, el que posteriormente se fue profundizando en los años noventa del año pasado, proceso en que se manifestó con mayor fuerza la idea de la modernidad líquida.
"La precariedad es el signo de la condición que precede a todo lo demás: los medios de subsistencia, en particular la forma más básica de éstos, o sea, los que dependen del trabajo y el empleo. Esos medios de subsistencia ya se han vuelto extremadamente frágiles, pero continúan haciéndose más quebradizos y menos confiables año tras año. Mucha gente, al escuchar las opiniones evidentemente contradictorias de algunos notables expertos y buscar una respuesta acerca del futuro de sus seres queridos, sospecha no sin razón que, a pesar de las caras decididas de los políticos o de la convicción de sus discursos, el desempleo en los países ricos se ha vuelto "estructural": por cada nueva vacante laboral hay varios empleos que se han desvanecido y, simplemente, no hay suficiente trabajo para todos", sentencia Bauman.
De esta forma, la pregunta queda abierta: ¿De qué forma se conjuga un mecanismo de ahorro en un mercado flexibilizado que tiende a precarizar el trabajo y el ingreso?

martes, 16 de agosto de 2016

El manipulado principio ético del utilitarismo que tiene el sistema chileno de las AFP

Partiremos con esta afirmación: El principio utilitarista, que es un tipo de principio moral, con el que fue diseñado el sistema de capitalización individual que controlan las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP). Los argumentos para demostrarlo están contenidos en los planteamientos de los principales sostenedores de esta teoría ética, los cuales fueron adoptados en el creador del sistema, José Piñera y son reproducidos por el discurso tecnócrata y apologista del actual régimen previsional.
La idea del utilitarismo es que las acciones moralmente adecuadas son aquellas que generen la mayor felicidad y, por ende, a la aceptación que brinda esa idea de felicidad entre la mayor cantidad de personas. Existe la convicción de que la maximización cuantitativa absorbe a lo cualitativo, por lo que no importa que los diseños sean parciales o prouzcan impactos sociales no deseados, siempre y cuando sean beneficien a la mayor cantidad de personas posible. Bajo esta lógica también opera la economía política del chorreo, la cual se considera útil sobre la base del número de personas que las aceptan como un beneficio, como un objeto positivo que no les produce más felicidad que dolor.
Jeremy Bentham, padre de esta doctrina, lo explica así: "Tome en consideración al número de personas cuyos intereses aparecen ser concernidos; y repita el proceso más arriba para cada uno [de ellos]. Añada número que exprime(expresa) un grado de buena influencia (tendency) que produce el acto sobre cada individuo, con relación al que la influencia (tendency) [del acto] es buena sobre el conjunto y empiece de nuevo esto con cada individuo para el que la influencia del acto es mala sobre el conjunto. Tome la media, que, si se inclina del apreciado del placer, dará la buena influencia (tendency) general del acto, con relación al número total o con relación a la comunidad de individuos concernidos. Si está del lado Del dolor, del mal general, con relación a la misma comunidad".
De este modo, la suma de las felicidades de los individuos debe ser superor a la suma del dolor de los individuos, con lo que se demuestra la idealidad de una determinada legislación. El problema es que si la suma del dolor o malestar de los individuos es menor a la suma de la felicidad de otros, el primer grupo de personas queda rezagado, en el olvido, a quienes se les aplica el axioma "si te he visto no me acuerdo".
Con este razonamiento Bentham pone los intereses de una comunidad en la balanza: "Añada, de una parte, todos los valores de todos los placeres, y por otra parte, las de todos los dolores. Si el equilibrio se inclina del lado del placer, mostrará, con relación a los intereses esta persona individual, la buena influencia (tendency) del acto sobre el conjunto [de la sociedad]; si se inclina del lado del dolor, mostrará la mala influencia (tendency) [del acto] sobre el conjunto [de la sociedad]". 
Posteriormente, analizando a Bentham vendría John Stuart Mill, con su obra "El utilitarismo", quien señala que este principio de la mayor felicidad, entendida como el placer y la ausencia de dolor son deseables como fines de la acción humana, asociando el placer con la virtud, como lo positivo, lo deseable.
Puestas así las cosas en el diseño utilitarista la virtud se entiende como un sistema virtuoso, como aquel que es capaz de dr felicidad a la mayor cantidad de individuos, pero para que esto se manifieste se requiere un sistem contrincante, algo donde se encarne lo opuesto a la virtud y, por ende, a la felicidad para la mayoría de la población, lo que en el caso del sistema de AFP creado por José Piñera, era el antiguo sistema de reparto. En palabras de Piñera el anterior régimen estaba pervertido: tenía características parcelizadas y sectoriales, asignándoles los juicios de valor opuestos a la virtud de la felicidad que propugna el utilitarismo: corrupción, grupos de intereses, populismo, demagogia, ineficiencia, caos, etc. 
La pobreza, bajo la óptica del utilitarismo, cae en la categoría de la no virtud, de la no felicidad, como un bien éticamente no deseado. En su libro Piñera trata al antiguo sistema de reparto como el "reino de la demagogia", con lo que lo identifica como una máquina productora de infelicidad.
"Se hablaba de justicia social y, no obstante, las condiciones de vida de uno de cada cinco chilenos sólo podían ser explicadas en términos de extrema pobreza. Se festejaba nuestro sistema democrático y, a pesar de ello, los caudillismos políticos y el control de los partidos sobre el estado, sobre la gente, sobre las organizaciones sociales, sindicales y gremiales, sobre la educación y la vida productiva, era cada vez más férreo y asfixiante. Con la previsión ocurría lo mismo. Ninguno de sus resultados respondía a los principios en que el sistema parecía fundarse. Nada de lo que proclamaban sus principios de equidad, solidaridad y universalidad resultaba compatible con sus ineficiencias, sus discriminaciones, sus privilegios", señala Piñera, con lo que asocia la idea de la infelicidad y el vicio a la acción del Estado sobre el individuo, oponiéndolo a fin buscado por el utilitarismo.
Entonces, el sustrato utilitarista de Piñera sostiene que para la consecución de la  felicidad se genera por la responsabilidad individual, la que debe generar por fuerza virtud. De ahí se manifiesta el pilar del sistema de capitaliación individual, en lo que Piñera llama la correlación entre el aporte y el beneficio.
En esta línea Piñera afirma que la redistribución se opone a la búsqueda de la felicidad para la mayoría de las personas, graficándolo en cómo funcionaba el anterior sistema de reparto: "Cuando un sistema está abierto a la redistribución, la puerta queda abierta para que la corriente redistributiva opere no en dirección a quienes son más pobres sino en dirección a los grupos con mayor poder de presión. Eso fue lo que ocurrió. Las grandes víctimas del antiguo sistema previsional fueron los más pobres, que en principio se suponía que iban a ser los más favorecidos por el sistema de reparto". 
A esta situación descrita Piñera la opone con las virtudes que advierte en el sistema de capitalización indiviual: "En fin, una previsión libre, pero a la vez solidaria; una previsión justa, pero a la vez eficiente;una previsión para todos; esa era la meta de este proyecto trascendental". Como se aprecia en esta sentencia el padre de las AFP muestra rasgos utilitaristas, tales como el carácter universal ("para todos") del nuevo sistema previsional, accesible para la mayoría con características que se relacionan directamente con la felicidad ("libre", "solidaria", "justa" y "eficiente").
Finalmente Piñera destaca la masiva adhesión, el 1 de mayo de 1981, al sistema privado, señalando en su opúsculo propagandístico que el 80% de los trabajadores se adhirió "libremente" (en una dictadura sangrienta) al modelo creado por él. La cifra le sirve para apoyar el principio utilitarista de buscar el beneficio, la felicidad de la mayoría de los individuos, lo que también buscar equiparar con el monto total de dinero que acumulan las AFP, relacionando la idea de que mientras más dinero haya, más trabajadores son beneficiados y están felices.
Si bien el antiguo sistema de pensiones fue diseñado para beneficiar a un grupo de trabajadores, dejando a gran parte de la población sin una pensión, el sistema de AFP tiene el mismo problema: es universal en el papel, porque actuamente tiene a cerca de 9 millones de afiliados, pero de los cuales la menos de la mitad cotiza efectivamente, con lo que en la práctica gran parte de la población tampoco tiene acceso a una jubilación. Aquí se aprecia la manipulación utilitarista de Piñera, quien insiste en que el sistema de capitalización individual es el mejor estado de las cosas debido a que muestra una sumatoria lo más alta posible, aunque no menciona que la gran mayoría obtendrá pensione menores a $180.000, mientras que otros obtendrán cifras de $10.000, pero bajo la óptica utilitarista esto no se considera, pues lo que importa es que la mayoría de los trabajadores está dentro del sistema y eso le basta a Piñera para justificar su existencia como un paraíso de la virtudes para todo el país, suponiendo también que es lo más cercano a la felicidad.