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martes, 28 de enero de 2020

La economía política: nuestra teología cotidiana del orden imaginario desde Yuval Noah Harari

El concepto de orden imaginado del historiador israelí Yuval Noah Harari nos entrega una reconfirmación del enfoque interpretativo que relaciona a la economía política con la teología cotidiana, entendida no como un proceso de reflexión del ser desde su propia espiritualidad, sino como la construcción desde castas o cúpulas, de una cotidianidad desde lo religioso, la cual se expresa en una forma de ser, que -a su vez- es el resultado de un sistema de rituales enfocados a configurar un cierto comportamiento individual, de autocontrol, y relacional con los demás, desde el punto de vista normativo, que se trazan con la interacción de mensajes.
Según este pensador, el orden imaginario, en rigor no es algo objetivo, sino que se sustenta en la voluntad que tienen las creencias. Y aquí la palabra es fundamental: la capacidad humana de contar historias y convencer a la gente para que las creyera es el piedra angular de Harari, a partir de su obra "Dioses y Animales". Para arribar al orden imaginario es necesario pasar por la realidad imaginaria, la cual el autor la define como algo que la mayoría cree. 
La realidad imaginada ha permitido al hombre adaptarse a las necesidades cambiantes mediante la cooperación, la cual recurre a los mitos con distintas narraciones, las cuales adquieren mayor escala, entregando lo que la teoría moderna también conoce como la cohesión. La información entonces es la base para la construcción de lo que Harari denomina realidad imaginada, creadora de normas sociales sobre la base de la creencia en mitos compartidos, que están en grado de levantar imperios, organizaciones eclesiásticas universalizantes, y corporaciones económicas modernas.
La influencia de la escuela materialista en el autor y su enfoque biologicista lo llevan a sostener que productos del orden imaginario son la nociones de igualdad, derechos, libertad, democracia. "Creemos en un orden particular no porque sea objetivamente cierto, sino porque creer en él nos permite cooperar de manera efectiva y forjar una sociedad mejor. Los órdenes imaginarios no son conspiraciones malvadas o espejismos inútiles. Más bien, son la única manera en que un gran número de humanos pueden cooperar de forma efectiva", afirma.
Sin embargo, este tipo de construcciones no son estables, son reemplazados por otras narraciones, de acuerdo a las circunstancias que se van dando entre los hombres, por lo que el concepto harariano de orden imaginario se vuelve a vincular con los conceptos de cohesión y coerción, propios de las teorías modernas sobre el Estado. Y es que el hombre siempre cuestiona las creencias establecidas, se busca cambiar el mito articulador, lo que hace tambalear a la cohesión, por lo que surge con mayor fuerza la esfera coercitiva para la mantención del orden."Con el fin de salvaguardar un orden imaginado es obligado realizar esfuerzos continuos y tenaces, algunos de los cuales derivan en violencia y coerción. Los ejércitos, las fuerzas policiales, los tribunales y las prisiones trabajan sin cesar, obligando a la gente a actuar de acuerdo con el orden imaginado".
La cohesión también mantienen los órdenes imaginarios, con lo que al autor define como "verdaderos creyentes", dando forma a la fuerza que tiene el credo, lo cual se logra "no admitiendo nunca que el orden es imaginado". Esto lo podemos relacionar con la dicotomía apariencia/esencia: El orden existente, reforzado con un mito originario, es lo real y no caben dudas al respecto. Es lo más conveniente, lo que es capaz de entregar felicidad a la mayor cantidad de individuos, es el más apto para la supervivencia de la sociedad, pues asegura orden y estabilidad. El orden imaginario es la representación que más se acerca a la realidad en que se vive, en un proceso que se va naturalizando hasta derivar en los llamados derechos naturales.
Harari identifica tres pilares a través de las cuales el ordenamiento que organiza la vida se termina imponiendo: (i) Se incrusta en el mundo material, en los artefactos que se producen para acoplarse a las necesidades; (ii) modela los deseos, los cuales tienen nacen en un orden pre-existentes, y (iii) es intersubjetivo, compartido entre las personas, en una red de comunicación que se conecta entre los hombres.
Pero los mitos, como sistemas sostenedores de la cooperación de los hombres en torno a ciertas creencias, también son funcionales a órdenes imaginarios alternativos, por lo que el autor advierte la imposibilidad de salir de un orden imaginario.
Es así como estos constructos del orden imaginario, mediante los "mitos y ficciones" que denomina el historiador israelí, "acostumbraron a la gente, casi desde el momento del nacimiento, a pensar de manera determinada, a comportarse de acuerdo con determinados estándares, desear ciertas cosas y observar determinadas normas. Por lo tanto, crearon distintos artificiales que permitieron que millones de extraños cooperaran de manera efectiva. Esta red de instintos artificiales se llama "cultura".
A su juicio, tanto los grandes sistemas religiosos como el sistema de relaciones de poder en base a las dinámicas de dominio, cooperación e intercambios dentro del mercado, son parte de este orden imaginario. Harari define a la religión como un "sistema de normas y valores humanos que se basa en la creencia en un orden sobrehumano", lo que más adelante de su obra reafirma con la extensión de esta definición a los sistemas de ideas más reconocidos de la modernidad como el liberalismo, el comunismo, el nacionalismo y el nazismo, a los cuales cataloga como "religiones de ley natural".
"A estas creencias no les gusta que se las llame religiones, y se refieren a sí mismas como ideologías. Pero esto es solo un ejercicio semántico. Si una religión es un sistema de normas y valores que se fundamenta en la creencia de un orden sobrehumano, entonces el comunismo soviético no era menos religión que el islamismo", sostiene. Harari sostiene que el rol de la religión es darle una legitimidad sobrehumana a las frágiles estructuras que van creando los hombres, lo que "ayuda a situar al menos algunas leyes fundamentales más allá de toda contestación, con lo que aseguran la estabilidad social".
Si los valores y normas que se instalan son sobrehumanos se plantea la existencia de un bien supremo, que orienta la acción humana y, a partir de eso, se va construyendo el orden imaginario, ya sea a través de un principio supremo como el individuo y su autonomía, la libertad, la igualdad, la razón o otras bienes que son inherentes a la naturaleza humana.
Son las leyes naturales, que los sistemas de pensamiento con pretensiones de dominio han construido, con sus propios dogmas que -a su vez- estructuran sus respectivos credos, las que permiten establecer su relación con lo religioso. Las creencias son interiorizadas como un producto natural e inevitable.
Nos concentraremos en el liberalismo y su bien supremo, bajo la óptica harariana: "La creencia liberal en la naturaleza libre y sagrada de cada individuo es una herencia directa de la creencia cristiana tradicional en las almas individuales libres y eternas". Por su parte, en el socialismo, la piedra angular superior es la igualdad entre todos los humanos.
En lo que también llama el "credo capitalista", el autor señala el paso de una teoría que giraba en torno a cómo funciona la economía, para concentrarse en una ética donde circulan valores y creencias, mediante "enseñanzas acerca de cómo debe actuar la gente, cómo debe educar a sus hijos, e incluso cómo debe pensar. Su dogma principal es que el crecimiento económico es el bien supremo, o al menos un sustituto del bien supremo, porque tanto la justicia, como la libertad e incluso la felicidad dependen todas del crecimiento económico".
La economía política, con el credo del libre mercado que suministra necesidades materiales y simbólicas requiere del Estado para su avances, lo que vendría a ser la instancia de su teología política, la conductora y orientadora de la ética capitalista. Mercado y Estado, según Harari, promueven "comunidades imaginadas que contienen millones de extraños, y que se ajustan a las necesidades nacionales y comerciales". Las comunidades imaginan que se conocen entre sí, cuando en la realidad, debajo de las apariencias que esconden, "juegan un rol secundario frente a las comunidades íntimas de varias decenas de personas que se conocían unas a otras".
Para Harari, la nación es la comunidad imaginada del Estado y la segmentación de consumidores son las comunidades imaginadas del mercado. "Ambas son comunidades imaginadas, porque es imposible que todos los clientes de un mercado o que todos los miembros de una nación se conozcan unos a otros de la manera en que los aldeanos se conocían en el pasado", explica. Este principio de ordenamiento con pretensiones universalistas fue planteado anteriormente por la teocracia católica y la del islam.
El mercado promete orden y estabilidad si el Estado cumple con el rol del control para que la comunidad imaginada no se vea alterada por la emergencia de otras comunidades imaginadas alternativas, que surgen de otras creencias, las cuales caen en la categoría de la blasfemia. El capital tiene un carácter universalista y misionera, especialmente a partir de su fase de globalización. Estos son rasgos que Harari identifica en las grandes religiones monoteístas del cristianismo y el islam.
La religión como sistema de respuestas se acopla con la economía política moderna: el crecimiento equivale a una esperanza en el futuro, siempre está la posibilidad del porvenir, siendo esto una parte fundamental de la comunidad imaginada, lo cual está sujeto a la idea de alcanzar la felicidad: "Los capitalistas sostienen que solo el libre mercado puede asegurar la mayor felicidad para el mayor número de personas al crear crecimiento económico y abundancia material y al enseñar a la gente a confiar en sí misma y ser emprendedora".
Harari indica que el liberalismo "santifica los sentimientos subjetivos de los individuos", precisando que es aquí donde se confiere un carácter de autoridad para definir cómo es el mundo. "La gente que ha crecido desde la infancia a base de una dieta de eslóganes como estos es propensa a creer que la felicidad es un sentimiento subjetivo y que cada individuo es quien mejor conoce si es feliz o es desgraciado. Pero esta opinión es exclusiva del liberalismo".
Dese un punto de vista heideggeriano, el orden imaginario es el espacio en el que se ha olvidado el ser en el pensamiento occidental, en el sentido de que la sentencia griega del conócete a ti mismo, que menciona Harari, efectivamete queda subyugada por la entidad en que se ha transformado el sistema de cosas que son parte del orden imaginario, especialmente en cuanto a las necesidades concretas y simbólicas de las que somos parte en la estructura que da vida a la economía política, que vivimos como si fuera una teología cotidiana.

jueves, 9 de enero de 2020

El fenómeno de la corrección política desde Nietzsche para alejar manipulaciones parcializadas

En los últimos años tanto el conservadurismo como el autoritarismo han apuntado sus dardos contra lo que llaman la "dictadura de lo políticamente correcto", cuya definición la resumen como una práctica cultural, producida por "ideologías de izquierda", en el contexto de las influencias que advierten en la postmodernidad, lo que engloban en el término "marxismo cultural", cuyo fin es reprimir y censurar a las otras opiniones, pensamientos e instituciones que no se condicen con la visión de mundo dominante.
La crítica a la ideología de la corrección política ha sido tomada también por algunas corrientes liberales, que se concentran en advertir el riesgo que esto implica para la libre expresión, debido a que efectivamente el fenómeno se ha profundizado en las sociedades más abiertas o en desarrollo. Ello ha generado dinámicas recíprocas de acusaciones que, en algunos casos, ha permitido el surgimiento de las llamadas "espirales de silencio", en que se omite plantear algo para no incomodar a otros o a ciertos grupos que propugnan un pensamiento hegemónico o que pretende ser hegemónico.
Pero el apelativo de la dictadura de lo políticamente correcto en realidad es un arma de doble filo, pues supone encasillar bajo esta categoría a las formas históricas de expresión emancipatorias, deslegitimando y buscando minimizar su accionar e influencia en el campo cultural. También supone obviar las históricas formas de discriminación que existen en torno a las relaciones de poder que se dan en torno a clases sociales o grupos socioeconómicos, razas, religiones y género, con lo cual se imposibilita la inclusión de otras manifestaciones socioculturales que han avanzado producto de la apertura de las sociedades a causa del desarrollo económicos del último siglo, con su consiguiente efecto en los sistemas simbólicos y reales de necesidades de participación política y civil.
Desde el punto de vista de las posiciones conservadoras y autoritarias, que se valen de las advertencias que realizan ciertas corrientes liberales preocupadas por la amenaza a la libertad, la corrección política es una creación de la ideología "de izquierda", ya sea de la corrientes marxistas y aquellas que reconocen bajo la categoría del progresismo, con el objetivo de imponer sus ideas y valores en la sociedad.
Tanto para el conservadurismo como para el autoritarismo, "decir las cosas como son" es la forma en que se enfrenta la ruptura que les ha provocado en su visión de mundo la presencia de otras formas culturales de organización en la sociedad (la cultura de género, derechos gays, de los inmigrantes o de razas que históricamente han quedado rezagadas por la discriminación). Lo políticamente correcto, entonces, para estos pensamientos, es el no reconocimiento a la constante y dinámica multiplicación de las diversidades culturales que se vienen generando a partir del capitalismo industrial. "Las cosas como son", es una narrativa clave en el orden discursivo de lo políticamente incorrecto dentro de la cultura de la derecha, en que se busca instalar el principio de que existe una verdad que se opone a las manipulaciones de lo políticamente correcto.
Ello se ha profundizado en los últimos años con la emergencia de líderes "carismáticos", cuyo mensaje se centra en la crítica a la corrección política de la izquierda, lo cual también implica una manera de lidiar con la incertidumbre y el miedo cuando se procesa la información social provenientes de grupos que piden ser incluidos en la sociedad a través de la corrección política y sus herramientas, como la virulencia discursiva y la  denuncia pública, con sus respectivos repudios a quienes se dirige.
En el perfil de los seguidores de las doctrinas conservadoras y autoritarias, que requieren de una figura mesiánica con carisma, existe una necesidad psicológica de obtener mayor seguridad y certidumbre con un discurso “sincero y fuerte”, que no admita ambigüedades para resistirse a los cambios culturales y así persistir en la idea de manejar la incertidumbre, obteniendo un mayor control y su correspondiente tendencia a la mantención del orden de cosas.
Con estos breves antecedentes nos enfocaremos en el pensamiento de Nietzsche para acercarse a una interpretación de lo políticamente correcto, con el propósito de aclarar que este fenómeno no es un monopolio de las categorías culturales y políticas convencionales representadas en el binomio derecha-izquierda., pues este fenómeno oscila entre ambas, especialmente en sus posiciones más extremistas, donde aumenta el grado de acusaciones mutuas.
Dos caras de la misma moneda nos entrega la lectura del pensamiento nietzscheano. Una de ellas se relaciona con la posición que tiene la visión conservadora-autoritaria -y también de ciertas corrientes liberales-, desde donde se sostiene que la corrección política de la izquierda es movida por el resentimiento y la envidia, algo muy en línea con lo que plantea el filósofo alemán con la "moral de esclavos" que -según él- ha dejado el cristianismo en occidente, en que todo lo fuerte, lo noble, lo aristocrático es atacado por los débiles, por lo bajo, lo fracasado, desde donde se aspira un lugar dominante.
Este tipo de lectura también recurre a Nietzsche, en lo que respecta a su crítica al democratismo, que busca imponer lo políticamente correcto a partir de la moral del miedo que proviene del rebaño o del colectivismo nivelador. Aquí entra a jugar un rol la asignación moral bueno-malo, de acuerdo al interés de quien buscar establecer la corrección política.
En su obra El Anticristo, el filósofo alemán afirma que el cristianismo es una gran fuente niveladora hacia abajo, muy en línea con lo que en estos tiempos plantean los detractores de las ideas socialistas. Esta dinámica es la que se asociaría con el principio de la corrección política desde el punto un vista del status quo, al cual se adhiere el conservadurismo, y al cual siguen ciertas vertientes liberales: "El veneno de la doctrina de la igualdad de derechos para todos fue vertido y difundido por el cristianismo; partiendo de los rincones más ocultos de los malos instintos, ha movido una guerra moral a todo sentimiento de respeto y de distancia entre hombre y hombre, es decir, a la premisa de toda elevación, de todo aumento de cultura; del rencor de las masas hizo su arma principal contra nosotros, contra todo lo que es noble, alegre, generoso, en la tierra, contra nuestra felicidad en la tierra".
La esencia de la crítica hacia la nivelación en Nietzsche es una crítica al espíritu democrático que ha traído la modernidad, lo que va también en línea con la concepción de mundo del tradicionalismo autoritario y del liberalismo que busca defender a toda costa al individuo, por sobre "todos los deseos gregarios". De todos modos, aclaremos que el filósofo alemán no defiende las ideas liberales, sino que también las critica por producir un tipo de hombre dado a la comodidad. Es más, plantea que los espíritus opuestos a los niveladores tampoco son lo que las ideas modernas denominan como "libre pensadores", pues rehuyen a toda clasificación.
La crítica nietzscheana no obedece a una política de dominación que se pueda relacionar con la visión del mundo de las ideologías que se encaja en la izquierda o en la derecha. Por lo tanto, no cae en el tipo de disputa de estas visiones en el campo cultural, en la cual se ubica lo que se denomina como la "dictadura de lo políticamente correcto". No hay una intención de Nietzsche de defender al conservadurismo o al liberalismo, por lo que difícilmente esta posición política-ideológica difícilmente podría usar una argumentación basada en la filosofía nietzscheana para critica lo políticamente correcto que acusa en sus adversarios de izquierda que buscan contrarrestar lo que el mismo conservadurismo ha instalado con antelación.
Un ejemplo de este distanciamiento de Nietzsche con el ideal conservador, liberal y socialista, los cuales se enfrascan en la discusión en torno a lo políticamente correcto, se entrega en el aforismo 377 de la Gaya Ciencia, cuando ataca a la comodidad que se desenvuelve bajo la razón moderna, donde se da cobijo a un lugar en común para el hombre, quien ha sido subjetivizado los principios de seguridad, estabilidad y certeza establecidos por la razón moderna, en que no admite mayores cuestionamientos a otras formas de racionalidades:
"Entre los europeos de hoy no faltan aquellos que tienen derecho a llamarse a sí mismos, en un sentido relevante y honorable, los sin patria —¡a ellos encomiendo expresa y cordialmente mi secreta sabiduría y gaya scienzal Pues su suerte es dura, su esperanza incierta, es una obra de arte inventar un consuelo para ellos— ¡pero de qué sirve! Nosotros los hijos del futuro, ¡cómo seríamos capaces de estar en este hoy como en nuestra casa! Nos desagradan todos los ideales ante los que alguien todavía podría sentirse como en su casa, incluso en este tiempo de transición frágil y hecho trizas; en lo que concierne a sus «realidades», no creemos que sean duraderas. El hielo que aún hoy nos sostiene ya se ha vuelto muy delgado: sopla el viento del deshielo; nosotros mismos, los sin patria, somos algo que resquebraja el hielo y otras «realidades» demasiado tenues... No «conservamos» nada, tampoco queremos regresar a ningún pasado, no somos de ninguna manera «liberales», no trabajamos por el «progreso», no requerimos taponar en primer término nuestros oídos frente al canto del futuro de las sirenas del mercado  lo que ellas cantan, .«iguales derechos», «sociedad libre», «no más señores y no más esclavos», ¡no nos seduce!; no consideramos en absoluto como deseable que se funde sobre la tierra el reino de la justicia y la concordia (puesto que bajo todas las circunstancias se convertiría en el reino de la más profunda mediocridad niveladora y chinería), nos alegramos con todos aquellos que, como nosotros, aman el peligro, la guerra, la aventura, que no se dejan indemnizar, atrapar, reconciliar, castrar; nosotros mismos nos contamos entre los conquistadores, reflexionamos acerca de la necesidad de nuevos órdenes, así como de una nueva esclavitud —pues a cada fortalecimiento y elevación del tipo «hombre» corresponde también una nueva forma de esclavizar —¿no es verdad? ¿No hemos de sentirnos por todo esto difícilmente como en nuestra casa, en una época que ama considerar como su honor que se la llame la época más humana, más benigna, más justa que hasta ahora se ha visto bajo el sol? ¡Ya es bastante malo que precisamente ante estas bellas palabras tengamos segundos pensamientos todavía más espantosos! ¡Que sólo veamos allí la expresión —también la mascarada— del profundo debilitamiento, del cansancio, de la vejez, de la fuerza declinante! ¡Qué pueden importarnos los oropeles con que un enfermo engalana su debilidad? Aunque él pueda exhibirla como su virtud —¡no cabe ninguna duda de que la debilidad vuelve apacible, ah, tan apacible, tan justo, tan inofensivo, tan «humano»!".
Lo que apreciamos entonces es la dificultad de acotar al pensamiento de Nietzsche en una posición ideológica-política para atacar a otra, sobre todo si estas pertenecen a la tradición heredada desde la ilustración, que es -junto con Platón y el cristianismo- uno de los principales centros de la crítica del filósofo alemán.Por ejemplo, difícilmente el liberalismo que tiene de referencia a Kant podría tratar de encontrar a un "Nietzsche liberal", cuando este considera que Kant en la decadencia en términos filosóficos, como lo sostiene en su obra "La genealogía de la moral".
Entre las cosas que los espíritus libres deben superar, según Nietzsche está el mundo de apariencias construidos en la cultura occidental, mediante las costumbres que se han convencionalizado a partir de la religión. La desvalorización de estas tradiciones choca justamente contra la concepción de mundo que tienen los grupos conservadores, cuyas biografías se estructuran y acumulan en base a recuerdos familiares, donde conviven ideas y valores que mezclan fariseísmo religioso (las buenas apariencias ante la sociedad); ritualismo socioculturales: la sobriedad, el recatamiento, la austeridad, integralismo moral en los afectos y la sexualidad, y una relativa concepción social de piedad. El grueso de estos valores son el producto del convencionalismo institucional levantado por el catolicismo en occidente, al que adhieren estos grupos conservadores, especialmente en América Latina, desde donde precisamente en la actualidad ha tomado fuerza el discurso que ataca al fenómeno de la corrección política que advierten en la cultura de izquierda.
El cuestionamiento que surge entonces es cómo es posible entonces que estos grupos, que históricamente han construido sus propios fetiches morales identitarios entre sí, en base al conocimiento dogmático de la tradición católica, puedan criticar lo políticamente correcto, en circunstancias de que ellos mismos han establecido con antelación otro pensamiento políticamente correcto, que han logrado imponer en las sociedades donde actúan.
La visión de mundo conservadora-autoritaria busca combatir a la corrección política que propugnan otros grupos, pues representan una ruptura con la construcción predominante de lo políticamente correcta que los mismos conservadores han levantado, a través del autoritarismo que se realiza con la institucionalidad, expresada con la fuerza de la Ley que otorga el orden público y social que sostiene el aparato estatal.
Lo políticamente correcto se configura con la sujeción a una moral establecida (lo que siempre combatió Nietzsche), que se centra en los conceptos de pureza y bondad que son funcionales al mantenimiento de un modelo de sociedad pre-establecido, el cual requiere la aplicación de dosis focalizadas de autoritarismo político para no dar espacio a otras expresiones. Todo esto supone la mediatización de un supuesto orden simbólico restaurador y fariseo, en que todo se ve “limpio” en la superficie, escondiendo bajo la alfombra a otras expresiones socios-identitarias, las cuales son invisibilizadas.
Lo políticamente correcto es una construcción de imposiciones de usos y costumbres en el campo cultural, donde el lenguaje juega un rol primordial. Opera dinámicamente, es siempre móvil, circulando constantemente entre las relaciones de poder, compartiendo con este último concepto la característica foucaultiana de que el poder está constituido de estrategias que no se detienen en puntos fijos. 
La identificación de la corrección política no se puede aplicar en un bloque ideológico-político determinado, sino que es necesario aceptar el principio oscilatorio que tiene este fenómeno en las relaciones de poder. De todos modos, lo políticamente correcto, marca un camino hacia formas totalitarias, sea de derecha o izquierda. El que sea usado por ambos espectros refleja también su sujeción a esa gaya ciencia, o sea a esa razón occidental y convencionalizada, ese conocimiento que esconde aspiraciones moralizantes a conveniencia, y que termina cercenando a la libertad de cada uno.

jueves, 2 de enero de 2020

La cuarta teoría política de Alexander Dugin: un arma de doble filo

La Cuarta Teoría Política del ruso Alexander Dugin es una obra de doble filo. Por un lado realiza un diagnóstico acerca del agotamiento que han sufrido las tres principales doctrinas nacidas al alero de la ilustración moderna: el liberalismo, el comunismo y el fascismo, las cuales -a su juicio- comparten el tronco común de ser ideologías que buscan instalar una razón universalista que ha terminado por limitar la libertad interior de los hombre.
Hasta aquí surge como una alternativa a las ideas hegemónicas de los últimos 170 años, pero, por otro lado, entraña el riesgo de sostener una teoría de la acción política marcada por el autoritarismo, el conservadurismo tradicionalista, además de un ideario nacionalista que ha sido recogido especialmente por parte de los sectores de extrema derecha europeos y a grupos autoritarios de izquierda con tendencias nacionalistas, a quienes les abre la puerta para buscar alianzas con plataformas populistas que se planteen como una opción contra el liberalismo, comunismo y fascismo, así como las formas sintéticas que nacen de estas tres vertientes. En la primera de estas tres doctrinas se concentra el ejercicio crítico de Dugin, entregando aportes en la materia, a través del repaso de la herencia de Nietzsche, Heidegger y las concepciones anti edípicas de Deleuse y Guattari, entre otras corrientes.
Al liberalismo Dugin lo ubica como la teoría política más exacta de la naturaleza de la modernidad, calificando a la postmodernidad como la "lógica ulterior" de esta. Es así como el objetivo central de la obra es describir la justificación de lo que llama "la cuarta teoría política", la cual plantea no seguir los debates del liberalismo en torno al socialismo, comunismo y nacionalsocialismo, a los que cataloga como "subproductos" de la modernidad, sino que apunta una opción "radical", con sus propios fundamentos ontológicos, antropológicos, cosmológicos, gnoseológicos, epistemológicos y económicos.
Uno de los principales sostenes concepttuales de Dugin es el dasein heideggeriano, al que entiende como el sujeto de la Cuarta Teoría Política, explicándolo como "la naturaleza del hombre como especie, en el estado primario, que antecede a todas las superestructuras filosóficas, políticas, sociales e ideológicas". Pero el proceso de la modernidad, para él, terminó por degenerar el dasein, lo que el autor asocia como una alienación, una reflexión deformada: "El individuo, la clase, y el Estado son conceptos quiméricos de un ser perdido, abandonado por la existencia".
Su propuesta es rescatar lo que llama las tradiciones culturales concretas para liberarse de la sujeción de las doctrinas universalistas y del proceso uniformalizador de la globalización, como -por ejemplo- los patrones de consumo y prácticas de organización política. Y así se vuelve a la interacción de las tres principales ideologías nacidas del proceso moderno: El liberalismo (la primera teoría política); el comunismo y sus derivaciones socialistas (la segunda teoría política) y el fascismo (la tercer teoría política con sus derivaciones autoritarias y populistas).
El autor reconoce al liberalismo como el vencedor, puesto que señala que este logró traspasar el límite de la dimensión política para pasar a ser una doctrina con pretensiones de inevitabilidad, a través de posiciones dogmáticas en torno a la aspiración tecnócrata del manejo económico. Señala que el principio autorreferente del fin de la historia es apropiado por el economicismo post liberal. No hay problema que no pueda ser solucionado bajo esta óptica, por lo que las demás formas de conocimiento de aplicación en la gestión de las políticas públicas y sociales son descartadas por un tipo de pensamiento unívoco.
"Cuando el liberalismo se convierte de una estructura ideológica en el único contenido de la existencia social y tecnológica presente, ya no es una "ideología", es un hecho existencial, es el orden "objetivo" de las cosas, que no es sólo difícil sino absurdo confrontar. El liberalismo en la era posmoderna pasó de la esfera del sujeto para la esfera del objeto. Esto conducirá a la sustitución completa de la realidad por la virtualidad", precisa Dugin.
Esto es lo que lleva a la Cuarta Teoría Política a centrar sus críticas al liberalismo, que reconocer como el productor del post liberalismo, que se levanta sobre la base de un rechazo a las categorías de la post modernidad, la sociedad post industrial y del proceso de globalización. Considera que este ideario debe ser "derrotado y destruido y el individuo debe ser tirado de su pedestal", planteando la necesidad de despojarle la libertad al liberalismo, para abrirla de las restricciones que le impuso la misma doctrina liberal moderna.
"La Cuarta Teoría Política debe ser la teoría de la libertad absoluta, pero no como el marxismo en el que coincide con la necesidad absoluta (esta correlación niega la libertad en su propia esencia). No, la libertad puede ser de cualquier tipo, libre de cualquier correlación o de falta de ella, hacia cualquier dirección y cualquier objetivo", precisa.
Plantea que esta clase de libertad debe ir más allá de los límites del individuo, que sea multidimensional, desde el estar en el mundo de cada uno, pasando por cualquier forma de subjetividad, hasta la cultura, reconociendo con esto que la libertad "siempre está llena de caos, pero también está abierta a las oportunidades". La libertad se abre más allá de la razón moderna, dando también espacio a nuevas propuestas ontológicas, que Dugin plantea desde el Dasein de Heidegger, a partir de lo cual también propone una nueva antropología política.
La verdadera libertad para Dugin supera los límites de la individualidad del liberalismo moderno, la cual se deposita en el dasein heideggeriano, cuyo significado de autenticidad se fue diluyendo a causa de las ideologías nacidas de la ilustración (liberalismo, comunismo, fascismo): "La libertad del dasein se encuentra en la aplicación de la oportunidad de ser auténtico, es decir la realización del Sein más que del da". El Dasein, por lo tanto es el sujeto de la Cuarta Teoría Política y no el individuo como lo es en el liberalismo, la clase social (comunismo), ni la raza (nacionalsocialismo-fascismo).
Luego, el autor pasa a la crítica de los procesos monotónicos, que identifica en las tres ideologías pilares, basados en el concepto del evolucionismo moderno y su idea de progreso. En el liberalismo, a partir de H. Spencer, sostiene que el evolucionismo reafirma la oportunidad que tienen los fuertes para que su poder sobre los más débiles sea más eficiente. La misma raíz evolucionista de progreso, en base a la ciencia, es tomada por los seguidores del socialismo científico de Marx, mientras que el nacionalsocialismo alemán lo incluyó en el principio racial.
"Las tres ideologías se originan de la misma tendencia: las ideas de crecimiento, desarrollo, progreso, evolución y de la mejora constante y acumulativa de la sociedad. Todas ellas ven el mundo y el proceso histórico como formando parte de un crecimiento lineal. Ellas difieren en su interpretación de este proceso y atribuyen significados diferentes a él, pero todas aceptan la irreversabilidad de la historia y su carácter progresivo", acota Dugin.
Las tres prometen modernización en una sola dirección, desdeñando las síntesis entre sí. Sus principios de crecimiento, desarrollo y progreso tienden a reducirse a ciertos indicadores específicos. El proceso monotónico no acepta desviaciones de la visión lineal y unidimensional que está dentro de estas ideologías, ante lo cual Dugin plantea una lectura vitalista nietzscheana: "En lugar de las ideas del proceso monotónico, progreso y modernización, nosotros debemos apoyar otras consignas dirigidas hacia la vida, la repetición, la preservación de lo que es de valor y al cambio de lo que debe ser cambiado".
En esta visión vitalista señala que hay vida debajo de lo que han sepultado los conceptos de las doctrinas tributarias del cientificismo del siglo XIX, especialmente del liberalismo y el marxismo, planteando que es posible entender y aplicar una complementación cíclica entre lo apolíneo y lo dionisíaco, como una manera de entender las contradicciones que genera la concepción moderna del progreso. "La mitad del ciclo la constituye la modernización, mientras que la otra mitad decadencia; cuando una mitad emerge, la otra se hunde", acota Dugin.
La relación entre conservadurismo y postmodernidad también es abordada por Dugin, reconociendo tres tipos de conservadurismo, los cuales se construyen en los tiempos históricos de diferentes maneras: el tradicionalismo, el fundamentalismo y el liberal. Este último, a diferencia de los dos primeros, acepta las tendencias de la modernidad, pero poniendo frenos a las formas de libertad que buscan escapar del orden moderno, por lo que Dugin profundiza su crítica al liberalismo, afirmando que el pensamiento conservador liberal se sostiene más por la evolución, en vez de las liberaciones que no están sujetas a los moldes de la razón moderna.
"Mirando el rizoma de Deleuze, ellos (los conservadores liberales) manifiestamente se sienten fuera de su elemento. Además, tienen miedo de que el desmantelamiento acelerado de la modernidad, que se desenvuelve en la postmodernidad, termine por liberar la pre-modernidad", afirma.
Surgen así los discursos enfocados en la eterna vigilancia, advertencia y alerta en torno a la venida del socialismo-comunismo. "Extrapolando falsos temores, el anti-comunismo contemporáneo creó quimeras, espectros e imágenes a escala aún más grande que el antifascismo contemporáneo. El comunismo ya no existe -así como el fascismo- en su lugar queda una imitación de baja calidad, un inofensivo Che Guevara haciendo la publicidad de teléfonos móviles o adornando camisetas de la juventud pequeño burguesa ociosa y acomodada", dice el autor, añadiendo que el conservadurismo liberal no está dispuesto a aceptar estas ironías, puesto que "teme la relación del logos en la postmodernidad, incierto de que el enemigo haya sido completamente derrotado. Sueña que el cadáver postrado todavía se mueve, por lo que no recomienda acercarse demasiado o burlarse de él, sintiendo que esto es como coquetear con el peligro".
La hegemonía alcanzada por el liberalismo con la unipolaridad y la globalización es otro eje crítico de Dugin:
"El contenido del liberalismo cambia, pasando del nivel de la expresión para el nivel del discurso. El liberalismo se convierte no en el liberalismo propiamente dicho, pero en una sub-audición, un acuerdo tácito, un consenso".
Sin embargo, en esta derivación hegemónica que aprecia en torno al liberalismo y al post-liberalismo, es una de las justificaciones que Dugin encuentra para levantar una visión geopolítica que supere al liberalismo, utilizando aspectos positivos como la libertad en cada individuo respecto consigo mismo. El problema es que Dugien cae en un maximalismo, afirmando que esta doctrina "es el mal absoluto", una "fórmula repugnante de esclavitud", y otros epítetos, por lo que -a su juicio- debe ser rechazado.
El peligro es que, a partir de la crítica al proceso monotónico del liberalismo, se sostenga el principio de la importancia de la vida por sobre el crecimiento sobre la base de "la ideología del conservadurismo y la conservación", como afirma Dugin, pese a que aclara que no se trata de un convencionalismo entendido en el sentido convencional.
Esto es lo que le ha gustado a los grupos de extrema derecha, que ven un salvavidas en los postulados de la Cuarta Teoría Política, especialmente a partir del postulado duginiano de revertir el tiempo y darle espacio a conceptos como construcciones teológicas o de castas, propias de las tradiciones dejadas de lado por la modernidad, con el propósito de preservar la existencia que se ve amenazada por los procesos de la post modernidad y los límites según Dugin- que impone a los individuos.
Por más que Dugin sostenga que este teoría supone la existencia de diferentes futuros en diferentes sociedades con diferentes historias, entendida como una ruptura radical con la puesta de vida en común de la globalización, que es parte de su propuesta de una ontología del futuro, lo cierto es que la llamada "cuarta práctica política" conduce a un camino abstracto, que no considera límites entre idea y realización, en lo que denomina "pensamiento puro", que se relaciona directamente con el mundo sobrenatural, por lo que también queda sujeta al arbitrio de los valores de los hombres, cayendo en el mismo riesgo que aprecia en su crítica a las ideologías nacidas de la ilustración.
Se entiende el salto que quiere dar Dugin con esta propuesta ontológica, la cual se vale, como él mismo dice, de una lucha soterológica y escatológica (mesianismo), pero que posteriormente mezcla con la idea de que el hombre deba abandonarse a la demencia respecto al saber creado en el contexto de la modernidad y post-modernidad, lo cual sigue siendo demasiado abierto para el mismo hombre, específicamente en cuanto a cómo aceptamos y afirmamos las diferencias que tenemos entre nosotros, sin caer en la dominación, con las categorías de bueno-malo; superior-inferior; conveniente-inconveniente, etc.