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sábado, 28 de abril de 2018

Repaso histórico para identificar los elementos que dan vida al populismo en distintas sociedades

El populismo es un concepto polisémico en la ciencia política. Sus múltiples interpretaciones se ejercen de acuerdo a las condiciones históricas y socioculturales de las sociedades en que surge como fenómeno, convirtiéndolo en un objeto de estudio abierto y dado a la confusión, debido a las dificultades que presenta para situarlo de forma precisa y fija, especialmente considerando si se define completamente como una ideología o como un movimiento.
Uno de los trabajos que orientan la definición de populismo es la obra del mismo nombre, recopilada por Ghita Ionescu y Ernest Gellner, en 1969, donde se analiza el desarrollo de este concepto en Estados Unidos, Rusia, América Latina, África y Europa del Este. Su punto de partida es el carácter elusivo para definir al populismo, pues se reconoce que emerge en formas distintas, aunque el desarrollo de este trabajo plantea la conveniencia de definirlo como parte de una psicología política.
La cultura de cada país es la que va moldeando al fenómeno del populismo. En Estados Unidos, se identifica en una parte organizada del empresariado comercial agrícola en el siglo XIX contra los monopolios de las grandes corporaciones, por lo que su apoyo gira en torno a los pequeños y medianos productores y sus trabajadores, siendo esta una constante del populismo que también se aprecia en otras sociedades, con sus respectivas estructuras productivas, comerciales y económicas. Los autores, en este tiempo (siglo XIX) y lugar (EE.UU.), ubican un populismo enfocado a la democratización económica para dar cabida a los pequeños productores excluidos de las tomas de decisión.
"No se trataba de que los populistas no vieran diferencia alguna entre el agricultor o el trabajador, o bien entre ambos y, digamos, el pequeño comerciante honesto, sino que las diferencias ocupacionales, según ellos, no revestían importancia para la política y la moral; lo que sí importaba era la división de la sociedad en dos partes: por un lado "el pueblo" que trabajaba para vivir, por el otro los intereses creados, que no lo hacían", sostienen Ionescu y Gellner.
Esto retrata una legitimidad moral asociada a una ética del trabajo honrado instalada como respuesta a las prácticas de abuso, fraudes o de engaños en el circuito económico, los llamados elementos extra económicos del capital, que suponen la aplicación de violencia, ya sea física o simbólica.
"Los intereses explotaban al pueblo; no, es importante decirlo, a través del mecanismo normal de la producción capitalista (el populismo no sufrió prácticamente influencia de las ideas marxistas, a pesar de ciertas similitudes retóricas), sino a través de sus privilegios políticos y de su poder para controlar el sistema monetario", se explica.
A partir del análisis de la experiencia estadounidense se advierte la permanente incorporación en los sistemas de partidos modernos de un tercer actor que se plantea como una alternativa a los dos bloques hegemónicos, lo que se manifiesta con una producción discursiva que se enfoca a la corrupción de los partidos tradicionales, dando espacio a nuevas ideas y presionando al cambio a los partidos del establishment.
Este es un elemento que perdura en torno al concepto de populismo. Y es que, tanto la cultura política de derecha como de la izquierda, cuando se encuentran en posiciones hegemónicas en la sociedad política y civil tachan de populista a los bloques políticos emergentes, en tanto se consideran que están alejadas de las propuestas convencionales que los dos primeros bloques se han acostumbrado a elaborar. En este sentido, el populismo es tachado como una fuerza disruptiva, desestabilizadora y creadoras de incertidumbres.
En el caso de América Latina, los autores aterrizan al concepto de populismo como una "arma organizacional para sincronizar grupos de intereses divergentes, y se aplica a cualquier movimiento no basado en una clase social específica", aunque sí en grupos sociales que se oponen al statu quo, similarmente con lo ocurrido en la expresión populista estadounidense. Lo que encuentra el análisis  en torno al concepto en América Latina es la sujeción a la figura carismática del líder, la personalización de las demandas sociopolíticas. El elemento de la autoridad en la cultura política latinoamericana pasa de la tradición al carisma, pero al mismo tiempo también es una síntesis hegeliana entre ambas categorías weberianas.
"En cierta medida, la tarea se vio facilitada por el ethos predominantemente católico de las sociedades latinoamericanas, en particular su expresión en el catolicismo popular tradicional, donde la relación entre el creyente y el santo complementa la que rige entre el patrón y el dependiente en la sociedad secular", sostienen.
Esta mezcla de autoridad se personaliza a través de un líder que busca la captura del Estado, a partir del apoyo a la inclusión de grupos socioeconómicos excluidos hasta un cierto limite político, pero que convive con la tensión entre el desarrollo de un paternalismo estatal y el fomento a la autodeterminación de las demandas ciudadanas. En el caso latinoamericano se bifurcan dos grandes polos de orientación populista bajo esta figura de autoridad: uno que plantea una sociedad de bienestar sin preocuparse de la sustentabilidad económica de largo plazo en el uso de recursos, y otro que sostiene una sociedad de oportunidades, con libertades formales y una pretendida autonomía individual que no entrega soluciones ante problemas de asimetrías de poderes económicos y socioculturales privados que terminan restringiendo las posibilidades de elección de los individuos.
Esta dicotomía entre lo que anteriormente se conocía bajo el término de masas versus élites es lo que traza el desarrollo del populismo en Rusia, la otra experiencia histórica en que se identifica el fenómeno populista, donde también cobra relevancia el rol de los pequeños productores y que, por lo tanto, buscan impulsar alternativas al marco organizacional del capitalismo.
El populismo ruso se identifica como una alternativa al marxismo, centrándose en un progreso vinculado a una economía pre-capitalista, pues se indica que existía una mayor autonomía económica respecto al poder que fue adquiriendo la burguesía con el desarrollo del capitalismo. La relación entre el populismo y la penetración del capitalismo en sociedades campesinas tradicionalistas es otro elemento que se identificó en la modernidad.
El populismo como voluntad del pueblo es otro aspecto relevante en el análisis de los autores, que se realiza sobre la base del caso africano. En este ámbito, reconocen el accionar de ciertas minorías político-sociales que se formaron en el contexto de colonización del continente negro, así como otros componentes que contribuyen a caracterizar el populismo como la falta de precisión para darle formas institucionales a las demandas que dice representar, además de la exigencia de reformar las estructuras de autoridad locales.
En sus conclusiones Ionescu y Gellner señalan que uno de los rasgos definitorios del populismo es la preocupación por la autoridad, una crítica al capitalismo por obstruir otros métodos de ordenamiento en la sociedad, aunque sin renegarlo, además del atractivo que plantea para los líderes la idea de una unidad solidaria entre sectores populares.
El concepto de populismo tiene otro uso, según los autores, como "estrategia de desarrollo destinada a aumentar al máximo las posibilidades de avance económico en un país pobre y, en consecuencia, suponérselo incluso favorable al bienestar de las propias masas", como se reconoce en el caso latinoamericano durante la primera mitad del siglo XX, en la etapa post oligárquica que planteó una fase de modernización del Estado y de una mayor intervención en el campo económico. Este tipo de populismo se retomó en parte durante los años 90, al finalizar el siglo, tanto en Argentina como Perú, mientras que en Chile se dosificó a través de la estrategia de la derecha bajo la premisa del "cosismo", por encima de las demandas políticas de la ciudadanía.
Es así como la revisión de los autores de algunos casos históricos en distintas sociedades establece una serie de coordenadas para identificar elementos constitutivos del fenómeno del populismo, lo que sirve para alejarlo de los reduccionismos de la apologética liberal que los ubica exclusivamente en la órbita del socialismo y del intervencionismo del Estado.

lunes, 9 de abril de 2018

Mecanismos de control en la empresa desde la tecnología de poder

¿Cómo la cultura de las empresas actuales se enfocan a consolidar las relaciones de poder que se dan dentro de ellas, en vez de incentivar la productividad de sus recursos humanos? La pregunta se vuelve más atingente si tomamos en cuenta el enfoque de Michel Foucault respecto al poder disciplinario en el trabajo, donde se parte de la premisa de que justamente las instituciones clásicas como la escuela y la fábrica se explican más por las relaciones de poder por sobre las relaciones sociales y el conflicto.
No es el poder disciplinario asociado al marco jurídico, ni al Código del Trabajo, sino que se enfoca en la norma, en las relaciones intersubjetivas que se producen en el ambiente de trabajo, donde las relaciones de poder son jerarquizadas, por lo que es un poder que se origina en una marco relacional.
Al identificar el poder, en su conferencia dada en Brasil titulada "Las mallas del poder", Foucault lo hace pensado en una tecnología de poder, o sea en un método aplicado sistemáticamente para producir determinados efectos en función de determinados intereses. El filósofo francés aprecia que esta tecnología del poder no solo se concentra en la dinámica de un sistema de reglas prohibitivo, sino que opera también se forma más abierta, permitiendo pequeñas aberturas en los marcos de control que se realiza en los ambientes empresariales, a través de técnicas como encuestas de evaluación intersubjetividas entre los trabajadores, donde se permite la evaluación de las posiciones subordinadas a las jefaturas, y viceversa. 
Las técnicas evaluadoras, como las famosos procedimientos de la norma internacional ISO 9001, tiende a homogeneizar las conductas y actitudes de los trabajadores más subordinados en las relaciones de verticalidad de la empresas, reproduciendo la continuación del permanente disciplinamiento que aprecia Foucault en los lugares donde se va desarrollando la división del trabajo: (...)"cuando reemplazamos los pequeños talleres de tipo corporativo por grandes talleres con toda una serie de trabajadores - cientos de trabajadores - fue necesario tanto para monitorear y coordinar los gestos entre sí, con la división del trabajo. La división del trabajo fue, al mismo tiempo, la razón por la cual tuvimos que inventar esta nueva disciplina de taller; pero, a la inversa, podemos decir que la disciplina del taller era la condición para la división del trabajo. Sin esta disciplina de taller, es decir, sin la jerarquía, sin la supervisión, sin la aparición de los capataces, sin el control cronométrico de los gestos, no hubiera sido posible obtener la división del trabajo".
A su juicio, la tecnología del poder se va perfeccionando a través del tiempo, con constantes nuevos mecanismos y procesos de control. "Por un lado, existe esta tecnología que yo llamaría "disciplina". Al final, la disciplina es el mecanismo de poder mediante el cual logramos controlar en el cuerpo social hasta los elementos más tenues a través de los cuales llegamos a los átomos sociales en sí mismos, es decir, el los individuos. Técnicas de individualización del poder. Cómo controlar a alguien, cómo controlar su comportamiento, sus habilidades, cómo intensificar su desempeño, multiplicar sus capacidades, cómo ponerlo en el lugar donde será más útil: eso es lo que, en mi opinión, es la disciplina", dice Foucault.
La multiplicidad de individuos, con sus propias experiencias y saberes vitales, sus carácter propio, son susceptibles de ser abordados por el dispositivo disciplinador de las evaluaciones: es necesario tener una individualización del poder, con un control permanente y una vigilancia constante. Y que mejor ejemplo de esto que las técnicas de evaluación que incorporan variables como la forma en que se viste un trabajador y su lenguaje dentro del ambiente de trabajo. ¿De qué modo el control de estas variables incide en un mejor desempeño productivo de la persona evaluada por sus pares y jefaturas? Si de esta evaluación sale como producto una calificación, estamos en presencia del enfoque foucaultiano de una tecnología de poder que busca clasificar a los individuos, "de tal manera que cada uno esté exactamente en su lugar".
La tecnología del poder es para Foucault "una tecnología que básicamente apunta a las personas hasta sus cuerpos, en su comportamiento; es más o menos una especie de anatomía política, de anotomopolítica, una anatomía que se dirige a individuos para anatomizarlos".
Y, efectivamente, las técnicas de control actuales se relacionan más con la aplicación de metodologías sicológica. De ahí que para establecer una noción de poder Foucault considera tanto a Freud para establecer el nexo del conjunto móvil de poder y los individuos. Actualmente el disciplinamento cuenta con el saber de la sicología organizacional, enfocada al recurso humano, que representa un grupo de individuos, por sobre su biografía individual.
En el poder disciplinario hay de forma intrínseca una exigencia de productividad. Si recurre a la participación que supone una evaluación intersubjetiva que deriva en una calificación final para el trabajador producto de este proceso, no se hace más que confirmar que esto estas técnicas no son más que nuevos dispositivos de control relacional que forman parte de una tecnología de poder en la empresa, sobretodo con la permanente presencia de elementos dispares en las relaciones de poder (jefaturas y trabajadores).
El otro aspecto a tomar en cuenta de este dispositivo es su incidencia en los niveles de confianza intersubjetiva entre los miembros de la empresa, puesto que la aplicación de evaluaciones inter pares e inter jerarquizadas dan espacio a otras formas específicas no coactivas como prejuicios, valores y otras percepciones. "El poder disciplinario es un poder discreto, repartido; es un poder que funciona en red y cuya visibilidad sólo radica en la docilidad y la sumisión de aquellos sobre quienes se ejerce en silencio", señala Foucault. Las evaluaciones son parte de lo que el filósofo francés llama los espacios analíticos que organiza la disciplina.
Es así como muchas de estas subjetividades pueden adaptarse a le Ley del embudo hacia los puestos de mando que realizan las empresas para objetivizar las evaluaciones de sus empleados y así estructurar nuevas reglas, cumpliendo el objetivo del régimen de poder dentro de una empresa: crear sujetos productivos y para eso supone un adiestramiento, una conducción, con una intencionalidad que mucha veces termina interviniendo el espacio de libertad individual del trabajador, a un nivel ontológico, para conducirlo a una sumisión, sobre la base de la elección que supone la realización de evaluar a las jefaturas. La sumisión y no el dominio, donde no hay libertad, es una relación de poder que es mediada por estas técnicas sicológicas de recursos humanos pensada para la empresa, lo que perdura en estos tiempos.