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martes, 25 de marzo de 2014

Orientaciones de Pierre Bourdieu para avanzar en el óptica crítica del formato televisivo

Una serie de conceptos anclas nos entrega el filósofo francés Pierre Bourdieu en su ensayo “Sobre la Televisión”, para identificar algunos conceptos clave que no son considerados por el sentido común, a la hora de construir un discurso crítico a los contenidos del formato televisivo.
La entronización del sentido de la urgencia es uno de los primeros elementos a reconocer para un análisis crítico del discurso televisivo. Bourdieu señala que “uno de los mayores problemas que plantea la televisión es el de las relaciones entre el pensamiento y la velocidad”, desde donde nacen los llamados “pensadores rápidos” (fast thinkers), personajes que constantemente son invitados a los estudios de televisión, especialmente a los programas matinales, para dar su parecer sobre temas que por antonomasia buscan generar un alto impacto, por sobre la reflexión.
El afán de velocidad en los presentadores de noticieros, periodistas, entrevistados y panelistas lleva consolidan discursos de “ideas preconcebidas” o “tópicos”. “Las “ideas preconcebidas” de que habla Flaubert son ideas que todo el mundo ha recibido, porque flotan en el ambiente, banales, convencionales, corrientes; por eso, el problema de la recepción no se plantea: no pueden recibirse porque ya han sido recibidas. Ahora bien, trátese de un discurso, de un libro o de un mensaje televisivo, el problema principal de la comunicación consiste en saber si se han cumplido las condiciones de recepción: ¿Tiene quien escucha el código para descodificar lo que estoy diciendo? Cuando se emite una “idea preconcebida”, es como si eso ya se hubiera hecho; el problema está resuelto. La comunicación es instantánea porque, en un sentido, no existe. O es sólo aparente. El intercambio de “ideas preconcebidas” es una comunicación sin más contenido que el propio hecho de la comunicación”.
“Las “ideas preconcebidas”, que desempeñan un papel fundamental en la conversación cotidiana, tiene las virtud de que todo el mundo pueda recibirlas, y además instantáneamente; por su banalidad, son comunes al emisor y al receptor. Y, por el contrario, el pensamiento es por definición subversivo: para empezar ha de desbaratar las “ideas preconcebidas” y luego tiene que demostrar las propias”, agrega.
Otro elemento importante es reconocer lo que Bourdieu denomina la “estructura invisible” de los Medios de Comunicación, compuesta por factores como las cuotas de mercado, competencia, as fuerzas de la banalización y los índices de audiencia. Este último es el que pone un gran peso económico en los Medios, lo que se traspasa al campo de la producción cultural.
Por último, unos comentarios sobre el vilipendiado trabajo del periodista que, en mercados concentrados por unos pocos actores hegemónicos, son el principal blanco de las críticas, en vez de los propietarios de los Medios de Comunicación. Bourdieu sostiene que el campo del periodismo “depende mucho más de las fuerzas externas que cualquier otro campo de producción cultural, como el de las matemáticas, el de la literatura, el jurídico, el científico, etcétera. Depende muy directamente de la demanda, estás sometido a la sanción del mercado, del plebiscito, incluso tal vez más que el campo político”.

domingo, 23 de marzo de 2014

Una ojeada al nihilismo laboral de Bukowski en Factotum


La desvalorización de los valores supremos, como lo llamaba Nietzsche, sin que sus adherentes estén sujetos a principios determinados en las personas que cuestionan el orden establecido es una de las características en la obra de Charles Bukowski, a través de su personificación literaria Henry Chinaski, uno de los máximo exponentes del nihilismo del siglo XX, del “nadismo” que critica la sociedad de consumo estadounidense y su constructo discursivo del “sueño americano”, con la ética del trabajo que encierra.
No hay una búsqueda de trascendencia en Chinaski, su experiencia no contempla una planificación racional como valor predominante, ni un sentido explícito. La renuncia al absolutismo del fetichismo de la mercancía, que genera los llamados estilos de vida, produce una moral propia del aquí y el ahora, que se puede ejemplificar en este relato de Chinaski, cuando describe uno de sus numerosos empleos:
-“Vagabundos e indolentes, todos los que allí trabajábamos sabíamos que teníamos los días contados. Así que andábamos relajados y aguardábamos a que descubriesen los ineptos que éramos. Mientras tanto, vivíamos integrados en aquel sistema, les dábamos unas pocas horas de honestidad y bebíamos juntos por las noches”. (Factotum).
El no sentido de la trascendencia por el lugar que se ocupa en la división del trabajo es el “nadismo” cotidiano que describe Bukowski en su relato empírico, cuando pululó de trabajo en trabajo, sin un deseo objetivo de ascender o mantener una estabilidad continua en el tiempo, como sostenía el régimen laboral del primer mundo a mediados del siglo XX, en plena concepción keynesiana del “New Deal” estadounidense.
El mencionar la sensación de tener los días contados en un trabajo es parte de esa sensación del nihilismo, que reivindica la individualidad de las personas frente a una existencia sin certezas. El valor que se crea es el relajo, asociado a la indiferencia. No se privilegia la ética productiva, sino que emerge una ética de espera al despido, con lo que hablamos de la certeza de que nada es estable, una cultura del sub empleo que se profundizó con el fin del Estado keynesiano.
Otro diálogo de Chinaski, en otro trabajo, donde se dedicó a aportar a los caballos, esconde la convicción de que el despido es lo único seguro en el mundo del trabajo moderno:
-“¿Sabía que íbamos a despedirle?
-“No, pero a los patrones no cuesta mucho adivinarles las intenciones”.
-“Chinaski, no ha dado golpe en todo el mes, y lo sabe”.
-“Un hombre se rompe el alma trabajando y ustedes no lo aprecian”.
-“Usted no se ha estado rompiendo el alma. Chinaski”.
-“Me quedé mirándome los zapatos durante un rato. No sabía qué decir. Entonces lo miré.
“Le ha estado dando mi tiempo. Es todo lo que tengo que dar, es todo lo que un hombre tiene. Por un cochino dólar cada cuarto de hora”.
-“Acuérdese de que nos suplicó por este trabajo. Dijo que el trabajo era su segundo hogar”.
-“dándole mi tiempo para que usted pueda vivir en su mansión en lo alto de la colina y tener los lujos que desee. Si hay alguien que haya perdido en este trato, en este puto arreglo…ese he sido yo, ¿entiende?”. (Factotum).
La certeza de que nada es estable en el tiempo es uno de los rasgos del nihilismo, abriendo paso –según Nietzsche a la voluntad de poder, al uso del libre albedrío moral para escapar del yugo del trabajo. Chinaski reconoce que no hay un objetivo trascendental en su propia individualidad, al servir como una herramienta que enriquece a su empleador, por lo que no cumple con las reglas del trabajo.
“Mi idea era la de vagar por ahí sin hacer nada, esquivando siempre al patrón y evitando a los lameculos que podía chivarse al patrón. No era muy listo. Cosa de instinto, más que nada. Siempre que empezaba en un trabajo, tenía la sensación de que pronto lo dejaría o me despedirían, y esto me hacía comportar con una relajación que era considerada, erróneamente, como astucia o alguna especie de poder secreto”. (Factotum).
Ese poder secreto de Chinaski es el nihilismo, al desvalorizar al valor supremo de la economía: El trabajo.




jueves, 20 de marzo de 2014

Competitividad: Porqué Michael Porter no debería volver nunca más a Chile

En varias ocasiones el académico estadounidense Michael Porter, uno de los gurús económicos internacionales en materia de competitividad, ha llegado a Chile, en medio de la fanfarria de los altos ejecutivos y empresarios del país, quienes copan los salones de los centros de conferencia Casapiedra, Espacio Riesco o en los hoteles de cinco estrellas del sector oriente de Santiago, donde la mayoría de los asistentes piden los audífonos traductores de inglés.
Pero lo cierto es que la ocasión de escuchar a Porter, en la práctica sólo se convierte en la oportunidad de aprovechar el absurdo lingüístico de la socialité, que tanto le gusta al gran empresariado chileno, donde la ascendencia y las convenciones sociales son más prioritarias que la apertura mental en torno a temas fundamentales en la empresa como trabajo, productividad e innovación.
Y es que los supuestos planteados por el académico, en sus libros y conferencias, se contradicen con la práctica empresarial chilena, especialmente en materia de soluciones competitivas a problemas sociales, desarrollo de clústers, responsabilidad social de empresa o medioambiente. Veamos lo que dice el académico y cómo sus ideas no son replicadas en Chile. Tomemos el caso del libro “Ser Competitivo”, donde Porter toma todos estos puntos, los cuales no tienen una correspondencia empírica en el país.
Medioambiente: Según Porter, las mejorías medioambientales no son incompatibles con la competitividad, pues la dicotomía entre cumplimiento de estándares ambientales y competitividad es falsa. El punto de vista de que ambos aspectos sean incompatibles refleja “una perspectiva estática y excesivamente simple de la competencia”. Justamente esto último forma parte del discurso común del empresariado a la hora de justificar proyectos termoeléctricos y la falta de inversión en energías renovables no convencionales. Se aprecia que no han tomado la premisa porteriana de que “las empresas deberían entender la mejora medioambiental no como una regulación molesta, sino como una parte esencial de la mejora de la productividad y la competitividad”.
Clústers: El desarrollo de encadenamientos productivos que operan sistemáticamente en el tiempo es otra insuficiencia del empresariado local. Porter dice que este tipo de relaciones empresariales son parte de economías avanzadas, pues “construyen nuevos roles para negocios, gobiernos y otras instituciones; y proporcionan nuevas maneras de estructurar las relaciones entre negocios y gobierno, y entre negocios y universidad”. El mejor ejemplo de que esto no ha funcionado en Chile son las escasas conexiones que tienen las universidades privadas con las empresas, pues –de lo contrario- no existiría el déficit de técnicos en el país. Ese es sólo un ejemplo de tantos.
Relaciones Laborales: La cantidad de huelgas por aumento de sueldos y otros beneficios laborales son otro ejemplo endémico de las asimétricas relaciones laborales, donde se habla mucho de aumentar una productividad que crece menos de 3% al año, omitiendo el tema de las motivaciones de los trabajadores. Porter señala algo que tampoco considera gran parte del empresariado chileno: “Una economía productiva y en crecimiento exige trabajadores formados, seguros, sanos y con viviendas dignas, que se motiven con el sentido de oportunidad". La falta de calificación en Chile, junto a los bajos sueldos (más del 80% de la fuerza de trabajo gana menos de US$600 al mes), la falta de negociación colectiva y otros abusos unilaterales saltan a la palestra pública con mayor frecuencia, producto de relaciones laborales poco abiertas y desgastadas.
Responsabilidad Social de Empresa: Es conocido que en Chile el concepto de RSE solamente en pocas empresas se considera como un aspecto del desarrollo organizacional, con metodologías y construcción de indicadores sostenibles en el tiempo para mejorar relaciones laborales, ambientales y con los consumidores, ya que predomina el enfoque filantrópico, entendiéndose esta como aporte en dinero a terceros. Porter afirma que este tipo de práctica “ofrecen un beneficio social limitado. Los enormes y crecientes recursos desplegados por los filántropos, y especialmente por las fundaciones, ponen de manifiesto la oportunidad que la sociedad ha desperdiciado”. La creación de fundaciones en grandes empresas chilena ofrece la oportunidad de disminuir el pago de impuestos a través de incentivos, por lo que se confirma la regla del beneficio de obtener mayores ganancias, con aporte limitados en la esfera social, sin sostenibilidad en el tiempo.
Existe otro problema estructural que el empresariado chileno ha hecho suyo con los años y que es ver la competitividad centrada exclusivamente en la contención de los costos laborales y tributarios, por lo que cada vez que se habla de reformas en estos temas, los gremios se defienden señalando que esto es un atentado a la inversión y competitividad del país, pero omiten el otro aspecto necesario para desarrollar una efectiva competitividad, de acuerdo a lo que sostiene Porter: “La productividad y la innovación, no los salarios bajos ni los impuestos bajos ni la divisa devaluada, definen la competitividad”.
La mayoría de los empresarios chilenos entiende la competitividad al revés, siendo este uno de los motivos por lo que el país no avanza en índices como la Productividad Total de Factores, pues existe poca preocupación por la calificación laboral, además de mantener el gasto en Investigación y Desarrollo (I+D) en menos del 1% del PIB. Y es que el empresariado también se ha acostumbrado a que el “papá” Estado les pavimente el camino en estas inversiones, lo que consolida una visión de competitividad provincialista a la chilena, demostrando también las limitaciones del principio de subsidiariedad del Estado.
Un ejemplo de ello se produjo en los últimos años, con la disminución del precio del dólar: Los exportadores se preocuparon más en presionar políticamente a las autoridades públicas para que se atenuara el proceso reevaluador, pero se olvidaron a aprovechar el bajo costo de la divisa, para importar mayor tecnología y así aumentar la productividad o invertir en innovación, a fin de compensar la pérdida por el deterioro de los términos de intercambio.
Como vemos, esta visión cortoplacista, eterna en el empresariado nacional, es lo que ataca Porter en su trabajo: “Las empresas ya no pueden limitarse a controlar solamente los impactos sociales obvios del presente. Si no poseen procedimientos exhaustivos para detectar el desarrollo de efectos sociales en el mañana, pueden estarse jugando su propia supervivencia”.
Visión cortoplacista, combinada con atavismo socio-cultural son barreras de entrada que explican la baja confianza social en Chile, y que también son factores gravitantes para una estrategia de competitividad desarrollada.

viernes, 7 de marzo de 2014

Servicios de inteligencia y esoterismo: Lo que hizo la CIA con las ciencias ocultas

Desde sus inicios el Servicio de Inteligencia de Estados Unidos, la CIA, se ha vinculado con las ciencias ocultas y el esoterismo. Nació con la organización de los miembros de la sociedad secreta o iniciática skull and bones, relacionada con la masonería. Uno de sus pilares es asegurar que la “diosa” Eulogia, la entidad de la elocuencia, se unió a la agrupación el año de su creación, en 1832.
La asociación entre servicios de información e inteligencia y las sociedades herméticas se remonta, en la modernidad, a la irrupción de los jesuitas en el siglo XVI, quienes crearon un sofisticado sistema de informaciones, contrainformación y espionaje para enfrentar a la reforma protestante, recurriendo al conocimiento esotérico, en algo que siglos más tarde la CIA aplicaría también, como se indica en el trabajo del periodista estadounidense Gordon Thomas, en su obra “Las Armas Secretas de la CIA”.
El control mental es uno de los temas centrales en el libro de Thomas, destacándose la operación “A menudo”, que retomó las investigaciones realizadas por el psiquiatra de la CIA, Ewen Cameron, en torno a lo sobrenatural, llegando a coquetear con el mundo de la magia negra.
“Según la declaración de objetivos del doctor (Sidney) Gottieb (psiquiatra y bioquímico, director de la División Química de la CIA), la intención era “dominar las fuerzas de la oscuridad y poner en entredicho la idea de que los recovecos de la mente están fuera de nuestro alcance. El proyecto apuntará a la creación de una nueva especia de ser humano psicocivilizado”, señala el periodista en su libro (Pág. 294).
De acuerdo a esta premisa, la idea de la CIA era obtener control de las personas, a través del manejo de las ciencias ocultas, cayendo en la engañosa pretensión del hombre de controlar estos fenómenos, cuando en rigor se produce todo lo contrario, siendo las entidades que se buscan las que efectivamente toman el control de sus invocadores.
“Los agentes de la operación –detalla Thomas- empezaron a visitar salones de quiromancia, tenderetes de adivinos de feria y, en las ciudades más grandes, las lujosas consultas de videntes que atendían a los ricos y poderosos. Se presentaban de manera invariable como investigadores del Instituto de Ingeniería Científica, un nombre tapadera que había elegido el doctor Gottieb”.
Otras citas memorables de la búsqueda de lo oculto para el levantamiento de datos de los análisis y operaciones de inteligencia fue la idea de poner videntes en puntos estratégicos del bloque soviético o la contratación de astrólogos, por US$350 semanales, para predecir el futuro, además de quirománticos chinos para adaptar la lectura de las manos a los trabajos de inteligencia.
Pero más tarde se dio un paso más allá: “La operación A menudo pronto estaba inmersa en la demonología. En abril de 1972 se realizó un acercamiento al monseñor encargado de los exorcismos en la archidiócesis católica de Nueva York, que se negó a redondo a colaborar”.
La CIA, mediante el trabajo del doctor Gottilieb, llegó a financiar un curso de brujería en la Universidad de Carolina del Sur, donde se inscribieron 250 estudiantes en clases como  ritos de fertilidad, iniciación y resurrección de muertos.
Se toma un cita de William Buckley, prominente agente de la CIA, en que señala lo que ocurría en los años setenta al interior del edificio del servicio de inteligencia en Langley, Virginia: “ese rincón de la CIA que Gottlieb había reservado para su trabajo con el diablo era un agujero negro interno del que surgían gritos constantes de “¡Dios no existe!, “La deidad cósmica lo es todo!”.
Buckley comenzó a recibir en su escritorio documentos de su personal esotérico, titulados como “Enferma y confunde a tu enemigo con Satán” o “Cómo convertir un péndulo en arma secreta para localizar submarinos soviéticos. Lo que me asombraba era que la inmensa mayoría de los satanistas eran antiguos católicos romanos”.
Thomas menciona que una prioridad de Gottlieb, era la “magia del caos”, donde voluntarios se ofrecían a realizar viajes al vacío, por lo que se les tildó de psiconautas. “Un ocultista explicó a Buckley que en algún lugar del vacío se encontraba la magia más poderosa de todas, capaz de destruir a cualquier enemigo. El doctor Gottlieb había accedido a financiar a ese “psiconauta” en concreto en sus viajes a lo desconocido. El hombre había dicho que la travesía sería el equivalente a la partida en busca del Vellocino de Oro de los argonautas de la mitología griega”.
Hasta aquí, de acuerdo a libro, en mediados de los 70 del siglo pasado, se optó por par con mayor fuerza a la idea primigenia de la CIA de avanzar en el control mental.
Este pasaje de la CIA y lo oculto también se relaciona con el eslabón entre la ciencia militar con la ciencia oculta y que queda de manifiesto en Números, con el profeta Balaam, quien fue contratado por el Rey moabita, Balac, quien le encargó maldecir al pueblo de Israel.
Lo cierto es que es difícil no encontrar hilos conductores entre los servicios de inteligencia, con fines de control, con lo esotérico, como se dio en Cuba, cuando el régimen de Castro intervino en el mundo de la santería  (para que hablar de los gobiernos militares y guerrilas africanas y su recurrencia a la magia negra), o como salió a la luz en 2011 con la Unidad Anti Brujería del ejército de Arabia Saudita.
También tenemos el ejemplo de la Gestapo y las SS, en el sistemático trabajo del nazismo con las ciencias ocultas, o el caso de la logia P2 en Italia, donde sus miembros participaban en rituales de iniciación, recurriendo a la violencia y el asesinato,  o el trabajo de Aleister Crowley en el servicio británico de inteligencia MI-5.
El mismo Crowley, impulsor en el siglo XX de la magia enochiana, es un tributario del ocultista John Dee, asesor director de la reina Elizabeth I, en el siglo XVI, estudioso de la alquimia, la adivinación y astrólogo, encargado de crear los primera red de inteligencia desde el Estado moderno, recurriendo a la criptografía para codificar los mensajes de información secreta, cuyos documentos firmaba con el 007, lo que posteriormente sería copiado por Ian Fleming, para su personaje de James Bond. Fleming fue amigo de Crowley.
John Dee fue un conocido mago negro. Durante su vida dijo tener el contacto con 3 entidades, a las cuales denominó "ángeles", que le otorgaron poderes de invocación. Su influencia fue fundamental en la aparición de la red de inteligencia británica en el siglo XVI en Europa, mientras paralelamente la orden de los jesuitas también armaban un sofisticado sistema de espionaje con método esotéricos.
Uno de los hijos de John Dee fue Arthur, doctor de Iván el Terrible, bajo cuyo dominio se atribuye -desde la historiografía positivista- la creación del primer servicio de inteligencia, con agentes secretos, aunque la influencia del lado oscuro siempre se ha tratado de esconder.