La vertiente libertariana que procede del liberalismo, por
lo general, cae en la regla del dogmatismo de este última escuela, acomodando a
la doctrina del libertarianismo, según sus anteriores intereses, como insistir
en la idea de que el mercado es libre per sé para contraponerlo a toda
pretensión de intervencionismo del Estado.
Varias personas que se ponen el apelativo de “libertarios”, con el tiempo terminan sucumbiendo en algunas
características del dogmatismo, como el moralismo del lenguaje que niega el
carácter social de la economía, además de otros términos como justicia social, para
defender a priori una idea aproximativa de la libertad, sin tocar conceptos
como monopolio, colusión, concentración, corporativismo, mercantilismo o
subsidiariedad del Estado, en que se apoya a ciertos sectores en detrimento de
otros.
Estos últimos conceptos colisionan con la idea de un mercado
de libre funcionamiento, siendo una de las críticas de Murray Rothbard al
utilitarismo tecnocrático, al que acusa se ser uno de los responsables de la
decadencia del liberalismo clásico
“En lugar de fundamentar la libertad en el imperativo moral
del derecho de cada individuo a su persona y a su propiedad, es decir, en lugar
de considerarla sobre la base del derecho y la justicia, el utilitarismo
prefirió verla, en líneas generales, como la mejor manera de alcanzar un
bienestar y un bien común vagamente definidos. Este cambio de los derechos
naturales al utilitarismo tuvo dos grandes consecuencias. Primero, la pureza
del objetivo, la consistencia del principio, fue inevitablemente destruida,
porque mientras los libertarios partidarios de los derechos naturales, que
buscaban la moral y la justicia, se aferraban militantemente a un principio
puro, los utilitarios sólo valoraban la libertad como conveniente para lograr
un propósito determinado”, señala el economista austríaco.
El fuerte componente de la conveniencia pragmática del
utilitarismo, según Rothbard, lo hace caer en el estatismo “una y otra vez
según los propósitos que persiga, y así dejar de lado los principios”. “Los
utilitarios, con su devoción por la oportunidad, se oponen de modo casi
inevitable a cualquier clase de cambio intranquilizante o radical. Jamás hubo
utilitarios revolucionarios”, remata Rothbard.
A su juicio, el utilitarismo se aferró como una hidra al
tronco del libertarianismo, capturando a la economía de mercado: “En la
actualidad, la economía de libre mercado está colmada de apelaciones al
gradualismo, de desdén hacia la ética, la justicia y los principios
consistentes, y de cierta predisposición a abandonar los principios de libre
mercado ante la caída de la relación costo-beneficio. Así pues, los
intelectuales por lo general consideran que la actual economía de libre mercado
es visualizada como meramente la disculpa de un statu quo ligeramente
modificado, y esas acusaciones son, con demasiada frecuencia, ciertas”.
Cabe preguntarse entonces si los auto denominados liberales
chilenos, en su dogmatismo, han caído sin saber en la vertiente utilitarista.
La respuesta es que han recurrido a la falacia del cientificismo, de la ciencia
neutra, sin apreciaciones ni juicios de valor en la concepción de la economía,
lo que ha producido una ética distorsionada que atenta contra la misma libertad
económica, abriendo paso a una participación desorbitada de los grandes actores
en un mercado pequeño como Chile.