Uno de los problemas con que debe lidiar el liberalismo,
cuando no es manipulado en forma extrema, es su asociación con el
conservadurismo para oponerse a los objetivos colectivistas que plantea el
socialismo. Este matrimonio por conveniencia que identifica Friedrich Hayek en
su ensayo post scritum "Por qué no soy conservador", de su obra
"Los fundamentos de la libertad", en la práctica ha sido dejado de
lado por quienes dicen ser liberales, especialmente a la hora de marcar sus
diferencias con las posturas conservadoras dentro de la arena del debate
político-ideológico.
El esquema hayekiano del triángulo
liberalismo-conservadurismo-socialismo contiene mucho de autocrítica a la forma
en que los liberales han llevado a cabo la exposición de sus ideas en su lucha
contra las doctrinas socialistas, siendo lo ocurrido en la cultura política
latinoamericana un ejemplo de cómo el liberalismo terminó siendo cooptado,
engullido, absorbido por las ideas de los conservadores.
Hayek parte reconociendo que "los defensores de la
libertad no tienen prácticamente más alternativa, en el terreno político, que
apoyar a los llamados partidos conservadores", por lo que plantea el
latente peligro que esto significa para el liberalismo o las posiciones
libertarias, pues -tarde o temprano- el registro histórico enseña que estas
corrientes terminan siendo absorbidas por el espectro conservador y
tradicionalista, especialmente en América Latina, donde el término liberalismo
ha llegado a tomar posiciones de extrema derecha, plegándose a la defensa
valórica del conservadurismo.
Hayek sostiene que el liberalismo fue reemplazado por el
socialismo en el fantasma que amenaza los intereses del conservadurismo y su
reacción a todo cambio o reforma en la sociedad. Esto lo lleva a reconocer la heterogeneidad de las posiciones liberales,
identificando una de raigambre europea, cuya consecuencia de sus acciones es la
de allanar el camino a las doctrinas socialistas. Parte de esta posición de
eterno retorno, al parecer, también es planteada en América Latina,
particularmente en Chile, donde se indica que un "tibio" liberalismo
ha abierto la puerta a la "hegemonía" de las ideas socialistas a
nivel económico, político, social y cultural.
"La filosofía conservadora, por su propia condición,
jamás nos ofrece alternativa ni nos brinda novedad alguna. Tal mentalidad,
interesante cuando se trata de impedir el desarrollo de procesos perjudiciales,
de nada nos sirve si lo que pretendemos es modificar y mejorar la situación
presente. De ahí que el triste sino del conservador sea ir siempre a remolque
de los acontecimientos. Es posible que el quietismo conservador, aplicado al
ímpetu progresista, reduzca la velocidad de la evolución, pero jamás puede
hacer variar de signo al movimiento. Tal vez sea preciso "aplicar el freno
al vehículo del progreso"; pero yo, personalmente, no concibo dedicar con
exclusividad la vida a tal función. Al liberal no le preocupa cuán lejos ni a
qué velocidad vamos; lo único que le importa es aclarar si marchamos en la
buena dirección. En realidad, se halla mucho más distante del fanático
colectivista que el conservador. Comparte este último, por lo general, todos
los prejuicios y errores de su época, si bien de un modo moderado y suave; por
eso se enfrenta tan a menudo al auténtico liberal; quien, una y otra vez, ha de
mostrar su tajante disconformidad con falacias que tanto los conservadores como
socialistas mantienen", precisa Hayek.
Estas líneas reflejas varios elementos en la forma de
enfrentarse a la realidad política por parte de los llamados liberales. En
primer lugar está una postura de abierto pragmatismo, al declarar que lo
importante para un liberal es marchar en lo que se estima es "la
buena", dirección, la cual evidentemente no es el cambio que propone el
socialismo. Sin embargo, varias experiencias de liberalismo latinoamericano,
especialmente en la segunda mitad del siglo XIX, terminaron más permeados tanto al
conservadurismo como al socialismo, por lo que se vieron objeto de críticas de las
posturas del "auténtico" liberalismo, desde donde hay un mayor blindaje
al accionar conservador, especialmente si se mantiene inmune a cuotas de poder,
tanto económico como estatal.
El esquema triangular de Hayek, cuyos vértices representan
el conservadurismo, socialismo y liberalismo ofrece un grado de flexibilidad
para comprender las relaciones que se dan entre estas fuerzas
político-ideológicas, tanto en la sociedad política como al interior de la
sociedad civil, el cual supera el básico enfoque de ubicar a estas tres fuerzas
en un esquema de tres tercios (derecha-centro-izquierda).
El triángulo se mueve constantemente en sus vértices, según
Hayek, quien identifica ciertos periodos en que el conservadurismo se acerca al
socialismo aceptando parte de sus postulados, cayendo en una "vía
intermedia" que es criticada por el economista austriaco, cuya tesis aún
perdura en los llamados liberales clásicos, quienes también nos hablan en la
actualidad de que las fuerzas conservadoras tácita o implícitamente aceptan las
lógicas redistributivas de los socialistas. Pero esta crítica también afecta al
propio liberalismo, con casos históricos en que también caen en el intercambio
de ideas con el socialismo. Ocurre que para el liberalismo ortodoxo, denominado
por Hayek como "auténtico", no existen las vías intermedias, por lo
que una síntesis al estilo hegeliano entre liberalismo y socialismo es
inconcebible, demostrando de paso que hay un apego dogmático a la razón de la
ilustración, donde no se aceptan medias tintas: Se es liberal 100% o no se es,
puesto que el ideario del liberalismo -en teoría- debe tener claros sus
objetivos propios, basados en la praxeología de Von Mises, que se sustenta en
el análisis de la acción humana bajo objetivos concretos y determinados.
Es así como podemos entender que, si bien las posiciones del
conservadurismo se concentren en la defensa de tradiciones, para el liberalismo
esto no tiene una mayor relevancia, siempre y cuando convengan, apunten o se
acerquen a los objetivos que este ideario quiere materializar en la sociedad.
Pero hay un tronco en común entre el liberalismo y los conservadores: su
creencia dogmática en el orden espontáneo, omitiendo el elemento del dominio en
las sociedades, siendo este un elemento al cual al liberalismo se le hace
difícil despegarse del conservadurismo, pese a que efectivamente difieren en el
grado de apertura de la evolución de las instituciones económicas y políticas.
Hayek señala que "los conservadores sólo se sienten
tranquilos si piensan que hay una mente superior que todo lo vigila y
supervisa; ha de haber siempre alguna autoridad que vele por que los cambios y
las mutaciones se lleven a cabo "ordenadamente". Sin embargo, el
liberalismo económico de la escuela neoclásica le asigna a la razón un rol
sobredimensionado, con lo cual también quedan sujetos a un dirigismo, especialmente
de tipo tecnocrático que trasciende los otros procesos dentro de la sociedad,
dando espacio también a cierta dosis de autoritarismo para llevar a cabo
medidas económicas sobre los intereses de los individuos y grupos sociales.
Este tipo de racionalidad es la que justamente decide quién, entre los
ciudadanos, debe ocupar puestos privilegiados en la sociedad, sobre la base de
esa razón tecnocrática, siendo algo que se opone al mismo pensamiento de la
apologética de Hayek al liberalismo, quien sostiene que el liberal es un
escéptico "que permite a cada uno buscar su propia felicidad por los
cauces que estima más fecundos".
A partir de los postulados hayekianos es posible advertir
que en ciertos momentos históricos han sido las propias fuerzas del liberalismo
las que han desaparecido del mapa político y social, en vez de haber
profundizado sus objetivos doctrinarios cuando están cercanos al vértice del
conservadurismo. Un ejemplo de ello fue la dictadura de Pinochet en Chile,
donde las corrientes liberales fueron absorbidas por el conservadurismo, en
cuyo interior solo quedó el residuo de la administración económica como una
representación reduccionista del liberalismo. Existen análisis liberales que
culpan de esta situación al acercamiento del conservadurismo con el socialismo,
no asumiendo sus responsabilidades al dejarse absorber por los primeros,
particularmente al quedarse en silencio frente a las coacciones de un régimen
autoritario (sobre los cuerpos de opositores, o en el campo moral y religioso),
lo que se contradice con el credo que el mismo Hayek pone en su ensayo:
"el liberal, en abierta contraposición a conservadores y socialistas, en
ningún caso admite que alguien tenga que ser coaccionado por razones de moral o
religión". Es más, los principios políticos del liberalismo tienden a
expandirse más en los acercamientos con el vértice del socialismo, en su
vertiente socialdemócrata u ordoliberal y no termina subsumida tanto como lo
hace con el conservadurismo.
Hayek reconoce que los principios del liberalismo se unen a
las reacciones del conservadurismo frente a los cambios que se proponen
realizar desde el Estado, especialmente bajo ideas socialistas, dejando escapar
fenómenos a los cuales los liberales se oponen, como el proteccionismo o la
defensa corporativa de ciertos sectores productivos por sobre otros, tema en el
cual la crítica de los liberales no sale con mayor fuerza a la luz pública,
particularmente en el caso de las sociedades latinoamericanas.
Por mucho que hayek haya elaborado una argumentación
bastante clara respecto a las diferencias entre el liberalismo y las fuerzas
conservadoras, en la práctica los autodenominados liberales en Latinoamérica
provienen, en gran parte de los casos, de culturas conservadores, con dosis de
autoritarismo, nacionalismo y chauvinismo patriotero, a las cuales incorporan
una visión del liberalismo hacia lo económico. Por eso no es extraño ver
expresiones que, en la batalla de las ideas, recurran a la argumentación contra
"ideologías extranjeras" que son antichilenas, antiargentinas, y así
sumando.
"El repugnar lo foráneo y el hallarse convencido de la
propia superioridad inducen al individuo a considerar como misión suya
civilizar a los demás y, sobre todo, civilizarlos, no mediante el intercambio
libre y deseado por ambas partes que el liberal propugna, sino imponiéndole "las bendiciones de un gobierno eficiente", señala Hayek. En el caso
de Chile, por ejemplo, en los últimos años han surgido ramificaciones del
gremialismo de la derecha, que aglutina conservadurismo valórico,
corporativismo estatal y liberalismo económico, que propugnan movimientos que
giran en torno a conceptos como "libertad, patria y nación
civilizada", como se ha planteado a través del ex candidato presidencial
José Antonio Kast, uno de los representantes de esta hibridación.
Como conclusión Hayek afirma que la palabra liberal "da
lugar a continuas confusiones", debido a la heterogeneidad con que se ha
construido este ideario en diversas culturas a nivel internacional, siendo
diferente lo que se entiende por liberalismo en Europa, Estados Unidos y en
América Latina.
En este escenario las conclusiones del economista austriaco
en su ensayo resultan contundentes y casi atemporales: "En consecuencia,
debemos reconocer que actualmente ninguno de los movimientos y partidos
políticos calificados de liberales puede considerarse liberal en el sentido en
que yo he venido empleando el vocablo. Asimismo, las asociaciones mentales que,
por razones históricas, hoy en día suscita el término seguramente dificultarán
el éxito de quienes lo adopten. Planteadas así las cosas, resulta muy dudoso si
en verdad vale la pena intentar devolver al liberalismo su primitivo
significado. Mi opinión personal es que el uso de tal palabra sólo sirve para
provocar confusión si previamente no se han hecho todo género de salvedades,
siendo por lo general un lastre para quien la emplea".
El problema está, a nuestro juicio, en que el acercamiento
teórico del liberalismo para ilustrar a los individuos ha seguido al pie de la
letra la advertencia de desidia de Hayek, en cuanto a que el teórico liberal
deba prescindir de hacer recomendaciones para la acción política, dejando este
espacio a manos de los conservadores que han aprovechado esta experiencia
históricamente, a través del autoritarismo, la coacción sistemática y la
instauración de orden jurídicos más alejados de lo que se conoce como la
sociedad abierta.
"La filosofía conservadora puede ser útil en la
práctica, pero no nos brinda norma alguna que nos indique hacia dónde, a la
larga, debemos orientar nuestras acciones", dice Hayek, demostrando que la
permanente impotencia que deberían tener los "auténticos liberales",
al dejar que el conservadurismo se apropie en la práctica de lo político, por
mucho que el economista austriaco apele a una norma que oriente los intereses
del liberalismo, el cual también demuestra sentirse menos incómodo en este tipo
de situaciones políticas en la actualidad.