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domingo, 17 de abril de 2011

¿Qué hacer con el lobby?


Lobby, grupos de presión, corporativismos, audiencias públicas. ¿Cómo Diferenciar estos conceptos?; ¿Son lo mismo?, o ¿coinciden en algunos de sus elementos para reconocerlos o meterlos todos en el mismo saco? Estas son las interrogantes que surgen por la mayor complejidad de las relaciones económicas en el tejido social.
La presión de los intereses particulares propios de la actividad económica sobre el interés general que buscan las políticas públicas es una constante histórica del quehacer político. Habría que ser ingenuo para desconocer este juicio de hecho. Lo que ocurre es que el dinamismo alcanzado por la expansión de mercados y de economías de escala ha mutado el contenido del concepto de lobby, el cual se ha desconstruído, bifurcándose en dos carriles: uno que se refiere a la profesionalización de la actividad, es decir una especialización de sus actividades en la división del trabajo. El otro mantiene el juicio de valor que asocia a este fenómeno con la conspiración, cuestionándolo fuertemente desde el punto de vista ético.
La complejidad de las relaciones económicas y las regulaciones que imponen abren paso a la industria del lobby. Esto no significa –como pueden adelantarse los afiebrados de siempre- que debe existir el libre mercantilismo para que no haya grupos de presión, sino que solamente se produce una concatenación que no ha sido debidamente regulada para aumentar la transparencia en el funcionamiento de los grupos de presión.
Estos se reconocen en el momento de intervenir en la acción del sector público, ya sea por parte del sector privado como desde el sector social, conocido como el tercer sector. De ahí que el lobby presente un amplio espectro de definiciones, aunque la más precisa es identificarla como la actividad que se ejerce en los pasillos del Poder legislativo, Ejecutivo y Judicial para lograr una ley, resolución o acto administrativo favorable a un cierto grupo.
Dicho fenómeno adquirió una mayor complejidad con el desarrollo cultural del capitalismo de consumo, puesto que la sociedad civil también encontró un espacio para hacer valer sus intereses en las relaciones que crea la oferta y demanda de bienes públicos, sociales y simbólicos. En otras palabras, las asociaciones civiles también ven en el lobby una oportunidad para hacer valer sus intereses sin que ello signifique un cuestionamiento ético.
Por tal motivo es que el principal problema del lobby gira en torno a su significado literal: Al realizarse en los pasillos, a espaldas de los espacios más amplios, supone un mayor control para evitar que los gruposestratégicos más poderosos y con mayores recursos impongan su parecer por sobre los demás grupos de la sociedad civil. 
Debido a la especialización adquirida por el lobby, es necesario regular su actividad para evitar la imbricación con el tráfico de influencias. En la ciencia política el primer término se asocia con la gestión de intereses, ante los poderes del Estado, para obtener una respuesta a las necesidades de ciertos grupos o sectores. Muchos en la industria se defienden señalando que la actividad es una profesión legítima, pero para que esto sea así debe existir un cuerpo regulatorio.
Para que haya lobby debe existir una legitimación de las formas comunicacionales que supone su desenvolvimiento en espacios amplios y no reducidos, públicos y no a cuatro puertas. Como es difícil saber qué grupos se reúnen con autoridades en oficinas privadas, un cortapisas adecuado es contar con un registro de lobbistas y la obligación de los representantes de los poderes del Estado para dar publicidad a estas reuniones.
Si se aplica esto, todo ciudadano tiene derecho a realizar lobby, el cual está asociado más con el poder que con un modelo económico en particular. Al igual que el poder, el lobby se ejerce en todos los niveles; es una forma de expresar intereses particulares en un espacio público delimitado, pero se debe ser ajustados si o si por un marco regulatorio.
Una organización de consumidores, junta de vecinos, asociación gremial, sindicatos u otros grupos civiles no pueden ser catalogados como lobistas si se reúnen con ministros, subsecretarios, jefes de servicios, legisladores u otro tipo de autoridades. Las audiencias públicas del Congreso tampoco pueden ser llamadas lobby. Pero el tráfico de influencia, entendido como el intercambio de ofertas a los asesores o personas vinculadas a las autoridades del Estado, es una forma de poner precio a las decisiones públicas a favor de intereses particulares.
Otra problemática respecto al funcionamiento del lobby es la competencia desleal que se genera con su práctica. Las organizaciones civiles emergen como un contrapeso frente al lobby del empresariado y el corporativismo económico, aunque el diferencial de recursos es abismante a favor de estos últimos, el cual es desarrollado por gremios, estudios de abogados y empresas de comunicaciones de alto nivel. La acción de estos actores estratégicos en las discusiones legislativas es lo que ha generado la producción de leyes a medida de los intereses particulares de cada sector.
Es por tal motivo que un proyecto de ley que regule el lobby debe establecer una definición de la actividad, en la cual se incluya el legítimo derecho de los grupos ciudadanos organizados a participar en las audiencias públicas del modo en que lo hacen las asociaciones empresariales asesoradas por buffet de abogados y consultores comunicacionales. Si estamos bajo la lógica del rol de rol de subsidiaridad del Estado, entonces debería disponerse una partida presupuestaria para las organizaciones civiles a fin de equilibrar la asimetría existente.
La constitución de un registro, que sea controlado por una institución como el Consejo de la Transparencia, es otro pilar fundamental para publicitar la actividad de los lobistas. En otras palabras la industria del lobby debe ser conocida por sus métodos y procedimientos en primer lugar, en vez de sus resultados. La regulación le daría la legitimidad a esta actividad para ser sancionada en el momento en que cruce la frontera del tráfico de influencias.
De ser regulado, el mundo del lobby podría salir del ambiente tenebroso y conspirativo al cual es asociado, cuando responde a una práctica profesional susceptible de ser aplicada por todos, pero siempre y cuando se reduzca el diferencial de recursos para evitar la competencia desleal entre grandes corporaciones y grupos de la sociedad civil.
A modo de paréntesis conclusivo -para los otros afiebrados-, diremos que el lobby es una realidad práctica; no se circunscribe exclusivamente al “capitalismo”, pues responde a la lógica transversal del poder, la cual supera a los “modos de producción” determinados.





sábado, 26 de marzo de 2011

Dominación carismática y capitalismo de Estado

Desde que se instala el falaz argumento de conferirle una aurea “científica”, la doctrina socialista desde 1917 ha construido algo diametralmente opuesto a la tesis de la dictadura del proletariado propuesta por Marx. Ninguna de las experiencias “socialistas”, en casi cien años, ha logrado materializar este concepto, lo que aprovecha de socavar uno de los pilares del materialismo filosófico marxista, pues el postulado de una praxis conducente a una dictadura del proletariado sigue habitando en el plano del idealismo.
En vez de crear una instancia de dominio, supuestamente transitoria, para crear las bases de “la tierra prometida” por Marx, se ha consolidado la forma de un dominio carismático, en que la principal fuente de poder nace de una persona en vez de un sujeto colectivo. La idea de Gramsciana de un príncipe convertido en un partido de masas nunca se materializó.
El culto a la personalidad es lo que identifica a la construcción discursiva del socialismo del siglo XX y XXI. Los inmensos lienzos, estatuas y grabados por doquier era uno de los elementos para legitimizar el carisma del líder derivaron en libros escritos por el puño del líder: el libro rojo de Mao, el libro verde de Gadaffi, la constitución bolivariana de bolsillo de Chávez son algunos los productos de este particular tipo de marketing ideológico.
La entronización del líder es un tipo de dominación que crea una estructura de poder específica, como señala Max Weber. Y en cada experimento que se conforma como alternativa a lo establecido surge la figura sobrenatural de un elegido. Según Weber, este talento se manifiesta en lo heroico, el guerrero que se transforma en monarca, tal como sucede en las experiencias de Libia, Venezuela, China, Cuba, y otros casos, como en Chile de los años setenta, donde Pinochet personalizó tanto su cuota de poder al punto de amenazar al diseño institucional previsto por las Fuerzas Armadas.
El heroísmo del conductor es hiperbolizado. La gracia del líder, su extra cotidianeidad se sustenta en la discontinuidad que crea con el antiguo orden establecido. De este punto de inflexión que el líder es capaz de conducir se planta la semilla de una nueva evolución, apoyada en la construcción de mitos tendientes a consolidar una comunidad política que asegure el dominio carismático. Aquí es donde se inscriben la retórica “revolucionaria”, “anticapitalista”, antiimperialista” que es tan funcional a los regímenes que se auto catalogan de “socialistas”.
Existe una relación directa entre la construcción carismática del heroísmo de un solo hombre y la instauración de un régimen alternativo a lo establecido. Esto es algo transversal, se da en todo el arco ideológico político porque hablamos del ejercicio del poder a partir de la captura del Estado. Pero en los regímenes “socialistas” en donde se ha enquistado esta tecnología de dominio. El heroísmo del líder también viene de la mano del militarismo en el campo político, algo que no deja de llamar la atención si se considera a los feligreses de estos regímenes que, en su intento de identificarse como “antisistémicos”, refuerzan se esfuerzan su identidad, oponiéndose a todo lo que sea castrense. Pero para hablar de las contradicciones ontológicas necesitamos miles de otras columnas.
El carisma heroico se construye para establecer una cohesión para intentar crear una comunidad política que reemplace a la anterior. De ahí se comprende la fuerte necesidad de establecer una clara diferencia entre los adeptos al líder y quienes no apoyan sus ideas y programas. Así sucede en el caso venezolano, donde los opositores nacionales y extranjeros son sujetos a un encasillamiento específico de carácter negativo que se ejerce para reforzar el dominio carismático frente a sus feligreses. El populista, según Umberto Eco, siempre toma el rol de víctima. Algo similar ocurre con el otro líder “socialista”, Muhammad Gadaffi, quien no ha dudado en someter los cuerpos físicamente en estos momentos de sublevación, radicalizando la dicotomía entre los adeptos y opositores a su dominio.
El desprecio del poder personalizado trata a los oponentes como “incumplidores del deber”, plantea el análisis weberiano. Y la historia lo confirma en frases como “vende patria” pinochetista; “enemigos de la revolución, fascistas y vendidos” chavistas.
Weber afirma que lo que activa la valoración objetiva del líder es el modo en que es apreciado por los dominados. La reverencia y confianza que entrega el héroe, aquél militar o guerrillero que tomó el poder del Estado para reemplazar las formas de dominio, proviene del reconocimiento que apunta al “deber de los llamados, en méritos de la vocación y de la corroboración, a reconocer esa cualidad. Este “reconocimiento” es, psicológicamente, una entrega plenamente personal y llena de fe surgida del entusiasmo o de la indigencia y la esperanza.”, señala el sociólogo alemán.
Desde esta perspectiva en parte se explican las obras que hablan de gobierno de las masas, como el libro verde de Gadaffi, o las constituciones bolivarianas que disfrazan su forma específica de poder bajo la idea de haber terminado con las “apariencias” de la democracia liberal, cuando en el fondo se construye otro tipo de apariencia desde el Estado. El reconocimiento de las ideas, propuestas y doctrinas contenidas en los libros escritos por el líder carismático crean un deber.
La necesidad de ponerse a toda costa en la vereda contraria al orden antiguo o hegemónico es otra característica del dominio carismático. “Subvierte el pasado (dentro de su esfera) y es en este sentido específicamente revolucionaria”, afirma Weber. Aquí no debemos aplicar el reduccionismo de catalogar a los regímenes de izquierda, pues el dominio carismático se identifica más bien con la instauración de un capitalismo de Estado que se especifica en las cualidades personales del líder.
La personalización del poder junto con la administración racional del Estado desembocan son uno de los elementos de la rutinización del carisma, el cual desemboca posteriormente en el burocratismo, según el análisis weberiano, lo que verificó en el Estado soviético.

En el modo de dominio carismático y su relación con el capitalismo de Estado la legitimidad del discurso "socialista" forma parte de la estrategia de control sobre la población, basado en la confianza hacia la personalidad del líder y su capacidad de extender su carisma hacia las tareas de la administración pública pues sólo así se cumple la misión que mueve al poder carismático antes y después de la captura del Estado.

lunes, 28 de febrero de 2011

El aporte de la obra de Walter Benjamín para entender la espectacularización de la política

Los puntos de vista para analizar el fenómeno de la “espectacularización de la política”, en el contexto del desarrollo mediático de la post modernidad, siguen su marcha. Pero actualmente no existe una tendencia a explicar el desarrollo de la publicidad política en los espacios representativos de la comunicación, desde la perspectiva de la dialéctica en Walter Benjamín.
Sus ideas las podemos abordar para entender el preponderante rol que se le asigna a la exhibición de la esfera política, algo que se viene estudiando sistemáticamente desde la filosofía clásica griega, pero que en Benjamín anticipa la perspectiva de la teoría crítica en torno a la industria cultural desarrollada más tarde por Max Hokheimer y Theodor Adorno.
Actualmente, la evolución de la relación de la actividad política estatal con el ejercicio de los Medios de Comunicación ha generado una serie de nuevas teorías y hermenéuticas que han enriquecido y clarificado las complejidades de las dinámicas entre comunicación, representación pública y sociedad, saliendo a la luz conceptos como populismo mediático, espectacularización de la política, sociedad mediatizada, sociedad post informativa, etc.
Y es por ello que el rescate del ejercicio del Benjamín acerca del examen de la producción artística en el período de la industrialización recobra importancia para contribuir a reordenar los cuerpos teóricos de estos tiempos. ¿Por qué? Simplemente para tratar de vincular uno de los puntos genealógicos de la actual influencia de la comunicación política en los espacios públicos.
La creación artística, según Benjamín, en la sociedad moderna industrializada ha derivado hacia la reproductibilidad técnica de la obra de arte. Uno de los efectos de este fenómeno es la transición de lo cultual a exhibición; aquello que anteriormente era identificado exclusivamente en un espacio de culto colectivo, como lo era el arte pre-moderno, se masifica ante los demás, comienza a desbordar su anterior frontera de carácter iniciático destinado a unos pocos, para instalarse en un pedestal de reconocimiento masivo.
La obra benjaminiana considera distintas expresiones en el régimen del culto a lo largo de la historia: (I) mágico no exhibitivo, donde se desarrollan castas sacerdotales y elites gobernantes; (II) religioso, en que se muestran ante la población a través de ritos; (III) exhibitivo o estético aureático burgués; (IV) exhibitivo industrial, y (V) regímenes de producción de obras, que utiliza la reproductibilidad técnica.
Cuando el carácter exhibitivo expropia o destierra al carácter cultual de la dimensión política es que podemos reconocer el germen moderno de la comunicación política. En el primer carácter podemos reconocer todos los rituales que realizaba la autoridad política estatal ante la población, como el discurso de la cuenta nacional ante el Congreso, un jefe de Estado que asume posando su mano derecha en la Biblia y otros procedimientos particulares de acuerdo a las construcciones de cada país. Cuando la dimensión política del Estado pasa a instituirse en los marcos de la imagen técnica a mediados del siglo XX, se genera otro nivel de exhibición, que tiene la capacidad de cambiar valores y provocar confusiones entre los espectadores de estos rituales.
Así podemos entender –resumidamente- cómo el valor cultual de la política cambió a una espectacularización apoyada en la reproducción técnica de imágenes que terminaron devastándolas, produciendo más confusión y, por tanto, nuevas condiciones de dominio sobre la sociedad.
La pérdida del aurea, ese momento de originalidad de la obra artística, entendida como la creación del hombre, se traslada y pierde en el valor cultual de la imagen técnica. Este último proceso es lo que realmente importa para la lógica del poder; el valor ritual que representaba el rito soberano del Estado sobre la población pierde su importancia real. El fin de la política, en la obra de Benjamín, se produce por la circulación masiva que más tarde será completamente absorbida por la tecnología de los Mass Media.
La exteriorización de la imagen, como materia prima auto justificadora en sí, no permite el desarrollo de los espacios políticos auténticos, originales y con portadores del aurea. Lo auténtico se desplaza con la reproducibilidad, de acuerdo a los postulados de Benjamín. El potencia revolucionario de la creación subjetiva original se rompe en mil pedazos al hacer contacto con la visibilidad de la reproductibilidad técnica. Estamos en presencia del shock, una interrupción, extrapolando los conceptos de Benjamín.
Bajo esta hermenéutica se puede comprender el por qué la política, entendida como lugar de discusión en común (la polis), se pierde en las llamadas sociedades mediáticas, su aurea original se ha diluido con el tejido de confusiones que ha generado el cambio de valores en los espacios políticos para comunicarse en la esfera pública.
Sin embargo, esto no necesariamente deja cerrada las vías de escape, pues la determinación de propuestas y contenidos alternativos no entra en una abierta contradicción con la reproductibilidad técnica, como lo demuestra con fuerza el desarrollo de las redes sociales 2.0. En la obra de Benjamín podemos extrapolar algunos de sus conceptos con el fin de aplicar un punto de vista nuevo acerca de esta obsesión por visibilizar la política como un espectáculo de la imagen por encima de la autenticidad.

lunes, 7 de febrero de 2011

El problema de concentrar el crecimiento económico en bienes no transables sin una estrategia definida

Transportes, construcción y comercio han sido los tractores que han tirado hacia adelante el crecimiento económico del año pasado a un 5,2%, con lo que se puede decir que nuestro ciclo productivo y de servicios se concentró fuertemente en los sectores no transables: Aquellos bienes que solamente pueden consumirse dentro de la economía que los produce, los cuales no pueden importarse ni exportarse (también se incluye el turismo y el marketing).
Efectivamente, la demanda interna registrada en nuestro país el año pasado batió todos los récords, siendo el motor después de la desaceleración, con aumento superiores al 10% en construcción y al 17% en comercio. Este incremento permitió amortiguar el baja en el precios de las exportaciones, especialmente en commodities como el cobre, molibdeno, celulosa y productos agroindustriales.
El problema es que la estrategia enfocada a la exportación de productos de bajo valor agregado recarga de consumo interno a una estructura de mercado aún caracterizada por fallas distorsionadoras como la alta tasa de informalidad; bajos salarios por el déficit en la calificación laboral –especialmente técnica-, y la tendencia a la concentración en ciertos sectores (supermercados, farmacias y retail, entre otros). Inevitablemente, una fuerte inclinación a los bienes no transables como parte del crecimiento conlleva un sobrecalentamiento en el consumo que, tarde o temprano, se expresa en un aumento de la inflación y, por ende, en el costo de la vida.
El escenario internacional de interminable demanda por parte de economías emergentes como China, India, Rusia y Brasil promete no cambiar la balanza hacia los sectores transables, debido a que el nivel de requerimiento de materias primas por parte de los dos primeros mercados produce una presión al alza en el precio de los commodities que, a su vez, mantendrán bajo el nivel del dólar.
¿No sería, entonces, una oportunidad para importar bienes de capital de alta tecnología para destinarlos a la producción de mayor valor agregado hacia los mercados externos? La pregunta es compleja viendo que uno de los principales frenos a esta eventual situación la pone el propio Estado, a través de su política fiscal, pues las autoridades económicas no dudan en elevar las tasas de interés a fin de ponerle freno al consumo y así evitar que el sobrecalentamiento se transforme en una inflación incontrolable.
Asistimos, por lo tanto, a dos problemas: una situación de dinamismo congelador que impide a la industria local pasar a la eterna aspiración de la segunda etapa de exportaciones de mayor valor agregado que genera los consiguientes efectos sociales: baja calificación del capital humano y un aumento en el costo de la vida, en un contexto de bajos salarios y de amortizadores fiscales insuficientes para l funcionamiento pleno de un sistema de seguridad social.
No son pocos los economistas que advierten que la actual apreciación del peso, que inclina la balanza hacia los bienes no transables, deba ser acompañada de reformas estructurales que aumenten la productividad a través de la elaboración de productos con mayor tecnología, además de intervenir en otras áreas como la industria de la propiedad intelectual, promover la calificación dentro del mercado laboral y enfocarse a la inversión energéticas, diversificando las matriz existente.
Como vemos, del sombrero del mago, representado en la inclinación de la economía local en los sectores no transables, se puede sacar más de un conejo. El Estado es el principal encargado de orientar esta estrategia, sin dejar que el sector privado sea un mero receptor de sus subsidios, sino todo lo contrario: debe desarrollar sus propias estrategias en sintonía con la política pública

jueves, 27 de enero de 2011

Promesas políticas incumplidas, problemas de legitimación en el capitalismo tardío

“Nadie deja de comprender cuán digno de alabanza es el príncipe que cumple la palabra dada, que obra con rectitud y no con doblez; pero la experiencia nos demuestra, por lo que sucede en nuestros tiempos, que son precisamente los príncipes que han hecho menos caso de la fe jurada, envuelto a los demás con su astucia y reído de los que han confiado en su lealtad, los únicos que han realizado grandes empresas”.
Las palabras de Nicolás Maquiavelo en el capítulo XVIII, “De qué modo los príncipes deben cumplir sus promesas”, de su obra “El Príncipe”, son un fiel reflejo de la práctica política de prometer y no cumplir. Una situación que resurge con fuerza en el actual debate por las actuaciones del actual gobierno, cuyos últimos problemas encuentran sus raíces en esta costumbre secular.
Lo cierto es que los últimos conflictos que se han dado entre el Estado y la ciudadanía giran en torno a los anuncios hechos por el Presidente Sebastián Piñera durante la campaña electoral, los cuales no se han materializado del modo en que fueron planteados en su momento o han sido distorsionadas en su forma y fondo.
Casos como el proyecto termoeléctrico en Barracones fue enfrentado improvisadamente frente a la presión de la sociedad civil, al igual que el aumento en el precio del gas para en Magallanes o el proyecto de Ley que flexibiliza el post natal de las mujeres. Hasta el momento, la tónica ha sido la improvisación para salir de estas crisis, pero la pregunta es si el gobierno podrá continuar con esta estrategia cada vez que se produzca una disonancia entre lo prometido en campaña y lo que se hace en la realidad.
De todos modos, podemos apreciar un tema de fondo en el arte político de hacer promesas a la población y su cumplimiento o no. Maquiavelo, en este sentido, trata de mostrar el esencialismo del actuar en política: Los grandes objetivos del gobernar son más eficientes si se conducen a través del engaño. “Un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses y cuando haya desaparecido las razones que le hicieron prometer”.
El binomio entre intereses y las promesas es un punto clave para entender esta dinámica que no solamente afecta al actual gobierno, pues también se verificó en los veinte años concertacionista, especialmente si se compara la plataforma programática levantada para superar la gestión pinochetista a la cual se le ha llamado “el programa abandonado”.
Y es que la famosa “letra chica” debe entenderse como un juicio de hecho transversal al actuar político, es el ADN de su sentido común. Sin embargo, en estos tiempos, resulta inaceptable para la contraparte civil. Por tal motivo, no es de extrañar el déficit sistémico de credibilidad con que se identifica al modelo de gobernabilidad universal de esta época. El clima cultural de este período, el “zeitgeist hegeliano”, no acepta a ojos cerrados la premisa maquiavélica; ahora el incumplimiento de los príncipes se traduce en pérdida de credibilidad, demostrando lo que Jurgen Habermas denomina como uno de los “problemas de legitimación en el capitalismo tardío” (1986).
En esta obra el pensador alemán intenta explicar la crisis de la racionalidad política actual a partir de la dualidad que existe entre la política económica y social del Estado con los efectos que presentan estas medidas para los intereses universales o particulares. Así, en los últimos años, podemos observar cómo la mayoría de las promesas hechas en campañas electorales se basan en la pretensión de las élites políticas de desarrollar acciones sustentadas en el interés general de la sociedad o el bien común (por ejemplo, impedir la instalación de centrales en reservas naturales, mantener precios bajos al consumo residencial en zonas extremas o establecer un post natal adecuado para las mujeres).
En esta fase la racionalidad política es aceptada por una parte considerable de las poblaciones, pero el ejercicio se revierte a la hora de gobernar: Gran parte de los conflictos se producen por la transformación de los anuncios de interés general a iniciativas que benefician a determinados intereses particulares, con lo cual se manifiesta la racionalidad es cuestionada, perdiendo su legitimidad en la sociedad. Bajo este punto de vista, el principio de las promesas electorales no es más que una forma de legitimación falsa, aparente, en el contexto de los problemas de racionalidad que se configuran en el complejo capitalismo de organización que observa Habermas, a partir de las concepciones weberianas.
La complejización en las estructuras y funciones capitalistas, según Habermas, encuentra múltiples exigencias de legitimación, que se responden mediante una “ética comunicativa”, un discurso de formación de las voluntades hecho a partir de compromisos (promesas) que –posteriormente- tienen la posibilidad de convertirse en normas formales de acción (realidad) válidas, siempre y cuando haya acuerdo entre todos los interesados por los efectos normativos. Si esto no se produce, estamos en presencia de una crisis de legitimidad y de motivación para quienes no fueron incluidos en la toma de decisiones inherente a los compromisos anunciados.
La lógica del Estado está sujeta a esta problemática, la cual afecta también al mercado, especialmente en su dualidad discurso-realidad, a la hora de pregonar un modelo de libre competencia que, en la práctica, es subyugado por los intereses corporativos. En consecuencia, la problemática de los incumplimientos de nuestros gobernantes no debería ser tomada como un lapsus temporal, sino que debe ser analizada desde una perspectiva más estructural, de carácter transversal que tiene pretensiones universalizantes en el modo en que se ejerce el poder organizado.