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martes, 1 de agosto de 2023

Ética postmoderna desde Baumann: No es la fuente de todos los males ni virtudes actuales

La ética postmoderna se ha convertido en un tema no menor en la discusión filosófica en torno a los procesos políticos, económicos, sociales y culturales. Y es que esta se ha planteado como una respuesta a la perspectiva moderna y a ssu pretensión de orden universalizante, especialmente en el campo de la moral, como lo aborda  Zygmundt Baumann en su obra sobre esta materia.
Este debate cobra mayor relevancia con las críticas que han emergido en torno a los postulados de la izquierda postmoderna, las cuales se han concentrado en las emancipaciones identitarias, más fragmentadas y pluralistas, respecto a las anteriores banderas de la izquierda moderna, que se circunscribían al mundo del trabajo como factor primordial de emancipación, asociado más a las ideas del siglo XIX y XX. 
El punto de vista postmoderno al yo moral también provoca la reacción de las fuerzas conservadoras, profundizando la esencia del debate en la relación entre moralidad y la identidad, siendo las múltiples formas que esta última ha adquirido el punto de revalidación del conservadurismo y la defensa de la tradición, donde también se ha desarrollado confrontacional a las emancipaciones identitarias de la ética postmoderna.
Es necesario describir esta dicotomía que plantea la visión postmoderna frente una ética unitaria, general, gobernada por la razón para regular la conducta, donde la filosofía moral moderna -según Bauman- se concentra en buscar disminuir la pluralidad, dejando de lado a lo que se asociaba con los márgenes del salvajismo, que estaban fuera de la centralidad ilustrada. "En la práctica, la élite autoilustrada enfrentaba a las masas no sólo como el odioso y abominable «otro» del que había que apartarse, sino como el objeto al que había que cuidar e imponer reglas, ambas tareas entrelazadas en la posición del liderazgo político".
"Existe un verdadero conflicto y una verdadera oposición entre condiciones de vida, que las teorías éticas que pretenden llegar a principios universales aplicables a todos ignoran o pasan por alto en su propio perjuicio, y a fin de cuentas terminan con una lista de recetas triviales para dilemas abominablemente insignificantes o imaginarios de experiencia universal, o con modelos abstractos que cautivan al filósofo por su elegancia lógica, aun cuando son irrelevantes para la moralidad práctica y la toma de decisiones cotidiana en la sociedad. Este triste predicamento ciertamente no es culpa del filósofo. En cualquier sociedad humana, a la gente se le imponen diferentes normas morales, y ésta tiene diverso grado de autonomía moral. Las normas y la autonomía son, asimismo, objeto de conflicto y lucha. No existe ninguna agencia social todopoderosa e incontrovertible que pueda —o quiera— plasmar principios universales —por más sustento intelectual que éstos tengan— en normas reales de conducta universal", precisa Bauman.
La imposición y sus dinámicas de dominio es parte de la crítica de la ética postmoderna a la responsabilidad moral y las reglas éticas de la modernidad. Esto se concentra particularmente en la obediencia a reglas morales y códigos éticos universalizantes. Bauman lo aprecia de este modo: "El requisito de reconocer como morales únicamente las reglas que pasan la prueba de los principios universales, extemporáneos y extraterritoriales significó, ante todo, el desconocimiento de las pretensiones comunitarias, temporales y territoriales, de hacer juicios morales autorizados. Pronto se vio, empero, que la espada empleada para este propósito en realidad tenía doble filo. Ciertamente penetraba en el cuerpo de los llamados adversarios pertenecientes al parroquialismo desaprobado por el Estado, pero también hería algo que no se había deseado, dañando seriamente la soberanía del Estado que pretendía defender".
Ejemplo de este enfrentamiento es el rechazo de comunidades de carácter local a la pretensión homogeneizante y centralizada que supone la administración de un Estado moderno, pues la ven como un socavamiento de sus prerrogativas morales, lo cual puede fortalecer la conciencia identitaria, disociada de la idea de universalidad. Esto se constató -según Bauman- con la retirada del Estado como legislador moral, comenzando a reconocer derechos de categorías más particulares, donde el nosotros se va formando con la agregación del yo individual, un sujeto moral con mayor conciencia de sí mismo.
Bauman lo explica así: "El «nosotros» que representa al «partido moral» no es, por consiguiente, el plural de «yo», sino un término cuya connotación es una estructura compleja que vincula unidades marcadamente desiguales. En una relación moral, Yo y el Otro no son intercambiables y, por ende, no pueden «agregarse» para formar el plural «nosotros». Todos los «deberes» y «reglas» que pueden concebirse en una relación moral están dirigidas únicamente a mí, sólo me obligan a mí y me constituyen sólo a mí en tanto «Yo». Cuando están dirigidas a mí, la responsabilidad es moral, pero bien podría perder su contenido moral en el momento en que intento darle la vuelta para atar al Otro".
"No somos morales gracias a la sociedad sólo somos éticos o cumplidores de la ley gracias a ella); vivimos en sociedad, somos la sociedad, gracias a ser morales", añade. 
Por el contrario, para el orden racional de la modernidad, el fundamento es el código ético universalizante, por sobre el yo moral, el cual pone límites a su libre desenvolvimiento.
Más adelante, esta oposición es abordada por Bauman con los términos de estructura y contraestructura, poniendo de manifiesto el enfrentamiento entre orden, representado en el Estado moderno, y la comunidad, donde -a juicio del orden- persisten elementos disfuncionales. Aquí va encontrando espacio lo que al autor llama  "el agresivo asalto de lo profano a lo sagrado, por la lucha de la razón contra la pasión, de las normas frente a la espontaneidad, estructura frente a contraestructura, socialización contra sociabilidad".
Y precisa: "Las cruzadas culturales de la modernidad temprana apuntaban a desarraigar y destruir las formas plurales, diversas y mantenidas por la comunidad, en nombre de un patrón de vida uniforme, civilizado, ilustrado y apoyado en leyes. Las cruzadas se abocaron a extirpar lo que, en teoría, se consideraba formas de existencia «antiguas» y «retrógradas»".
Se reduce así a la comunidad bajo la categoría de lo incivilizado, fuera de la razón del Estado. En fases históricas esto se reflejó en las lógicas imperialistas europeas hacia África, Asia y América Latina, lo cual con el paso del tiempo ha adquirido otras formas, siempre desde el Estado hacia las comunidades, tratando de imponer la lógica civilizatoria, mediada por el término "relacionamiento comunitario", para que las comunidades se atengan al orden estatal, ya sea para permitir la llegada de infraestructura o para emplazar producción a gran escala. Ello se ha visto reflejado en la relación que establece el Estado-Nación moderno junto a la gran empresa privada durante el siglo XX y en la actualidad.
En este estado de cosas, las comunidades fueron sometidas en su capacidad de definir la agenda moral. "Los poderes coercitivos del Estado moderno, combinados con la movilización espiritual centrada en el Estado, resultaba una mezcla venenosa: el poder opresor y el potencial criminal que develaron en la práctica los regímenes comunistas y fascistas. Más que cualquier otra forma del Estado moderno, estos regímenes lograron hacer un cortocircuito entre estructura y contraestructura, socialización y sociabilidad. El resultado fue una subordinación prácticamente total de la moralidad a la política. La «conciencia colectiva», esa única fuente y garantía de sentimientos morales y conducta guiada por la moralidad —según Durkheim—, se condensó, institucionalizó y fusionó con los poderes legales del Estado político. La capacidad moral quedó casi expropiada, y cualquier cosa que se opusiera a la estatización se perseguía con todo el peso de la ley", afirma Bauman.
Y así emerge lo que el autor llama como el "divorcio posmoderno", en que el Estado relaja "los poderes contractuales de la sociabilidad", debido al impacto de la globalización económica y su oferta cultural, lo que activó la "entrada de las tribus", a las que reconoce como "erupciones de sociabilidad", donde hay mayor espacio para la divisibilidad y la "ebullición" de las emociones, por encima de acciones morales.
Estas erupciones se inclinan a estar dentro de espacios estéticos, que se caracterizan por relaciones menos orgánicas, más fragmentarias, episódicas. "Si bien el espaciamiento social pretende «estructurar» la claridad de las divisiones, la estabilidad de las categorías, la monotonía y la repetición, la predictibilidad y la garantía plena de que las expectativas serán satisfechas, el espaciamiento estético busca lo borroso, particiones móviles, el impactante valor de la novedad, de la sorpresa y de lo inesperado, expectativas que siempre van más de prisa y se mantienen adelante de la realización".
En este tipo de espacio, Bauman advierte dificultades para el desarrollo del espaciamiento moral, por cuanto no tienen una posición suficientemente fija en el tiempo, lo que se traduce en una debilidad en la responsabilidad por el otro.
"Las tribus posmodernas logran su efímero ser mediante una sociabilidad explosiva. La acción conjunta no se deriva de intereses compartidos, más bien los crea. O, mejor dicho, unirse a la acción es todo lo que puede compartirse", indica Bauman.
Y agrega: "El hábitat posmoderno ofrece pocas oportunidades de actuar conforme a la sabiduría posmoderna. Los medios para actuar colectiva y globalmente —como exigiría el bienestar global y colectivo— han sido desacreditados, desmantelados o se han perdido. Todas las reuniones y uniones de fuerzas son movimientos de suma cero; su éxito se mide por la estrechez de sus divisiones. Los problemas pueden manejarse sólo en el ámbito local, y cada uno de manera independiente; únicamente se articulan los problemas que pueden manejarse de esta manera. El manejo de problemas significa construir un miniorden a costa del orden en otro lugar y de aumentar el desorden global, además de agotar el cada vez más exiguo abasto de recursos que hacen posible cualquier orden".
La configuración de las relaciones entre la generalidad y la particularidad dentro de las dinámicas de la sociedad mantienen una tensión permanente desde la perspectiva ética. Ha sido así en los tiempos de la modernidad, así como en la etapa histórica anterior a la ilustración. Lo que ha hecho la postmodernidad es imprimerle nuevos elementos a esta eterna confrontación de visiones de mundo, por lo que no se le puede achacar la causa de todos los males o de las nuevas virtudes críticas ante el estado de cosas.