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viernes, 30 de abril de 2010

La masificación de los juegos de azar en un país que “apuesta” al desarrollo

Se habla hasta por los codos acerca de la sociedad del consumo en la cual está inmersa Chile desde la implantación forzada del modelo económico de ortodoxia monetarista en 1975 (con la primera política-económica de “shock”). Sin embargo, muchos no pueden reconocer los mecanismos mediante los cuales se manifiestan las pulsiones del consumo en un país que presenta un alto contenido aspiracional en materia económica y simbólica.
Descripciones de este tema abundan en la obra de Tomás Moulian “Chile actual: Anatomía de un mito” (1996) o en “El consumo me consume” (1997), donde se establecen aproximaciones clasificatorias acerca del consumo compulsivo en el país. No obstante, con el paso del tiempo, estas tipologías tienden a dejar de lado otro fenómeno participante dentro del complejo proceso de transformaciones culturales vividas en el país desde los años ochenta: La influencia de la industria de los juegos de azar en la población. Efectivamente, el impulso primordial que lleva a las personas al hecho de apostar está estrechamente ligado al deseo de tener o, mejor dicho, de aspirar a poseer “cosas” que aún no forman parte real de sus propiedades. Esta es la eterna idealización, el interminable camino de la abstracción de una sociedad que aspira al desarrollo, pero incapaz de crear un correlato de integración social para alcanzar este objetivo, razón por la cual tiende a mirar el camino fácil, la inmediatez del acceso al dinero como la última finalidad.
Ya en 1982 encontramos las primeras advertencias respecto a los efectos culturales de la masificación de los juegos de azar: “Pareciera que la vida se vuelve una apuesta para quienes fueron desposeídos de su praxis y sometidos al libre juego del mercado: si es el azar quien gobierna el mundo, es racional jugar al azar. Hay algo de astucia infantil en dejarse engañar por las pequeñas promesas del juego con el propósito de engañar a su vez a las leyes estrictas del mercado. En lugar de pensar en la acción mancomunada se tiende a buscar la salvación en algún acto de gracia. Cuando el sacrificio diario se revela gratuito, se busca la justicia en el premio. El premio podría ser una buena cantidad de dinero que cambie la situación personal, pero también puede ser un símbolo: todas aquellas promesas publicitarias vendidas al detalle por las cuales se accede en cuotas al mundo feliz”.
La liberalización del mercado supone un nuevo campo de juego: Se disminuyen las garantías ofrecidas por el Estado como el garante de derechos y servicios básicos a costa de un sector privado que basa su visión de mundo en la rentabilidad, mientras que las condiciones de desarrollo quedan a disposición del azar, o de aquélla mano invisible atribuida a las libres capacidades del individuo. Desde esta lógica debemos comprender la consolidación de la industria de los juegos de azar en Chile, la cual promete no dar marcha atrás, debido al florecido mercado que ha encontrado a partir de las concupiscencias que se desarrollan en un modelo antropológico determinado el imaginario de la liberalización de las ganancias privadas por sobre la regulación de los desequilibrios individuales y sociales.
Podemos comenzar con datos “duros”. De acuerdo a la subgerencia de Investigación y Desarrollo de Polla Chilena de Beneficencia, actualmente existen cerca de 5. 170.000 jugadores regulares a lo largo del país. O sea, entre el 35% y 50% de la población recurre a esta especie de ritual cultural compulsivo-obsesivo para intentar “cambiar la suerte”, “asegurar la vida”, “tener un golpe de suerte”, etc. No es raro entonces, que las ventas de Polla y Lotería de Concepción –el duopolio autorizado legalmente para administrar juegos de azar nacionales- sean en torno a 310 millones de dólares ($ 166.110 millones), lo que muestra un promedio de $14.000 millones destinados mensualmente a esta industria por parte de los jugadores-consumidores. Tampoco es raro apreciar cómo estos dos actores del mercado de juegos tengan una escondida guerra contra los traga monedas que han surgido en miles de locales comerciales a lo largo del país, debido a la competencia desleal que observan en cuanto a que se encuentran exentos de pagar impuestos.
Y es que la legitimación de los juegos de azar encuentra en el Estado un factor preponderante en el incentivo de estas actividades, bajo la justificación de aumentar la recaudación tributaria y el fomento al turismo. Es así como debemos comprender la irrupción de quince Casinos de juego en las regiones del país que constituyen uno de los mejores ejemplos de descentralización...en materia de juegos de azar. De acuerdo a los datos de la Superintendencia de Casinos de Juego, mensualmente ingresa un promedio de US$ 25 millones a las arcas del sector, donde cada chileno gasta un promedio de $27.600 (US$ 40), o sea unos US$ 480 anuales. Una cifra cercana al promedio de los sueldos en el país, con lo cual un chileno apostador asiduo a este tipo de juegos destinaría un mes de sueldo a estas actividades.
El principal problema es que no se han considerado las llamadas externalidades negativas de estas dinámicas, como la ludopatía. El ludópata es funcional al sistema económico liberalizador in extremis donde el juego está legalizado en la lógica del consumo y es facilitado por una red de marketing que promociona el acceso a esta “industria del ocio”, generando una retroalimentación con los potenciales ludópatas que deben enfrentar una adicción alimentada por el mercado y amparada por el Poder público. Tal como los otros tipos de adicciones que producen externalidades sociales negativas (alcoholismo, tabaquismo, drogadicción, etc.), los juegos de azar presentan serios impedimentos para ser extraídos de raíz, debido a los intereses económicos establecidos.
Así, la dicotomía entre rentabilidad económica-rentabilidad social es hegemonizada por la primera puesto que la presencia de grandes casinos está acentuando la precarización de las pequeñas actividades comerciales en las zonas donde éstos operan, especialmente en la pequeñas y microempresas, que no pueden enfrentarse a la competencia impuesta por esta nueva industria del ocio. La promesa de crear más empleos es neutra pues como se generan al interior de los casinos, también se pierden en los entornos económicos que deben cesar sus actividades.
Pero existe una problemática más capilar en las consecuencias que conlleva una oferta masiva de juegos de azar: Su práctica sostenida del lleva a los ciudadanos-apostadores a incrementar el espíritu de competencia que, según la teoría ultra liberalista, duerme en cada uno de nosotros. Bien concuerdan los psiquiatras que el ludópata es funcional al sistema económico. En este sentido, una génesis aproximativa entre el mercado y los juegos de azar nos la entrega uno de los padres de la ortodoxia liberal-monetarista, F. Hayeck. Según su doctrina, la sociedad capitalista en su versión neoliberal es la más perfecta debido a que nace del azar, sin ninguna premeditación, justo en el momento en que los individuos inician el juego competitivo. Como esta teoría está basada en el darwinismo social, los más competitivos obtendrán, por el azar, resultados más exitosos, logrando sobrevivir en el mercado. Ello llevará a los demás individuos a imitar los comportamientos competitivos. En otras palabras, la idea es: “Si este tipo logró hacer dinero, yo también puedo probar”.
Justamente, la teoría del juego nos habla acerca del perfil del jugador que poco a poco le asigna menos importancia al hecho de obtener ganancias económicas a costa de conseguir mayores espacios para el sentimiento de la competencia más puro. Ahora la máxima sería: “Le mostraré quién es el mejor”. La sofisticación en la cultura del juego plantea la superación del deseo de ganar dinero, pasando al deseo del reconocimiento. Como vemos, la fuerza motriz del individuo -en estos casos- se orienta mediante la administración de las inseguridades e incertezas generadas por las presiones económicas, las cuales encuentran una alternativa en el juego de azar.
La retroalimentación de estas dinámicas se genera q partir de los mensajes subliminales primarios que se esconden en los slogans publicitarios construidos por la filosofía del marketing, uno de los bienes intangibles y no transables que coadyuvan a determinar una parte de la realidad a millones de chilenos. En este sentido, el marketing de los juegos legalizados se abre camino peor que una placa subterránea: Su lógica expansiva ha diversificado la oferta de productos a través del formato “raspe y gane” con anzuelos como la entrega inmediata de $ 100 millones en premios o de sueldos mensuales de hasta $ 500 mil por todo un ano.
Para un ciudadano inmerso en continuas dinámicas intensificadoras de sus deseos inmediatos, como las necesidades económicas en un país en vías de desarrollo, con un ingreso per cápita medio como Chile (US$10.000 nominal y US$ 14.600 por paridad de compra), no es difícil caer en la vorágine de las supuestas “oportunidades” que plantea este tipo de dinámicas del mercado. El apostador es un consumidor a todas luces y, por lo general, presenta una delgada línea de separación entre la mesura y la impulsividad. Lo cierto es que el mercado, entendido como asignador de bienes públicos, ha levantado una cultura del juego instantáneo. Ya no es necesario reunir la mayor cantidad de cupones posibles con los datos personales para mandarlo a una casilla postal determinada y esperar a ser el ganador en un concurso por tómbola, sino que sólo se requiere comprar, raspar y ganar. Una tríada que es utilizada para aumentar las ventas de productos o promocionar nuevos servicios provenientes del sector privado. Tanto bancos como supermercados recurren a la lógica del “jugar y ganar” para obtener la preferencia de los usuarios (potenciales clientes) a cambio de participar en concursos por un departamento, automóviles o viajes. Las técnicas de marketing también han incluido el concepto del raspe y gane para promocionar sus productos, mediante supuestos descuentos o premios.
Lo cierto es que la ludopatía se transforma en un bien intangible producto del marketing. La abstracción de la ganancia se asocia con la idea moderna de que la satisfacción, estabilidad y seguridad personal se construyen sobre la base del dinero. Esto es lo que se conoce como “ilusión de control”, en el cual el apostador piensa que sus elecciones (un número X o un par de partidos de la polla gol) son controlables o, al menos, podrían influenciar los resultados finales de un juego. El tipo de ilusión también es funcional a la idea de doblarle la mano a las condiciones impuestas por el modelo económico y la división del trabajo que implica. Ello no es más que una consecuencia del pensamiento egocéntrico que caracteriza al hombre y que está directamente asociado a la potencial competitividad que sustenta la ortodoxia liberal. El egoísmo pasa a jugar un papel fundamental, ya que la pulsión por los juegos de azar en algunos ciudadanos activa otros mecanismos de justificación a una práctica que anteriormente presentaba una menor aceptación social: Los compradores de lotería, Kino, Loto y/o raspe y gane, así como los asiduos a los casinos de juego, suelen decir a los demás “si gano un premio gordo, pongo una parte de esto a un hogar de niños o ayudo a alguien”. Con ello se esconden bajo la alfombra las eventuales críticas de rechazo por parte de los demás hacia la conducta de los usuarios permanentes de estos juegos.
Un relato paralelo a este fenómeno es la premisa del riesgo en la sociedad, implícita en la industria de los juegos de azar, que también se desarrolla por canales más legitimizados. De hecho, la inversión en la Bolsa de Valores y en los múltiples instrumentos de inversión individual para el futuro viene a ser otra expresión del juego de azar, pero más racionalizado a la hora de analizar las decisiones, aunque el núcleo duro se mantiene: aumentar las ganancias personales a través del riesgo de las alternativas a elegir. Puestas así las cosas, no es raro que se genere confusión entre planos tan distintos como la oferta de nuevos instrumentos de inversión a futuro para la ciudadanía, que se sustentan en análisis racionalmente elaborados, y los juegos de azar que también implican un riesgo en función de la ganancia-pérdida.
El hecho concreto de superar una situación de riesgo -como es acertar los números, ganar dinero en efectivo por un juego determinado, comprar y/o vender acciones, etc.- acarrea una nueva serie de procesos empíricos en el individuo; desde cambiar la vida a partir de la fortuna económica, el mero gozo del triunfo y el reconocimiento de los demás, hasta el control del futuro personal y una autonomía plena de las exigencias laborales y de otras necesidades. En otras palabras, se refuerza la auto ilusión de escapar del “reino de la necesidad”, advertido por Hegel. Y aquí se produce el mayor conflicto: la disminución de una visión ética del trabajo que en Chile está más determinada por nuestra cultura latina cortoplacista.
Considerando que Chile encabeza la lista de los países de la región con mayores enfermedades mentales y trastornos de la personalidad, la masificación de los juegos de azar promete aumentar dichas tasas, sin la debida protección del Estado por la prevención de la salud pública y la calidad de vida de los ciudadanos que son susceptibles de caer en la alienante vorágine de la ludopatía. Y aquí surge otro conflicto: La preocupante incapacidad de un segmento de la población de asumir sus responsabilidades individuales para enfrentar los embates de la industria lúdica.
Y es que, contrariamente, a lo que algunos deseen pensar, la causa de la adicción patológica a los juegos de azar no responde exclusivamente a las dificultades económicas por las que atraviesa una sociedad en crisis, sino que apuntan predominantemente al factor de las características personales y estados de angustia, depresión, soledad, entre otros. Estos tipos de perfil presentan una mayor predisposición a los incentivos de la industria, particularmente debido a que tienden a justificar aquello que les sucede preminentemente desde explicaciones externas: “los problemas que tengo son culpa de los demás, me accidenté por mala suerte, me echaron del trabajo por envidia, en este país es imposible vivir, algún día le daré el palo al gato (tener golpe de fortuna), etc.”. La extrema justificación externa en las decisiones internas del individuo, de acuerdo a los especialistas, aumenta las posibilidades de conectar con la dinámica de los juegos, ya que se priorizan los aspectos emocionales de la propia realidad frente a objetos externos. Así, el sujeto, a la hora de comprar un loto, raspe y gane o entrar a un casino, piensa que sus probabilidades de ganar superan a las de una eventual pérdida.

Que los niveles de alienación social se incrementen con el desarrollo de la industria del juego de azar es una perogrullada, al igual que hablar del déficit regulatorio de las autoridades públicas para evitar nuevas externalidades negativas en un país que también apuesta a ser desarrollado. Sin embargo, la noción de riesgo que implica toda apuesta ha acentuado sobre la base del miedo a perder el trabajo o de no alcanzar una situación económica suficiente para mantener las necesidades de cada uno. Dichas expectativas son explotadas por el discurso del éxito inmediato que apela el marketing del juego, en el cual el camino corto para alcanzar el dinero es la mejor arma retórica para reproducir este nuevo aspecto de la cultura del desarrollo chileno.

martes, 6 de abril de 2010

La mancha indeleble del capitalismo Crony en Chile

Dentro de la multiplicidad de adjetivos que se le han otorgado al capitalismo, nos viene uno en mente para analizar lo que está sucediendo en el primer mes del Gobierno de Sebastián Pinera en Chile: Capitalismo Crony (Crony Capitalism). Este concepto es multiadaptable al lenguaje popular de cada país: capitalismo de compadres (Chile); de cuates (México), dei compari (Italia), de camarillas (España), de partners (Estados Unidos), etc.
La palabra Crony apareció en el lenguaje político en el siglo XVIII en Inglaterra. Muchos creen que se desprende del griego Chronios, que significa algo así como “largo plazo”, pero también se comenta que provenga del dialecto irlandés, bajo el término Comh-Roghna que se traduce como “amigos recíprocos”.
Posteriormente, el concepto fue acuñado por el economista Joseph Stiglitz para referirse a las dinámicas de complicidades entre las autoridades económicas del Estado y el empresariado, cuyo principal fruto es la constitución de una nueva mano invisible en el mercado: aquella que funciona a través de una red de privilegios entre conocidos que, a la larga, termina por obstaculizar la libre competencia, en vez de estimularla.
El hecho de que las Pequeñas y Medianas Empresas (Pymes) queden marginadas viene a demostrar una de las características de esta expresión al interior del capitalismo: las amistades que eliminan la libre competencia y los derechos de terceros que, casi siempre, son los eslabones débiles de la cadena.
El capitalismo de relaciones íntimas entre cúpulas describe las situaciones en las cuales las personas cercanas a los gobiernos de turno reciben favores con un alto valor económico por parte del Estado, como tierras, subsidios, exenciones tributarias, adjudicaciones automáticas y directas, etc.
Las consecuencias de estas relaciones se aprecian inconfundiblemente a lo largo de la historia chilena, con mayor fuerza desde la captura del Estado por parte de la oligarquía vencedora en la guerra civil de 1891. La literatura nacional “naturalista” basada en el método experimental de Emile Zola, constituye uno de los primeros registros documentados para describir las lógicas de la Oligarquía nacional.
Una suerte de proto-capitalismo Crony lo podemos encontrar en la Obra “Casagrande” de Luis Orrego Luco, donde se detalla el modo de actuar entre la clase terrateniente y el Estado: Si había necesidad de construir una línea ferroviaria que pasara cerca de sus tierras, el latifundista sólo debía llamar a un conocido en el Congreso y/o en el Gobierno para materializar esta iniciativa.
Coincidentemente, gran parte de las familias dominantes de aquella época son los ancestros de connotados personajes de la derecha y el empresariado actual. De estas huestes oligarcas se formaron los gremios empresariales, como lo explica Genaro Arriagada en “La Oligarquía Patronal en Chile”, por lo que ya podemos hablar de un actor estratégico permanente en el desarrollo del Capitalismo Crony criollo. No por nada, hace 51 años atrás, cuando la derecha había sido elegida para administrar el Estado con Jorge Alessandri a la cabeza, ya se hablaba del “gobierno de los empresarios”.
A este capitalismo de compadres también se agregan las lógicas político-partidistas que comenzaron a tomar más fuerza en los años sesenta hasta la irrupción de los militares al poder, cuando se genera una intensificación desenfrenada de este fenómeno. Factor clave dentro del Capitalismo Crony es la doctrina de la privatización del Estado a toda costa, en un proceso que se inauguró en 1974, a partir de la otra “reconstrucción nacional” llevada a cabo por la derecha. Para comprender la interrelación entre este tipo de capitalismo con la privatización es necesario conocer otras categorías de análisis en el mismo Stiglitz: “El aspecto más grave de la privatización, como ha sido conducida en tantos casos, es la corrupción”.
Precisamente, este fenómeno es el que caracteriza el periodo histórico entre 1973 y 1989 con el poco transparente proceso de privatizaciones realizado durante el régimen militar que derivó en la extraña acumulación de capital para conspicuos personeros que se conocían entre sí, tanto en la administración del Estado como en el sector privado. Investigaciones como “Los Hijos de Pinochet” de Víctor Osorio e Iván Cabezas (1993) y “El Saqueo de los Grupos Económicos” de María Olivia Monckeberg (2001) muestran acabadamente el prontuario de actuales figuras de la derecha política y empresarial que todavía son protagonistas de este capitalismo de relaciones.
Según Stiglitz, la ceguera sobreideologizada de la liberalización in extremis es uno de los factores más importantes para desarrollar esta expresión comportamental y sistémica del capitalismo: “la retórica del fundamentalismo del mercado sostiene que la privatización reduce aquello que los economistas llaman la actividad del “rent seeking”: los funcionarios de gobierno que se apropian de una parte de las ganancias de las empresas del Estado o entregan concesiones o puestos de trabajo a sus amigos. Contrariamente a lo que debe hacer, la privatización ha empeorado las cosas tanto que hoy, en algunos países, ha sido llamado bromísticamente “ bolseo”.
La descripción de Stiglitz coincide plenamente con lo sucedido en Chile durante los ochenta, los años de la gestación del nuevo Capitalismo Crony, más sofisticado y dinámico en sus funciones de elitización, además de ser cubierto y protegido por los Medios de Comunicación pertenecientes al duopolio El Mercurio- Copesa. Y es que el rasgo de favores recíprocos entre los personeros del Estado y sus amigos en el sector privado no lo cambia ni siquiera la historia.
Recordemos, en este sentido, el salvataje que realizó el gobierno de turno a los diarios El Mercurio y La Tercera, a través del Banco del Estado en 1989. Ello nos permite comprender de mejor modo el velo blanqueador que han construidos estos Mass Media con las acciones encubiertas de la derecha en los pasillos del poder público desde 1973 hasta estos tiempos. Los años noventa, en este contexto, vieron la emergencia del concepto de los “poderes fácticos” que no era más que aquél Capitalismo Crony conformado por El Mercurio, la derecha política y empresarial y la casta militar.
La instalación en el Estado por parte de la Concertación de Partidos por la Democracia en 1990 no sepultó el fenómeno, sino que se extendió a los personeros de centro izquierda que llegaban a las altas esferas del poder. Pero esta vez, el escenario panóptico de los Medios de Comunicación afines a la Derecha permitió un mayor conocimiento del Capitalismo Crony por parte de la Opinión Pública. De la noche a la mañana, el sentido común de la ciudadanía fue condicionado a pensar que la corrupción (junto con la delincuencia), apareció en 1990 de la mano de los nuevos partidos políticos que retomaban el Estado después de 17 años.
Pero lo cierto es que esta tipología capitalista de favores recíprocos ya había socavado profundamente las bases del modelo de desarrollo económico, perjudicando a otros segmentos de la población, como las Pymes, sindicatos, asociaciones profesionales y otras organizaciones sociales (ambientalistas, consumidores, juntas de vecinos, etc.). En el contexto de los noventa, las relaciones íntimas entre miembros de los partidos políticos comenzaron a dar nuevos dividendos a la cuenta del Capitalismo Crony.
Contrariamente a lo que debía ocurrir, se continuaron reproduciendo las condiciones para el desarrollo de nuevos casos de corrupción, explicables a la luz de estas relaciones recíprocas. Casuísticas, bajo la óptica Crony, se encuentran en los más de 120 hechos registrados en los viente años de gobierno concertacionista. Entre los más emblemáticos se destaca, en 1993, el famoso desmalezamiento de 320 hectáreas en el recinto de la Refinería de Petróleos de Con-Con por $381 millones pagados a una empresa privada.
Una parte de estos fue a parar al financiamiento de campanas electorales para el coreligionario del gerente general de la firma estatal. Este mismo patrón triangulado entre empresas públicas, privados y partidos políticos marcó la pauta para los siguientes 17 anos.Clamoroso y olvidado está el caso de 1997, en la Junta Nacional de Abastecimientos y Becas (Junaeb), donde la Contraloría detectó pagos adelantados de concesiones –sin respaldos- para los contratos de adquisición de alimentos por $ 5.600 millones. De acuerdo a la investigación, estos pagos esencialmente eran préstamos “amistosos” disfrazados de adelantos hacia 29 de las 31 empresas relacionadas con la Junaeb.
Por otro lado, en 1997, se destapan irregularidades en las licitaciones para la modernización de algunos tramos de la Ruta 5 Sur, sobre la base de una concesión retirada con el fin de reotorgarla, por un mayor precio, a la empresa Bitumix Ltda. En 2002, Contraloría descubre una fuerte relación entre el Ministerio de Obras Públicas y Bitumix, en la cual el Estado entregó cuantiosos recursos por trabajos sobrevalorados y exagerados en gastos. Año 2000: Documentación de la Policía de Investigaciones revela que la presidente del Consejo de Defensa del Estado (CDE), Clara Szczaranski, ayudó a resolver un conflicto entre el Estado y una empresa minera, además de usar su cargo para facilitar la adjudicación de arbitrajes en los litigios de las empresas privadas.
Coincidentemente, el mayor caso de irregularidades -que se pueden explicar bajo el prisma del Capitalismo Crony- se manifestaron en el funcionamiento del Sistema de Concesiones de Obras Públicas, especialmente en los criterios que se utilizan para otorgar millones de dólares del Estado al sector privado, donde las consideraciones políticas inevitablemente predominan sobre aquéllas técnicas. Un dato que confirma esta tendencia lo entrega el economista Eduardo Engel: “Una parte sustancial de las inversiones en infraestructura financiadas por el sistema de concesiones no fueron asignadas en una licitación competitiva, sino mediante renegociaciones posteriores donde no hubo competencia alguna. En promedio, cada una de las 50 concesiones otorgadas entre 1993 y 2006 ha sido renegociada tres veces, resultando en transferencias a los concesionarios de unos US$2.800 millones. La mayoría de estas han sido entre concesionarios y el MOP, sin ser revisadas por terceros independientes”.
Ello confirma el rasgo intrínseco de esta práctica capitalista de relaciones recíprocas que no dejan espacio a terceros “incómodos” y que son la principal barrera para el desarrollo de la libre competencia que, continúa, siendo una quimera en el país. En su expresión práctica, el Capitalismo Crony consiste en la colusión entre los jugadores frente a un determinado juego.
Lamentablente estas situaciones no fueron detenidas en los gobiernos de centro izquierda en los últimos veinte años, sino que se profundizó su accionar en una forma paralela de gobernabilidad oculta estructurada mediante relaciones de amistades, donde las recomendaciones mutuas entre lo público y lo privado se establecieron en función de una nomenclatura, por un tiempo indefinido...hasta el recambio de este año.La inusitada concentración en el mercado doméstico es una consecuencia de estas estrechas relaciones que permitieron la irrupción de los llamados grupos de presión empresarial que se manifestó a través del conocido lobby en los pasillos de Gobierno como en el Congreso.
Ejemplo de esto último fueron los rechazos a proyectos como el aumento de impuestos específicos a los combustibles, tabaco y alcohol, o al proyecto original del royalty a la minería. Otros casos fueron la discusión de la Ley Eléctrica, donde la cantidad de lobbytas en el Congreso era un poco menos a la de los congresistas. También podemos mencionar el caso del libro “El Saqueo de los Grupos Económicos en Chile” cuya autora, la periodista María Olivia Monckeberg, denunció las presiones realizada por el ex PPD Jorge Schaulhson para sacar del listado a su amigo, el empresario, Alvaro Saieh, cabeza del grupo mediático Copesa.
Con este imbricado panorama de relaciones no era de esperarse la privatización de los personeros del Estado, una vez que dejaran sus cargos en el Gobierno: De un tiempo a otro pasaban a criticar las mismas políticas públicas que ellos mismos habían contribuido a implementar, para despejarle el paso a los intereses privados.La llegada de la derecha al Estado implica un cambio en las nomenclaturas, prometiendo intensificar los niveles de Cronysmo. La Teoría indica que el Cronysmo consiste en la dominación de amigos de vieja data en altas esferas de decisión pública, sin la realización previa de concursos públicos.
En estos tiempo también estamos en presencia de “pitutos” de corte tecnocrático, donde el “appointer” (el que designa) y el beneficiario (el designado) están en un estrecho contacto social. Bien dice la literatura que el Cronysmo, en la práctica, es contrario a la meritocracia, un problema endémico en Chile y uno de los factores principales que explican el estancamiento de las estructuras sociales y, por ende, de un real desarrollo. Existe una relación directa entre las limitaciones de estas relaciones amistosas y el déficit de innovación, creatividad e incentivos a nivel microeconómico en la sociedad local.
Es por estas aristas donde se deben identificar los problemas y no sólo en la tozuda idea de la liberalización ortodoxa de reducir el tamaño del Estado y sus regulaciones al mercado que justamente ha sido fracturado por este tipo de prácticas cronystícas.
Este entramado contribuye además a obstaculizar el capital social de cada país, es decir la confianza de la ciudadanía respecto a sus instituciones cotidianas más cercanas, como el empleo, los servicios públicos y privados y la calidad de vida.La derecha ha prometido terminar con la puerta giratoria de la delincuencia, pero no ha dicho que esa puerta giratoria también opera en los pasillos del poder, bajo la eterna sombra del Capitalismo Crony.