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viernes, 3 de febrero de 2017

La peligrosa y latente tendencia a la regresión autoritaria como forma de ser gobernado

El autoritarismo como parte de la condición humana es una pulsión dentro de ciertos individuos o grupos dentro de la sociedad, entendida -según la define Sigmund Freud- como una fuerza que impulsa al sujeto a realizar una acción para satisfacer una tensión interna, especialmente para buscar mayor seguridad y estabilidad frente a situaciones que se asumen incontrolables, las cuales en ciencia política se ubican en el contexto del estado de la naturaleza, descrito por Thomas Hobbes, en que el hombre es el lobo del hombre, ante lo cual es necesario establecer un acto de sujeción entre la figura autoritaria de un hombre a cargo del Estado y los súbditos.
Esta relación de dominio es la respuesta a la tensión interna, a la angustia que se produce en algunos individuos y grupos en torno a la forma que se adquirir un gobierno para que supuestamente responda a las expectativas de seguridad y estabilidad, por lo que el autoritarismo históricamente es una tendencia siempre presente en las relaciones de la sociedad política con la sociedad civil, transformándose en una tendencia que pretende regresar el un contrato social más abierto, al estilo de Jean Jacques Rousseau, a la sujeción leviatánica de Hobbes.
La regresión autoritaria busca un tipo de dominación que se busca a partir de un cuestionamiento a la legitimidad, como afirma Max Weber. Y es que para algunos individuos o grupos la idea de establecer un régimen autoritario es la solución al desorden que dicen percibir de sistemas políticos más abiertos, liberales y abiertos al juego democrático, aunque se mantenga con altos niveles de formalismo.
En este sentido, siguiendo a Weber, el motivo de girar hacia un tipo de dominio responde a una racionalidad con arreglo a fines, en que el ejercicio de razonamiento del sentido común se puede ejemplificar de esta manera: "Si hay un gobierno autoritario con mano dura aumentan las probabilidades de obtener resultados de orden público, provocando una disminución de las amenazas a la seguridad personal y pública, como la delincuencia y el conflicto.
En su exposición sobre "La política como vocación", Weber apunta otro elemento que da vida a esta tendencia a ser subordinado a un poder fuerte: El ámbito de la influencia autoritaria de las relaciones sociales y de los fenómenos culturales es mucho mayor de lo que a primera vista parece. Valga como ejemplo la suerte de dominación que se ejerce en la escuela, mediante la cual se imponen las formas de lenguaje oral y escrito que valen como ortodoxas.(...) La autoridad de los padres y de la escuela llevan su influencia mucho más allá de aquellos bienes culturales de carácter (aparentemente) formal, pues conforma a la juventud y de esa manera a los hombres. 
Para Weber "es evidente que, en la realidad, la obediencia de los s ̇bditos está condicionada por muy poderosos motivos de temor y de esperanza". El motivo del temor se activa al no desear caer en el estado de naturaleza sin orden, mientras que el de la esperanza apunta al anhelo de terminar con los déficits organizacionales de los sistemas abiertos que no son capaces de respondes a las necesidades de los súbditos.
La fuente de legitimidad de esta nostalgia por el autoritarismo en los sometidos se identifica más con la personalización del poder, especialmente mediante la legitimidad del carisma. No falta quienes ven carisma en la figura del dictador, lo que entrega una sensación aseguramiento del funcionamiento de una sociedad, no importando que sea una forma corrompida de gobierno, como indica Aristóteles.
Peor aún, quienes exigen un retorno a lo autoritario asocian el carisma con los otros dos tipos de dominio advertidos por Weber: la tradición, o sea el supuesto apego de los regímenes autoritarios para mantener ciertos valores sagrados como el orden público, y la legalidad, en que se asocia la figura carismática del dictador para generar leyes que eviten la caída en el desorden o caos que vienen con las crisis de legitimidad en los sistemas políticos.
Norbert Lechner apunta a que el autoritarismo es un intento de restauración de certidumbres, de reafirmar el sentimiendo de una comunidad en un mundo en que "todo lo sólido se desvanece en el aire", lo que justamente ocurre con mayor pofundidad en una sociedad abierta. A su juicio. el autoritarismo "reelabora los miedos concretos como miedo al caos, miedo al comunismo, etc. Cuando la sociedad interioriza este "miedo reflejado" que le devuelve el poder, ya no es necesario un lavado de cerebro".
"La instrumentalización de los miedos es uno de los principales dispositivos de disciplinamiento social. Se trata de una estrategia de despolitización que no requiere de medidas represivas, salvo para ejemplificar la ausencia de alternativas", sostiene Lechner.
Entonces tenemos a la incerteza que lleva al miedo y este se traslada a la necesidad de una supuesta protección que se ve en la figura autoritaria. La exigencia para retornar al Estado leviatánico, que suspenda más de un derecho, también forma parte con el modo de construir una sociedad. El peso de la noche planteado por Diego Portales en la gobernabilidad chilena, es parte de una tendencia universal en el modo en que los hombres se organizan: Tener un diseño autoritario en un mar de súbditos sumisos que piden estabilidad en vez de libertad.
La regresión al autoritarismo es como el demonio que menciona Nietzsche en su ley de eterno retorno: Cada cierto tiempo surge la inclinación a optar por esta forma de gobierno. La desesperación que lleva a algunos a pedir autoritarismos y otros tipo de mesianismos que venden eficientismo no revela más que la inseguridad personal de no poder gestionar los problemas con las propias capacidades ni de asociarse con otros para superarlas. La crisis de la representatividad también es producto de una sociedad civil no organizada como un poder efectivo contra los representantes, lo que refleja la crisis permanente en el contrato civil entre gobernantes y gobernados.