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jueves, 5 de diciembre de 2019

¿Por qué el Anti-Edipo es un acoso contra el fascista que existe en cada uno de nosotros?

"La introducción a la vida no fascista", escrita por Michel Foucault, en el prólogo del Anti-Edipo, la obra de Gilles Deleuze y Félix Guattari, aborda el concepto del fascismo desde un punto de vista amplio, que supera los alcances propagandistas con los cuales la lógica derecha-izquierda se acusan mutuamente dentro del espectro ideológico político, especialmente cuando se desea hacer referencia al fenómeno del totalitarismo.
En este texto el filósofo francés advierte que el fascismo es un fenómeno más íntimo, que subyace en nuestra cotidianidad, asignándole un carácter más ontológico, que se concentra en la propia individualidad. Pero para entender esto, primero es necesario conocer cuál es la idea principal en torno al Anti-Edipo. Este trabajo plantea una alternativa de análisis a las estructuras psicoindividuales y psicosociales producidas por el capitalismo moderno, relacionadas con el concepto lacaniano de la estructura edípica que va constituyendo sujetos, con premisas universalizantes de orden expresadas en el Estado, entendido como una máquina social que codifica flujos de deseos.
Uno de los puntos clave de la obra es la descodificación de flujos que está presente en el moderno desarrollo del capitalismo, tanto de la producción, como de mercancías, informaciones, datos, dinero, trabajadores, formaciones culturales, etc. Descodificar, según Deleuze y Guattari, a grandes rasgos, significa comprender, traducir y destruir otros códigos, asignándoles otras funciones.
La obra entraña una anti militancia a las estructuras socio-culturales que se han institucionalizado y convencionalizado a partir del orden productivo del capitalismo moderno y de la figura edípica del Estado y sus estructuras de registro y control de las máquinas deseantes que son los individuos. 
Para Foucault este trabajo es un aporte, al conectar el deseo con la realidad y con lo que los autores llaman la "máquina capitalista". Sin embargo, advierte que esta exploración se enfrenta a tres adversarios: El primero es la pureza política que busca un orden ascético de la política y sus discursos, los cuales se identifican en el convencionalismo, ramificado tanto en el criterio burocrático de la disciplina como en lo que Foucault denomina como "funcionarios de la verdad", entendidos como aquellos que se han acomodado a un cierta costumbre predeterminada por los dogmas y la teoría. El Anti Edipo, en este sentido, se desengaña de los idearios políticos.
En el segundo grupo ubica a los "técnicos del deseo", donde ubica a los psicoanalistas y semiólogos, encargados de los registros, codificaciones, esquematizaciones y clasificaciones, que tienden a reducir la multiplicidad que tienen los deseos.
Y finalmente llega al mayor adversario, al más estratégico que es el fascismo, no reducido a la experiencia italiana y alemana en sus regímenes totalitarios, sino al que se encuentra en cada uno de nosotros, "que habita en nuestros espíritus y está presente en nuestra conducta cotidiana, el fascismo que nos hace amar el poder,  desear esa cosa misma que nos domina y nos explota".
Señala que el fascismo se encuentra en cada uno de nosotros nos remite a la idea de la personalidad autoritaria, tratada por Adorno en los años en que se expandió el totalitarismo fascista italiano y alemán. Pero no lo sitúa solamente en este periodo histórico-político, pues se plantea de la inmanencia que tiene el fascismo en el individuo. 
El fascismo entonces se plantea como una presencia inherente a todo individuo, no solamente a los que se identifican con el ideario de derecha o de izquierda (lo que nos recuerda a la cita de Jurgen Harbermas sobre el fascismo de izquierda, que se reconoce en posiciones irreductibles que no transan)
A priori, podríamos decir que este fascismo latente en todos los individuos tiene un momento de manifestación en ciertas formas de relacionarse con el otro, con el deseo del dominio de nuestra propia influencia hacia los demás. La contemplación que importa es la que se impone al otro, lo que implica un ejercicio de voluntad, de maximalismo personal para alcanzar un objetivo, sin considerar los objetivos distintos que tienen los otros.
Sin embargo, postulamos que la explicación de Foucault acerca de este fascismo latente, ontológico, como parte de nuestro ser, requiere necesariamente tomar en cuenta el basamento de la experiencia italiana, encarnada en Benito Mussolini, para encontrar el porqué esta doctrina tiene el potencial de despertar desde la individualidad.
En la "Doctrina del Fascismo", escrita por Giovanni Gentile, pero que quedó a nombre de Mussolini, se plantea la búsqueda de un imperativo moral "superior", que implica sacrificio, ya que sostiene la necesidad de suprimir la vida "encerrada en el reducido límite del placer", para aspirar a metas más allá de sus intereses particulares. El fascista se sacrifica por un ideal general, en base a fines morales.
"El fascismo es una concepción religiosa que considera al hombre en su relación inmanente con una ley superior, con una voluntad objetiva que trasciende del individuo particular y lo eleva convirtiéndolo en miembro consciente de una sociedad espiritual", se indica en el texto.
Efectivamente, bajo la codificación de este sistema de pensamiento, que va más allá de la lógica de derecha-izquierda, la figura anti edípica colisiona, específicamente contra la entronización del Estado, entendido en el fascismo como "la conciencia y voluntad universal del hombre en su conciencia histórica". Esta raíz hegeliana de Giovanni Gentile es tributaria del proceso de la ilustración como una fuente codificadora de funciones, con sus propias convenciones y costumbres, las cuales se van acoplando como flujos dentro de la máquina capitalista, explorada por el Anti Edipo.
Un Estado que, para el fascismo, es la "verdadera realidad del individuo", cuya "única libertad" para el individuo es dentro del mismo Estado, supone múltiples formas autoritarias de flujos codificados, expresados en la razón burocrática y otras coacciones que son propias de la administración estatal. El dominio de estas fuerzas es lo que caracteriza al fascismo como un adversario del Anti Edipo, si es que tomamos en cuenta las reflexiones del prólogo de Foucault a esta obra.
En un plano más psicoanalítico, el fascismo se auto identifica como "una voluntad de existencia y de potencia: vale decir, consciencia de sí, personalidad", además de ser considerado como una "norma interior". Ello también se opone a los postulados anti edípicos con la descodificación de los flujos modernos.
Como vemos, la fe en el orden que el Estado puede entregar a la sociedad es una piedra cardinal en la visión del orden que aprecia el fascismo. Foucault identifica el contenido del Anti Edipo como una forma de vivir opuesta a la del fascismo, en tanto este lleva implícita -como dice el filósofo francés- una "forma de paranoia unitaria y totalizadora" de la acción política.
Menciona que las acciones, pensamientos y deseos que evitan las jerarquizaciones inherente al pensamiento fascista, con sus estructuras piramidales e institucionalizadas (ya sea de derecha o izquierda) son otras estrategias de resistencia antiedípicas.
"Liberaos de las viejas categorías de lo Negativo (la ley, el límite, la castración, la carencia, la laguna) que el pensamiento occidental ha sacralizado durante tanto tiempo como forma de poder y modo de acceso a la realidad. Preferid aquello que es positivo y múltiple, la diferencia a la uniformidad, los flujos a las unidades, las disposiciones móviles a los sistemas. Considerad que lo que es productivo no es sedentario sino móvil", sostiene Foucault, lo que se contradice también con la concepción militante de la vida que supone el fenómeno fascista con sus formas de representación: el Estado, la nación, el partido, la patria y otras figuras representativas que están presentes en ideologías extremas en el arco doctrinario.
El fascismo como expresión política, tanto en sectores de derecha como de izquierda, requiere de compromisos convencionales, conservadores (en esta familia somos todos de esta doctrina), irreductibles, por lo que el pensamiento en estos casos le otorga a la práctica política el valor de la verdad (el dogma), como crítica Foucault, ante lo cual el Anti Edipo busca ser una práctica analítica que multiplica las formas y los dominios de intervención de la acción política.
El poder, ese objeto de estudio foucaultiano, es otro elemento clave. Para Foucault, la política no significa una exigencia para reestablecer "los «derechos» del individuo tal cual han sido definidos por el filosofo. (pues) El individuo es el producto del poder". Esto choca con los plataformas programáticas de doctrinas políticas que se han convencionalizado a partir del proceso de la ilustración, como el liberalismo, el comunismo y el mismo fascismo, las cuales se orientan con la captura del poder, ya sea desde el campo de la luchas de las ideas, la hegemonía cultural y la administración de instituciones para la vida en común, donde por cierto el Estado es un eje central.
El arte de vivir que Foucault aprecia en el Anti Edipo implica sacar al individuo de las estructuras, desindividualizarlo, desplazándolo: "El grupo no debe ser el vínculo orgánico que une a individuos jerarquizados, sino un constante generador de «desindividualización»". Este desplazamiento significa no tener consideraciones con el poder.
A su juicio, el Anti Edipo es un "acoso de todas las formas del fascismo, desde aquellas, colosales, que nos rodean y nos aplastan, hasta las formas más pequeñas que instauran la amarga tiranía de nuestras vidas cotidianas".
Y aquí profundizamos otros aspectos para describir cómo cada uno de nosotros somos susceptibles de despertar al fascista que llevamos dentro. Se habla de un fascismo cotidiano y de que cada época tiene su propio fascismo, como sostiene Primo Levi. Y es que cada uno de nosotros es capaz de intimidar al otro, confundirlo con distorsiones informativas (engaños), nostálgicos por una figura autoritaria (edípica) y una tendencia a buscar la estabilidad en la normalización de nuestras vida, bajo un ordenamiento determinado que nos otorgue seguridad.
Si en estos tipos de ejercicios somos capaces de no considerar los intereses de los otros, ni sus visiones de mundo y derechos, para lo cual estamos de acuerdo con usar cualquier medio disponible para cumplir nuestro fines, ya sea con violencia física o simbólica, entonces hemos despertado el letargo fascista que está dentro de nosotros. Y eso es parte del diagnóstico de Foucault en su breve comentario al Anti Edipo. Si logramos reconocer que este es un método para tener una vida no fascista, debemos enterrar esa búsqueda de autoridad segura, cómoda y estable que tenemos dentro de nosotros y que pretendemos externalizarla al momento de buscar esa meta con otros individuos. Por eso el Anti Edipo es un esquizoanálisis a los grupos militantes, los cuales están dentro de los tres adversarios mencionados arriba por Foucault.