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martes, 24 de enero de 2017

El mercantilismo: metástasis de la economía chilena

¿Somos liberales o mercantilistas? Esta es una pregunta existencialista para quienes apoyan el libre mercado a priori, sin saber que no solamente el liberalismo es la única corriente en que se sustenta la idea de una economía abierta, siendo este uno de los motivos que permiten que otras corrientes como el mercantilismo se haya incrustado en la lógica de desarrollo del actual proceso de acumulación y reproducción del capital.
El mercantilismo es un sistema de ideas económicas pensadas para el libre comercio, concebido en el siglo XVI de la mano de las apertura europea en el contexto del renacimiento y la reforma protestante en los albores de la modernidad, con nuevos poderes que se van constituyendo paralelamente al poder eclesiástico y al feudalismo.
El carácter práctico en el comercio se centra en la acumulación del bienes que generan un excedente para destinarlo a otros países en un proceso que es instrumentalizado por la naciente configuración del Estado--Nación que pasó a tomar un rol preponderante en la economía política a través del concepto de soberanía.
Esto fue advertido por Nicolás Maquiavelo, quien señala que el príncipe "instituirá premios para recompensar a quienes lo hagan y a quienes traten, por cualquier medio, de engrandecer la ciudad o el Estado.Todas las ciudades están divididas en gremios o corporaciones a los cuales conviene que el príncipe conceda su atención. Reúnase de vez en vez con ellos y dé pruebas de sencillez y generosidad, sin olvidarse, no obstante, de la dignidad que inviste, que no debe faltarle en ninguna ocasión".
En el análisis de Maquiavelo se advierte la necesidad de que quien está a cargo del Estado no olvide a los representantes de los sectores productivos a quienes no debe olvidar para comportarse de modo generoso, dejando en claro que esta es una tarea que le compete a la autoridad representada en él.
Este germen moderno de corporativismo, en que las organizaciones económicas establecen una relación de dependencia con el Estado y viceversa es uno de los rasgos del mercantilismo moderno.
La generosidad así se entiende como la intervención del Estado para influir en las condiciones de la producción privada, la que se puede materializar en subsidios, leyes especiales, franquicias tributarias, incentivos directos o indirectos, todos los cuales son -en otras palabras- favores y concesiones especiales de acuerdo a la realidad de cada gremio o corporación que represente a un sector productivo.
De ahí que la máxima moderna del subsidio o apoyo estatal a una parte del sector privado se expresa mediante transferencia de recursos a los productores para aumentar la producción bienes dentro de un territorio determinado, el cual forma parte de la soberanía del Estado-nación.
En los escritos de Thomas Mun, padre del mercantilismo inglés de los siglos XVI y XVII , se advierte la relación de depenencia entre los comerciantes y el poder político, representado en el concepto de soberanía, entendida como el factor de desarrollo nacional, en que la clave es que las ganancias por lo que se exporta siempre debe ser mayor a las mercancías que se importan de otras naciones, proceso que tiene el objetivo de engrandecer a ambas partes.
"Considerad,  pues,  la  verdadera  forma  y  valor  del  comercio  exterior,  el  cual  es:  la  gran  renta  del  rey,  la honra del reino, la noble profesión del comerciante, la escuela de nuestros oficios, la satisfacción de nuestras  necesidades,  el  empleo  de  nuestros  pobres, el  mejoramiento  de  nuestras  tierras,  la  manutención  de nuestros marineros, las murallas de los reinos, los recursos de nuestro tesoro, el nervio de nuestras guerras, el  terror  de  nuestros  enemigos.  Por  todas  estas  grandes  y  poderosas  razones  muchos  Estados  bien gobernados  fomentan  grandemente  esta  profesión  y  cuidadosamente  estimulan  esta  actividad,  no  solamente  con  una  política  que  la  aumente,  sino  también  con  poder  para  protegerla  de  daños  externos,  pues saben  que  entre  las  razones  de  estado  es  la  principal  el  mantener  y  defender  aquello  que  los  sostiene  a  ellos y a sus haciendas", señala Mun en "La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior".
Esta dinámica derivó en un conjunto de saberes que fue instalando una supuesta verdad desde el poder de la soberanía estatal y del corporativismo comercial, como también lo advierte Murray Rothbard en su ensayo "El dinero, el Estado y el mercantilismo moderno", al definir al mercantilismo como "el uso de la regulación económica y la intervención por parte del Estado con el fin de crear privilegios especiales para un grupo favorecido de comerciantes y hombres de negocio".
En otra de sus obras Rothbard señala que el mercantilismo, "alcanzó su máximo en la Europa de los siglos diecisiete y dieciocho, era un sistema del estatismo que empleaba la falacia económica para construir una estructura de poder imperial, así como subsidios especiales y privilegios monopólicos para individuos o grupos favorecidos por el estado”.
 La imbricación Estado-comerciantes tiende a generar la plutocracia, el gobierno de los ricos, siendo un ejemplo lo ocurrido en Chile con la renta generada por el salitre a fines del siglo XIX, donde el Estado cumplía un rol funamental para impulsar las exportaciones de este producto, en una situación de captura del aparato público destinado a promover una renta monoexportadora, la cual -una vez terminado el período del Estao parlamentario a fines de los años veinte del siglo pasado- pasó a convertirse en una oligarquía patronal que se concentró en las organizaciones gremiales del empresariado, agrupadas en la Confederación de la Producción y el Comercio, donde están las representaciones de la minería, banca, agricultura, industria, comercio y la construcción.
Rothbard plantea que los vestigios del mercantilismo se manifiesta en las fuerzas políticas conservadoras y socialistas, desde donde se articula la intervención del Estado en la producción y en la circulación de las mercancías mediante transferencias a los productores y comerciantes con el fin de aumentar la producción de este bien para después comercializarla con políticas idealmente proteccionistas. En el caso del conservadurismo el mercantilismo se enfoca a proteger ciertos grupos de empresas que componen un sector productivo en desmedro de otras empresas o grupos de comerciantes.
Un ejemplo de esto se produjo en Chile en 1974, en el marco de la llamada "reconstrucción nacional", con la dictadura cívico-militar encabezada por Pinochet, donde la receta para reactivar la economía se basó en el apoyo del Estado a través de la entrega de recursos para beneficiar a ciertas empresas dentro de ciertos sectores, lo cual generó desventajas para las otras empresas que no recibían los subsidios, franquicias tributarias ni otro tipo de privilegios. En concreto, en este contexto, surgió el Decreto Ley 701 que entregaba un subsidio estatal a ciertas empresas forestales para la recuperacion de suelos y asi incentivar la forestación y el despegue de una industria exportadora, provocando como resultado un mercado controlado por tres empresas. Una situación similar se anotó en la agricultura con una estrategia exportadora que por décadas contó con bandas de precio para proteger a ciertos productos agrícola frente a la importaciones foráneas, además de establecer una relación de dependencia con la política cambiaria, la cual todavía surge de vez en cuando cada vez que el dólar baja a ciertos niveles, provocando las presiones de los gremios agrícolas para que el Estado, a través de Banco Central intervenga el tipo de cambio. 
Esta clase de dinámicas, injertadas dentro de una economía de mercado libre es la que sembró las condiciones para el fortalecimiento del corporativismo empresarial, siendo otro de sus mecanismos la relación de dependencia con el Poder Legislativo, mediante el lobby de asociaciones gremiales a congresistas para obtener leyes sectoriales privilegiadas que sustentan monopolios, como el de Soquimich en el mercado del litio y de sales, o oligopolios, como es el caso de la pesca industrial y del transporte público, Transantiago, en que el Estado entrega una enorme cantidad de recursos a operadores privados que destinan esos dineros para cubrir déficits operacionales o ganancias finales, descuidando la inversión en nuevas máquinas.
En el mercantilismo también se generan brechas para que se inserte el llamado capitalismo crony, entre amigos, donde opera el gobierno de redes (la topocracia) cerradas, particularmente entre los representantes del Estado y asociaciones gremiales que terminan beneficiando a las empresas dominantes de los sectores que dicen representar. 
Este es un tipo de capitalismo irracional, como explica Max Weber en su trabajo de "Historia Económica General": "El mercantilismo es la traslación del afán de lucro capitalista al seno de la política. El estado procede como si estuviera única y exclusivamente integrado por empresarios capitalistas".
Para el mercantilismo la presencia del Estado es sinónimo de una oferta, por lo que naturalmente debe haber alguien que sea la demanda, pero el producto que se establece en la relación es el privilegio, como resorte para acumular y reproducir capital en condiciones ventajosas que para otros -sin embargo- produce desventajas, por lo que también opera una lógica utilitarista en el sentido de que se busca establecer ciertas acciones que se creen provocarán el bienestar de muchos, sin considerar a los que queden perjudicados.
La idea del rol subsidiario del Estado centrado en la oferta es una concepción que recurre a la influencia del mercantilismo en el pensamiento económico, haciendo perdurar la idea de que el aparato estatal es el que debe abrir camino al mercado. El problema mayor es que en esta reación existen grupos y organizaciones económicas que se rehusan a soltar la mano del padre Estado que para mantener esta situación establecen un saber discursivo que disfraza de mercado libre y economía abierta a las prácticas mercantilistas que se reproducen y extienden en el cuerpo económico y sus relaciones sociales de producción. Esto es lo que contribuye a que el capitalismo chileno sea considerado sui generis.

domingo, 22 de enero de 2017

Chile: un principado mixto desde 1990, a la luz de El Príncipe de Maquiavelo

Nicolás Maquiavelo, al analizar las diversas formas que toma un principiado entrega un antecedente para entender lo que sucede actualmente con las formas de gobierno del Estado moderno. Chile no escapa a este análisis, específicamente desde 1973, en que comienza el llamado período de "refundación nacional", que considera un diseño institucional determinado y cuyas bases no se han modificado estructuralmente hasta la actualidad.
Puestas así las cosas vivimos en un Principado mixto, como dice Maquiavelo: uno que desde 1990 se anexó al reino dictatorial previo. Su consolidación se hizo por ciertas características culturales que ahora se resquebrajan con mayor rapidez. Existen formas para lograr conseguir un principado nuevo que, según el politólogo italiano, puede ser hecho a través de la virtud.
¿Qué entiende Maquiavelo por principado mixto? simplemente es un Estado que no es nuevo del todo, sino que es un "corno miembro a un conjunto anterior". En este cuadro se puede establecer un parangón con el proceso político chileno, en que un principado anterior (la dictadura cívico-militar) no solamente le entregó el poder formal a un principado nuevo (la Concertación de Partidos por la Democracia), sino que también le heredó la institucionalidad establecida en la Constitución, con lo que permitió que el principado nuevo se agregase al antiguo.
La adquisición en este caso se produjo con el arma de los votos, no fue con la toma de las armas como hizo la dictadura para instalar un principado nuevo sobre las cenizas del anterior (la Unidad Popular). (...)"al hablar de los principados de nueva creación (la institucionalidad creada en la dictadura) y de aquellos en los que sólo es nuevo el príncipe (la Concertación de Partidos por la Democracia) Maquiavelo recuerda que este tipo de gobernanza se basa en el principio de que "los hombres siguen casi siempre el camino abierto por otros y se empeñan en imitar las acciones de los demás".
Algo que identifica al principado mixto es el proceso de transición cuando se administran las estructuras del principado antiguo. En esta línea el análisis de Maquiavelo sostiene: "las dificultades nacen en parte de las nuevas leyes y costumbres que se ven obligados a implantar para fundar el Estado y proveer a su seguridad. Pues debe considerarse que no hay nada más difícil de emprender, ni más dudoso de hacer triunfar, ni más peligroso de manejar que el introducir nuevas leyes. Se explica: el innovador se transforma en enemigo de todos los que se beneficiaban de las leyes antiguas, y no se granjea sino la amistad tibia de los que se beneficiarán con las nuevas".
Esto se verifica a través de las diferencias de forma respecto a la institucionalidad económico-política dejada por la dictadura ha sido otra de las caractarísticas del proceso político chileno desde 1990 a la actualidad, tiempo durante el cual se intentaron realizar reformas que en una primera etapa no pudieron contra la contención de los llamados enclaves autoritarios dejados por el principado antiguo (la dictadura).
Maquiavelo inica que la tibieza respecto a las nuevas leyes tiene dos orígenes:"el temor a los que tienen de su parte la legislación antigua y, por otro, la incredulidad de los hombres, que nunca fían en las cosas nuevas hasta que ven sus frutos". Justamente, en el proceso en los años noventa del siglo pasado las relaciones entre la sociedad política chilena giraron en torno a la timidez de las reformas en materia político-institucional y en política-económica debido, por un lado, al temor representado en el rol que cumplían las Fuerzas Armadas, dominadas en la figura de Pinochet, como garantes de la institucionalidad. La tibieza de los cambios, por otro lado, produjo incredulidad en sectores de la sociedad civil que -como dice Maquiavelo- no se confiaron de los gobiernos de la Concertación al ver que los principales frutos de su gestión tendían a mantener los pilares del modelo político y económico de la dictadura (el principado antiguo).
El campo de batalla en el sistema de partidos políticos después de 1990 se dio en el campo comunicacional, donde se forman los discursos dirigidos a la sociedad civil mediante la influencia en la opinión pública. Aquí, los dos principales bloques, representantes del principado antiguo (la derecha) y del principado nuevo (la centro izquierda) dejaron de lado a las demás fuerzas (entre las cuales estaba la llamaa izquierda extraparlamentaria). El territorio de los discursos político-ideológicos para ganar influencia en la opinión pública podemos interpretarlo bajo la óptica de Maquiavelo como el campo de batalla por excelencia en que se manifestó la discusión de las nuevas leyes.
(...)cada vez que los que son enemigos tienen oportunidad de atacar, lo hacen enérgicamente, y aquellos otros asumen la defensa con tibieza, de modo que se expone uno a caer con ellos". Este punto se refleja en la estrategia comunicacional adoptada por la derecha para centrar la discusión en torno a la idea de no avanzar en las reformas de la institucionalidad, apelando a que eran temas que sólo interesaban a los poíticos, no siendo temas que interesaran a las personas como realmente lo eran las necesidad de tener empleo y seguridad ciudadana. La respuesta a los intentos de poner nuevas leyes tuvo esta respuesta de los privilegiados por las antiguas leyes mediante un discurso enérgico, que la Concertación enfrentó de forma tímida, sin aclarar ante la opinión pública la importancia de cambiar las leyes del antiguo principado dictatorial.
"Por consiguiente, si se quiere analizar en esta parte, es preciso ver si esos innovadores lo son por sí mismos, o si dependen de otros; es decir, si necesitan recurrir a la súplica para realizar su obra, o si pueden imponerla por la fuerza", continua el relato de Maquiavelo, con lo cual entrega otras luces para analizar lo ocurrido desde 1990, toda vez que la pretensión de instalar leyes nuevas por parte del principado nuevo (la Concertación) siempre dependió del otro actor hegemónico, representante del principado antiguo (la derecha), recurriendo a la súplica, o sea al sometimiento que eufemísticamente se cubrió con la llamada política de los consensos, en que se privilegió una fase arquitectónica en la sociedad política, por sobre la fase agonal que supone el conflicto permanente. La súplica como forma de innovar, a través de cambios de forma a la institucionalidad político-económica del Chile de lo noventa derivó a otras formas de relaciones políticas desde 2006 en adelante, pues la imposición de la fuerza ha sido una herramienta utilizada históricamente por la derecha, siendo el establecimiento del antiguo principado dictatorial un ejemplo de ello. Según Maquiavelo el uso de la fuerza asegura la consecuión de los propósitos en política y en esto la derecha lo ha sabido aplicar, pero el politólogo italiano advierte que el uso de la súplica fracasa siempre, y eso se ha visto en el desgaste de legitimidad y de constante crisis dentro de la Concertación y su heredera, la Nueva Mayoría.
Al finalizar el segundo gobierno de la Concertación (1994-2000), con Eduardo Frei a la cabeza, comienza una nueva etapa dentro del proceso, la que puede ser reconocida como la profundización del principado civil, en que surge un príncipe (Ricardo Lagos) que fue instalado en un primer instante por el pueblo (a nivel formal) y que posteriormente obtuvo el apoyo de las élites (a nivel práctico). "El principado puede implantarlo tanto el pueblo como los nobles, según que la ocasión se presente a uno y a otros". Los nobles, cuando comprueban que no pueden resistir al pueblo, concentran toda la autoridad en uno de ellos y los hacen príncipe para poder, a su sombra, dar rienda suelta a sus apetitos". Es así como en ese periodo (2000-2006) se consolidan nuevas leyes que benefician al empresariado, como la profundización del sistema de concesiones de infraestructura en transporte, cárceles y hospitales, además de otras leyes sectoriales que terminan dinamizando y aumentando la reproducción del capital a las administradoras privadas del sistema previsional y a las instituciones previsionales de salud (isapres) mediante la entrega de mayores subsidios que se implementaron en las reformas de leyes.
La dinámica del principado mixto instalado a partir de 1990 siempre consideró el modo en que los príncipes deben cumplir sus promesas, tal como lo dice el capítulo  XVIII de la obra maquiavélica. La promesa del nuevo principado (la Concertación) era la de superar lo establecido por el antiguo principado (la dictadura), pero en este aspecto la batalla política por las leyes no prosperó con cambios de fondo a la institucionalidad como hemos mencionado. En esto la figura del príncipe ha tomado la forma del zorro en vez de la del león, que recurre a la fuerza y al enfrentamiento directo. Primero, el zorro con alma negociadora se manifestó a través del discurso de la reconciliación del gobierno de Patricio Aylwin en que los resultados de la comisión Rettig sobre violaciones a los derechos humanos derivó en una tímida política de "la justicia en la medida de lo posible", cuya tibieza también se extendió en la incapacidad de avanzar hacia cambios estructurales con la aceptación axiomática de que "el mercado es cruel".
La idea del gobierno de Eduardo Frei y de Ricardo Lagos de modernizar el país también pasó por una promesa cumplida a medias, siendo la desigualdad socioeconómica el principal fruto de los cambios a las leyes, beneficiando más a los nobles que al pueblo.
Otro aspecto que tomó fuerza en el proceso político fue la apariencia de los príncipes, tanto de los representantes del nuevo principado (Ricardo Lagos, Michele Bachelet), como la del antiguo principado (Joaquín Lavín y Sebastián Piñera). Según Maquiavelo, el príncipe debe aparentar poseer virtudes, lo que es más útil que practicarlas. En esta premisa se inserta el carisma en la figura del líder político puesto que -como dice Maquiavelo- "los hombres, en general, juzgan más con los ojos que con las manos porque todos pueden ver, pero pocos tocar. Todos ven lo que parecen ser, más pocos saben lo que eres ; y estos pocos no se atreven a oponerse a la opinión de la mayoría, que se escuda detrás de la majestad del Estado".
Es así como la entronización del carisma ha producido un nuevo abismo entre la sociedad política y la civil, a través de a manipulación de la opinión pública, donde se busca obtener el apoyo de la mayoría. Sebastián Piñera marcó otro hito en este sentido, cuando la derecha retorna a la administración formal del Estado mixto configurado a partir de 1990. El empresario llegó al poder del Estado prometiendo eficiencia, que es poner atención a los resultados, de acuerdo al análisis de Maquiavelo. Sin embargo, la idea que se quiso imponer de instalar un principado nuevo fracasó cuando la ciudadanía se dió cuenta de que el príncipe no traía novedades, sino la intención de mantener la institucionalidad antigua, sin dar espacio a reformas de fondo, siendo la educación el sector que tomó las banderas.
"Y puesto que el tema lo exige, no dejaré de recordar al príncipe que adquiera un nuevo Estado mediante la ayuda de los ciudadanos que examine bien el motivo que impulsó a éstos a favorecerlo, porque si no se trata de afecto natural, sino de descontento anterior del Estado, difícil y fatigosamente podrá conservar su amistad, pues tampoco él podrá contentarlos", señala Maquiavelo en una cita que Sebastián Piñera nunca habrá leído él, ni sus asesores.
Maquiavelo censura a los príncipes que confían más en sus fortalezas, despreocupándose se ser odiados por el pueblo y eso es lo que ha ocurrido con la administración del Estado mixto que está presente en Chile desde 1990, pues su fortaleza sigue siendo la forma de hacer política y economía política, dejada por la institucionalidad del antiguo principado dictatorial.

miércoles, 11 de enero de 2017

Jonathan Haidt: Fundamento psicológico del capitalismo y su efecto en la élite chilena

Varios fueron los conceptos de análisis que utilizó Jonathan Haidt, psicólogo social estadounidense, en la conferencia "Qué hace el capitalismo de nosotros y por nosotros?" frente a un público convocado por los think thanks vinculados a la élite chilena, aquella de los "apellidos de cuna" y que está anclada en las representaciones sociales heredadas de sus clanes familiares, cuya principal característica es que cuenta con una monolítica visión de mundo que hasta cierto punto abre sus espacios a nuevas categorías ideológicas, siempre y cuando sean funcionales a sus intereses.
Así, el ambiente dispuesto para recibir la charla del académico se caracterizó por contar con un homogéneo y glamouroso público de socialité local, invitado por el Centro de Estudios Públicos, perteneciente al grupo económico de la familia Matte, y a la plataforma denominada "La Otra mirada", controlada por el clan empresarial de los Ibáñez, cuyo director es Nicolás Ibáñez Scott, reconocido pinochetista que ahora -paradojalmente- coquetea con las ideas de John Locke.
Esta diatribosa introducción fue parte del ambiente que se apreció subrepticiamente durante la presentación de Haidt, cuyo trabajo se ha centrado en plantear que nuestras opciones morales se fundan en condicionamientos psicológicos que provienen desde nuestra formación genética, lo que a nivel social conduce al conflicto político. Su obra se sostiene en el biologicismo, tanto así que al hablar de capitalismo lo hace pensando en la corriente biológica, por lo que vincula este fenómeno con ciencia cerebral, programación neuronal y hormonal.
Su premisa es que el capitalismo tiene dos grandes polos interpretativos que se basan en supuestos valóricos: Para unos no es más que un fenómeno depredatorio y productor de explotación económica, opresión política y desigualdad social, mientras que para otros es el principal motor de progreso y desarrollo que ha abierto mayores espacios a la libertad del individuo.
La polarización de estas dos macro ideas es una constante evolutiva en la historia del capitalismo, las cuales según Haidt han superado a los individuos, quienes intentan dar soluciones contextuales a partir de valores que terminan siendo encargados a especialistas. En este sentido, siguiendo el análisis de Haidt los problemas económicos son problemas capciosos, en que los puntos de vista son influidos por los dos macro supuestos valóricos en torno al capitalismo: explotación y libertad.
Uno de los puntos más interesantes en la exposición de Haidt fue cuando pidió a los asistentes que levantaran la mano para manifestar si su posición ideológico-política era de derecha o izquierda. Fue ahí cuando en los salones del Hotel Ritz casi la totalidad de los espectadores levantó la mano identificándose en el espectro de la derecha, mientras que 5 personas lo hicieron para mostrar su inclinación a la izquierda. Este ejercicio Haidt también lo realiza en sus conferencias en Estados Unidos, donde la mayoría de los asistentes levanta la mano para identificarse con el liberalismo, que en la cultura política estadounidense está ubicado en el espectro de la centro izquierda, mientras que la minoría se considera conservador y tradicionalista, a la derecha del espectro ideológico. Pero lo más destacado de este ejercicio es que este psicólogo, en Estados Unidos, pide que también se identifiquen los libertarianos, una opción ideológica, en su sentido amplio que involucra un estilo de vida, alzándose no pocas manos, algo impensado en el público chileno, por lo que el mismo Haidt ni se molestó en preguntar si existían libertarianos entre los asistentes invitados.
Haidt se mostró sorprendido de la diferencia registrada (quizás no sabía que las opciones ideológico-políticas en Chile también responde a la segregación social fuertemente arraigada en nuestra cultura política), pero esto demostró la operatividad de algunos de sus conceptos, como el de la diversidad moral que se genera en torno al capitalismo dentro de las sociedades, aunque si nos concentramos en la élite chilena, lo cierto es que su tribalismo filo-endógamo los lleva a compartir ciertos valores entre ellos mismos, no importando que estos tengan una considerable dosis de racismo, clasismo, intolerancia y preopotencia, las que se ha destilado a los llamados grupos "arribistas" o aspiracionales, que se encuentran siempre cerca de los apellidos de cuna o de buen tono. En fin, Haidt señala que esta cohesión axiológica genera una psicología de equipo que cierra el pensamiento de una mente abierta respecto a la sociedad. con lo que se llega a una psicología moral que no viene en blanco, sino que viene con un registro heredado. Los grupos sociales en el capitalismo generan cambios en los valores en torno a la supervivencia, de acuerdo a ciertos modelos culturales, lo que permite reconocer que la ideología guarda una relevante cuota de herencia, que proviene desde la información genética, como si fuera una doctrina de predestinación, pasando por el hogar y las primeras instancias de socialización como el colegio y las redes sociales entre personas del mismo entorno socio económico y cultural, lo que también se relaciona con la apertura o hermetismo hacia la experiencia. 
Dentro de su exposición en Chile Jonathan Haidt se refirió a la evolución desde un mal hacia un buen capitalismo, mostrando el caso de países que han dado el famoso salto al desarrollo, lo cual en Chile lleva discutiéndose por décadas debido justamente al rechazo de la élite a considerar otros elementos de análisis, como la antropología cultural y la crítica sociológica, respecto al modelo de desarrollo económico, que es claramente incompleto. En este sentido Haidt planteó que la evolución al llamado "buen capitalismo" supone un proceso axiológico que incorpora la innovación institucional y normativa, aspectos que tampoco han sido considerados por la élite política y sus representantes en el empresariado y en la clase política.
Haidt además sostuvo que un "mal capitalismo" se apoya en la visión de que todos estamos mejor solo si algunos pocos están aún mejor, lo que justamente se sostiene en Chile a través de los think tanks de la élite. Un capitalismo bien trabajado, con mayores niveles de confianza social y de redes sociales que operen transversalmente en el campo cultural es un activo que la formación económica moldeada por las élites se ha negado a impulsar, justamente a causa de su comportamiento tribal de supervivencia, si es que seguimos la línea propuesta por Haidt.
Otra idea de Haidt entregada al glamouroso público del CEP y de La Otra Mirada es que el capitalismo crea riqueza, pero nunca igualdad, lo que provoca una brecha de felicidad en las sociedades y en las naciones. Justamente Chile es uno de los países que muestra un sostenido aumento de ingreso per cápita mientras que al mismo tiempo la percepción de felicidad de sus habitantes es una de las más insatisfechas, de acuerdo a lo que muestran los estudios internacionales. Para sorpresa de los asistentes el profeso de liderazgo ético de la Universidad de Nueva York mencionó que la felicidad está relacionada con la presencia de un estado de derecho y redes sociales, siendo otro déficit del desarrollo chileno en su capitalismo sui generi. Incluso Haidt planteó que el capitalismo actual tiende al fortalecimiento de la creatividad por sobre la disciplina, en circunstancias de que en Chile muy pocas empresas estimulan o incentivan la creatividad de sus trabajadores, la cual es subyugada por una visión del trabajo que privilegia el disciplinamiento. Estas problemáticas se insertan en lo que Haidt denomina como capitalismo ético, en que el factor de la prosperidad material se relaciona directamente con la producción cultural de un modo más amplificado debido a los mecanismo psicológicos de reacciones emocionales más susceptibles en su visión de supervivencia frente a los cambios de corto plazo que se generan en la sociedad. Así, surgen las reacciones contra los abusos del mercado o se desencadena la producción del miedo por parte de las élites respecto a sus modelos de gobernabilidad más allá del aparato productivo-económico. 
La asimilación es uno de los traumas de la sociedad chilena producto de las relaciones sociales que se han dado a partir de las opciones morales en torno al capitalismo construido en Chile, donde las identidades de tribalismo social se han profundizado, ensanchando las brechas de satisfacción en los individuos y grupos sociales puesto que se registra un rechazo a seguir asimilando ciertos valores instalados por las élites dentro de la sociedad y por el empresariado en el mundo laboral.
El malestar global que menciona Haidt considera los factores extra económicos que la misma élite chilena que lo invitó ha dejado de lado históricamente y que se plasman en el reconocimiento del otro, ya sea en el mundo del trabajo y sus relaciones sociales entre distintos grupos socio-culturales y socioeconómicos, o en otros fenómenos como la inmigración que amplifica estos mecanismos psicológicos. 
Las redes sociales de internet en este sentido son el campo en que se amplifican aún más estas reacciones sociales, que se entienden como dispositivos de poder para enfrentar al mismo poder y que son catalogadas por Haidt que si bien son útiles también muestran lo peor de la psicología moral. Un ejemplo de esta tendencia es la frase cliché que se ha tomado lo titulares de noticas en los Medios de comunicación, que se han acostumbrado a registrar múltiples hechos que "enfurecen a las redes sociales".
Habrá que ver cómo influyeron las ideas de Haidt entre el público invitado por los centros de pensamiento de la élite local, para ver si hay mayores espacios de autocrítica y, a partir de eso, abrir el pensamiento y la experiencia tribal de estos grupos sociales a otros grupos, especialmente a nivel de las redes sociales cotidianas que se viven en el mundo del trabajo y las problemáticas éticas que se generan más allá de las instancias económicas. Pero también está siempre presente el riesgo de que los asistentes a esta conferencia solo se hayan enfocado al glamour del cocktail final para perpetuar sus herméticas relaciones sociales, a la espera de que queden plasmadas en fotos sociales.

martes, 10 de enero de 2017

¿Qué hay detrás de la intelectualidad que insiste en ver marxismo por todas partes?

Los círculos ideológicos de la derecha buscar establecer un saber para distribuirlo en el debate de la opinión pública, insistiendo en el viejo fantasma del marxismo, a sabiendas del miedo que aun connota el tratamiento propagandista de este concepto, reducido al campo del conflicto político, en vez de considerarlo como una categoría más de análisis en la historia de las ciencias sociales.
Es así como en su estrategia intentan elaborar un armado explicativo destinado a dejar la impresión de que el marxismo sigue impregnando las dinámicas sociales que se manifiestan en las sociedades occidentales, levantando la terminología de "marxismo cultural", "neomarxismo", con lo cual buscan asignarle un juicio de valor a fenómenos como la progresiva emancipación de ciertos grupos en la sociedad que buscan encontrar espacios en las formas jurídicas que se abren paso la modernidad, como lo son el derecho de la mujer, de los animales, de los trabajadores y de las etnias, entre otros.
Según la óptica de la intelectualidad de la derecha, vinculada siempre a los intereses del conservadurismo estas formas de expresión que han surgido en la postmodernidad son obra y gracia del marxismo, todo es reducible al comunismo. Es como si el absoluto hegeliano fuese la obra de Marx.
Pero lo cierto es que esta intención del saber de derecha nuevamente se equivoca en su análisis de asociar la ideología de género, de las opciones sexuales o de los derechos étnicos, con el marxismo. 
La emancipación de los derechos de la mujer, de los trabajadores y de los animales no es una infuencia del marxismo, eso sí que es un reduccionismo barato. La práctica emancipatoria se ha hecho en función de la crítica a las condiciones concretas generadas a partir de las dinámicas del propio capitalismo, no han surgido en un contexto socialista, el cual -por lo demás- nunca ha existido plenamente, tal como lo han planteado sus teóricos, desde la escuela del utopismo francés e inglés hasta el pretendido cientificismo de Marx y sus posteriores feligreses.
Detrás de esta pretensión no se esconde más que el miedo a no controlar la vorágine de demandas que los individuos agrupados vienen levantando sistemáticamente en las sociedades desde la conformación de la matriz industrial del capital. Bajo esta lógica jibarizada cualquier individuo que critique al capitalismo o al orden que se ha estructurado sobre la base de la producción industrial a gran escala y su posterior fraccionamiento en múltiples formas (la postmodernidad) no es más que un comunista, aunque no lo sepa. O sea son ellos los que se encargan de encasillar el libre pensamiento de alguien, al igual como lo hacen los mismos marxistas ortodoxos que clasifican de capitalistas o fascistas a todos lo que no estén de acuerdo con el comunismo o que no critiquen al capitalismo. En este sentido, esta herencia de la ilustración positivista, que busca empecinadamente la taxonomización del individuo, no es advertida por los círculos de la intelectualidad de derecha que ve comunismo en todo el obrar social que no esté de acuerdo a sus principios.
Esto indica que los círculos de la intelectualidad de la derecha no conocen la categoría de análisis que plantea el postestructuralismo, cuya principal ocupación son las relaciones de poder. De seguro para este enfoque de intelectuales Michel Foucault sería un marxista, no sabiendo que la obra del pensador francés se basa en la confrontación a la obra de Marx. Es altamente probable que para los seguidores de este omni marxismo Freud y Nietszche con su crítica al orden cultural de la modernidad también, en el fondo, fueron marxistas. En este sentido, podrían retrotraerse en la reforma luterana como un proto marxismo que arruinó las bases del orden social. Lo kafkiano en los círculos que propugnan la marxitización de la sociedad y la cultura suma y sigue.
La tendencia a ver marxismo en todos los espacios de la esfera social también confunde la presencia del nihilismo nietcheano con la teroría crítica de Marx, pensando en que toda la entropía, la disfuncionalidad social o el pensamiento crítico es un producto de las ideas del autor de El Capital. 
Si usted le cree a la propaganda de la "intelectualidad" de los círculos de derecha tenga claro esto: Marx aborda su trabajo analizando críticamente las condiciones materiales de dominación a partir del aparato productivo, mientras que el género es otra categoría de dominio basado en la condición biológica de ser hombre y mujer, bajo ciertos roles. El postestructuralismo hace un análisis más fino de las relaciones de poder respecto al trabajo de Marx. Y, como hemos visto, Foucault considera que el marxismo es superable. Eso lo omite la intelectualidad de derecha porque prefiere eludir un análisis más sistemático, demostrando ignorancia, o prefiere hacer mera propaganda, demostrando falta de honestidad intelectual.
Groseramente estas corrientes de pensamiento de derecha también asocian el desconstruccionismo con el marxismo como si el método de desarmar el lenguaje proviniese del filósofo alemán. 
Otra confusión de esta intelectualidad es no considerar que el gran propulsor de cambios en lo que denominamos modernidad ha sido la burguesía y no el ansiado proletariado profetizado por Marx. Justamente el progreso material a partir de la ampliación de la base económica es el que genera el torbellino de nuevas necesidades y demandas en la socidad. Si consideramos esto el trabajo del psicólogo estadounidense Jonathan Haidt también podrían encasilllarlo bajo la influencia del marxismo puesto que este pensador señala que la emergencia de los derechos de la mujer, de los animales y de las etnias son una consecuencia de las dinámicas que generan la matriz económica del capitalismo global, concordando con las primeras lecturas de la postmodernidad y del capitalismo global que surgieron a inicios de la década de los noventa del siglo pasado. Son capaces de catalogar de marxista a Haidt por plantear que la moralidad tiene fundamentos psicológicos que conducen al conflicto político.
Así también las ideas del libertarianismo son susceptibles de ser consideradas como una desviación del marxismo bajo el punto de vista de esta corriente de pensamiento de la derecha, demostrando que con este enfoque son los marxistas más convencidos de las sociedades occidentales y que viven al frente de un enorme precipicio que los separa de las ciencias sociales, entendidas en un sentido amplio. Lo que tanto odias terminará absorbiendo, parece ser el axioma en esta ocasión.

martes, 3 de enero de 2017

La manipulación discursiva para alcanzar la hegemonía política-ideológica según Slavoj Zizek

"Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época". Esta célebre frase de Karl Marx en el primer capítulo de "La Ideología Alemana" ha marcado el análisis de la ideología, en su sentido amplio, dentro del cuerpo social, en un proceso que ha visto cómo este concepto ha sido capturado por el sistema político y de partidos, pasando por la producción cultural, hasta la definición de la economía política.
Es así como en la actualidad la ideología es objeto de una manipulación discursiva que pretende validar un sentido negativo a este concepto. Lo ideológico es analizado desde una perspectiva peyorativa que buscar asignarle un contenido superfluo y a científico al conocimiento, reduciéndolo al nivel del sentido común.
Relacionar la ideología con la superficialidad tiene sus raíces en el análisis de Marx, en que el concepto era equiparado al de "falsa conciencia", con lo que se identifica bajo este prisma con algo ilusorio, puesto que la generación de ideas es producida por la clase dominante propietaria de los medios de producción.
Sin embargo el filósofo esloveno Slavoj Zizek, en su obra "En Defensa de la Intolerancia" aborda la problemática de la ideología desde otro punto de vista, planteándose ¿por qué las ideas dominantes no son las ideas de los dominantes?", con lo cual -a primera vista- queda en entredicho la idea de Marx de asociar rígidamente a las ideas de la sociedad como el producto de las ideas de la clase dominante, aunque lo que realmente hace el pesador esloveno es descubrir los sutiles mecanismo de los grupos dominantes para distorsionar la realidad, manipulando a la opinión pública , con discursos pre fabricados.
Como punto de partida de su razonamiento Zizek sostiene que cualquier universalidad que pretenda ser hegemónica "debe incorporar al menos dos componentes específicos: el contenido popular "auténtico" y la "deformación" que del mismo producen las relaciones de dominación y explotación".
Zizek acertadamente indica que la lucha por la hegemonía político-ideológica para por conceptos relacionados con la experiencia práctica de los hombres y que no pasan por el filtro de un discurso político más elaborado ni doctrinario. En otras palabras esto nos lleva a la noción de apoliticidad, tan apreciada como un elemento desmovilizador.
En este sentido, la distinción entre autenticidad y deformación es clave. La primera se identifica con los intereses de la mayoría de los miembros de una sociedad, lo que Zizek denomina como contenido popular, mientras que los intereses de los grupos dominantes son catalogados como contenidos específicos. Esta relación es susceptible de ser inclinada por el contenido específico que manipula los discursos para distorsionar el contenido popular en el campo ideológico-político, logrando establecer la pretendida hegemonía.
Como ejemplo se menciona la rearticulación del mensaje cristiano de los primeros años, enfocado en lo comunitario, que posteriormente fue absorbido por los intereses específicos de los grupos de poder particulares dentro del imperio romano, dando lugar al catolicismo.
"Para que una ideología se imponga resulta decisiva la tensión, en el interior mismo de su contenido específico, entre los temas y motivos de los "oprimidos" y los de los "opresores". Las ideas dominantes no son NUNCA directamente las ideas de la clase dominante", afirma Zizek.
Esto significa que en los grupos dominantes se identifican los intereses del contenido popular para incorporarlos discursivamente, provocando empatía y recepción en los grupos mayoritarios de una sociedad. Para Zizek esta estrategia también fue impulsada por el fascismo europeo de los años 30 del siglo XX, en que identifica un principio "de deformación del antagonismo social, una determinada lógica de desplazamiento mediante disociación y condensación de comportamientos contradictorios".
Lo que también se llama populismo de derecha, se caracteriza por incorporar elementos ideológicos de otras culturas políticas dentro del discurso conservador, como lo ha hecho la derecha chilena desde el retorno formal a la democracia después de finalizar la dictadura cívico-militar encabezada por Augusto Pinochet. La estrategia de la derecha, específicamente del movimiento gremialista, expresado en el partido político de la Unión Demócrata Independiente (UDI) es posicionar temas como el cambio social y velar por los intereses de la clase media a partir de un discurso centrado en
"las cosas que interesan a la gente y no a los políticos".
Es en este contexto en que se entronizan los mensajes de despolitización que son funcionales a los intereses de la derecha para desmovilizar las demandas políticas de la sociedad, reduciendo justamente el campo de accionar en los mismos partidos políticos que tanto critica el discurso gremialista. Como vemos aquí se concentran los comportamientos contradictorios hechos con la disociación que menciona Zizek.
"La gran novedad de nuestra época post-política del "fin de la ideología" es la radical despolitización de la esfera de la economía: el modo en que funciona la economía (la necesidad de reducir el gasto social, etc.) se acepta como una simple imposición del estado objetivo de las cosas. Mientras persista esta esencial despolitización de la esfera económica, sin embargo, cualquier discurso sobre la participación activa de los ciudadanos, sobre el debate público como requisito de la decisión colectiva responsable, etc. quedará reducido a una cuestión "cultural" en tomo a diferencias religiosas, sexuales, étnicas o de estilos de vida alternativos y no podrá incidir en las decisiones de largo alcance que nos afectan a todos. La única manera de crear una sociedad en la que las decisiones de alcance y de riesgo sean fruto de un debate público entre todos los interesados, consiste, en definitiva, en una suerte de radical limitación de la libertad del capital, en la subordinación del proceso de producción al control social, esto es, en una radical re-politización de la economía", señala el filósofo esloveno.
La deformación discursiva para generar hegemonía político-ideológica se concentra con mayor fuerza en la llamada clase media, siendo este uno de los conceptos ancla dentro del discurso con contenido específico que impulsan los grupos dominantes. De hecho aquí se identifica la relación entre política económica presuntuosamente des-ideologizada y clase media, mediante el mensaje de que las políticas públicas provenientes del Estado o de ciertos sectores son ideologizadas, lo que terminaría perjudicando preferentemente a estos segmentos socioeconómicos.
"La falsedad constitutiva de esta idea de la "clase media" es, por tanto, semejante a aquella de la "justa línea de Partido" que el estalinismo trazaba entre las "desviaciones de izquierda" y las "desviaciones de derecha": la "clase media", en su existencia "real", es la falsedad encamada, el rechazo del antagonismo. En términos psicoanalíticos, es un fetiche: la imposible intersección de la derecha y de la izquierda que, al rechazar los dos polos del antagonismo, en cuanto posiciones "extremas" y antisociales (empresas multinacionales e inmigrantes intrusos) que perturban la salud del cuerpo social, se auto-representa como el terreno común y neutral de la Sociedad", afirma Zizek.
En todo discurso de populismo la clase media es un constructo fundamental para legitimar un dominio político, apelando a la economía política. La idea de una clase media postergada por el accionar del Estado y, por lo tanto, de la actividad de los políticos, es uno de los recursos retóricos del discurso de contenido específico que impulsan los grupos dominantes. Traer el agua a su propio redil es una técnica discursiva que se inyecta en el debate político con el objetivo de mantener las relaciones de dominio en una sociedad mediante la negación de la política, la cual -de acuerdo a Zizek- ha sido la tarea de la propia filosofía política para "anular la fuerza desestabilizadora de lo político, por negarla y/o regularla de una manera u otra y favorecer así el retomo a un cuerpo social pre-político, por fijar las reglas de la competición política, etc". 
Lo rescatable de esta identificación es que se requiere de una contra filosofía política que ponga a la actividad de la política, en su sentido amplio como una actividad ciudadana y de grupos sociales organizados, en un nuevo sitial.