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jueves, 7 de octubre de 2010

La relación entre martirología, teología política y el gremialismo de la UDI

El discípulo, con su muerte, cumple con los planteamientos escritos por su mentor. Así se puede concluir la relación ideológica del senador Jaime Guzmán, fundador de la UDI, con uno de sus principales formadores intelectuales, el jurista alemán Carl Schmitt, uno de los exponentes conservadores más conocidos del período de entre guerras, miembro del partido nacionalsocialista de Hitler y uno de los artífices del concepto moderno de la teología política.
Su legado fue seguido por Guzmán a la hora de diseñar los pilares de la actual institucionalidad del país, la cual sufrió un punto de inflexión o una discontinuidad en 1991, cuando el artífice criollo fue asesinado por el FPMR, dando inicio a la construcción de un nuevo mito al interior de la derecha local, a partir de la figura del mártir que es sacrificado a favor de un cierto ordenamiento en la sociedad, algo que también fue abordado por Schmitt en sus obras, como veremos más adelante.
Pocos -o quizás ninguno- en el FPMR, había pensado en la posibilidad de que la muerte del senador terminaría levantando su figura por parte de los grupos dominantes para acelerar la legitimación de la institucionalidad pensada por él, en un contexto de democracia formal. De cierto modo, se produjo el llamado efecto mariposa que plantea la teoría del caos, pues las balas que terminaron con la vida de Guzmán marcan el suceso fundacional que requiere todo mito para su operatividad, a la cual -más encima- se le agregan los clásicos elementos de la escatología católica presentes en la obra de Schmitt.
Aunque la figura de Pinochet es la base mítica de la derecha para justificar el golpe de Estado, a partir de la idea del mito refundacional, la verdad es que la muerte de Guzmán profundizó la institucionalización de su pensamiento, a través de Fundaciones y otros Think Tank, además del mismo trabajo hormiga que había iniciado en las poblaciones el gremialismo en años ochenta. A partir de 1991 la UDI aumentaría esta presencia en los sectores populares, sobre la base del martirio de “un servidor público”, cuya mistificación ya se había construido en torno a la figura del asesinado dirigente poblacional Simón Yévenes, quien también cuenta con una Fundación destinada a formar “líderes populares”.
“Porque los mártires no mueren, sino que su sangre fecunda la tierra para hacer brotar frutos que acaso ellos mismo nunca soñaron. Simón: legado de un mártir. El fruto del martirio es fortalecer los espíritus”, escribía Guzmán en sus columnas a propósito de la muerte de Yévenes en 1987. El mismo discurso daría más tarde la cúpula de la UDI respecto a su fundador.
Esta idea del sacrificio, que ya existía en la visión de mundo del senador, era sostenida por Schmitt cuando señalaba que es sólo en un Estado autoritario donde el poder de decisión justifica el sacrificio de la vida para obtener la unidad política. Así lo hicieron los militares con sus adherentes civiles entre 1973 y 1990, tal como planteaba el jurista alemán: el mito nace con la guerra, con el conflicto.
Ello permite parir al mito que, según Schmitt, comprometería a los individuos a seguir los designios de la autoridad, materializados en un conjunto de instituciones. Una lógica que la sociedad política-democrática de la época siguió al pie de la letra luego del asesinato de Guzmán.
El relato que construyó el gremialismo a lo largo de los noventa demostró la aplicabilidad de la teoría moderna de los mitos políticos al cumplir la premisa de sustentar un sistema de creencias, acercándose más a la emotividad por sobre la racionalidad.
De este modo, en este sector, la figura del fundador institucional es intocable, alcanza un carácter divinizado, tal como lo hacían los griegos con sus héroes. Pero, en el fondo, esto no es más que la consecuente interpretación de Schmitt de instalar los cimientos de una teología política en torno a un hombre, un Mesías que dio su vida, cuya memoria insta constantemente a sus discípulos a luchar contra un anticristo, el cual se pretende identificar en todas aquellas expresiones que buscan modificar el diseño institucional dejado por el líder.
Esta es la base de la teología política que abre los espacios al mito contemporáneo, el cual apela más a la memoria que a la historia y eso explica en parte el por qué la apología al senador se manifiesta en monumentos memoriales que, sin embargo, pretende pasar a la historia a partir de las continuas polémicas coyunturales que, de vez en cuando, surgen para ajusticiar a los responsables de su muerte.
El mito cívico moderno supone un ejercicio político que adquiere las reglas y presupuestos del modelo católico de dominio, específicamente en recursos rituales, inspirados en la religiosidad, para direccionar el espacio de convicciones presentes en el apostolado de las figuras míticas. Sólo así también podemos comprender las externalizaciones hechas en el año 2003 por Pablo Longueira que decía escuchar a Guzmán en los momentos de una fuerte crisis institucional del gremialismo por los cuestionamientos morales a sus miembros, por parte de la sociedad en el marco del caso Spiniak.
Con ello, vemos cómo se acoplan los supuestos de la teología política con la influencia de Guzmán entre sus seguidores, cuyo apelo a la escatología católica del éxtasis y del culto a los muertos pasa, del espacio íntimo de la familia, al espacio público de la política, con el principal objetivo de instalar un cierto modo de pensar y actuar bajo los esquemas del moralismo conservador-católico.
Más que haber sido un paréntesis, las declaraciones metafísicas y paranormales de Longueira representan las enseñanzas de Guzmán y, por ende, de Schmitt en cuanto a utilizar e instrumentalizar los conceptos de la teología para desarrollar el pensamiento político. El teórico alemán, en una de sus principales obras (“El concepto de lo político”), afirma la idea de que la actividad política proviene de flujos de energía, cuyas emanaciones justifican la existencia del mito político.
Esta es una de las pautas seguidas por los dirigentes de la UDI en sus discursos o declaraciones públicas, a través de la constante memoria a la obra de Guzmán y de sus inspiraciones políticas en la “virgen santísima” o en la “divina providencia”. La politización de la fe, de la vida nuda al espacio público (como dice el filósofo italiano Giogio Agamben) es un pilar fundamental que sostiene el ethos del gremialismo.
Y es aquí donde emerge la permanente tensión que genera la legimitación de la obra guzmaniana en un segmento de la clase política: La pretensión de extender a la sociedad civil una síntesis entre la sujeción al Estado hobbesiana y la contrareforma católica, como se desprende de los trabajos de Schmitt. La martirización de Guzmán amplificó la legitimación sociocultural del pensamiento del jurista alemán, sumado a la fuerte influencia del corporativismo en todos los niveles de la sociedad.
Ello, debido a que gran parte de la población y su organización espontánea tiende a desmarcarse de la influencia de los partidos políticos en su cotidianeidad, algo que Guzmán siempre sostuvo (como uno de los objetivos de la Institucionalidad) en sus entrevistas de los años ochenta. Habría que ver si esta realidad responde más a los efectos de la institucionalidad que él contribuyó a crear o si las mismas colectividades políticas han acelerado este proceso de despolitización gracias a su negligencia, corrupción, hermetismo, auto referencialidad y corporativismo, entre otros factores explicativos del fenómeno.
Sin embargo, el reflote del caso Guzmán en el contexto de un gobierno de derecha, nos lleva a preguntarnos acerca de la vigencia de su pensamiento en el Estado y en la Institucionalidad pública. Y aquí surgen nuevas preocupaciones. Porque si efectivamente aún perdura esta idea fuerza del gremialismo de politizar la fe o teologizar la política, ¿qué debemos esperar de las políticas públicas y sociales?

Lo cierto es que la mistificación que se realizó, mediante el concepto de mártir, en la figura de Guzmán ha dado frutos que eran inimaginables en 1991, con lo cual la variante teológica-política propuesta por Schmitt promete no disiparse al momento de discutir las infaltables temáticas valóricas y morales en nuestras políticas públicas.