Powered By Blogger

jueves, 19 de noviembre de 2015

El sofismo como base del liberalismo

La razón tecnocrática a la cual adhiere el liberalismo extremista se caracteriza por su reduccionismo y su afán propagandístico frente a lo que denomina la “hegemonía” de las ideas socialistas del igualitarismo en la sociedad, por lo que en este sentido es posible reconocer elementos típicos de la escuela sofística griega en la manera en que este tipo de liberalismo busca posicionar sus saberes.
El trabajo de Felipe Schwember “La justicia en los sofistas y Platón” parte analizando el surgimiento del sofismo, como un “movimiento espiritual” que desde el punto de vista etimológico significa entroniza la idea del sabio, el que poco a poco va derivando al término del “experto”, quien tiene y administra un conocimiento especializado. Este mismo rasgo de especialidad es lo que caracteriza a los economistas que defienden el actuar de la razón tecnocrática, en que se busca dejar de manifiesto la brecha entre el conocimiento “técnico y racional” y el pensamiento común y profano que no entiende el tipo de racionalidad económica a la hora de emprender reformas distributivas.
La retórica fue el arma educativa de la escuela sofística, definida por Schwember como la ensañanza “a argumentar con igual fuerza y persuasión cada uno de los lados de un mismo asunto”. Es recurrente utilizar sofismas en el discurso tecnocrático a la manera de Fiedrich Hayek, cuando sostiene que los liberales se oponen a los cambios no por ser conservadores, sino porque “olfatean” que todo cambio regulatorio produciría una serie de efectos que terminarían empeorando la situación que se desea reformar.
El objetivo de persuasión sofista se concentra más en la verosimilitud más que la verdad: (...) “si la verdad no existía, o si era imposible conocerla, lo único que podía hacerse era contraponer una opinión (doxa) a otra, la verdad no sería importante en el contenido del discurso (más aún, eso sería absurdo para un escéptico) sino solo la apariencia de verdad o lo verosímil, y de todas las opiniones o apariencias, aquella que menor lograra persuadir, pues como no se reconocía la existencia de una verad de valor universal, la única manera de vencer en una discusión era a través de la persuasión y de lo verosímil, de tal suerte que el adversario abandonara su opinión a favor de su interlocutor; y “el arte de persuadir requería como complemento el arte de “vencer” en las discusiones del adversario, es decir, de la Erística”.
Puestas así las cosas, la pretensión erística del liberalismo se concentra en mostrar todo lo no liberal como lo opuesto a la libertad, cayendo en la generalización a priori; todos son socialistas, igualitaristas y no libertarios en el momento en que sostengan argumentos contra la política económica del capital, cuya crítica es equiparada al apoyo por antonomasia al Estado. Y aquí entra la retórica propia con técnicas para vencer en las disputas mediante técnicas argumentativas de superficialidad, como el ejemplo de meritocracia que da Axel Kaiser con Alexis Sánchez para sostener que el individualismo es sinónimo de avance en la escala social, sin considerar otros contextos.
Pero un elemento de fondo que relaciona el sofismo con el liberalismo es la dicotomía entre phýsis y nómos, entre naturaleza y el uso social que deriva en norma: “lo que era requerido por la ley (nómos) era contrario a lo requerido por la naturaleza (phýsis)”, plantea Schwember en algo que posteriormente complementa al hablar sobre los preceptos jurídicos o morales en el debate filosófico griego: “si éstos no eran por phýsis, por fuerza tenían que ser nómos, lo que valía tanto como decir antinaturales o arbitrarios. Así, las leyes de todo orden comenzaron a ser considerados como “preceptos arbitrarios”, ya de los débiles para contener a los fuertes, ya de los fuertes para aprovecharse del débil. Si, en cambio, eran por phýsis, eran contrarios al nómos, a la ley positiva, asociada a la igualdad y los derechos cívicos, con los que no pocas veces se llegaba a la conclusión de que el derecho según la naturaleza era el derecho del más fuerte”. En esta relación es posible aproximarse al entendimiento de la “filosofía de la naturaleza” (phýsis) que plantea el liberalismo en oposición al Estado, comprendido como el maximo representante de normas (nómos) que atentan contra la libertad inherente a phýsis.
Schwember afirma que, en las discusiones con Sócrates para defender la phýsis, los sofistas sostienen que la ley (nómos) y las convenciones “son creadas por los débiles que en su impotencia ven la necesidad de poner coto a los asaltos y las arremetidas de los más fuertes(...) es esta envidiosa mayoría la que procura mantener al hombre fuerte en la enfermiza medianidad, en la mediocridad colectiva de los débiles, asociando el éxito y el triunfo con la injusticia”. Como vemos se asocia la debilidad, la envidia y la mediocridad colectiva como los valores inherente a las normas, siendo términos recurrentes en el discurso de la apologética liberal para explicar el leit movil de la regulación expresada desde el Estado.
“La ley al no ser otra cosa que un instrumento de la masa débil y anodina ara contener la pujanza, la vitalidad y la fuerza de los mejores, estropea las mejores naturalezas, enseñándole desde niños a los hombres que la igualdad es lo “bueno” y que la injusticia consiste en “querer elevarse por sobre los demás”. De esta manera, se impide que fructifiquen las mejores voluntades”, plantea Schwember. El tema de la voluntad, en el sofismo, se relaciona con el relativismo moral, siendo este otra característica del liberalismo, especialmente económico.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Enfoques para el análisis de la desigualdad económica según Amartya Sen

Interesantes elementos que aportan al debate sobre la desigualdad económica expone Amartya Sen, filósofo y economista bengalí, en la obra "Sobre la desigualdad económica", rompiendo la propaganda del liberalismo ortodoxo de que toda crítica al mercado es ir contra la libertad y apoyar el socialismo. Su propuesta hace un repaso por los enfoques para abordar este tema, develando las restricciones que se dan en el análisis de la desigualdad económica cuando se consideran elementos que pretenden ser exclusivamente económicos. 
Amartya Sen parte indicando que la medición de la desigualdad se aborda a través de las mediciones de las variaciones de la renta, siendo esta la tendencia hegemónica de análisis, mientras que la otra perspectiva es la medición del bienestar social, más vinculado a las evaluaciones éticas. El bienestar social es una función de las opciones individuales.
Sen descarta la utilización del concepto “óptimo de Pareto”, muy utilizado como pilar de la política e­­conómica chilena actual y sus dispositivos ideológicos y legales, consistente en garantizar la imposibilidad de hacer cambios para que alguien se encuentre en una mejor situación a costa de otros que la empeoran. En otras palabras, la idea aquí es que los pobres mejoren sin reducir la opulencia de los ricos, sostiene Amartya Sen, por lo que el óptimo de Pareto no es adecuado para investigar problemas de investigaciones.
La crítica a la lógica del utilitarismo es otro aspecto fundamental. Este es considerado la suma de utilidades individuales para generar bienestar social, a la máxima cantidad de personas, algo bastante aproximado a lo que se entiende como la política económica del paragua o del “chorreo”, lo que es demasiado abstracto o difuso para una medición real y práctica. “El problema que presenta este procedimiento es que la maximización de la suma de utilidades individuales no está de ningún modo relacionada con la distribución interpersonal de esa suma. Esto lo convierte en un procedimiento especialmente inadecuado para medir o juzgar la desigualdad”, advierte Sen.
El axioma de débil equidad es otra alternativa de análisis y aplicación que según Amartya supera a la capacidad evaluadora del enfoque utilitarista, pues plantea que individuos con un menor bienestar tenga un poco más de ingresos, sin especificar una cantidad, que no sea igual al ingreso de otro individuo con mayores ingreso, como sí lo sostiene el “minimax” de John Rawls, en que el objetivo social es maximizar el bienestar del individuo que se encuentra en una peor situación mediante la igualdad de utilidad entre ambos individuos. 
Una inferencia importante del autor es que es restrictivo usar el bienestar social como la suma de un bienestar de individuos, porque existen intereses disímiles así como también diferente motivaciones a la acción, la que –por ejemplo- puede ser de carácter social, en ver de individualista: “Los componentes individuales del bienestar social continúan siendo juzgado sin hacer referencia a los componentes del bienestar de otros individuos, y los componentes del bienestar social correspondientes a diferentes individuos se suman eventualmente para obtener un valor agregado del bienestar social”. El componente el bienestar de otros individuos perfectamente puede ser el bienestar de otros. Mientras haya un mayor grupo de personas en situación de bienestar, y no viceversa. El ser social proviene, se desarrolla y manifiesta desde un componente individual de bienestar social.
Podemos inferior y afirmar entonces que esto es una función de bienestar no individualista, en la cual el bienestar social no se relaciona con la maximización de utilidades individuales y se define directamente sobre la distribución de renta. Así, se puede entender que es restrictivo considerar el bienestar social en función de rentas monetarias, pues se pueden y deben incorporar otros elementos en la distribución, como las necesidades y los merecimientos. La recurrencia a las rentas monetarias para abordar el bienestar social supone apelar –por ejemplo- a las variaciones de precios como un factor para rechazar juicios sobre la desigualdad.
Sen deja la puerta abierta para considerar a la orientación cultural como un factor no relacionado con la renta que influye en el bienestar social, que estimula valores en algunos individuos para orientar elecciones y así entrar al campo de las opciones morales que tienden a separarse con la elección del cálculo racional de tipo individualista o egoísta, más bien dicho. Esta clase de opción se identifica en las virtudes vulgares, de sentido común, que como honestidad, cumplimiento de promesas o la llamada consecuencia, las cuales -según Sen- también se relacionan con la motivación hacia el trabajo y hacia la distribución del ingreso.