James Edward Meade, en su obra "La Economía Justa" entrega más de un aporte a la discusión en torno a la distribución de la renta, abordando la perspectiva de los objetivos de la política económica, las comparaciones interpersonales de utilidad, la distinción entre eficiencia y distribución, cambios demográficos y la distribución en el tiempo, entre otros elementos.
El economista en este trabajo señala que no existe una única medida cuantitativa en el grado de desigualdad de la sociedad cuando se aborda el tema de los objetivos distribuitivos y la relación de dependencia entre la eficiencia y la distribución de la riqueza, por lo que busca establecer mediciones y pautas de la desigualdad, como lo son el coeficiente de la desviación de la renta, el coeficiente Gini y el derroche distributivo.
Esta última medida la reconoce como una expresión de ineficiencia, en que la distribución de la renta es menor óptima, como sucedió -por ejemplo- en el esquema económico de Chile entre 1891-1925, proveniente de la renta salitrera, en que los niveles de consumo no productivo superaron con creces a los niveles de inversión de capital fijo, para ampliar y diversificar el aparato productivo de este periodo.
La falta de competencia también incide en la eficiencia de un sistema económico y en el nivel de conflictividad con que enfrenta a la distribución de la renta o del ingreso, especialmente si los resultados del proceso competitivo entrega retribuciones elevadas a un grupos y retribuciones bajas a otros, por lo que plantea como condición el que los ciudadanos partan con la misma dotación de factores productivos o que tengan una movilidad completa de los factores de producción, para avanzar desde actividades de bajo rendimiento hacia otras con alto rendimiento y así lograr una mayor perfeccionamiento competitivo de la economía, lo que tampoco tiene una correspondencia con la historia económica de Chile, donde -inclusive- la apertura de la economía y el desarrollo del mercado, de los últimos 50 años, solo ha mostrado resultados positivos marginales en términos de movilidad de una actividad a otra.
Luego de repasar las medidas y pautas de la desigualdad, Meade se centra en "las fuerzas presentes en la sociedad cuasantes de las desigualdades de la renta y riqueza", apuntando a las relaciones intergeneracionales, intertemporales y de la estructura de clases, con sus respectivos mecanismos por lo que se desarrollan y reproducen las desigualdades, tomando un carácter estructural.
En las relaciones intergeneracionales, el concepto de dotaciones de factores iniciales en Meade hace referencia a cuatro pilares: composición genética; herencia de propiedad; educación y formación; y contactos sociales. Estos dos últimos elementos se relacionan más estrechamente con el fenómeno social de la formación y reproducción de élites que van copando el campo económico y sus circuitos productivo-comerciales.
"La educación cubre obviamente la educación formal de un individuo y su adiestramiento en la escuela, universidad o institución similar. Los contactos sociales cubren el abanico de conocidos de un ciudadano, quienes, a través de su rama específica de la red de antiguos amigos, pueden proporcionarle o no proporcionarle un buen empleo u ofrecerle una oportunidad de inversión favorable", señala el economistas, quien también aclara que estos no son los únicos factores a tomar en cuenta, pues también en su análisis -por ejemplo- incluye a la buena o mal fortuna, que son dadas por el ambiente de crecimiento que experimentan las personas.
La composición de genes, renta, propiedad y contactos sociales en los individuos pueden ser debido a herencia de origenes familiares, como muchas élites económicas, políticas y sociales en América Latina o en otras regiones del mundo, o por el propio desarrollo económico y social, que es un fenómeno que se produce cuando se amplia la base económica, producto del crecimiento de los factores de producción.
Meade se concentra en el matrimonio selectivo, señalando que el primero es un factor igualador respecto a la herencia de las dotaciones: "(...)la selección del compañero de boda puede ayudar a fortalecer la correlación entre los distintos elementos de dotación, es decir, puede ayudar a que se combinen buenos genees, buenos contactos sociales, buena educación y riqueza".
De acuerdo con su análisis, el matrimonio selectivo tiende a incrementar la desigualdad, a diferencia de los matrimonios aleatorios, aunque el autor aclara la importancia de siempre considerar las interconexiones que tienen las dotaciones de factores iniciales.
"Una mayor movilidad social conduce a mayor igualdad de oportunidades: el hombre o la mujer capacitado de una clase social menos afortunada cuenta con una oportunidad más igual respecto a un miembro de una clase más afortunada de obtención de un buen puesto. En la medida que las cdotaciones básicas sean iguales y que las desigualdades sólo se hayan mantenido en la sociedad a través de rigideces sociales irrelevantes, que implican desigualdades de oportunidad para gente que cuenta básicamente con las mismas dotaciones, una mayor movilidad social conducirá en último término a mayor igualdad de renta y patrimonio", sostiene el economista. Pero también advierte que la mayor movilidad social también puede provocar un concentramiento de los matrimonios selectivos, lo que termina impactando en los niveles de desigualdad. Es por eso que el autor recuerda que el aumento o la disminución de la desigualdad descansa en el grado de diferenciación que exista en las dotaciones básicas de capacidad que tengan los individuos.
Posteriormente, el economista revisa la acumulación y herencia de la propiedad, señalando el efecto que tiene las leyes y las costumbres."El que los padres distribuyan su patrimonio entre sus hijos, parcialmente, durante su vida, o que retengan su patrimonio intacto hasta su muerte, puede verse afectado por políticas gubernamentales (por ejemplo, diferencias en los tipos de los impuestos sobre las donaciones y sobre las sucesiones hereditarias) y también por las costumbres y las convenciones sociales", afirma. Este fenómeno descrito lleva al análisis de los factores demográficos en la distribución de la propiedad entre ancianos y jóvenes.
A su juicio, los factores demográficos tienen incidencia en la distribución de la riqueza entre clases sociales, especialmente si las tasas de fecundidad son más altas en los grupos desafortunados que en los afortunados, lo que acarrea una mayor dependencia entre los miembros de las familias que pertenecen a los grupos desafortunados, junto a una reducción del promedio de los patrimonios poseídos, al repartirse entre un mayor número de hijos, impactando en el aumento de la desigualdad en los niveles reales de vida.
Meade termina la obra con una descripción de las políticas redistribuitivas para acercar la distribución de la renta y de la propiedad con la distribución deseada, donde asigna un papel importante a los "elaboradores políticos", reconociendo que estas opciones tienen un impacto en la eficiencia del sistema económico.
De todos modos, plantea un catálogo de ocho formulaciones de políticas redistributivas, en que se destaca la promoción de las condiciones de competitividad, la regulación de precios y cantidades específicos, la provisión pública de bienes sociales, la redistribución de la propiedad privada, la socialización de la propiedad, medidas para el control de los ahorros, medidas para el control del crecimiento de la población y la retribución directa de las rentas personales.
El autor reconoce que estas medidas tienen efectos en la eficiencia económica, detallando que estos ocho tipos de política redistributiva deben considerar varios factores para su combinación, como el establecimiento de un nivel deseable en la distribución de la renta y de la propiedad o la determinación del peso de los objetivos redistributivos con la eficiencia y la libertad económica. En otras palabras, encontrar un adecuado equilibrio entre estas fórmulas redistributivas con una economía abierta es lo que entrega mayores posibilidades de enfrentar el diagnóstico de Meade expuesto más arriba, razón por la cual es prioritario un análisis acabado de las causas de las desigualdades.
Estudiar el desarrollo de una economía mixta en este sentido es la principal posibilidad que advertimos del trabajo del economista británico.
La administración panóptica
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jueves, 12 de septiembre de 2024
Causas de las desigualdades: la economía justa desde la mirada de James Edward Meade
jueves, 14 de marzo de 2024
Economía política de la medicina moderna: la pugna de poder que tiende a esconderse en el debate actual
La discusión en torno a la relación entre el Estado, mercado y el sistema de salud no solo es un tema de alcance económico, sino que también abarca los campos de la ética, la filosofía política, la sociología y el sistema simbólico cultural de la vida cotidiana. Ha sido Michel Foucault en sus investigaciones sobre el proceso histórico en que la medicina se inserta con otra perspectiva en la vida moderna, para la administración de los cuerpos, y las tareas que va imponiendo la estructura productiva en occidente, uno de los puntos de vista más conocidos para identifica una genealogía de la medicalización en nuestras sociedades de los últimos dos siglos.
En la conferencia que realizó acerca de "la crisis de la medicina o la crisis de la antimedicina", el pensador francés reconocer como principales características la injerencia del Estado en la salud de las personas, en un recorrido que adquiere sistematicidad desde el siglo XIX, mediante concepto de limpieza como un ideal moral público, para después pasar al concepto central del derecho de acceso a la salud pública, surgido posteriormente a la segunda guerra mundial.
Reconoce que históricamente la "preocupación de la medicina del Estado encierra cierta solidaridad económico-política", que debe entenderse no en términos altruísticos, sino que desde la perspectiva del control social que en algunos países europeos, como Inglaterra, tomo un carácter de servicio autoritario, dirigido a los grupos sociales con menos recursos, para evitar la propagación de pestes que pudieran afectar a los grupos con mayor poder en la escala económica y, además, tender hacia un mayor resguardo de la fuerza de trabajo, proveniente de estos grupos sociales. Estos tres elementos de control configuran el sistema de medicina social que se propagó en el siglo XX en los países industrializados y emergentes, donde Inglaterra plantearía una mayor influencia para el desarrollo de un modelo de funcionamiento de la medicina, en que se vincularon tres elementos, según explica Foucault: "la asistencia médica al pobre, el control de la salud de la fuerza laboral y la indagación general de la salud pública, protegiendo así a las clases más ricas de los peligros generales".
Por otro lado, menciona que esto permitió "la realización de tres sistemas médicos superpuestos y coexistentes: una medicina asistencial dedicada a los más pobres, una medicina administrativa encargada de problemas generales, como la vacunación, las epidemias, etc., y una medicina privada que beneficiaba a quien tenía medios para pagarla".
"Mientras que el sistema alemán de la medicina de Estado era oneroso y la medicina urbana francesa era un proyecto general de control sin instrumento preciso de poder, el sistema inglés hizo posible la organización de una medicina con facetas y formas de poder, diferentes según se tratara de la medicina asistencial, administrativa o privada, de sectores bien delimitados que permitieron, durante los últimos años del siglo XIX, la existencia de una indagación médica bastante completa. Con el plan Beveridge y los sistemas médicos de los países ricos e industrializados de la actualidad, se trata siempre de hacer funcionar esos tres sectores de la medicina, aunque sean articulados de manera diferente", señala Foucault.
Esta idea es clave, pues permite entender la configuración de una economía política sobre la base de principios administrativos de control que después fueron incluyendo principios de manejo económico, para la gestión de los recursos destinado a financiar las tareas del sistema médico moderno.
Con ello, la salud entra al terreno de lo macroeconómico, en lo que respecta a la política fiscal y a los principios presupuestarios, siendo -por ende- objeto de la lucha política, específicamente en los países industrializados, en un proceso que a fines de los años ochenta se instala en las llamadas economías emergentes, como lo es el caso chileno, que contiene un proceso de privatización y de apertura de los sistemas de salud a la industria privada.
Foucault identifica el periodo 1940-1950 como el del nacimiento de una nueva episteme en torno al cuerpo desde la salud, que involucra al derecho, la moral, la política y la economía, como una intervención del Estado, a través de un sistema regulatorio que vigila a prestadores públicos y privados en un régimen de relaciones entre las enfermedades y la salud corporal, que conlleva emergentes pautas de práctica social, donde la publicidad y el marketing surgen como intermediadores clave, cuyas lógicas van generando colisiones al interior de las sociedades.
Esto forma parte de lo que Foucault denomina el aspecto de la economía política de la medicina, al ser un medio de reproducción directa de la riqueza, a partir de los cuerpos: "No simplemente porque es capaz de reproducir la fuerza de trabajo sino porque puede producir directamente riqueza en la medida en que la salud constituye un deseo para unos y un lucro para otros. La salud en la medida en que se convirtió en objeto de consumo, en producto que puede ser fabricado por unos laboratorios farmacéuticos, médicos, etc., y consumido por otros -los enfermos posibles y reales- adquirió importancia económica y se introdujo en el mercado".
Bajo su análisis, "el cuerpo humano se vio doblemente englobado por el mercado: en primer lugar en tanto que cuerpo asalariado, cuando el hombre vendía su fuerza de trabajo, y en segundo lugar por intermedio de la salud. Por consiguiente el cuerpo humano entra de nuevo en un mercado económico, puesto que es susceptible a las enfermedades y a la salud, al bienestar o al malestar, a la alegría o al sufrimiento, en la medida que es objeto de sensaciones, deseos, etcétera".
Este ingreso del cuerpo al mercado, mediante la demanda y consumo de salud posibilita la aparición de múltiples fenómenos que, según el filósofo francés, "causan disfunciones en el sistema de salud y en la medicina contemporánea". Una disonancia de este tipo es que el incremento en la demanda de los modernos servicios de salud no tiene aumenta correlativamente el nivel de vida. "La introducción de la salud en un sistema económico que podía ser calculado y medido indicó que el nivel de salud no operaba en la actualidad como el nivel de vida. Si el nivel de vida se define como la capacidad de consumo de los individuos, el crecimiento del consumo humano, que aumenta igualmente el nivel de salud, no mejora en la misma proporción en que aumenta el consumo médico".
Otro punto importante que advierte es que esta asimetría "revela una paradoja económica de un crecimiento de consumo que no va acompañado de ningún fenómeno positivo del lado de la salud, la morbilidad y la mortalidad. Otra paradoja de esta introducción de la salud en la economía política es el hecho de que las transferencias sociales que se esperaban de los sistemas del seguro social no desempeñan la función deseada".
La desigualdad en el consumo médico también es otro pilar de economía política de la medicina, lo que se ejemplifica en que "los más adinerados continúan utilizando los servicios médicos mucho más que los pobres, como ocurre hoy (fines de los años 70 en el siglo XX) en Francia, lo que da lugar a que los consumidores más débiles, o sea los más pobres, paguen con sus contribuciones el superconsumo de los más ricos. Por añadidura, las investigaciones científicas y la mayor parte del equipo hospitalario más valioso y caro se financian con la cuota del seguro social, mientras que los sectores en manos de la medicina privada son los más rentables porque técnicamente resultan menos complicado. Lo que en Francia se denomina albergue médico, es decir, una hospitalización breve por motivos leves, como una pequeña operación, pertenece al sector privado y de esa manera lo sostiene el financiamiento colectivo y social de las enfermedades".
Es así como el financiamiento colectivo en gran parte sigue financiando el consumo de los sectores de mayores ingresos, por lo que para Foucault "la igualación del consumo médico que se esperaba del seguro social se adulteró en favor de un sistema que tiende cada vez más a restablecer las grandes desigualdades ante la enfermedad y la muerte que caracterizaban a la sociedad del siglo XIX. Hoy, el derecho a la salud igual para todos pasa por un engranaje que lo convierte en una desigualdad".
A renglón seguido plantea que el financiamiento colectivo también se dirige al aparataje industrial que está detrás de la economía política de la medicina, a la empresarialización, particularmente al sector farmacéutico que se financia mediante las instituciones que prestan los seguros de salud. "Si esta situación todavía no está bien presente en la conciencia de los consumidores de salud, es decir, de los asegurados sociales, los médicos la conocen perfectamente. Estos profesionales se dan cada vez más cuenta de que se están convirtiendo en intermediarios casi automáticos entre la industria farmacéutica y la demanda del cliente, es decir, en simples distribuidores de medicamentos y medicación", afirma.
Este modelo de funcionamiento histórico de la medicina el filósofo lo ubica desde el siglo XVIII en las sociedades europeas, que han operado de referencias para los países latinoamericanos, especialmente donde se ha consolidado actualmente en sistemas sanitarios mixtos en la provisión de estos servicios. Estudiando ese "despegue" del modelo europeo y sus estructuras médicas, es como Foucault piensa que las sociedades no industrializadas, de fines del siglo XX, puedan adaptarse a este modelo de funcionamiento, en su aspecto de economía política.
"Se requiere la modestia y el orgullo de esos economistas para afirmar que la medicina no debe ser rechazada ni adoptada como tal; que la medicina forma parte de un sistema histórico; que no es una ciencia pura y que forma parte de un sistema económico y de un sistema de poder, y que es necesario determinar los vínculos entre la medicina, la economía, el poder y la sociedad para ver en qué medida se puede rectificar o aplicar el modelo", sostiene.
Si no se reconoce, efectivamente, que las estructuras médicas y su empresarialización forman parte de un sistema de poder que va creando saberes con sesgos determinados, se obtiene vínculos incompletos para abordar perfeccionamientos en la administración de la salud.
Una interpretación que se puede desprender de este análisis foucaltiano es que el avance hacia un sistema mixto de salud, público-privado -que reconoce la modernización a través de la práctica de la medicina social, como ocurrió en Europa entre los siglos XVIII y XIX, y en Chile, desde la primera mitad del siglo XX- es una conclusión necesaria para abordar el carácter bizantino que toma la discusión en torno a administración del sistema de salud en los tiempos actuales.
Bizantino, en el sentido de que el debate actual, sobre todo en Chile, se produce con argumentaciones muchas veces inútiles y dialécticas en torno a la pugna entre "libertad y socialismo". Las columnas de opinión son las que reciben este tipo de contenidos, dejando de lado el aporte más idóneo que tienen las investigaciones históricas, con un enfoque multidisciplinario, para perfeccionar el sistema de salud.
Resulta necesario que el abordaje de esta discusión incluya líneas de propuestas y acciones que tiendan a equilibrar la coexistencia de poderes en torno a los sistemas de salud actuales.
jueves, 1 de febrero de 2024
Las restricciones para el desarrollo de un capitalismo democrático: el caso chileno
Existen algunos elementos en la obra de Michael Novak "La Ética Católica y el Espíritu del Capitalismo", que nos abren camino para elaborar una somera crítica al desarrollo de la economía en Chile y cómo este proceso ha sido afectado históricamente por el tradicionalismo cultural presente en los grupos sociales dirigentes, el cual ha puesto obstáculos para avanzar hacia formas capitalistas más abiertas, democráticas y liberales, especialmente en el siglo XIX, periodo en que estas ideas tomaron mayor fuerza en la formación del Estado moderno, en Europa y en Estados Unidos, principales correas de transmisión del circuito industrial y comercial del capitalismo de esta época.
Por ello, consideraremos el enfoque que Novak hace en este trabajo, vaciando el profundo análisis que realiza para relacionar la ética del catolicismo con el desarrollo del espíritu capitalista. Nos concentraremos en el concepto de capitalismo democrático que aborda en esta obra, a partir de la idea que plantea sobre que las determinadas actitudes y exigencias morales y culturales que van resultando con las prácticas del capitalismo, las cuales son decisivas para ampliar la acción de una economía abierta. Si estas exigencias no se cierran en grupos sociales se lograr ampliar el dinamismo productivo presente en distintos segmentos de la sociedad, no encontrando límites ni obstáculos entre sus interacciones, produciendo sociedades abiertas, con una mayor inclinación a la innovación económica.
Esta último principio Novak lo reconoce en las virtudes morales de la creatividad y la cooperación, que inciden en la formación de comunidades al alero del capitalismo, mediante la asociación voluntaria, diferenciándola de lo que ocurre en las sociedades conformadas por un grupo dominante que impone sus tradiciones, donde la unidad social se configura mediante lazos de parentesco. En este tipo de sociedades la dimensión política y ético cultural va estableciendo se tiende a alejar de los principios de participación convenida voluntariamente.
A fines del siglo XIX la matriz cultural de la llamada oligarquía chilena del siglo XIX quedó arraigada en sus descendientes, cuyos lazos de parentesco siguieron configurándose durante el siglo XX, concentrándose con mayor fuerza en la esfera privada de los negocios familiares, por sobre la figuración pública que hubo entre 1891 y 1925. En este sentido, toma viabilidad el trabajo de Genaro Arriagada sobre la Oligarquía Patronal Chilena (1970), donde describe el traspaso desde la esfera política de este grupo social a los gremios empresariales. Esta construcción de tipo cerrada se mantiene, hasta un cierto nivel, en el marco de la modernización capitalista experimentada por Chile desde 1975, en que se reconoce una ampliación de la base económica y la irrupción de nuevos grupos al proceso productivo-comercial, generando mayores grados de apertura en la sociedad chilena.
Sin embargo, a grandes rasgos, es posible advertir las dificultades que encuentra la asociatividad voluntaria, a gran escala, en las relaciones sociales de producción en el país, para abrir el mercado a pequeñas empresas, pues creemos que el problema de contar con un mercado pequeño y limitado, como es el chileno, también se encuentra bajo la influencia de una élite económica que restringe la entrada a otros tipos de lógica que puedan seguir perfeccionando el alcance del proceso capitalista, dándole un mayor contenido democrático, desde el punto de vista de la economía política.
Uno de los mayores problemas que se producen por esta dinámica es la pérdida del sentido de comunidad, sobre la base de la asociatividad voluntaria y la cooperación, pues este déficit genera una demanda por la acción del Estado para llenar este vacío. La forma de entender la contrucción de comunidades que no sean coacccionadas por el poder de mercado de ciertos grupos de poder privados y por el aparato estatal es lo que ha faltado en la discusión del capitalismo chileno. No se advierte un punto de vista que busque equilibrar esta disputa.
Importante antecedente histórico es que en la matriz cultural de la oligarquía agraria chilena persistió por décadas el desdén a las personas vinculadas a la práctica del comercio, denostándolo con categorías como "advenedizos" en la vida social, quedando en un lugar secundario y marginal el principio mismo de creatividad que conlleva el capitalismo. Este tipo de ethos fue afectando las posibilidad de ampliar la base económica desde la producción de subjetividades.
El residuo de este tipo de pensamiento fue moldeando una forma particular de capitalismo en las élites chilenas, a las que se le fueron agregando otros elementos que tienden a dejar de lado el aspecto de la asociatividad abierta y sistemática. Desde la implementación del proceso de modernización capitalista de fines del siglo XX, se cristalizó la idea de un liberalismo excesivamente centrado en el individualismo, dejando de lado el carácter asociativo. Novak rebate este punto, sosteniendo que "las actividades capitalistas son en su mayoría de carácter asociativo y no individualista. Difícilmente puede ninguna empresa ser dirigida por un individuo a solas y, por cierto, ninguna de ellas podría tener éxito en forma aislada. Las actividades económicas son intrínsecamente relacionales. La confianza es el núcleo de la actividad voluntaria y ciertos hábitos de consideración recíproca son normales entre los colegas de trabajo".
"Atribuir al capitalismo, en tanto realidad viva, un individualismo radical, atomizado, es en exceso simplista. La práctica de asistir a reuniones y tomar parte en actividades al atardecer es una pasión de naturaleza capitalista. Por cierto que un fruto eminentemente social del espíritu capitalista es la creación de suficiente nueva riqueza para mantener a un vasto universo de organizaciones sin fines de lucro y asociaciones voluntarias", señala Novak.
La síntesis entre un liberalismo limitado, el corporativismo católico y el nacionalismo autoritario que se materializó en la institucionalidad de la dictadura de Pinochet, la cual fue el reflejo de la visión de mundo del pensamiento conservador por sobre la sociedad chilena, también conocido en el proceso de restauración nacional, surgida desde el golpe de Estado de 1973, es un ancla evidente en la configuración del capitalismo a la chilena y sus limitaciones. Sabido es que la visión que tuvieron de los grupos conservadores en Chile y sus élites para resistirse, a fines del siglo XX, a la apertura socio-cultural que una economía abierta iba produciendo en materia educacional, valórica y en la dimensión afectivo-sexual. Es necesario recordar que tales posiciones se reflejan en la adhesión de las élites conservadores en grupo conservadores-religiosos como el Opus Dei, los Legionarios de Cristo y el Movimiento Schoenstatt, desde donde, en la arena política, han surgido programas de gobierno en la derecha chilena, donde conviven esta síntesis económica, política y valórica. Este tipo de visión de mundo choca con la capacidad que Novak reconoce en el capitalismo democrático para auto reformarse, sobre la base de la autonomía que tiene el ordenamiento moral-cultural con el ordenamiento político, siendo todo lo contrario a las posiciones que postulan estos grupos.
Es así como en un sistema moral-cultural cerrado y un sistema político con bajo nivel democrátivo las condiciones de desarrollo del capitalismo se ven más limitadas. Y, precisamente, las fases de acumulación de capital en Chile se vieron condicionadas bajo estos dos aspectos en etapas históricas determinadas: primero, con la irrupción de la oligarquía que toma las riendas del Estado entre 1891 y 1925 y, casi cincuenta años más tarde, con la "restauración nacional" de 1973, al alero de la dictadura militar. Estas bases para entender las limitaciones de un sistema capitalista, más abierto culturalmente y con una participación efectiva de los agentes económicos en el mercado, sin que se vean afectados por el poder de un actor con mayores recursos, es lo que permite identificar someramente un mayor impulso de las dinámicas capitalistas en el tejido social.
La irrupción de un discurso centrado excesivamente en el individualismo, por sobre la capacidad de las asociaciones libres y voluntarias, que se sistematizó desde la implementación del modelo de economía, menoscabó el concepto de comunidad económica que se albergan bajo las dinámicas capitalistas, especialmente a pequeña escala. Su importancia quedó escondida bajo la alfombra, producto de una concepción de mundo reduccionista por parte de los artífices del modelo de economía y sociedad, desde donde aún se instala un discurso vulgar de anticomunismo que tiende a desechar la asociatividad y la cooperación.
En este sentido, Novak aborda el concepto de justicia social desde la perspectiva cooperativa y de asociatividad del capitalismo, señalando que supera los límites construidos por el discurso reduccionista sobre la economía abierta, donde la sociedad civil cumple un rol fundamental, que requiere de un sistema libre en el campo político y en el campo moral-cultural. Estas dos últimas esferas han quedado limitadas, tanto en el periodo 1891-1925, como en 1973-1990.
El filósofo estadounidense recalca la definición del capitalismo democrático por sobre el término de "economía de mercado", para vaciarlo de la connotación de la doctrina libertaria que se focaliza en extremo en el sistema económico, sin considerar otros factores que dan vida a la sociedad, como son la interacción que reconoce entre sistema económico, político y el moral-cultural.
"El capitalismo democrático pone en marcha un sistema tripartito. Dicho sistema está diseñado para servir a los individuos, no para que éstos lo sirvan a él". Y este es uno de los principales puntos de conflicto para un mayor desenvolvimiento del capitalismo democrático en Chile, pues estos grupos sociales que dirigen al país logran -mediante su influencia en la administración del Estado y sus gobiernos de turno- capturar la estructuración del sistema tripartito, sujetándolo a condiciones que permiten una reproducción y circulación limitada de las decisiones y el uso de los recursos, con lo que se restringe su amplificación hacia otros actores económicos, donde se pueden desarrollar lógicas asociacionistas y cooperativas.
Novak se da cuenta de este fenómeno de asimetrías de poder que pueden abrir espacio a lo que comúmente se denomina como abuso, al referirse a la cooperación social como una de las virtudes requeridas para avanzar hacia un modelo capitalista más abierto: "Cuando surgen injusticias, como siempre ocurre, los ciudadanos tienen el derecho y a la vez el deber de formar asociaciones para buscar reparación, incluso del Estado. Cuando emergen nuevas necesidades, los ciudadanos libres forman una vez más asociaciones para satisfacerlas. Es un error primitivo el concebir la justicia social como una actividad propia del Estado o como un sinónimo de la justicia de signo estatista. La justicia social es, en propiedad, una forma de asociación libre. Tan sólo como último recurso, y tras tomar las debidas precauciones contra el excesivo poder burocrático del Estado moderno, los ciudadanos libres ceden de hecho, en ocasiones, algo del poder que les pertenece a un organismo estatal determinado, con miras a lograr sus propósitos a través de ciertas actividades específicas y limitadas".
Esta premisa refleja cómo la idea y búsqueda de consecución de la justicia social, cuyo fin es mejorarkis rasgis del bien común, solo se ha reducido a la acción del Estado para tratar de enfrentar los problemas derivados por la captura del sistema tripartito, por parte de un grupo social, siendo este un aspecto que también limita el desenvolvimiento de una sociedad libre, debido a que este tipo de recurrencia también abre las puertas a otros fenómenos como autoritarismo, paternalismo, burocratismo o clientelismo, lo que tiende a inhibir el pleno desarrollo de las asociaciones libres.
El avance de un capitalismo democrático en Chile se caracteriza por estar sujeto a los intereses de grupos sociales históricamente dominantes, así como a otros grupos que buscan capturar el Estado con un cuerpo de ideas, valores y creencias reduccionistas, como son el tradicionalismo, socialismos ortodoxos y ciertos tipos distorsionados de liberalismo, que se combinan con el conservadurismo y autoritarismo. La intensidad de este espíritu capitalista es cuestionada por estas doctrinas, que pugnan por influirlo en el sistema tripartito económico, político y moral-cultural. Ello nos lleva a concluir que el asociacionismo voluntario, propio del capitalismo democrático, ha sido subsumido por las lógicas de poder de estos grupos sociales, siendo invisibilizados dentro del discurso económico, político y cultural.
La vía de escape, entonces, es considerar la relación entre libertad y razonamiento práctico, al momento en que distintas voluntades de asocian para la cooperación en determinados fines, estableciendo sus propias elecciones, lo que no necesariamente implica socialismo, sino que propender hacia mayores niveles de apertura en el sistema económico, político y moral-cultural.
jueves, 4 de enero de 2024
La ficción que esconde la recurrencia para proponer como regla al Estado de Excepción: el caso chileno
martes, 21 de noviembre de 2023
La sutileza metafísica de la mercancía en Anselm Jappe y su derivación digital en Byung Chul Han
El fetichismo de la mercancía, acuñado por Marx, ha pasado desde los objetos producidos sistemáticamente en una cadena de valor racionalizada, a un feticihsmo de lo inmaterial, como plantea Byung-Chul Han, donde se inserta la experiencia, la información y los datos, propios de esta era de inmaterialidad digital.
La mercancía tiene una sutileza metafísica, como afirma el filósofo alemán Anselm Jappe, en uno de los ensayos de la obra "El absurdo mercado de los hombres sin cualidades", quien asocia este concepto con lo insconsciente, por lo que le reconocer un carácter teológico, que no se visibiliza abiertamente a todos. Sostiene que el alcance del término fetichista, que supone -según Marx- el control que toma la mercancía de los hombres, se inclina al contenido que le asigna Freud, en cuanto a que la mercancía se le entrega "un significado emotivo derivado de otros contextos".
Esto último forma parte de lo cotidiano, de la vida individual y social de los hombres (experiencia), que se proyecta en el objeto de la mercancía y que se mantiene latente, debajo de la superficie de los discursos para las masas, como se aplicó en la esfera cultural del consumo durante el siglo XX.
"El fetichismo es el secreto fundamental de la sociedad moderna, lo que no se dice ni se debe revelar. En eso se parece a los insconsciente; y la descripción marxiana del fetichismo como forma de inconsciencia social y como ciego proceso autorregulador muestra interesantes analogías con la teoría freudiana. No sorprende, por tanto, que el fetichismo, al igual que el inconsciente, emplee toda su sutileza metafísica y toda su astucia de teólogo para no darse a conocer", indica Jappe.
Eso sí, conviene aclarar que el filósofo alemán lo que hace es criticar también las teorías postmodernas sobre la crítica a los efectos de la mercancía en la sociedad, entregando respuesta a los problemas "sin origen ni dirección", afirmando que su análisis acerca del "carácter automático, autorreferencial e inconsciente de la mercancía" lo concentran en lo ontológico, dejando de lado el proceso histórico en el que se desenvuelve la sociedad de la mercancía.
Hablar del carácter teológico del fetichismo de la mercancía implica identificarlo como un relato que impone ciertas condiciones, en las cuales los hombres se relacionan con algo metafísico, que no está a la vista de los ojos. Jappe menciona que el análisis derivado de las tesis de Marx, en el siglo XX situó al concepto en los marcos de la categoría de la alienación, pasando a ser un fenómeno de la conciencia, específicamente con el nivel del reino de las apariencias, hasta que pasa a ser relacionado con la teoría social que crítica la estructura de la mercancía en tanto es parte de una sociedad del espectáculo, circunscribiéndose a una representación. Gran parte de la vida social se concentra en contemplar la vida que tienen las mercancías, con una puesta en escena que siempre va cambiando de vitrinas, donde el espéctaculo se sustenta en la cantidad de mercancías que circulan en la sociedad, siendo la imagen (televisión e internet) el soporte en que se desenvuelve la abstracción, absorbiendo a la realidad. Espectáculo y mercancía entran en una relación de dependencia con la experiencia individual, configurando nuevas subjetividades. Jappe toma en cuenta el trabajo "La Sociedad del Espectáculo", de Guy Debord, en que plantea una teoría social de crítica a la mercancía, que se escapa del control humano: la experiencia in situ pasa a ser representada en las mercancías, con lo cual se actualizó la crítica al feticihismo de la mercancía, abriendo el campo de análisis a una metafísica más compleja respecto a la crítica de Marx, basada en la teoría del valor del trabajo y las dinámicas de consumo que derivan de ellas.
Toda creación humana puesta en interacción es susceptible de ser mercancía, lo cual -bajo el punto de vista de la sociedad del espectáculo- se verifica en una interminable espiral de moda, de usos desechables y reemplazables, lo que da pasa a una representación continua de la representación, como advierte Jappe, en base a Debord: "Pero si los signos, en cambio, solo se refieren a otros signos y así seguido, si jamás se encuentra el original de la copia infiel, si no hay valor real que deba sostener, aunque sin lograrlo, el cúmulo de deudas del mundo, entonces no hay absolutamente ningún riesgo de que lo real nos alcance".
"Durante largo tiempo, la mercancía nos engañó presentándose como «una cosa trivial y obvia». Pero su inocencia ha pasado, porque hoy sabemos que es «una cosa embrolladísima, llena de sutileza metafísica y caprichos teológicos", agrega.
Mantenerse en un constante estado de abstracción con la realidad es la mediación de la mercancía y el soporte digital de las Redes Sociales es un ejemplo que podemos tomar a partir del análisis de Jappe en torno a la sutileza metafísica de la mercancía.
Jappe concluye que la crítica del fetichismo de la mercancía establece un camino para la comprensión global de la sociedad, "y afortunadamente semejante crítica se está formulando". Un ejemplo de ello es la crítica que realiza Byung Chul-Han en su libro "No-Cosas", particularmente con la transición que advierte desde el orden terrenal al orden digital.
"Ahora producimos y consumimos más información que cosas. Nos intoxicamos literalmente con la comunicación. Las energías libidinales se apartan de las cosas y ocupan las no-cosas. La consecuencia es la informanía. Ya nos hemos vuelto todos infómanos. El fetichismo de las cosas se ha acabado. Nos volvemos fetichistas de la información y los datos", señala el filósofo coreano, utilizando categorías de la esfera sicológica. Con ello, constata lo planteado por Jappe en cuanto a la relación que identifica entre fetichismo y la teoría sicoanalítica.
La infomanía posibilita el surgimiento de actores que procesan información, los infómatas, que pasan a realizar nuestras acciones desde el soporte electrónico: ya no vamos al banco a realizar trámites, pues el teléfono celular es nuestro medio-mercancía que nos permite también acceder a otras mercancías, mediante la compra online. Este tipo de representación nos pone en un nueva órbita de tiempo y espacio en torno a lo que consideramos como cosas que, en el fondo, son no-cosas.
"Hoy las prácticas que requieren un tiempo considerable están en trance de desaparecer", afirma Byung-Chal Hun, mencionando que entre estas se encuentran la observación "atenta y detenida", que generan un cierto tipo de conocimiento y de experiencia. En el marco de las no-cosas, el conocimiento y la experiencia se vuelven más efímeros, reemplazables por constantes datos e informaciones, sujetas a la materialidad que ofrecen los soportes electrónicos y el suministro de electricidad que alimenta a las baterías.
Esta nueva expansión en el fetichismo de la mercancía y los cultos que va sembrando a través de la historia agrega la devoción al objeto electrónico, sin el cual no se puede acceder al conocimiento y la experiencia de los contenidos digitales, que son otro nivel de mercancías, con sus propias vitrinas plasmadas en las pantallas de celulares y televisores inteligentes.
La sutileza metafísica de la mercancía, acuñada por Jappe sigue siendo difícil de percibir, pues ha construido un sistema simbólico en torno a la estructura de la economía que se ha profundizado, e encrustado, en las subjetividades que se condicionan por las relaciones de intercambio. Ello, empero, no significa que esta condición fantasmagórica se haya escapado por completo de las condiciones materiales de existencia de la producción. Aún es posible encontrarla en el campo de las apariencias, ya que la cultura digital no se puede realizar sin su soporte material. Por más que las ahora llamadas subjetividades digitales hayan incrementado su capacidad de autonomización, aún necesitan de un producto que se transforma en mercancía, porque este representa una relación social que se dan en determinadas condiciones económicas. Y es que, en este sentido, Jappe identifica que este descripciónes la que permite entender entender que el fetichismo es real, como lo afirma en uno de los prólogos al "Fetichismo de la mercancía (y su secreto)", de Marx.