Se habla hasta por los codos
acerca de la sociedad del consumo en la cual está inmersa Chile desde la implantación
forzada del modelo económico de ortodoxia monetarista en 1975 (con la primera
política-económica de “shock”). Sin embargo, muchos no pueden reconocer los
mecanismos mediante los cuales se manifiestan las pulsiones del consumo en un país
que presenta un alto contenido aspiracional en materia económica y simbólica.
Descripciones de este tema
abundan en la obra de Tomás Moulian “Chile actual: Anatomía de un mito” (1996)
o en “El consumo me consume” (1997), donde se establecen aproximaciones
clasificatorias acerca del consumo compulsivo en el país. No obstante, con el
paso del tiempo, estas tipologías tienden a dejar de lado otro fenómeno
participante dentro del complejo proceso de transformaciones culturales vividas
en el país desde los años ochenta: La influencia de la industria de los juegos
de azar en la población. Efectivamente, el impulso primordial que lleva a las
personas al hecho de apostar está estrechamente ligado al deseo de tener o,
mejor dicho, de aspirar a poseer “cosas” que aún no forman parte real de sus
propiedades. Esta es la eterna idealización, el interminable camino de la abstracción
de una sociedad que aspira al desarrollo, pero incapaz de crear un correlato de
integración social para alcanzar este objetivo, razón por la cual tiende a
mirar el camino fácil, la inmediatez del acceso al dinero como la última
finalidad.
Ya en 1982 encontramos las
primeras advertencias respecto a los efectos culturales de la masificación de
los juegos de azar: “Pareciera que la vida se vuelve una apuesta para quienes
fueron desposeídos de su praxis y sometidos al libre juego del mercado: si es
el azar quien gobierna el mundo, es racional jugar al azar. Hay algo de astucia
infantil en dejarse engañar por las pequeñas promesas del juego con el propósito
de engañar a su vez a las leyes estrictas del mercado. En lugar de pensar en la
acción mancomunada se tiende a buscar la salvación en algún acto de gracia.
Cuando el sacrificio diario se revela gratuito, se busca la justicia en el
premio. El premio podría ser una buena cantidad de dinero que cambie la situación
personal, pero también puede ser un símbolo: todas aquellas promesas
publicitarias vendidas al detalle por las cuales se accede en cuotas al mundo
feliz”.
La liberalización del mercado
supone un nuevo campo de juego: Se disminuyen las garantías ofrecidas por el
Estado como el garante de derechos y servicios básicos a costa de un sector
privado que basa su visión de mundo en la rentabilidad, mientras que las
condiciones de desarrollo quedan a disposición del azar, o de aquélla mano
invisible atribuida a las libres capacidades del individuo. Desde esta lógica
debemos comprender la consolidación de la industria de los juegos de azar en
Chile, la cual promete no dar marcha atrás, debido al florecido mercado que ha
encontrado a partir de las concupiscencias que se desarrollan en un modelo antropológico
determinado el imaginario de la liberalización de las ganancias privadas por
sobre la regulación de los desequilibrios individuales y sociales.
Podemos comenzar con datos
“duros”. De acuerdo a la subgerencia de Investigación y Desarrollo de Polla
Chilena de Beneficencia, actualmente existen cerca de 5. 170.000 jugadores
regulares a lo largo del país. O sea, entre el 35% y 50% de la población
recurre a esta especie de ritual cultural compulsivo-obsesivo para intentar
“cambiar la suerte”, “asegurar la vida”, “tener un golpe de suerte”, etc. No es
raro entonces, que las ventas de Polla y Lotería de Concepción –el duopolio
autorizado legalmente para administrar juegos de azar nacionales- sean en torno
a 310 millones de dólares ($ 166.110 millones), lo que muestra un promedio de
$14.000 millones destinados mensualmente a esta industria por parte de los
jugadores-consumidores. Tampoco es raro apreciar cómo estos dos actores del
mercado de juegos tengan una escondida guerra contra los traga monedas que han
surgido en miles de locales comerciales a lo largo del país, debido a la
competencia desleal que observan en cuanto a que se encuentran exentos de pagar
impuestos.
Y es que la legitimación de los
juegos de azar encuentra en el Estado un factor preponderante en el incentivo
de estas actividades, bajo la justificación de aumentar la recaudación
tributaria y el fomento al turismo. Es así como debemos comprender la irrupción
de quince Casinos de juego en las regiones del país que constituyen uno de los
mejores ejemplos de descentralización...en materia de juegos de azar. De
acuerdo a los datos de la Superintendencia de Casinos de Juego, mensualmente
ingresa un promedio de US$ 25 millones a las arcas del sector, donde cada
chileno gasta un promedio de $27.600 (US$ 40), o sea unos US$ 480 anuales. Una
cifra cercana al promedio de los sueldos en el país, con lo cual un chileno
apostador asiduo a este tipo de juegos destinaría un mes de sueldo a estas
actividades.
El principal problema es que no
se han considerado las llamadas externalidades negativas de estas dinámicas,
como la ludopatía. El ludópata es funcional al sistema económico liberalizador
in extremis donde el juego está legalizado en la lógica del consumo y es
facilitado por una red de marketing que promociona el acceso a esta “industria
del ocio”, generando una retroalimentación con los potenciales ludópatas que
deben enfrentar una adicción alimentada por el mercado y amparada por el Poder público.
Tal como los otros tipos de adicciones que producen externalidades sociales
negativas (alcoholismo, tabaquismo, drogadicción, etc.), los juegos de azar
presentan serios impedimentos para ser extraídos de raíz, debido a los
intereses económicos establecidos.
Así, la dicotomía entre
rentabilidad económica-rentabilidad social es hegemonizada por la primera
puesto que la presencia de grandes casinos está acentuando la precarización de
las pequeñas actividades comerciales en las zonas donde éstos operan,
especialmente en la pequeñas y microempresas, que no pueden enfrentarse a la
competencia impuesta por esta nueva industria del ocio. La promesa de crear más
empleos es neutra pues como se generan al interior de los casinos, también se
pierden en los entornos económicos que deben cesar sus actividades.
Pero existe una problemática más
capilar en las consecuencias que conlleva una oferta masiva de juegos de azar:
Su práctica sostenida del lleva a los ciudadanos-apostadores a incrementar el espíritu
de competencia que, según la teoría ultra liberalista, duerme en cada uno de
nosotros. Bien concuerdan los psiquiatras que el ludópata es funcional al
sistema económico. En este sentido, una génesis aproximativa entre el mercado y
los juegos de azar nos la entrega uno de los padres de la ortodoxia
liberal-monetarista, F. Hayeck. Según su doctrina, la sociedad capitalista en
su versión neoliberal es la más perfecta debido a que nace del azar, sin
ninguna premeditación, justo en el momento en que los individuos inician el
juego competitivo. Como esta teoría está basada en el darwinismo social, los más
competitivos obtendrán, por el azar, resultados más exitosos, logrando sobrevivir
en el mercado. Ello llevará a los demás individuos a imitar los comportamientos
competitivos. En otras palabras, la idea es: “Si este tipo logró hacer dinero,
yo también puedo probar”.
Justamente, la teoría del juego
nos habla acerca del perfil del jugador que poco a poco le asigna menos
importancia al hecho de obtener ganancias económicas a costa de conseguir
mayores espacios para el sentimiento de la competencia más puro. Ahora la máxima
sería: “Le mostraré quién es el mejor”. La sofisticación en la cultura del
juego plantea la superación del deseo de ganar dinero, pasando al deseo del
reconocimiento. Como vemos, la fuerza motriz del individuo -en estos casos- se
orienta mediante la administración de las inseguridades e incertezas generadas
por las presiones económicas, las cuales encuentran una alternativa en el juego
de azar.
La retroalimentación de estas dinámicas
se genera q partir de los mensajes subliminales primarios que se esconden en
los slogans publicitarios construidos por la filosofía del marketing, uno de
los bienes intangibles y no transables que coadyuvan a determinar una parte de
la realidad a millones de chilenos. En este sentido, el marketing de los juegos
legalizados se abre camino peor que una placa subterránea: Su lógica expansiva
ha diversificado la oferta de productos a través del formato “raspe y gane” con
anzuelos como la entrega inmediata de $ 100 millones en premios o de sueldos
mensuales de hasta $ 500 mil por todo un ano.
Para un ciudadano inmerso en
continuas dinámicas intensificadoras de sus deseos inmediatos, como las
necesidades económicas en un país en vías de desarrollo, con un ingreso per cápita
medio como Chile (US$10.000 nominal y US$ 14.600 por paridad de compra), no es difícil
caer en la vorágine de las supuestas “oportunidades” que plantea este tipo de dinámicas
del mercado. El apostador es un consumidor a todas luces y, por lo general,
presenta una delgada línea de separación entre la mesura y la impulsividad. Lo
cierto es que el mercado, entendido como asignador de bienes públicos, ha
levantado una cultura del juego instantáneo. Ya no es necesario reunir la mayor
cantidad de cupones posibles con los datos personales para mandarlo a una
casilla postal determinada y esperar a ser el ganador en un concurso por tómbola,
sino que sólo se requiere comprar, raspar y ganar. Una tríada que es utilizada
para aumentar las ventas de productos o promocionar nuevos servicios provenientes
del sector privado. Tanto bancos como supermercados recurren a la lógica del
“jugar y ganar” para obtener la preferencia de los usuarios (potenciales
clientes) a cambio de participar en concursos por un departamento, automóviles
o viajes. Las técnicas de marketing también han incluido el concepto del raspe
y gane para promocionar sus productos, mediante supuestos descuentos o premios.
Lo cierto es que la ludopatía se
transforma en un bien intangible producto del marketing. La abstracción de la
ganancia se asocia con la idea moderna de que la satisfacción, estabilidad y
seguridad personal se construyen sobre la base del dinero. Esto es lo que se
conoce como “ilusión de control”, en el cual el apostador piensa que sus
elecciones (un número X o un par de partidos de la polla gol) son controlables
o, al menos, podrían influenciar los resultados finales de un juego. El tipo de
ilusión también es funcional a la idea de doblarle la mano a las condiciones
impuestas por el modelo económico y la división del trabajo que implica. Ello
no es más que una consecuencia del pensamiento egocéntrico que caracteriza al
hombre y que está directamente asociado a la potencial competitividad que sustenta
la ortodoxia liberal. El egoísmo pasa a jugar un papel fundamental, ya que la pulsión
por los juegos de azar en algunos ciudadanos activa otros mecanismos de justificación
a una práctica que anteriormente presentaba una menor aceptación social: Los
compradores de lotería, Kino, Loto y/o raspe y gane, así como los asiduos a los
casinos de juego, suelen decir a los demás “si gano un premio gordo, pongo una
parte de esto a un hogar de niños o ayudo a alguien”. Con ello se esconden bajo
la alfombra las eventuales críticas de rechazo por parte de los demás hacia la
conducta de los usuarios permanentes de estos juegos.
Un relato paralelo a este fenómeno
es la premisa del riesgo en la sociedad, implícita en la industria de los
juegos de azar, que también se desarrolla por canales más legitimizados. De
hecho, la inversión en la Bolsa de Valores y en los múltiples instrumentos de inversión
individual para el futuro viene a ser otra expresión del juego de azar, pero más
racionalizado a la hora de analizar las decisiones, aunque el núcleo duro se
mantiene: aumentar las ganancias personales a través del riesgo de las
alternativas a elegir. Puestas así las cosas, no es raro que se genere confusión
entre planos tan distintos como la oferta de nuevos instrumentos de inversión a
futuro para la ciudadanía, que se sustentan en análisis racionalmente
elaborados, y los juegos de azar que también implican un riesgo en función de
la ganancia-pérdida.
El hecho concreto de superar una situación
de riesgo -como es acertar los números, ganar dinero en efectivo por un juego
determinado, comprar y/o vender acciones, etc.- acarrea una nueva serie de
procesos empíricos en el individuo; desde cambiar la vida a partir de la
fortuna económica, el mero gozo del triunfo y el reconocimiento de los demás,
hasta el control del futuro personal y una autonomía plena de las exigencias
laborales y de otras necesidades. En otras palabras, se refuerza la auto
ilusión de escapar del “reino de la necesidad”, advertido por Hegel. Y aquí se
produce el mayor conflicto: la disminución de una visión ética del trabajo que
en Chile está más determinada por nuestra cultura latina cortoplacista.
Considerando que Chile encabeza
la lista de los países de la región con mayores enfermedades mentales y
trastornos de la personalidad, la masificación de los juegos de azar promete
aumentar dichas tasas, sin la debida protección del Estado por la prevención de
la salud pública y la calidad de vida de los ciudadanos que son susceptibles de
caer en la alienante vorágine de la ludopatía. Y aquí surge otro conflicto: La
preocupante incapacidad de un segmento de la población de asumir sus
responsabilidades individuales para enfrentar los embates de la industria lúdica.
Y es que, contrariamente, a lo
que algunos deseen pensar, la causa de la adicción patológica a los juegos de
azar no responde exclusivamente a las dificultades económicas por las que
atraviesa una sociedad en crisis, sino que apuntan predominantemente al factor
de las características personales y estados de angustia, depresión, soledad,
entre otros. Estos tipos de perfil presentan una mayor predisposición a los
incentivos de la industria, particularmente debido a que tienden a justificar
aquello que les sucede preminentemente desde explicaciones externas: “los
problemas que tengo son culpa de los demás, me accidenté por mala suerte, me
echaron del trabajo por envidia, en este país es imposible vivir, algún día le daré
el palo al gato (tener golpe de fortuna), etc.”. La extrema justificación
externa en las decisiones internas del individuo, de acuerdo a los
especialistas, aumenta las posibilidades de conectar con la dinámica de los
juegos, ya que se priorizan los aspectos emocionales de la propia realidad
frente a objetos externos. Así, el sujeto, a la hora de comprar un loto, raspe
y gane o entrar a un casino, piensa que sus probabilidades de ganar superan a
las de una eventual pérdida.
Que los niveles de alienación
social se incrementen con el desarrollo de la industria del juego de azar es
una perogrullada, al igual que hablar del déficit regulatorio de las
autoridades públicas para evitar nuevas externalidades negativas en un país que
también apuesta a ser desarrollado. Sin embargo, la noción de riesgo que
implica toda apuesta ha acentuado sobre la base del miedo a perder el trabajo o
de no alcanzar una situación económica suficiente para mantener las necesidades
de cada uno. Dichas expectativas son explotadas por el discurso del éxito
inmediato que apela el marketing del juego, en el cual el camino corto para
alcanzar el dinero es la mejor arma retórica para reproducir este nuevo aspecto
de la cultura del desarrollo chileno.