El discípulo, con su muerte,
cumple con los planteamientos escritos por su mentor. Así se puede concluir la
relación ideológica del senador Jaime Guzmán, fundador de la UDI, con uno de
sus principales formadores intelectuales, el jurista alemán Carl Schmitt, uno
de los exponentes conservadores más conocidos del período de entre guerras,
miembro del partido nacionalsocialista de Hitler y uno de los artífices del
concepto moderno de la teología política.
Su legado fue seguido por Guzmán
a la hora de diseñar los pilares de la actual institucionalidad del país, la
cual sufrió un punto de inflexión o una discontinuidad en 1991, cuando el
artífice criollo fue asesinado por el FPMR, dando inicio a la construcción de
un nuevo mito al interior de la derecha local, a partir de la figura del mártir
que es sacrificado a favor de un cierto ordenamiento en la sociedad, algo que
también fue abordado por Schmitt en sus obras, como veremos más adelante.
Pocos -o quizás ninguno- en el
FPMR, había pensado en la posibilidad de que la muerte del senador terminaría
levantando su figura por parte de los grupos dominantes para acelerar la
legitimación de la institucionalidad pensada por él, en un contexto de
democracia formal. De cierto modo, se produjo el llamado efecto mariposa que
plantea la teoría del caos, pues las balas que terminaron con la vida de Guzmán
marcan el suceso fundacional que requiere todo mito para su operatividad, a la
cual -más encima- se le agregan los clásicos elementos de la escatología
católica presentes en la obra de Schmitt.
Aunque la figura de Pinochet es
la base mítica de la derecha para justificar el golpe de Estado, a partir de la
idea del mito refundacional, la verdad es que la muerte de Guzmán profundizó la
institucionalización de su pensamiento, a través de Fundaciones y otros Think
Tank, además del mismo trabajo hormiga que había iniciado en las poblaciones el
gremialismo en años ochenta. A partir de 1991 la UDI aumentaría esta presencia
en los sectores populares, sobre la base del martirio de “un servidor público”,
cuya mistificación ya se había construido en torno a la figura del asesinado dirigente
poblacional Simón Yévenes, quien también cuenta con una Fundación destinada a
formar “líderes populares”.
“Porque los mártires no mueren,
sino que su sangre fecunda la tierra para hacer brotar frutos que acaso ellos
mismo nunca soñaron. Simón: legado de un mártir. El fruto del martirio es
fortalecer los espíritus”, escribía Guzmán en sus columnas a propósito de la
muerte de Yévenes en 1987. El mismo discurso daría más tarde la cúpula de la
UDI respecto a su fundador.
Esta idea del sacrificio, que ya
existía en la visión de mundo del senador, era sostenida por Schmitt cuando
señalaba que es sólo en un Estado autoritario donde el poder de decisión
justifica el sacrificio de la vida para obtener la unidad política. Así lo
hicieron los militares con sus adherentes civiles entre 1973 y 1990, tal como
planteaba el jurista alemán: el mito nace con la guerra, con el conflicto.
Ello permite parir al mito que,
según Schmitt, comprometería a los individuos a seguir los designios de la
autoridad, materializados en un conjunto de instituciones. Una lógica que la
sociedad política-democrática de la época siguió al pie de la letra luego del
asesinato de Guzmán.
El relato que construyó el
gremialismo a lo largo de los noventa demostró la aplicabilidad de la teoría
moderna de los mitos políticos al cumplir la premisa de sustentar un sistema de
creencias, acercándose más a la emotividad por sobre la racionalidad.
De este modo, en este sector, la
figura del fundador institucional es intocable, alcanza un carácter divinizado,
tal como lo hacían los griegos con sus héroes. Pero, en el fondo, esto no es
más que la consecuente interpretación de Schmitt de instalar los cimientos de
una teología política en torno a un hombre, un Mesías que dio su vida, cuya
memoria insta constantemente a sus discípulos a luchar contra un anticristo, el
cual se pretende identificar en todas aquellas expresiones que buscan modificar
el diseño institucional dejado por el líder.
Esta es la base de la teología
política que abre los espacios al mito contemporáneo, el cual apela más a la
memoria que a la historia y eso explica en parte el por qué la apología al
senador se manifiesta en monumentos memoriales que, sin embargo, pretende pasar
a la historia a partir de las continuas polémicas coyunturales que, de vez en
cuando, surgen para ajusticiar a los responsables de su muerte.
El mito cívico moderno supone un
ejercicio político que adquiere las reglas y presupuestos del modelo católico
de dominio, específicamente en recursos rituales, inspirados en la
religiosidad, para direccionar el espacio de convicciones presentes en el
apostolado de las figuras míticas. Sólo así también podemos comprender las
externalizaciones hechas en el año 2003 por Pablo Longueira que decía escuchar
a Guzmán en los momentos de una fuerte crisis institucional del gremialismo por
los cuestionamientos morales a sus miembros, por parte de la sociedad en el
marco del caso Spiniak.
Con ello, vemos cómo se acoplan
los supuestos de la teología política con la influencia de Guzmán entre sus
seguidores, cuyo apelo a la escatología católica del éxtasis y del culto a los
muertos pasa, del espacio íntimo de la familia, al espacio público de la
política, con el principal objetivo de instalar un cierto modo de pensar y
actuar bajo los esquemas del moralismo conservador-católico.
Más que haber sido un paréntesis,
las declaraciones metafísicas y paranormales de Longueira representan las
enseñanzas de Guzmán y, por ende, de Schmitt en cuanto a utilizar e
instrumentalizar los conceptos de la teología para desarrollar el pensamiento
político. El teórico alemán, en una de sus principales obras (“El concepto de
lo político”), afirma la idea de que la actividad política proviene de flujos
de energía, cuyas emanaciones justifican la existencia del mito político.
Esta es una de las pautas
seguidas por los dirigentes de la UDI en sus discursos o declaraciones
públicas, a través de la constante memoria a la obra de Guzmán y de sus
inspiraciones políticas en la “virgen santísima” o en la “divina providencia”.
La politización de la fe, de la vida nuda al espacio público (como dice el
filósofo italiano Giogio Agamben) es un pilar fundamental que sostiene el ethos
del gremialismo.
Y es aquí donde emerge la
permanente tensión que genera la legimitación de la obra guzmaniana en un
segmento de la clase política: La pretensión de extender a la sociedad civil
una síntesis entre la sujeción al Estado hobbesiana y la contrareforma
católica, como se desprende de los trabajos de Schmitt. La martirización de
Guzmán amplificó la legitimación sociocultural del pensamiento del jurista
alemán, sumado a la fuerte influencia del corporativismo en todos los niveles
de la sociedad.
Ello, debido a que gran parte de
la población y su organización espontánea tiende a desmarcarse de la influencia
de los partidos políticos en su cotidianeidad, algo que Guzmán siempre sostuvo
(como uno de los objetivos de la Institucionalidad) en sus entrevistas de los
años ochenta. Habría que ver si esta realidad responde más a los efectos de la
institucionalidad que él contribuyó a crear o si las mismas colectividades
políticas han acelerado este proceso de despolitización gracias a su
negligencia, corrupción, hermetismo, auto referencialidad y corporativismo,
entre otros factores explicativos del fenómeno.
Sin embargo, el reflote del caso
Guzmán en el contexto de un gobierno de derecha, nos lleva a preguntarnos
acerca de la vigencia de su pensamiento en el Estado y en la Institucionalidad
pública. Y aquí surgen nuevas preocupaciones. Porque si efectivamente aún
perdura esta idea fuerza del gremialismo de politizar la fe o teologizar la
política, ¿qué debemos esperar de las políticas públicas y sociales?
Lo cierto es que la mistificación
que se realizó, mediante el concepto de mártir, en la figura de Guzmán ha dado
frutos que eran inimaginables en 1991, con lo cual la variante
teológica-política propuesta por Schmitt promete no disiparse al momento de
discutir las infaltables temáticas valóricas y morales en nuestras políticas
públicas.
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