Transportes, construcción y
comercio han sido los tractores que han tirado hacia adelante el crecimiento
económico del año pasado a un 5,2%, con lo que se puede decir que nuestro ciclo
productivo y de servicios se concentró fuertemente en los sectores no
transables: Aquellos bienes que solamente pueden consumirse dentro de la
economía que los produce, los cuales no pueden importarse ni exportarse
(también se incluye el turismo y el marketing).
Efectivamente, la demanda interna
registrada en nuestro país el año pasado batió todos los récords, siendo el
motor después de la desaceleración, con aumento superiores al 10% en
construcción y al 17% en comercio. Este incremento permitió amortiguar el baja
en el precios de las exportaciones, especialmente en commodities como el cobre,
molibdeno, celulosa y productos agroindustriales.
El problema es que la estrategia
enfocada a la exportación de productos de bajo valor agregado recarga de
consumo interno a una estructura de mercado aún caracterizada por fallas
distorsionadoras como la alta tasa de informalidad; bajos salarios por el
déficit en la calificación laboral –especialmente técnica-, y la tendencia a la
concentración en ciertos sectores (supermercados, farmacias y retail, entre
otros). Inevitablemente, una fuerte inclinación a los bienes no transables como
parte del crecimiento conlleva un sobrecalentamiento en el consumo que, tarde o
temprano, se expresa en un aumento de la inflación y, por ende, en el costo de
la vida.
El escenario internacional de
interminable demanda por parte de economías emergentes como China, India, Rusia
y Brasil promete no cambiar la balanza hacia los sectores transables, debido a
que el nivel de requerimiento de materias primas por parte de los dos primeros
mercados produce una presión al alza en el precio de los commodities que, a su
vez, mantendrán bajo el nivel del dólar.
¿No sería, entonces, una
oportunidad para importar bienes de capital de alta tecnología para destinarlos
a la producción de mayor valor agregado hacia los mercados externos? La
pregunta es compleja viendo que uno de los principales frenos a esta eventual
situación la pone el propio Estado, a través de su política fiscal, pues las
autoridades económicas no dudan en elevar las tasas de interés a fin de ponerle
freno al consumo y así evitar que el sobrecalentamiento se transforme en una
inflación incontrolable.
Asistimos, por lo tanto, a dos
problemas: una situación de dinamismo congelador que impide a la industria
local pasar a la eterna aspiración de la segunda etapa de exportaciones de
mayor valor agregado que genera los consiguientes efectos sociales: baja calificación
del capital humano y un aumento en el costo de la vida, en un contexto de bajos
salarios y de amortizadores fiscales insuficientes para l funcionamiento pleno
de un sistema de seguridad social.
No son pocos los economistas que
advierten que la actual apreciación del peso, que inclina la balanza hacia los
bienes no transables, deba ser acompañada de reformas estructurales que
aumenten la productividad a través de la elaboración de productos con mayor
tecnología, además de intervenir en otras áreas como la industria de la
propiedad intelectual, promover la calificación dentro del mercado laboral y
enfocarse a la inversión energéticas, diversificando las matriz existente.
Como vemos, del sombrero del mago, representado
en la inclinación de la economía local en los sectores no transables, se puede
sacar más de un conejo. El Estado es el principal encargado de orientar esta
estrategia, sin dejar que el sector privado sea un mero receptor de sus
subsidios, sino todo lo contrario: debe desarrollar sus propias estrategias en
sintonía con la política pública
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