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domingo, 9 de junio de 2013

El utilitarismo económico detrás de la estrategia del terror en el discurso hegemónico chileno



Nuevamente la derecha en Chile recurre a la estrategia de la campaña del terror discursivo en materia económica, dando a entender que las propuestas para restructurar el modelo económico están ahuyentando a la inversión extranjera en el país, lo que constituye el mejor ejemplo de lógica utilitarista que se esconde en el tipo de pensamiento económico que sostiene este bloque político-social.
Uno de los rasgos del utilitarismo es su planteamiento ético y moral de que el principio de utilidad busca la felicidad del mayor número de personas y el espacio para que se desarrolle este objetivo es el libre mercado.
Puestas así las cosas se plantea la necesidad de privilegiar el aspecto cuantitativo por sobre el cualitativo, como una forma de conseguir la felicidad para la mayoría de la población. De ahí que el fundamento moral sea el acceso al empleo per se y no por su calidad. Que haya empleo por tautología y nada más, si son precarios no importan porque el razonamiento es que es mejor estar empleado que sin trabajo. La felicidad se reduce a esto: Es más hedonístico este fin en vez que estar desocupado; se pasa mejor la vida con un empleo precario, en vez de no tener nada.
Lo mismo sucede en el caso de la educación superior, en que la lógica utilitarista indica que la prioridad es el aumento de la cobertura a través de la matrículas, por sobre la calidad que se imparte en las salas de las universidades privadas.
También se experimenta esta lógica en el ámbito de la previsión social y la salud, donde las irregularidades y asimetrías de información en perjuicio de los usuarios es considerado algo secundario, un sacrificio que deben realizar frente a un sistema que es más “útil” que los anteriores (esto es, el principio de utilidad), con lo que primero se define “lo bueno” y “lo malo” antes de precisar al fin al cual se apunta.
En el utilitarismo está implícita la idea de que todo sirve, no importando si se beneficia al individuo o a la comunidad, siempre y cuando se alcance la felicidad, aunque esta se relacione con el acceso al consumo hedonista y con los índices de satisfacción cuantitativa.
La felicidad, según el utilitarismo económico, se da con la configuración de ciertas condiciones, como el crecimiento económico per se, para lo cual debe existir inversión, ya que –sin esta- es imposible crear más capital y, por ende, empleo. Este consecuencialismo es un ingrediente esencial del utilitarismo de regla: Una acción (la inversión) lleva a la felicidad, porque es buena por tautología.
Aquí se inscribe el objeto del discurso del Ministro de Hacienda, Felipe Larraín, de afirmar que su deber es “decir la verdad”, en cuanto a que propuestas alternativas al actual modelo económico, como Asamblea Constituyente, AFP estatal y reforma tributaria, ahuyentan la inversión y la estabilidad, por lo que son consideradas –en esta lógica- como algo contrario a la consecución de la felicidad para la mayoría de las personas, la cual está viene preestablecida por el utilitarismo de regla, que comprueba su calificación de ser “bueno”, porque los “hechos así lo demuestran”, con lo que se da paso al utilitarismo de acto, que mencionaba John Stuart Mills.
El utilitarismo económico se une umbilicalmente con el concepto de eficiencia productiva, con la maximización de las utilidades, como sistema. Para ello requiere de un opuesto para desarrollarse, el que se identifica como los anteriores modos de producción estatistas y colectivistas que no entregaban la felicidad para la mayoría de los individuos. Por eso se plantea la idea de que en el socialismo “todos son igualmente pobres”, lo que se considera como algo alejado de la consecución de la satisfacción y felicidad.
Al otro lado del espectro, también es posible encontrar lo que podemos denominar como el utilitarismo marxista, en que el pretendido “reino de la felicidad”, que implicaría la consecución de la sociedad comunista se debe lograr a cualquier costo, sin importar los medios para alcanzar este fin y eso es lo que vimos en las experiencias socialistas del siglo XX que aún persiste en algunos países.
El principio de utilidad también está sujeto a la ética del mal menor, en que se busca el menor impacto negativo de una acción. ¿Qué importa si la mayoría de los pensionados tengan pensiones bajas, si el sistema de AFP es probadamente mejor al que funcionaba antes?;¿Qué importa si las empresas transnacionales tengan mecanismo de elusión tributaria y paguen pocos impuestos de acuerdo a su producción, si al final generan inversión y empleo?; ¿Qué importa si un segmento de la fuerza laboral tenga una seguridad social precaria, si al final trabajan?. Esto son algunos ejemplos de la gravitación del pensamiento utilitarista que se ha tomado el campo económico en Chile.

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