Nuevamente la derecha en Chile recurre a la estrategia de la
campaña del terror discursivo en materia económica, dando a entender que las
propuestas para restructurar el modelo económico están ahuyentando a la
inversión extranjera en el país, lo que constituye el mejor ejemplo de lógica
utilitarista que se esconde en el tipo de pensamiento económico que sostiene
este bloque político-social.
Uno de los rasgos del utilitarismo es su planteamiento ético
y moral de que el principio de utilidad busca la felicidad del mayor número de
personas y el espacio para que se desarrolle este objetivo es el libre mercado.
Puestas así las cosas se plantea la necesidad de privilegiar
el aspecto cuantitativo por sobre el cualitativo, como una forma de conseguir
la felicidad para la mayoría de la población. De ahí que el fundamento moral
sea el acceso al empleo per se y no por su calidad. Que haya empleo por
tautología y nada más, si son precarios no importan porque el razonamiento es
que es mejor estar empleado que sin trabajo. La felicidad se reduce a esto: Es
más hedonístico este fin en vez que estar desocupado; se pasa mejor la vida con
un empleo precario, en vez de no tener nada.
Lo mismo sucede en el caso de la educación superior, en que
la lógica utilitarista indica que la prioridad es el aumento de la cobertura a
través de la matrículas, por sobre la calidad que se imparte en las salas de las
universidades privadas.
También se experimenta esta lógica en el ámbito de la
previsión social y la salud, donde las irregularidades y asimetrías de
información en perjuicio de los usuarios es considerado algo secundario, un
sacrificio que deben realizar frente a un sistema que es más “útil” que los
anteriores (esto es, el principio de utilidad), con lo que primero se define “lo
bueno” y “lo malo” antes de precisar al fin al cual se apunta.
En el utilitarismo está implícita la idea de que todo sirve,
no importando si se beneficia al individuo o a la comunidad, siempre y cuando
se alcance la felicidad, aunque esta se relacione con el acceso al consumo
hedonista y con los índices de satisfacción cuantitativa.
La felicidad, según el utilitarismo económico, se da con la
configuración de ciertas condiciones, como el crecimiento económico per se,
para lo cual debe existir inversión, ya que –sin esta- es imposible crear más
capital y, por ende, empleo. Este consecuencialismo es un ingrediente esencial
del utilitarismo de regla: Una acción (la inversión) lleva a la felicidad,
porque es buena por tautología.
Aquí se inscribe el objeto del discurso del Ministro de
Hacienda, Felipe Larraín, de afirmar que su deber es “decir la verdad”, en
cuanto a que propuestas alternativas al actual modelo económico, como Asamblea
Constituyente, AFP estatal y reforma tributaria, ahuyentan la inversión y la
estabilidad, por lo que son consideradas –en esta lógica- como algo contrario a
la consecución de la felicidad para la mayoría de las personas, la cual está
viene preestablecida por el utilitarismo de regla, que comprueba su
calificación de ser “bueno”, porque los “hechos así lo demuestran”, con lo que
se da paso al utilitarismo de acto, que mencionaba John Stuart Mills.
El utilitarismo económico se une umbilicalmente con el
concepto de eficiencia productiva, con la maximización de las utilidades, como
sistema. Para ello requiere de un opuesto para desarrollarse, el que se
identifica como los anteriores modos de producción estatistas y colectivistas
que no entregaban la felicidad para la mayoría de los individuos. Por eso se
plantea la idea de que en el socialismo “todos son igualmente pobres”, lo que
se considera como algo alejado de la consecución de la satisfacción y
felicidad.
Al otro lado del espectro, también es posible encontrar lo
que podemos denominar como el utilitarismo marxista, en que el pretendido “reino
de la felicidad”, que implicaría la consecución de la sociedad comunista se
debe lograr a cualquier costo, sin importar los medios para alcanzar este fin y
eso es lo que vimos en las experiencias socialistas del siglo XX que aún
persiste en algunos países.
El principio de utilidad también está sujeto a la ética del
mal menor, en que se busca el menor impacto negativo de una acción. ¿Qué
importa si la mayoría de los pensionados tengan pensiones bajas, si el sistema
de AFP es probadamente mejor al que funcionaba antes?;¿Qué importa si las
empresas transnacionales tengan mecanismo de elusión tributaria y paguen pocos
impuestos de acuerdo a su producción, si al final generan inversión y empleo?;
¿Qué importa si un segmento de la fuerza laboral tenga una seguridad social
precaria, si al final trabajan?. Esto son algunos ejemplos de la gravitación
del pensamiento utilitarista que se ha tomado el campo económico en Chile.
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