Desde que se instala el falaz
argumento de conferirle una aurea “científica”, la doctrina socialista desde
1917 ha construido algo diametralmente opuesto a la tesis de la dictadura del
proletariado propuesta por Marx. Ninguna de las experiencias “socialistas”, en
casi cien años, ha logrado materializar este concepto, lo que aprovecha de
socavar uno de los pilares del materialismo filosófico marxista, pues el
postulado de una praxis conducente a una dictadura del proletariado sigue
habitando en el plano del idealismo.
En vez de crear una instancia de dominio,
supuestamente transitoria, para crear las bases de “la tierra prometida” por
Marx, se ha consolidado la forma de un dominio carismático, en que la principal
fuente de poder nace de una persona en vez de un sujeto colectivo. La idea de
Gramsciana de un príncipe convertido en un partido de masas nunca se
materializó.
El culto a la personalidad es lo
que identifica a la construcción discursiva del socialismo del siglo XX y XXI.
Los inmensos lienzos, estatuas y grabados por doquier era uno de los elementos
para legitimizar el carisma del líder derivaron en libros escritos por el puño
del líder: el libro rojo de Mao, el libro verde de Gadaffi, la constitución
bolivariana de bolsillo de Chávez son algunos los productos de este particular
tipo de marketing ideológico.
La entronización del líder es un
tipo de dominación que crea una estructura de poder específica, como señala Max
Weber. Y en cada experimento que se conforma como alternativa a lo establecido
surge la figura sobrenatural de un elegido. Según Weber, este talento se
manifiesta en lo heroico, el guerrero que se transforma en monarca, tal como
sucede en las experiencias de Libia, Venezuela, China, Cuba, y otros casos,
como en Chile de los años setenta, donde Pinochet personalizó tanto su cuota de
poder al punto de amenazar al diseño institucional previsto por las Fuerzas
Armadas.
El heroísmo del conductor es
hiperbolizado. La gracia del líder, su extra cotidianeidad se sustenta en la
discontinuidad que crea con el antiguo orden establecido. De este punto de
inflexión que el líder es capaz de conducir se planta la semilla de una nueva
evolución, apoyada en la construcción de mitos tendientes a consolidar una
comunidad política que asegure el dominio carismático. Aquí es donde se
inscriben la retórica “revolucionaria”, “anticapitalista”, antiimperialista”
que es tan funcional a los regímenes que se auto catalogan de “socialistas”.
Existe una relación directa entre
la construcción carismática del heroísmo de un solo hombre y la instauración de
un régimen alternativo a lo establecido. Esto es algo transversal, se da en
todo el arco ideológico político porque hablamos del ejercicio del poder a
partir de la captura del Estado. Pero en los regímenes “socialistas” en donde
se ha enquistado esta tecnología de dominio. El heroísmo del líder también
viene de la mano del militarismo en el campo político, algo que no deja de
llamar la atención si se considera a los feligreses de estos regímenes que, en
su intento de identificarse como “antisistémicos”, refuerzan se esfuerzan su
identidad, oponiéndose a todo lo que sea castrense. Pero para hablar de las
contradicciones ontológicas necesitamos miles de otras columnas.
El carisma heroico se construye
para establecer una cohesión para intentar crear una comunidad política que
reemplace a la anterior. De ahí se comprende la fuerte necesidad de establecer
una clara diferencia entre los adeptos al líder y quienes no apoyan sus ideas y
programas. Así sucede en el caso venezolano, donde los opositores nacionales y
extranjeros son sujetos a un encasillamiento específico de carácter negativo
que se ejerce para reforzar el dominio carismático frente a sus feligreses. El
populista, según Umberto Eco, siempre toma el rol de víctima. Algo similar
ocurre con el otro líder “socialista”, Muhammad Gadaffi, quien no ha dudado en
someter los cuerpos físicamente en estos momentos de sublevación, radicalizando
la dicotomía entre los adeptos y opositores a su dominio.
El desprecio del poder
personalizado trata a los oponentes como “incumplidores del deber”, plantea el
análisis weberiano. Y la historia lo confirma en frases como “vende patria”
pinochetista; “enemigos de la revolución, fascistas y vendidos” chavistas.
Weber afirma que lo que activa la
valoración objetiva del líder es el modo en que es apreciado por los dominados.
La reverencia y confianza que entrega el héroe, aquél militar o guerrillero que
tomó el poder del Estado para reemplazar las formas de dominio, proviene del
reconocimiento que apunta al “deber de los llamados, en méritos de la vocación
y de la corroboración, a reconocer esa cualidad. Este “reconocimiento” es,
psicológicamente, una entrega plenamente personal y llena de fe surgida del
entusiasmo o de la indigencia y la esperanza.”, señala el sociólogo alemán.
Desde esta perspectiva en parte
se explican las obras que hablan de gobierno de las masas, como el libro verde
de Gadaffi, o las constituciones bolivarianas que disfrazan su forma específica
de poder bajo la idea de haber terminado con las “apariencias” de la democracia
liberal, cuando en el fondo se construye otro tipo de apariencia desde el
Estado. El reconocimiento de las ideas, propuestas y doctrinas contenidas en los
libros escritos por el líder carismático crean un deber.
La necesidad de ponerse a toda
costa en la vereda contraria al orden antiguo o hegemónico es otra
característica del dominio carismático. “Subvierte el pasado (dentro de su
esfera) y es en este sentido específicamente revolucionaria”, afirma Weber.
Aquí no debemos aplicar el reduccionismo de catalogar a los regímenes de
izquierda, pues el dominio carismático se identifica más bien con la
instauración de un capitalismo de Estado que se especifica en las cualidades
personales del líder.
La personalización del poder
junto con la administración racional del Estado desembocan son uno de los
elementos de la rutinización del carisma, el cual desemboca posteriormente en
el burocratismo, según el análisis weberiano, lo que verificó en el Estado
soviético.
En el modo de dominio carismático
y su relación con el capitalismo de Estado la legitimidad del discurso
"socialista" forma parte de la estrategia de control sobre la
población, basado en la confianza hacia la personalidad del líder y su
capacidad de extender su carisma hacia las tareas de la administración pública
pues sólo así se cumple la misión que mueve al poder carismático antes y
después de la captura del Estado.
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