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domingo, 15 de abril de 2012

Coordenadas para entender el problema igualdad-desigualdad en Jacques Ranciére


La obra "En los bordes de lo político", Jacques Ranciére, filósofo francés en los campos de la política y la pedagogía, nos otorga una serie de referencias útiles de ser ejercitadas para aclarar algunos puntos en la relación de lo político y lo social, o entre la sociedad política y la sociedad civil.
Lo primero que se debe mencionar es la idea de libertad desde la perspectiva de la sociedad y no de una clase política para posteriormente pasar por la gobernabilidad y la aspiración de la igualdad. Según Ranciére, la libertad encierra el significado de lo común (público) y lo propio (privado). El poder del demos, aparte de la unidad, es la realización de un estilo de vida que combina lo público y lo privado.
Como inevitablemente el desarrollo de los estilos de vida en una permanente imbricación entre lo público y lo privado, conlleva una contradicción o choque de intereses, la perfección de los regímenes de gobernabilidad es acoger los principios contrarios, que se alejen de sí mismo.
Para que haya un sujeto de derechos, debe existir un discurso jurídico que opera en el sentido común, en que el lenguaje rebalse las definiciones jurídicas y que estas pierdan el carácter hermético que las domina, de lo contrario se fortalece una hegemonía calculadora de la política sobre la palabra, por lo que aumenta el  el riesgo de caer en las manipulaciones de fraseologías vacías, slogans y otras falacias, lo que al final también produce un distanciamiento entre la actividad política y los intereses de las comunidades a través del reduccionismo del lenguaje.
Por tal motivo, el hombre democrático reconoce la distancia entre la política y la palabra, o sea reconoce que ambas esferas no deben estar necesariamente fusionadas, sino que pueden ser autónomas y dicotómicas.
Una sociedad política que privilegia la endogamia de la palabra jurídica, dificultando su acceso para la sociedad civil es algo que se reconoce en el discurso del despretigio de lo político. Bien dice Ranciére que el trabajo de la política es despolitizar, entendido esto como una forma de diluir el afán participativo de lo común, lo que inevitablemente aumenta los niveles de conflictividad.
Por ello, la pacificación de lo político supone poner a la clase media como un eje de la gobernabilidad, la política de lo justo en un punto medio, una medida de equilibrio. Y aquí se llega al principio de igualdad formalizado: El poner a la igualdad de condiciones tiende a minimizar las tensiones entre lo social y lo político, y evita que el primero desborde al segundo conjunto de actividades, y viceversa. Esto lo produce la autorregulación de la sociabilidad.
La igualdad per sé no cumple con el objetivo que idealmente se plantea; gana espacios en la diversidad. La concepción democrática antigua era la potencia de lo múltiple, la suma desordenada para crear una ordenación. El concepto de libertad antigua se sustentaba en una libertad que dividía el tratamiento de los asuntos en común en grupo y el tratamiento de los temas personales en el campo individual, la libertad unifica lo propio y lo común. La democracia es una oferta variada de formas de constituciones, un sistema variado de acomodaciones múltiples, un régimen que incorpora mezclas, porque de lo contrario crea las condiciones para enfrentamientos y conflictos.
La ciencia social se ocupa de verificar la desigualdad. La democracia es una comunidad de reparto que se distribuye entre acuerdos y polémicas.
A juicio de Ranciére quien parte de la base de la desigualdad termina jerarquizando las diferencias y, podemos decir, también los acuerdos y las soluciones de conflictos. Se jerarquiza las soluciones sobre la base de la desigualdad, se jerarquiza la palabra jurídica, según la jerarquización de efectos que busca. Esto reproduce la desigualdad y refuerza la constitución de elites, algo altamente identificable en las sociedad latinoamericanas, específicamente en Chile.
Ranciére menciona el tema de la educación como adaptada a la desigualdad, se funda en esta lógica simbólica. Se produce desigualdad haciendo creer en la igualdad.
Señala la idea de la participación como algo preconcebido que no considera el bazar democrático, la multiplicidad de formas que se dan en una sociedad abierta. Dice que la garantía de la democracia no pasa por llenar los espacios vacíos de participación, sino por la renovación de actores y formas de actuar; se garantiza cuando surgen otros actores elípticos, que dan vueltas. El control de la democracia es versátil, intermitente, así no pierde confianza.
La comunidad de iguales que habla Ranciere parte de la idea griega de una democracia contraria al ahorro, entendido como avaricia, ser ajustado en lo que se distribuye entre la comunidad. Se queda con la concepción ateniense y socrática de la democracia como  algo que se aleja de la avaricia y que propugna el gasto en común, con el aporte pequeño para que disfrute la comunidad.
Hace una analogía de la democracia moderna con las raíces de la concepción democrática, entendida como un gran todo en la antigüedad, desde la óptica ateniense, cristiana y romana, pero detrás de este gran todo, la coexistencia comunitaria está sujeta a la ley de la subordinación jerárquica.
Toma también la concepción monástica de la vida en comunidad, pero jerarquizada, donde todos tienen roles diferentes, pero en complementariedad, cada uno en su rango propio. No hay igualdad, sino que hay hombres que son esclavos de los otros.
En Grecia, la democracia era la vida en común como una concepción de la igualdad y no la propiedad. De aquí se pasa al lazo de la fraternidad, una unidad que se acerca a la igualdad, en contraposición a la división que acentúa la desigualdad.

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