De
acuerdo al filósofo italiano Roberto Esposito, la acción política existe gracias al lenguaje y su carácter es
gregario. Uno de los puntos esenciales del autor es su planteamiento de que el
lenguaje tiene rasgos jurídicos que se acerca al ámbito de la violencia, en el
sentido de determinarla a favor de una de las partes en juego. Se pretende
ajustar la justicia, una definición lingüística y conceptual del bien y el mal,
con la fundación normativa de la comunidad. La palabra, el lenguaje dice lo que
es bueno y lo que es malo.
La
palabra edifica la política, pero no significa que sea un instrumento de ésta. El lenguaje se asocia y se identifica con un punto de partida en la modernidad:
el lenguaje jurídico, la palabra de la Ley, lo que dice la formalidad legal. La
nominación tiene una función creativa y también negativa que se pone en una
posición confrontacional. Si algo se nomina como negativo o malo se excluye, lo que justifica el nacimiento de una violencia potencial sobre lo que
recibe la nominación negativa.
El
lenguaje es la correa de transmisión de la violencia cuando esta se
invisibiliza como una forma superior de dominio; aquí surge la sofisticación de
la violencia en una instancia determinada: El Estado, como organización
principal de la cual dependen otras instituciones de violencia con su propio
lenguaje más particularizado.
El
Estado, como expresión de poder, se hace valer por la palabra, cada vez que
nomina algo utiliza una potencia, un espacio de posibilidades. Con la palabra,
el Estado, al igual que Adán, instaura un dominio a través de las nominaciones
en un espacio de posibilidades que es la esfera jurídica, en que se dice lo que
se puede y no se puede hacer.
El
lenguaje, cuando no comunica nada a nadie, revela algo a todo, dice Esposito,
con lo cual se abre el abanico de la sospecha que está siempre implícita en el
campo de la comunicación política. Por eso Esposito hace alusión al grado de
violencia de la palabra, según el secretismo que tiene. Lo que no se puede
decir tampoco se puede callar y es este el ejercicio del filósofo italiano, quien
descubre el carácter dual del lenguaje, que no es único.
Otro
concepto clave es el lenguaje plural que menciona Esposito a partir de
Blanchot, en que “lo impolítico” de la palabra es la pasividad, que se
relaciona con las narraciones hechas y no escuchadas. El no ser escuchado
también genera una violencia del lenguaje para que lo que se dice en la
imposibilidad de la palabra.
Esto
lleva a la contradicción que se ejerce en la palabra cuando se manifiesta en lo
político, contradicción entre violencia e igualdad, contradicción entre lo que
se dice y se hace, contradicción entre lo hablado y lo no hablado. Dentro de la
palabra se encuentra lo mudo, dice Esposito, a partir de la obra de Benjamín.
De ahí creemos que se puede establecer lo que el sentido común llama un
discurso vacío; el cual se habla, pero no dice.
En
este sentido, la violencia se amplifica en las situaciones generalizadas de
desastre; en las guerras, golpes de Estado o situaciones de violencia
generalizadas en una sociedad, hay algo que todos saben, pero que pocos hablan.
La palabra imposibilitada está siempre presente en las sociedades por este
motivo y constituye una perspectiva de análisis de la comunicación política.
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