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viernes, 20 de julio de 2012

Totalitarismo de mercado y otras degeneraciones en el pensamiento antisistémico

Siguiendo el trabajo de Hannah Arendt podemos realizar la extrapolación del concepto de totalitarismo a la ley que propugna el mercado sin límites de ningún tipo. Arendt plantea que el terror es la esencia del gobierno totalitario, entendido como una fuerza estabilizadora que apela a la acción de las leyes en torno a las cuales gira la idea totalitaria: Si en la Alemania nazi lo era respecto a la ley de la naturaleza y en el marxismo soviético respecto a la ley de la historia, en el mercado es el dogma de la ley del "cálculo" racionalista, por sobre otras consideraciones axiológicas, lo que se impone sobre las demás leyes del construccionismo social.
“El terror es la realización de la ley del movimiento; su objetivo principal es hacer posible que la fuerza de la Naturaleza o la Historia corra libremente a través de la Humanidad sin tropezar con ninguna acción espontánea. Como tal, el terror trata de «estabilizar» a los hombres para liberar a las fuerzas de la Naturaleza o de la Historia. Es este movimiento el que singulariza a los enemigos de la Humanidad contra los cuales se desata el terror, y no puede permitirse que ninguna acción u oposición libres puedan obstaculizar la eliminación del «enemigo objetivo» de la Historia o de la Naturaleza, de la clase o de la raza”, señala Arendt.
La ley del movimiento del mercado es el "cálculo racional" y el terror implícito que incuba es la estabilización de una idea de cambio que se sostiene en la desregulación. La liberalización de los mercados, sin intervenciones de terceros, libera las fuerzas naturales de este, en oposición al enemigo máximo que es el Estado o el poder público regulador. Hacia este objeto apunta un discurso del terror, es el enemigo de la historia para los defensores del totalitarismo del mercado. Todo cambio que no vaya con la lógica de esta totalidad es catalogado como una desestabilización de las fuerzas de la naturaleza, de la historia o de la "libre elección" racional.
Existe una idea totalitaria disfrazada de liberalismo que se ha plasmado con mayor fuerza en el anarcoliberalismo de la escuela de Friedman; una ley del movimiento que trata de estabilizar a los hombres a partir de la minimización del rol protector del Estado como oferente de seguridad social. Lo que se llama la sociedad del miedo, en que el temor y la incertidumbre producen una forma de temor que empuja al hombre a esta ley del movimiento.
En este tipo de mercado se establece una forma de gobierno que se instaura a través de la propaganda a las masas, promesas de crear un mejor orden, a través del manoseado y arbitrario principio de la "libertad de elegir", que se ejerce con el acceso al consumo para crear un solo modelo de homogeneización: El cliente.
También se propone eliminar a un “enemigo”: El Estado en primer lugar, además de otros enemigos de segundo grado como el desempleo, la inflación y la pobreza que se producen por la acción estatal.
Esto nos lleva a una lógica de poder exacerbado que en su accionar captura y rebalsa los cuerpos jurídico-legales de la sociedad para obtener mayores cuotas de dominio sobre lo que considera como adversario, lo que nos permite establecer una sintonía con la lógica de poder sin límites inherente al totalitarismo.
Es conveniente aclarar que la búsqueda hegemónica por oposición a los demás es una forma de construir mercado y que dice relación con fenómenos como el mercantilismo, capitalismo crony y corporativismo fuera del Estado, pero valiéndose de este para conseguir mayores cuotas de poder, lo que constituye una fuerte diferencia con el libre mercado en un sentido amplio.
Ahora bien, esta pretensión totalitaria también está presente en la idea revolucionaria del marxismo que, por mucho que el nivel discursivo diga que “cada revolución se genera en las condiciones concretas de existencia de los países”, lo cierto es que sigue una uniformidad homogeneizante en la idea de capturar el poder, en llegar a la revolución universal, como se demuestra con la experiencia del comunismo en el siglo XX, en que hubo un apego de tipo escolástico a las tesis de Marx, Lenin, Mao y otros líderes revolucionarios, en una estructura de muñeca rusa, en que el último de los líderes se contenía en los otros.
En el pensamiento que podemos denominar antisistémico, sea de derecha como de izquierda, también se aprecian retazos de la aspiración de conformar una totalidad en oposición a otros.
Esta matriz es la que crítica Hannah Arendt. El imperativo que tienen las ideas hegemónicas de crear una totalidad que se oponga a otros viene definida en la tradición del pensamiento occidental, desde la filosofía griega con su concepto de bárbaro, hasta la escolástica católica y su negación del otro para consolidar la unidad. Puntos de encuentro de este saber se incluyen en la postura antisistémica que cataloga de “fascista” o enemigo a quienes no comparten la destrucción de lo establecido.
La idea es siempre cambiar al otro, a partir de los postulados propios que operan en la violencia. Y el totalitarismo de mercado opera con niveles de violencia a nivel simbólico y real, que se expresa en  relaciones sociales mercantilizadas y que son protegidas por el Estado y ciertos grupos económicos. 
El totalitarismo de mercado también se opone a las prácticas de libre mercado, impidiendo la formación de condiciones para la libre competencia a nivel micro económico. Detrás de la idea de totalitarismo está la oposición al otro que cuestiona la pretensión abarcadora de la lógica de poder totalitaria. 
Al elaborar su fórmula sobre el "hombre unidimensional", en la sociedad industrial moderna, Herbert Marcuse, también se refiere al carácter totalitario de este tipo de fuerzas sociales: "En virtud de la manera en que ha organizado su base tecnológica, la sociedad industrial contemporánea tiende a ser totalitaria. Porque no es sólo "totalitaria" una coordinación política terrorista de la sociedad, sino también una coordinación técnico-económica no-terrorista que opera a través de la manipulación de las necesidades por intereses creados, impidiendo por lo tanto el surgimiento de una oposición efectiva contra el todo. No sólo una forma específica de gobierno o gobierno de partido hace posible el totalitarismo, sino también un sistema específico de producción y distribución que puede muy bien ser compatible con un "pluralismo" de partidos, periódicos, "poderes compensatorios", etc."

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