La obra "Pensar la Política", del filósofo chileno Marcos García de la Huerta, abarca el análisis de las relaciones que se dan entre sociedad y mercado, con un relato que se inicia con la explicación de la lógica económica que anima a la producción, en que el concepto técnico de la globalización cumple un papel central, especialmente desde la construcción de un pensamiento
único cuya atención se centra en la economía y no en la acción y política.
El
sistema de libre mercado, basado en la des y auto regulación es el producto
concreto de este pensamiento único, de esta forma de conocimiento que también es una episteme foucaultiana. Pero existe una
dicotomía entre lo propone este pensamiento único como palabra y su espacio
de acción real, porque la premisa que impulsa
a este pensamiento es la ausencia de normas: La autorregulación supone
la inexistencia de la palabra escrita en la esfera jurídica.
Esta
esfera faltante, reconocida en la noción de marco regulador, es lo que se
denomina “el malestar de la globalización”, que surge como uno de los conceptos
clave que menciona el autor, considerando a Joseph Stiglitz. La exposición de
García Huerta refleja gran parte de los conceptos tratados por los otros
autores sobre política y lenguaje como, por ejemplo, la existencia de un
discurso que habla de un pensamiento único que pretende invisibilizar a la
política y el lenguaje plural que implica.
También
se puede extrapolar el concepto de democracia real que menciona García Huerta
con la dicotomía entre la teoría (el discurso) y la práctica. Esta disociación
entre lenguaje y la política real que se desarrolla es un punto clave para
comprender el por qué la democracia es objetada por sus alcances prácticos a
partir de su lenguaje de igualdad y desarrollo para todos.
Esto
es uno de los factores que explican la merma de la confianza pública que
advierte este autor, razón por la cual se interroga si algún discurso de poder,
en su posibilidad, es capaz de distanciarse de la realpolitik que el mismo
discurso ha condicionado o ayudado a construir. Existe otro elemento importante
en el análisis de García Huerta y que es el de espectador, relacionado
etimológicamente con la teoría. Una sociedad de tele espectáculos, que navega
en las aguas de una teoría que se disocia del sentido común de las personas y de
sus lenguajes plurales. Se mira, pero no se participa, este es el resultado de
la oposición entre lenguaje y política. Una sociedad civil que exige derechos
en una multiplicidad de lenguajes que se desmarcan del pensamiento único.
Del
concepto de pobreza que trabaja el autor también es posible extraer algunas
ideas como la relación que existe entre el lenguaje del pensamiento único para
“erradicar” la pobreza, un “poder de sanación”, como señala este autor, que va
de la mano con una mediatización que deja de protagonistas a los creadores de
la palabra o lenguaje abolicionista de la pobreza, mientras que los supuestos
beneficiarios de esta palabra son espectadores, junto con otros exponentes de
la sociedad civil.
En
el caso chileno, se muestra cómo la independencia del país se sustentó en un
mito, un lenguaje, una palabra tendiente a disfrazar con las apariencias, las
debilidades estructurales de la sociedad, que eran en parte una consecuencia de
la práctica de la realpolitik. El concepto central en este ejercicio es la
excepcionalidad que se autoimpuso en el país con el contenido de violencia que
advierte Esposito. La palabra de la excepcionalidad en el discurso fundacional
del Estado chileno es un elemento orientador en la obra de García Huerta para
entender la comunicación política en el país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario