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domingo, 4 de noviembre de 2012

Economía de la felicidad, mercado y derechos sociales


El sistema simbólico-cultural que crea el capitalismo se basa en la idea de forjar la expectativa aleatoria de que cualquier individuo puede tener éxito en la libre circulación de bienes y servicios. Cualquiera y no todos, esa es la matriz ideológica que, en el camino, fabrica un ejército de frustraciones que mueren en el dinamismo del mercado abierto.
De la frustración al conformismo existe una delgada línea divisoria, la que también deja abierta la puerta para la entrada de disfuncionalidades, de la entropía o conductas que no son adaptables a la perspectiva de las prácticas hegemónicas.
Frustración, conformismo y entropía son conceptos que se identifican en el capitalismo como un permanente estado de trastorno para el hombre, en lo que puede relacionarse con el concepto de alienación marxista, la separación del hombre con el hombre, su cosificación debido a la mercantilización de las relaciones sociales.
Todo se podría resumir en la idea de la felicidad, una condición antropológica que el discurso del capitalismo cultural asume, pero que se vive a través de las contradicciones.
Mediante estos supuestos llegamos al concepto de la economía de la felicidad que va más allá del bienestar material, apuntando más a la vida interior de los individuos, a la facilitación de condiciones objetivas para impulsar satisfacción en vez de frustración, lo que otorga un rol preponderante a la subjetividad.
Opera a nivel microeconómico, en interrelación con la antropología económica, donde las variables socioculturales tienen un rol más preponderante, como lo es la distribución del ingreso y relaciones laborales y cooperación económica. Esto pone a la economía de la felicidad en el mismo carril que la construcción de sociedad.
Alberto Mayol plantea en su obra “No al Lucro”, la relación entre menor felicidad y la despolitización de la ciudadanía: “Los chilenos han usado la felicidad como combustible, apelan a ella para ser aceptados, pero no se orientan a producirla, sino consumirla.
Así, el clásico axioma de que el dinero no hace la felicidad se potencia, en algo que se demuestra a través de la curva paradójica que sufren los países desarrollados que multiplican su ingreso per cápita, pero que mantienen achatada la curva de felicidad.
La oposición entre la lógica consumista y la del bienestar en la economía es la participación en la vida económica y social no desde el punto de vista del consumo, sino que de una red de derechos. Ese es uno de los motivos por los cuales la economía de la felicidad se vuelve un fundamento para la crítica de las políticas liberales que privilegian el aspecto cuantitativo del aumento de productividad, competitividad e ingresos económicos, sin correlacionarlo con indicadores sociales sustentados en una red de derecho, como se ejerce en el modelo de desarrollo de los países escandinavos.
Otro aspecto esencial es considerar la subjetividad de cada individuo a la hora de definir la felicidad, independientemente del acceso y uso de bienes materiales. Y aquí juega un papel clave la consecución de derechos sociales como salud, educación, participación democrática en la toma de decisiones, porque aumentan valores sociales como la confianza y la cooperación que, desde el punto de vista económico se convierte en capital social, algo que en Chile e un déficit enorme.

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