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viernes, 28 de diciembre de 2018

La reaparición del Leviatán en la cultura política de las sociedades occidentales

Nuevas hegemonías en la cultura política de las sociedad occidental están surgiendo con fuerza. Algunos las denominan populismos nacionales, conservadurismo-liberal y autoritarismo nacionalistas, incluyendo también quienes las relacionan con las formas fascistas de la práctica política. Pero lo que se advierte en el crecimiento de estas formas de visibilización es la búsqueda o la pretensión de reflotar el contrato de sujeción social que planteó Thomas Hobbes en su clásico Leviatán.
Y es que lo que se advierte en los tipos de mesianismos surgidos, y representados en la figura de un líder fuerte y con el atributo de la autoridad, que no tiene "pelos en la lengua", es una fuerte defensa al conservadurismo moral y valórico, para lo cual se ofrece como eje central la seguridad de los individuos y grupos sociales frente a los cambios socioculturales que se vienen manifestando desde hace 30 años, de la mano del proceso de globalización económica. Ya en esos tiempos se presagiaba el gran riesgo que representaban los nacionalismos para la apertura de la fronteras, especialmente las comerciales, debido a que esta dinámica trae aparejada la máxima dialéctica de Marx respecto a que "todo lo sólido de desvanece en el aire".
Es así como el avance de la globalización constituye una aproximación al concepto de sociedad abierta mencionado por Karl Popper, en el sentido de que se crearon las condiciones para que los individuos tengan una mayor toma de conciencia sobre ellos mismos y los ambientes que los rodean, en un proceso que integra dosis de individualismo, crítica social y humanitarismo, el que se mantiene a partir de la ampliación de la base económica, también conocida como crecimiento económico.
Pero este ritmo de desarrollo fue acompañado por otras realidades conceptuales que permitieron su reproducción: la idea de flexibilidad, ya sea regulatoria, comercial, laboral y sociocultural, fue cambiando los hábitos y costumbres de los individuos, manifestando la coexistencia de imaginarios como la crecimiento, estabilidad y orden con la la precarización, la inestabilidad y la inseguridad, particularmente desde la esfera del trabajo, donde el miedo a perder el empleo, no tener ingresos y no poder pagar las deudas del sistema financiero, siempre fue y sigue siendo un factor permanente del avance de la globalización.
Paralelamente, la apertura de las sociedades, a nivel material y simbólico, permitió el fortalecimiento del pluralismo de las identidades, con sus respectivas formas emancipatorias y de visibilidad. Este nuevo régimen cultural fue forjando nuevas subjetividades, algunas de las cuales chocaron con la visión de mundo del conservadurismo, desde donde generalmente se manifiestan lógicas autoritarias de control.
El hecho de que las variadas formas microfísicas de poder en la sociedad se hayan visibilizado o estén en lucha para obtener estos fines, ha producido un trauma para el pensamiento y las formas de vida conservadoras, que ven una amenaza a los que valoran como tradiciones y que las ven reflejadas en la idea del antiguo Estado-Nación, la raza, la posición social, la familia y la cultura, entre otras convencionalidades. Por lo tanto, bajo esta percepción de amenaza, donde se inserta con fuerza el sentido común de la población, desde el mundo conservador comenzó la expansión de un discurso del miedo, de aumentar el grado de percepción de inseguridad, como una herramienta funcional al dominio de la población, lo cual encaja con la dinámica productiva de la esfera económica y del empleo, cuya inestabilidad en el tiempo fue creciendo en el marco de las lógicas de flexibilización con que se entiende llegar a la eficiencia.
El dispositivo del miedo a la pérdida del trabajo que, como efecto dominó, es capaz de terminar con los proyectos de vida, forma parte de las subjetividades que vienen configurándose sistemáticamente desde los años noventa. Pero la respuesta del pensamiento conservador y autoritario no se concentra en estas realidades, sino que las extrapola al ámbito de las seguridades que ofrece defender, apelando a los conceptos de orden, estabilidad, donde la soberanía cumple un rol central.
Actualmente esta línea propositiva en el arena política para capturar el Estado ha irrumpido en la forma de populismos que combinan liberalismo económico limitado y dosis de autoritarismo focalizados, además de una estrategia discursiva directa, que se simbólicamente se sustenta en un orden restaurador. Y es en este terreno que nos interesa inscribir a esta irrupción político-ideológica bajo la óptica del Leviatán de Thomas Hobbes.
La idea central del pacto de sujeción social entre el soberano, personalizado en el Rey, en una figura mesiánica que se encarna en la conducción del Estado, es ofrecer seguridad a los individuos, específicamente para enfrentar el orden natural, donde el hombre es el lobo del hombre, por lo que siempre está presente el riesgo de morir violentamente, a menos que el Estado impida esto, tomando en las manos del soberano el monopolio de la violencia organizada. El Leviatán se muestra como la primera y última defensa contra lo que sus seguidores consideran como salvajismo, como la cultura que se aleja de los valores establecidos.
En este sentido, Hobbes señala que la misión del soberano "consiste en el fin para el cual fue investido con el soberano poder, que no es otro sino el de procurar la seguridad del pueblo; a ello está obligado por la ley de naturaleza". Seguridad es entendida más allá de la conservación de la vida, de acuerdo al pensador inglés, pues de lo que se trata es que los bienes, que el hombre puede adquirir para sí mismo, sean realizados por medio de la Ley que produce el Estado.
De aquí se desprende la idea de una comunidad leviatánica, que se convierte en el blanco de protección por parte del líder político, quien -en algunas ocasiones- también es la cara de lo que denomina como movimiento social, el cual usa de plataforma para acceder a la conducción del Estado. En este discurso se plantea la idea de ejercer la seguridad para la comunidad, sobre la base de una reacción fóbica a los cambios socioculturales, en que la autonomía reflexiva de los individuos es sintetizada, delegada y dominada por la presencia de un pastor armado.
La búsqueda para reflotar el pacto de sujeción social por parte de una figura fuerte y autoritaria que controle las riendas del Estado es la respuesta ideada por la retroalimentación entre el líder y sus seguidores para enfrentar la ruptura que le ha provocado en su visión de mundo la presencia de otras expresiones culturales de organización que han surgido en la sociedad (la cultura de género, derechos gays, de los inmigrantes). Bajo la sujeción se busca que el Estado no reconozca la constante y dinámica multiplicación de las diversidades culturales que se vienen generando a partir del capitalismo industrial, pues -de este modo- se piensa en evitar que siga avanzando la "inversión de todos los valores" y las incertidumbres que se generan en la comunidad, por lo que se exige la protección del Leviatán para aumentar el orden y la estabilidad, a partir de la autoridad.
En la comunidad leviatánica se comparten valores sustentados en el combate a lo que se considera políticamente correcto, como un producto de las maquinaciones de la izquierda, de los disfuncionales y rupturistas del orden establecido, razón por la cual al soberano también se le pide la capacidad de aumentar la sujeción social a una moral convencionalizada, previa a la que existía antes de que se hubiese asentado la sociedad abierta. En estos valores compartidos se plantea la aplicación de dosis focalizadas de autoritarismo político para no dar espacio a otras expresiones. Todo esto supone la mediatización de un supuesto orden simbólico restaurador,  mediante la guía de una recta razón, en que todo se ve “limpio” en la superficie, escondiendo bajo la alfombra lo demás (invisibilizando).
Para cumplir este objetivo, los seguidores del Leviatán están dispuestos a sacrificar ciertos derechos, delegándolos en una instancia superior para asegurar su supervivencia. Según Hobbes, el pacto lo generan los súbditos entre sí; son los mismos seguidores y depositan la renuncia de los derechos en el soberano que representa sus valores. Del Estado de razón es posible pasar a un Estado de terror, bajo este contexto.
"Hecho esto, la multitud así unida en una persona se denomina ESTADO, en latín, CIVITAS. Esta es la generación de aquel gran LEVIATÁN, o más bien (hablando con más reverencia), de aquel dios mortal, al cual debemos, bajo el Dios inmortal, nuestra paz y nuestra defensa. Porque en virtud de esta autoridad que se le confiere por cada hombre particular en el Estado, posee y utiliza tanto poder y fortaleza, que por el terror que inspira es capaz de conformar las voluntades de todos ellos para la paz, en su propio país, y para la mutua ayuda contra sus enemigos, en el extranjero", señala Hobbes.
El componente populista de carácter nacional que muestra el líder para acceder al Estado es parte del objetivo de conformar una mayoría que se imponga, en el juego democrático, a las minorías de la sociedad abierta: (...)"si la mayoría ha proclamado un soberano mediante votos concordes, quien disiente debe ahora consentir con el resto, es decir, avenirse a reconocer todos los actos que realice, o bien exponerse a ser eliminado por el resto". Es así como el contrato leviatánico contempla el uso de la fuerza para que el que no consiente el pacto de sujeción, que representa una cierto tipo de valores.
Quienes no quedan sujetos al orden legal que el Leviatán posee por encargo de sus seguidores, pasan a ser parias; no hay norma que regule sus intereses, por lo que quedan excluidos de las garantías que les daban ciertas normas jurídicas que los pueden reconocer con sus propias características. Si no se es cubierto por el orden legal, se pasa a un estado natural que es susceptible de recibir la fuerza coercitiva del Leviatán.
Los consejos de Hobbes para el accionar del Leviatán apuntan también a evitar la debilitación del Estado, como representación de la garantía del orden establecido, donde un rol importante lo cumple que la autoridad no se niegue una parte necesaria de su poder. Es decir, si lo va a aplicar, que lo haga de forma absoluta, entendida como sinónimo de fortaleza y no de debilidad, ante la comunidad que deposita su confianza en el poder del soberano.
La lógica leviatánica también busca que la Ley sea la medida moral en una sociedad, Hobbes al respecto hace referencia a "las enfermedades de un Estado, procedentes del veneno de las doctrinas sediciosas, una de las cuales afirma que cada hombre en particular es juez de las buenas y de las malas acciones. Esto es cierto en la condición de mera naturaleza, en que no existen leyes civiles, así como bajo un gobierno civil en los casos que no están determinados por la ley", lo que lo lleva a afirmar -a reglón seguido- de que "es manifiesto que la medida de las buenas y de las malas acciones es la ley civil".
La apelación a Dios es otro elemento central en la guía de la comunidad leviatánica, por lo que las nuevas formas de expresión políticas, sustentadas en líderes carismáticos, también incluyen el fermento religioso como parte de la restauración del orden, la seguridad, estabilidad y las certidumbres. El gran punto de conflicto es que la sujeción social del pacto que se clama al líder, que pretende tener la delegación del Leviatán, es que la contención al poder ilimitado se difumina, reduciendo la noción de libertades en contextos de pluralismo y diversidad dentro de las actuales sociedades, por lo que el Leviatán es el persistente fantasma que recorre occidente.

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