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domingo, 4 de noviembre de 2018

El eterno retorno del mesianismo y del proyecto político autoritario

Una revitalizada configuración en el espectro político-ideológico para administrar el poder estatal se ha tomado el ciclo político a nivel internacional con la aparición de gobiernos que representan los intereses de grupos conservadores, en los cuales se mezclan ciertas dosis de tecnocracia económico-administrativa enfocada a la liberalización, pero que se ven controladas por cuotas de un autoritarismo político focalizado hacia determinados sectores socio-culturales, además de una tendencia hacia el desarrollo económico interno, en que no se descarta la aplicación de protecciones comerciales frente a la competencia que ha instalado el proceso de globalización a partir de 1990.
Estas son las coordenadas de una expresión que denominaremos como un mesianismo 2.0, que se instala y se mediatiza en la sociedad mediante varios dispositivos que giran en torno a un supuesto orden simbólico restaurador, en que se conjugan distintas subjetividades como las que se relacionan con una religiosidad cívica, de corte conservador y con elementos de fariseismo, en el sentido que buscan instaurar un orden blanqueado que vuelva a invisibilizar otras expresiones surgidas en la sociedad. 
A esta clase de subjetividad se une la visión de mundo autoritaria que proviene de la llamada familia militar, especialmente en América Latina, en que confluyen la exaltación simbólica de la patria y valores cívico-nacionalistas que se encierra frente a los procesos culturales de la globalización económica como la inmigración, junto a una concepción de la política que aspira al retorno de la comunidad leviatánica, en que existe una pacto de sujeción social, donde se incrementan los niveles de verticalidad de poder y de obediencia ala autoridad.
En este contexto cabe preguntarse ¿cuáles son las expresiones que animan a este tipo de expresiones políticas, que de tanto en tanto reaparecen en el cuadro de la historia política y del Estado moderno? Una somera respuesta aproximativa se encuentra en el breve ensayo de los sociólogos chilenos Arturo Chacón y Humberto Lagos "Religión y proyecto político autoritario" (1986), donde se tratan y entrelazan los conceptos de autoritarismo y milenarismo como una aproximación para entender la forma en que se estructuran proyectos políticos autoritarios. 
Por milenarismo identifican la expectación de un reino, una situación política venidera y apocalíptica, en el sentido que rompe con orden establecido que tiene una naturaleza perdida, contaminada y perversa, para instalar otro tipo de destino.Supone una confrontación entre las fuerzas del bien y del mal, pero no desde una perspectiva metafísica, sino desde el punto de vista de la gubernamentalización, donde se aplican los principios de la exclusión, que son aquellos que no han querido ver la verdad de la restauración del nuevo orden y que se aferran al antiguo. Esta forma de gobierno de los hombres sobre los hombres requiere de un sólido concepto de autoridad, para lo cual se recurre a la figura profética del Mesías divino, que "gobernará a las naciones con una vara de hierro".
Según Chacón y Lagos, "el proyecto político autoritario ha venido a reforzar las tendencias no racionales del comportamiento político, al enfatizar categorías de carácter religioso en su accionar. El proyecto mismo es presentado como un acto de salvación, de intervención divina, y de inauguración de un nuevo amanecer. El proyecto adquiere así un carácter de misión con un carácter finalista".
La idea central de dar paso a un orden refundacional que ponga deje de lado, invisibilice o ponga debajo de la alfombra a otras expresiones como la reivindicación de las mujeres y de las orientaciones sexuales y político-ideológica que son consideradas disruptivas son parte de la idea milenarista, que apunta a una misión soterológica, de salvación, por lo que se le confiera un halo de trascendencia a la acción política. La militancia en movimientos políticos tiene de esta forma un origen religioso, donde la idea de verdad se instala en el régimen discursivo, la cual se asocia con "decir las cosas como son", sin "pelos en la lengua". El hablar "con la verdad" apunta al ataque de lo que se considera "lo políticamente correcto" que proviene de la cultura político del progresismo, entendido como el apoyo a las luchas de reivindicación de grupos que históricamente han sido postergados bajo la lógica de mundo conservadora y excluyente. Es así como se abre paso a una visión restrictiva de la democracia, en que se niega la realidad social del pluralismo, al cual se le encasilla en la dimensión del mal, bajo la lógica del milenarismo. 
El apoliticismo es otro de los rasgos de los movimientos que impulsa el milenarismo, en que se condena un tipo de racionalidad política que deje demasiado espacio a la inserción de las demandas de grupos rezagados. La dinámica de este apoliticismo se concentra en la estrategia del movimiento social e ideológico también tiene su raíz religiosa y se basa en la fortaleza del líder."El apoliticismo conlleva el culto por el personalismo, el seguir a una persona(...), la cual concentra la solución.(...) Se presenta a la persona como solución a los problemas. Se pretende que es la respuesta", sostienen Chacón y Lagos.
El terreno del milenarismo es en el que se asienta el mesianismo. Dentro de la cultura política, la relación entre el mesianismo y el proyecto autoritario también es tributaria de la ideología militar nacionalista y el ideal moralizador cristiano, en su versión de exteriorización religiosa ante los demás, en lo que los autores llaman el problema de la "interpenetración ideológica entre los campos simbólico-religioso y político", cuyos puntos en común son el antimarxismo, el término de las inseguridades y la consolidación de referentes de identidad tradicionales.
El mesianismo autoritario se basa en la construcción de escenarios que tienden a afirmar la conducción autoritaria de un líder que lucha contra las herejías en el plano social y cultural. En tiempos en que no se materializan dictaduras militares, la recurrencia al autoritarismo busca el eje central de la figura personalizada, que se retroalimenta del discurso religioso. De acuerdo a Chacón y Lagos, este es un medio para obtener legitimaciones del orden que se busca establecer. Es, en términos foucaultianos, la encarnación de un poder pastoral que es "un instrumento mediador de la presencia divina".
La interpenetración ideológica entre lo que los sociólogos llaman el modelo sectario religioso y el modelo ideológico militar se plasma en una conformación que los aproxima al modelo sociológico de la secta, "entendida  ésta como un grupo social minoritario, exclusivo y excluyente, hermético y cerrado sobre sí mismo, con una "misión" especial y con la propiedad absoluta de los medios para cumplirla, con un liderazgo carismático que fija las creencias y normas de vida verdaderas, únicas y necesarias, y con un sólo aporte admitido del "iniciado" o "fiel"; obediencia incondicional ("hasta rendir la vida si fuere necesario")", indican Chacón y Lagos.
El carácter sectario, en tiempos de gobiernos cívicos, hace uso de un régimen discursivo que busca entregar la imagen de comportamientos ascéticos, "con una identidad grupal radicalizada, paroxística, que conduce a un estado de fanatismo que imputa de "enemigo" a todo opositor". Es así como en las redes sociales se aprecia este tipo de subjetividades en los seguidores de los líderes que proponen gobiernos autoritarios que prometen combatir contra "el marxismo cultural", la ideología de género" y las expresiones que asocian al "progresismo". La subjetivización en soportes digitales, dentro de estos movimientos, son una extensión del concepto de acción, donde adquieren fuerza los seguidores del líder. Son un espacio para dar a conocer las certezas nuevas.
Considerar la acción política a partir de la religión utiliza el principio fariseo de mostrarse pulcro y limpio ante los demás, por lo que el adversario-enemigo es asociado con la corrupción o bajo su influencia, siendo objeto de cambio en el sentido de la salvación que puede entregar el líder mesiánico, siendo otro tipo de racionalidad que se trata de imponer en la sociedad. "Si la política y la economía, por nombrar sólo dos áreas de las ciencias sociales, no se muestran capaces, ya sea por exceso de modernización, u otra causa, de crear un lenguaje con sentido para nuestra sociedad y, por extensión, para la América nuestra, seguiremos viviendo las consecuencias de la invasión de lo religioso en lo político, con resultados cada vez más graves y determinantes", indica una de las conclusiones de Arturo Chacón sobre autoritarismo y milenarismo.
Otra conclusión relevante es que el autoritarismo busca la forma de construir dominaciones que sean capaces de atajar las dinámicas de conflictos que existen en la sociedad, en el marco de las luchas hegemónicas. Su legitimidad se centra en el ideal moralizador de la religión, específicamente en su versión farisea que se muestra limpia en la superficie y que deja sin opciones de visibilidad a lo que está excluido. Es fariseo también porque, al verse cuestionado, busca la forma de actuar para aplicar mayores cuotas de coerción, en el campo legal y en el uso del monopolio de la fuerza que se representa en el Estado y, por eso, se debe capturar con un mesianismo cautivador en función de la aplicación de la fuerza. 
El problema, entonces, es que el uso del mesianismo en un proyecto político autoritario, como señalan Chacón y Lagos, es que se plantea la posibilidad de suprimir las racionalidades políticas que aceptan "la presencia y actuación de otro diferente a mí. Más aún, que ese otro diferente no sólo no sea aceptado, sino excluido y, en ciertos casos, eliminado". Este es un aspecto latente en el caso de los liderazgos que han llegado a la cabeza del Estado en Estados Unidos y Brasil, de la mano de movimientos evangélicos.
Mesianismo y proyecto político autoritario cumplen con la función del eterno retorno. Aparecen y seducen como un demonio al hombre, diciéndole que volverán a vivir bajo la fuerza de una autoridad encarnada innumerables veces. En este fenómeno no hay nada nuevo, pues en el plano político se extingue para volver a crearse.

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