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sábado, 17 de agosto de 2019

Aspectos de la psicología de la amenaza política como productora de miedo

El miedo es un factor primordial en la sociología política, pues responde a una relación social que cumple un rol esencial en las funciones de control y dominio de la población. En 1988 las psicólogas chilenas Elizabeth Lira y María Isabel Castillo publicaron el trabajo "Psicología de la amenaza política y del miedo", donde se concentraron en los efectos de este fenómeno en la población chilena sometida a la dictadura militar de Augusto Pinochet.
Según las especialistas, el miedo se produce en la subjetividad, siendo una experiencia privada y socialmente invisible, pero cuando se hace presente la amenaza a más de un individuo, las relaciones sociales van incorporando al miedo como un elemento que incide en la conciencia y conducta de las personas, muchos de los cuales se convierten en sujetos de la amenaza y del miedo.
"El miedo y la amenaza son parte de un proceso que existe en la realidad porue existe previamente en la fantasía de los sujetos y desde allí funciona. Se trata de una manifestación de violencia sobre los sujetos y las relaciones sociales, que opera precisamente desde lo simbólico. Lo que ocurre a nivel del psiquismo es invisible. Esta percepción implica entender la violencia ejercida como un proceso que se desarrolla a través de un fenómeno subjetivo individual, que puede extenderse simultáneamente a miles de sujetos, y que puede ser reconocido a nivel social a través del predominio de relaciones sociales caracterizadas por el miedo y la amenaza, que pueden manifestarse principalmente en sometimiento, o en expresiones ligadas a la agresión", sostienen Lira y Castillo. 
La amenaza como parte del dominio político, ejercida desde el Estado y por determinados grupos sociales en posiciones dominantes, va configurando una forma de conducta interna de auto represión ante el constante riesgo que plantea la amenaza generadora de miedos, traducida en detenciones, asesinatos y torturas durante regímenes abiertamente autoritarios, como fue la dictadura chilena entre 1973 y 1990.Este miedo basal comenzó a extenderse a otras esferas de la sociedad, como la seguridad cotidiana, donde a partir de 1990 se sistematizan los discursos sobre la delincuencia, como una amenaza a la propiedad y seguridad privada en consonancia con el desarrollo de una economía abierta de mercado protegida por un Estado autoritario.
Para Elizabeth Lira y María Isabel Castillo, "la relación entre la amenaza política y la respuesta de miedo individual o social forma parte simultáneamente de procesos psicológicos y procesos políticos que se influyen dialécticamente". Esto queda de manifiesto en un miedo internalizado y crónico dentro del contexto político, el cual se traspasa al ámbito económico, en su cotidianidad con el acceso al mundo del trabajo y, por lo tanto, del ingreso para la supervivencia, lo que también impacta en el campo de la seguridad social, especialmente con el acceso a la salud, educación y la previsión social.
Es posible ver cómo la amenaza y el miedo pasa desde el constructo político de la dictadura, con el terrorismo de Estado, hacia una constructo más amplio, que se quedó instalado con mayor fuerza en la sociedad chilena y que también forma parte en otras sociedades que están en la vorágine del proceso globalizador de la economía política.
Si bien el concepto de campaña del terror perteneciente a la propaganda política, ha estado presente en el proceso político chileno desde inicios del siglo XX, con la ampliación del acceso de la sociedad a los medios de comunicación social, es durante la dictadura militar donde adquiere otro carácter, debido a la aplicación sistemática de la represión a un considerable sector de la sociedad, tanto a nivel focalizado con las militancias a partidos y movimientos de izquierda, como a un nivel más amplio en los sectores populares, como una forma de constante disciplinamiento. Paralelamente se desarrolla un tipo de propaganda hacia toda la población bajo que recoge las prácticas realizadas por los grupos dominantes desde 1938: Una sistematización a identificar a todo las expresiones opuestas como el enemigo y una amenaza a perder los vínculos, especialmente para la unidad nacional, donde se desenvuelven las tradiciones, creencias y afectos.
En el campo económico esta dinámica se traduce en los discursos que rechazan lo que denominan como el intervencionismo del Estado en el ámbito de la educación, donde -en el mismo Chile- se han articulado discursos bajo el principio de "con mis hijos no se metan" en alusión a la decisión del aparato público de seleccionar a los estudiantes a determinados establecimientos educacionales. La amenaza a la propiedad afectiva busca alinearse con el principio de la libertad de elegir en la esfera económica, lo cual se puede aplicar también en reformas que buscan fortalecer el rol del Estado en el sistema de salud pública y en la previsión social.
"Las campañas del terror se alimentan de la realidad, y entre otras cosas, generalizan al conjunto de la sociedad, lo que representa una amenaza para los intereses de un sector de ella". sostienen Lira y Castillo.
Para estos intereses el orden establecido, tanto a nivel político como económico, se simboliza en la nación, por lo que desde hace ochenta años se ha reproducido un discurso que atemoriza con la amenaza exterior a la nación, ya sea en forma de "ideologías foráneas", las nuevas formas de identidad que se han profundizado con la globalización y los flujos de inmigrantes. El mensaje del miedo entonces apunta a la pérdida de contextos sociales que otorgan seguridad. La amenaza siempre es potencial, escondiendo cambios que disolverán los afectos y certidumbres de las personas.
"Amenazar no implica todavía materializar o ejecutar algo. Por ello la amenaza advierte acerca del castigo previsto para la transgresión del orden establecido que se expresa en la ley", indican las especialistas, para después redondear la idea: "La amenaza es operante de manera imperceptible. Se internaliza en los sujetos de tal manera que el miedo a la transgresión es la mejor garantía de la estabilidad del sistema social y político".
Nuevamente aquí se devela la relación de la política con el campo económico, donde las acciones de los individuos van configurando las subjetividades en el día a día, con el acceso al trabajo, al ingreso y a la supervivencia.
La amenaza a la identidad, como integrante de la campaña del terror, tiene más efectividad en la dinámica económica cotidiana a la que están sujetos los individuos, razón por la cual es en esta esfera donde más se concentra este tipo de propaganda frente a las discusión públicas en torno a la economía política. A falta de un gobierno autoritario que aplique sistemáticamente el terror sobre los cuerpos de los ciudadanos, la amenaza y el miedo se trasladan al campo económico.
Según la autoras del trabajo, la amenaza política apunta a los aspectos que constituyen la identidad de los sujetos y que se conforman a través de las relaciones sociales. "El sujeto es amenazado de perder su trabajo, sus medios de vida, o quedar excluido de la sociedad debido a sus creencias y convicciones. Este es un nivel de la amenaza política", precisan.
Como el demonio nietzscheano que llega en la noche a ofrecer al hombre una vuelta al pasado, en Chile el miedo a perder el trabajo y la estabilidad económica tiene una cadencia permanente como instrumento de persuasión y manipulación, sometido a ciertos intereses en la sociedad.  "La amenaza de perderlo todo implica una banalización de la vida humana, generando una percepción amenazadora del futuro", plantean Lira y Castillo.
En conclusión, la sistematización del miedo y la amenaza política, trasladada al campo económico, se mueve en el campo de lo simbólico y de lo fantasmático, contribuyendo a la formación de subjetividades. El terror, como producto del miedo y la amenaza política, es un recurso de influencia social que aparece como reflejo de la realidad. Su eficacia se manifiesta con su no intencionalidad, como dicen las autoras, puesto que no se reconoce explícitamente, no asumiéndose como una realidad social.
"La amenaza como instrumento político es negada sistemáticamente por quiénes la utilizan. Funciona en un nivel invisible, aparentemente no deja huellas, lo que no significa que no influya efectivamente en modifiar conductas, en producir el sometimiento", afirman las autoras.
Por lo tanto, el reconocimiento de la percepción de la amenaza política y del miedo social es un ejercicio de lucidez para tomar conciencia de las razones instrumentales detrás de los discursos que instalan el miedo y la amenaza. No sentirse amenazado ni tener miedo significa no estar amenazado, siendo un avance para la autonomización y liberación del individuo.

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