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domingo, 23 de febrero de 2020

Mesianismo, milenarismo y proyecto político autoritario: distorsiones de la cultura evangélica

El fenómeno de algunas corrientes de cristianismo evangélico con un proyecto político autoritario ha emergido con una mayor sistematicidad en los últimos años, especialmente en el continente americano, donde estos grupos organizados se han convertido en una punta de lanza fundamental para la aparición de líderes que propugnan un ideario autoritario en el arena pública, a partir del mesianismo y del milenarismo.
Ambos conceptos son elementos constitutivos para la aparición de una práctica política que legitima y propaga el poder pastoral que circula en la cultura evangélica latinoamericana, el cual es entendido desde la  autonomía, un rasgo propio del protestantismo.
La práctica del mesianismo y del milenarismo político, en su objetivo de llegar a un ordenamiento del espacio público, es soteriológica: se realiza a través de la salvación que solamente puede entregar un líder ungido, escogido por una voluntad que se visibiliza por el acuerdo de un grupo de hombres.
En su obra, "Religión y proyecto político autoritario", Arturo Chacón y Humberto Lagos mencionan como el concepto milenarista viene a reforzar el proyecto político autoritario, al presentarse como "un acto de salvación, de intervención divina, y de inauguración de un nuevo amanecer". La actividad política de este modo se sacraliza, surgiendo una subjetividad que mezcla el contenido gravitante de la creencia y los valores con el compromiso por una determinada finalidad política. 
Esta racionalización de la participación en la arena pública se realiza mediante la idea de trascendencia, yendo más allá de las contingencias cotidianas del quehacer político, por lo que aquí radica su conexión con el fundamento metafísico, específicamente en el sentido de la omnipresencia, de la necesidad de establecer mecanismos de control y vigilancia.
Nada queda fuera de la tarea divina encargada a los creyentes que actúan congregadamente, siendo esta última una distinción que marca la pauta hacia un patrón de conducta política excluyente, puesto que se orienta en una visión restrictiva de la democracia, como negación del pluralismo y las formas de realidad social y política que este construye.
Chacón y Lagos reconocen en los regímenes militares, surgidos en Sudámerica desde 1964, una adecuación del milenarismo al proyecto político autoritario, en que se defiende la civilización cristiana frente a los embates del comunismo ateo. "Enfatiza los valores religiosos, especialmente los referidos a la familia y la tradición. En la guerra anti-subversiva la utilización de lenguaje de origen religioso, aparece constantemente; sacrificio, redención, mártires, culto, sagrado y, en la denuncia del llamado enemigo, diabólico, satánico".
El tipo de cultura política creado por esta lógica autoritaria de gobierno derivó, según estos autores, en un apoliticismo opuesto a la politización, a la discusión de los problemas en común, abriendo la puerta al mesianismo y al culto por el personalismo, encarnado en la figura del líder encargado de solucionar los problemas, lo que produce una práctica política de la exclusión, basada en el pensamiento único de tipo religioso.
"Este totalismo de lo religioso establece la base para un totalitarismo político más grave que el que está basado, por ejemplo, en el totalitarismo económico. El que está basado en un totalismo religioso aparece legitimado por sacralización, asegurando también su difusión social. Este totalismo religioso puede ser la base de proyectos de uno u otro signo", indican los autores.
Humberto Lagos aprecia la relación entre el proyecto político autoritario y ciertas corrientes evangélicas que se configuró en Chile, durante la década de los ochenta del siglo pasado y que marca un antes y un después para entender el actual fenómeno de identificación de algunas de estas denominaciones con la cultura política de derecha, en torno a las categorías de familia, orden público, uso de la autoridad y patria, entre otras.
"Un lugar de "encuentro" de las tradiciones religiosas católica y evangélica uniformadas está dado por: el anti-marxismo, y el apoyo incondicional al proyecto político de las Fuerzas Armadas y de Orden. El "dios" de ambas tradiciones tiene ciertos rasgos comunes. es combativo, sancionador, ordenador, anuente con lo militar... y es antimarxista", señala el sociólogo.
La simbiosis entre el universo simbólico castrense, al que recurre el autoritarismo, como es la patria, los valores tradicionales y el nacionalismo, entre otros, se une con el argumento metasocial de la oración, para pedir ser rescatados del mal, para lo cual está implícita la búsqueda de la figura del líder político que represente esta interacción simbólica e interpenetración ideológica entre estas esferas. Una de las condiciones para el surgimiento de estos liderazgos es la presencia de un modelo religioso sectario vinculado a la cultura de las Fuerzas Armadas y de Orden, lo que en Chile adquirió una mayor fuerza en la dictadura militar de Pinochet entre 1973 y 1990.
Este modelo, de acuerdo con lo autores, se caracteriza por su similitud a los rasgos sociológicos que presentan las sectas, entendidos como grupos sociales minoritarios, excluyentes, con una misión especial y que se rigen bajo un liderazgo carismático, que fija -o dice representar- creencias y normas de vida únicas y necesarias. 
Entre 1990 y 2011 se generaron una serie de cambios en la sociedad chilena, los cuales tuvieron incidencia en los grupos sociales más susceptibles a la interpenetración ideológica del proyecto político autoritario de Pinochet con ciertas corrientes evangélicas. Mientras un sector de la derecha política entró en una fase de alegartamiento con el crecimiento político, concentrándose en la defensa institucional frente a los intentos de reforma de la centro izquierda, en el mundo evangélico influenciado por la lógica del autoritarismo político se pasó a una fase de fortalecimiento de la identidad propia, especialmente en la forma de relacionarse frente a los cambios de la sociedad. 
En el ensayo "Separatismo o participación: evangélicos chilenos frente a la política", la académica Evgenia Fediakov, concluye que en el mundo evangélico se consolida el imperativo de establecer una vinculación más estrecha con la sociedad: "(...)la creciente autoconciencia como una importante fuerza social y electoral avalan, por una parte, los intentos de constituirse como un nuevo actor político y, por otra, ponen al movimiento evangélico frente a nuevos desafíos prácticos y teológicos, en busca de una mayor adecuación entre su misión evangelizadora y retos de la modernidad".
Es así como en las corrientes evangélicas que más se relacionaron con el proyecto autoritario de la dictadura militar se concentra en la defensa de los valores tradicionales de la familia toman una preeminencia más alta respecto a las problemáticas sociales vinculadas con la pobreza y la marginalidad, por lo que son las primeras demandas las que se canalizan hacia el sistema político, donde los gobiernos que orientan políticas públicas abiertas, en materia de divorcio, aborto e identidades sexuales, son relacionados con el mal y, por ende, como una forma de colapsar el orden, ante lo cual surge el imperativo de contar con una autoridad que impida esto. Y aquí aparece la idea de exclusión que forma parte del mesianismo político. 
Antonio Cruz, en su trabajo "Sociología una desmitificación", donde analiza desde un punto de vista cristiano-bíblico al pensamiento sociológico moderno, reconoce la distorsión de la práctica excluyente en el modo en que se construyen las relaciones de poder en las iglesias cristianas, advirtiendo el riesgo de caer en el "pensamiento único", caracterizado por la uniformidad: "El cristianismo es plural. Lo era ya en tiempos de Pablo y lo sigue siendo en la actualidad. Seguramente ha sido así porque así ha querido el Señor que lo fuera. Y quizás sea en esta pluralidad donde la fe cristiana encontrara toda su fuerza. Es posible que haya sido esta pluralidad la que le ha permitido adaptarse y subsistir frente a todo tipo de circunstancias adversas. Pero pluralidad no es sinónimo de antagonismo, sino todo lo contrario. La pluralidad debe conducir al respeto mutuo y a la colaboración en la causa común, desde la perspectiva particular. La pluralidad desautoriza todo exclusivismo y deslegitima la descalificación de los demás".
Sin embargo, en el poder pastoral detrás del mesianismo político, vinculado con un proyecto autoritario, se hace referencia a una divinidad autoritaria, que no respeta la libre voluntad del hombre. Este es uno de los aspectos que Antonio Cruz identifica como una de las "perversiones del protestantismo actual", entre los cuales también menciona a la valoración del mensajero por sobre el mensaje, personalizando el evangelio, por lo que se pregunta: "¿no se estará en la actualidad volviendo otra vez a una especie de idolatría fetichista? ¿no habremos sustituido aquellas imágenes medievales de yeso por modernas fotografías y videos de los líderes de hoy".
Ante estas situaciones, que dan espacio al mesianismo político en el mundo evangélico, el autor plantea la necesidad de avanzar en el desarrollo de una teología de la sociedad o sociología cristiana que enfrente las inquietudes del hombre a nivel colectivo e individual. La relación entre los elementos del mesianismo con proyectos autoritarios está mediada por la idea de exclusión, con la formación de submundos dentro de la sociedad, por lo que el autor sostiene la idea de avanzar en la constitución de "congregaciones de contraste, abierta a las demás". 
Desde el punto de vista de la racionalidad política, Arturo Chacón y Humberto Lagos indican la responsabilidad de que la política y la economía, entendidas desde su significación como áreas de las ciencias sociales, sean capaces de darle sentido y coherencia a la práctica de los hombres a través de un lenguaje propio, que se aleje del lenguaje religioso.

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