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domingo, 2 de febrero de 2020

Hayek y algunos elementos del liberalismo en el campo de batalla de las ideas

En los últimos años en algunos países América Latina ha surgido con fuerza una ofensiva comunicacional desde el liberalismo para dar a conocer e implementar sus ideas en la sociedad, donde comienzan a usarse conceptos como el de "hegemonía" dentro de lo que llaman la "batalla de las ideas", específicamente contra el ideario del socialismo y, en menor grado, en los postulados del social cristianismo, el conservadurismo y el autoritarismo.
Este proceso es bastante legítimo y conveniente para ampliar la oferta de ideas en el campo social y cultural, por lo que es necesario identificar la justificación que encuentra el liberalismo del siglo XX, con el propósito enfrentarse a la influencia de las ideas colectivistas que atentan contra la libertad, las cuales son todas aquellas que no son liberales, como el socialcristianismo, el nacionalismo, ciertas formas de autoritarismo, pero especialmente el socialismo.
Figura central en el proceso de desarrollo y expansión del liberalismo en el debate público es Fiedrich Hayek, quien en más de uno de sus cientos de ensayos aborda el rol que asumen los liberales en la batalla de las ideas. "Los intelectuales y el socialismo" es uno de los trabajos que tomaremos en cuenta para tratar de mostrar los resortes que impulsan al liberalismo a la arena pública.
El economista austriaco destaca la influencia que se genera cuando el intelectual se compromete con una creencia, las cuales son aceptadas automática y irresistiblemente en los demás. "Estos intelectuales son los órganos que la sociedad moderna ha desarrollado para la difusión del conocimiento y las ideas, y son sus convicciones y opiniones que funcionan como el filtro a través del cual todas las nuevas concepciones y opiniones deben pasar antes de que puedan llegar a las masas".
El convencimiento es clave para la propagación de las ideas en el campo social y cultural, por lo que para ello se requiere la acción de los intelectuales, quienes -de acuerdo con el economista austriaco- son "opinantes de segunda mano", por cuanto que determinan a largo plazo lo que piensa la gente. La máxima hayekiana entonces es lograr persuadir a los intelectuales con una creencia en torno a un sistema de ideas para así terminar llegando a los individuos que forman la opinión pública. La creencia, eso sí, debe tener una justificación racional. Y aquí comienza la lucha de las ideas, entre la pretensión racionalista liberal, desde John Locke, y el "socialismo científico" moderno, atribuido a Marx.
Hayek, desde el siglo XIX, le atribuye una relevancia especial -casi omnipresente- al socialismo en el dominio de las ideas: "De hecho, es necesario reconocer que en general el típico intelectual es hoy más probable que sea un socialista guiado por su buena voluntad e inteligencia, y que en el plano de la argumentación puramente intelectual generalmente será capaz de hacer un caso mejor que la mayoría de sus oponentes dentro de su clase. Si seguimos pensando que está equivocado, hay que reconocer que puede ser un error genuino que conduce a las personas bien intencionadas e inteligentes que ocupan los puestos clave en nuestra sociedad para difundir puntos de vista que a nosotros nos parecen una amenaza para nuestra civilización.Nada podría ser más importante que tratar de entender las fuentes de este error con el fin de que seamos capaces de contrarrestarlo. Sin embargo, aquellos que son generalmente considerados como los representantes del orden existente y que creen que comprenden los peligros del Socialismo están por lo general muy lejos de esa comprensión. Tienden a considerar a los intelectuales socialistas como nada más que un puñado de radicales perniciosos sin apreciar su influencia y, por su actitud hacia ellos, tienden a impulsar aún más la oposición al orden existente".
Esta sentencia constituye una de las semillas para entender el discurso del liberalismo en el arena de la discusión pública de las idea en cuanto a una visión de mundo binaria, en que -a grandes rasgos- todo lo que no quepa en el ideario liberal es socialismo. El punto es que el contexto histórico en que Hayek escribió estos ensayos efectivamente estaba marcado por la lógica de poder bipolar entre capitalismo/socialismo. Sin embargo, desde 1990, con la globalización económica, la instauración de la concepción liberal de democracia y la formación de una cultura globalizada con medios digitales, este bipolarismo ha cedido espacio a los fenómenos de fragmentación que se caracterizan por haber abierto las visiones de mundo, desde interpretaciones pluralizadas y diversificadas.
Pero para la concepción liberal, hay factores, como el desarrollo material que produce una economía abierta  y el avance científico, que generan, en un contexto democrático, la idea general de avanzar hacia la igualdad material y al cambio social. Esta es una de las advertencias que se aprecian en el diagnóstico del liberalismo respecto a la batalla de las ideas: "No es de extrañar que en sí mismo un avance real del conocimiento se convierta en ocasiones de este modo en una fuente de un error nuevo".
Según Hayek, las ideas socialistas y lo que los actuales liberales consideran sus derivaciones, han logrado sentar sus bases en los intelectuales que se desenvuelven en el mundo universitario. "Una vez que las demandas básicas de los programas liberales parecían satisfechas, los pensadores liberales se volvieron a los problemas de detalle y tendían a descuidar el desarrollo de la filosofía general del liberalismo, que, en consecuencia, dejó de ser un asunto de alcance, ofreciendo una visión para la especulación general. Así, por algo más de medio siglo han sido sólo los socialistas los que han ofrecido algo parecido a un programa explícito del desarrollo social, una imagen de la Sociedad futura a la que apuntaban, y un conjunto de principios generales para orientar decisiones sobre cuestiones particulares", apunta.
Es así como uno de los principios centrales de la acción discursiva del liberalismo es no dar por sentada la libertad en el campo social y cultural, por lo que el diagnóstico sobre lo qué ocurre en la sociedad recurrentemente considera el elemento de advertir la inconveniencia de otras ideas que se buscan instalar en los procesos económicos y políticos, las cuales -a juicio de la razón construida por el liberalismo- en la mayoría de los casos son producto de especulaciones. Esto nos lleva a otro aspecto del régimen discursivo liberal: en la lucha de las ideas, el diablo está en los detalles. Aún en la sutilezas se pueden encontrar amenazadas para la libertad, por lo que la estrategia es concentrarse en un permanente estado discursivo de alerta. De ahí aparece la recurrente advertencia sobre la presencia omnipresente del fantasma socialista, considerada como una exageración por parte de los discursos no liberales, lo que lleva a la autoidentificación liberal como un régimen discursivo entendido, en palabras de Hayek, como un "acto de coraje".
"Lo que nos falta es una utopía liberal, un programa que no parezca ni una mera defensa de las cosas como son, ni una especie diluida de Socialismo, sino un verdadero radicalismo liberal que no perdone a las susceptibilidades de los poderosos (incluido los sindicatos), que no sea muy severamente práctica, y que no se limite a lo que aparece hoy en día como políticamente posible. Ellos deben ser hombres que estén dispuestos a adherirse a los principios y luchar por su plena realización, por remota que sea. Los compromisos prácticos los deben dejar a los políticos", afirma el pensador austriaco.
Eso sí lo que Hayek apela a la imaginación, proponiendo no quedarse en el aspecto eminentemente económico como el libre comercio o en las desregulaciones, por lo que plantea que los liberales deben aprender del "éxito de los socialistas" en su voluntad de "ser utópicos", pues señala que esto es lo que atrae a los intelectuales y a la influencia en la opinión pública.
Esta recuperación "de la fe en el poder de las ideas", como un salto de voluntad es lo que Hayek llama el "renacimiento intelectual del liberalismo", especialmente de las ideas que esta doctrina desarrolló en el siglo XIX, las cuales fueron decayendo frente a las ideas colectivistas, perdiendo influencia y sentido entre la ciudadanía. Esencial en el régimen discursivo del liberalismo es no considerarse en una posición hegemónica en el mundo de las ideas, para no quedarse en una posición comunicacional estática.
El concepto de hegemonía de Antonio Gramsci es importante para la construcción de la defensa de las ideas liberales, específicamente como una categoría de análisis en la batalla de las ideas. Hayek plantea en que los liberales no han tomado en cuenta las actividades educativas de los socialistas en el campo de batalla de las ideas.
Pero, con este principio, la apologética liberal en la opinión pública también utiliza el rol gravitante que tienen las creencias, valores y emociones de las personas. Hayek atribuye que aquí es donde las ideas socialistas han fructificado eficientemente, por lo que también hace este llamado a tener que aterrizar las ideas liberales, de un modo entendible, al nivel ideológico de lo que Gramsci denomina el sentido común, para hacer circular su ideario. En su obra "La fatal arrogancia", Hayek sostiene que el constructivismo racional ha cometido el error de dejar en un lugar secundario a las normas de conductas y valores que se desarrollan espontáneamente entre los grupos sociales, las cuales quedan rezagadas por el rol abarcador de la razón que las subyuga o no las considera dentro de los diseños y organizaciones que sistemáticamente propone.
Y es aquí donde se produce una tensión interna, o la manifestación de contradicciones, al interior del liberalismo, con una corriente que insiste en entronizar a la razón, particularmente la tecnocrática, en los diseños de la sociedad por sobre las creencias y valores del orden espontáneo, a la cual se le enfrenta otra postura que se inclina por considerar la máxima de John Stuart Mills de que "un hombre con una creencia social es más poderosa que noventa y nueve con intereses".
Por lo tanto, la ofensiva comunicacional del liberalismo también debe definir estas tensiones en su armado discursivo, con el sentido que se desea dar a los destinatarios. Este punto no es menor, pues justamente las ideas liberales zucumben en la práctica, debido a que sostienen ideas que son hegemónicas desde el punto de vista de una construcción cupular, elitista, a través de políticas económicas que no encuentran una sintonía directa con la realidad de quienes quedan rezagados en el proceso de selección evolutiva que tanto le gusta mencionar al propio Hayek. Son estas lógicas de poder las que también dejan en un lugar secundario al intelectual que podría plegarse a las ideas liberales, especialmente si no son economistas, además de que precisamente la defensa de intereses, especialmente económicos, por sobre las creencias, le ha puesto una barrera a la circulación de ideas liberales.
En el propio mundo liberal también se cae en la comodidad, en un fenómeno advertido por Nietzsche debido justamente al papel preponderante del culto dogmático a la razón en occidente, durante el siglo XIX. El otro punto que pone en cuestionamiento el armado discursivo-práctico del liberalismo en el campo público son las alianzas históricas que establece con el conservadurismo, muchas veces de carácter autoritario, a la hora de elaborar programas o plataformas de alcance político. El triángulo hayekiano, donde a los liberales les conviene tener un matrimonio por conveniencia con el conservadurismo, y hasta con grupos nacionalistas (como en el caso de algunos países latinoamericanos con los nacional-libertarios), para combatir al socialismo, los a llevado a tener una posición reducida al campo económico dentro de estos programas, no pudiendo pasar de este cerco para ampliarse a otras esferas de la sociedad.
La estrategia del liberalismo, en conclusión, no debería concentrarse exclusivamente en las ideas colectivista que percibe como hegemónicas en las sociedades actuales, sino que también debería considerar los aspectos contraproducentes que genera la entronización del constructivismo racional, desdeñando la carga de creencias que históricamente persisten entre los hombres, así como además tomar en cuenta el tipo de alianzas que establecen con sectores conservadores y autoritarios, que se aprovechan justamente de las hegemonías que históricamente tienen en el orden público, pues en la práctica sus ideas también terminan siendo reducidas a un grado tal que la opinión público no puede identificar positivamente por completo, porque el estar sujeto en alianza con el conservadurismo, en la mayoría de las ocasiones, termina reduciendo las posibilidad de ofrecer alternativas novedosas a la población.

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