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domingo, 15 de agosto de 2010

Variaciones en el discurso de la delincuencia intensificará dispositivos de disciplinamiento social

Bastante amplio es el concepto de disciplinamiento social. Algunos autores lo plantean como un factor del desarrollo histórico, mientras que otros desgranan este concepto en clasificaciones y especificaciones particulares, asociándolo con el accionar de diferentes dispositivos que operan a la hora de establecer y distribuir el Poder del Estado y de los grupos dominantes en la sociedad. Las raíces modernas del concepto las encontramos en los albores de la modernidad, especialmente a partir de la obra "El Leviatán" de Thomas Hobbes, donde se plantea la modena necesidad de domesticar los instintos.
El control del estado de naturaleza (el hombre, lobo del hombre) significa la sujeción de las voluntades individuales -y de sus cuerpos- a costa de objetivos más generales, cuyo sistema de decisiones se definen desde la cúpula del Estado, el portador de la razón instrumental que permitió sentar las bases para el desarrollo de las civilizaciones occidentales-industriales. De Kant a Hegel el paso es corto, por lo que el post estructuralismo de Foucault reconoce en la razón hegeliana, y su espíritu de modernidad, el lugar donde el cual se esconden los dispositivos del disciplinamiento social.
Esta es una ley perenne en las relaciones político-sociales y que sólo ha cambiado de disfraz, bajo diversos calificativos (dictadura del proletariado, contrato social, Estado burocrático, Estado liberal-democrático, Estado de bienestar, regímenes de seguridad nacional, revolución bolivariana, gobierno de la Sharia, etc.), pero que nunca han desechado la tentadora idea del dominio mediante diferentes subterfugios verbales como: "desarrollar la identidad nacional"; "luchando, creando, poder popular"; "restaurar el orden conservador"; "cumplir los valores revolucionarios"; "crear poder popular"; "avanzar en el crecimiento económico", "llegar a ser un país desarrollado" y otros slogans.
Es bajo esta lógica que podemos comprender el direccionamiento del Poder en los procesos de cambio social y en los experimentos económicos y socio-políticos. Desde 1973, la idea del disciplinamiento social en Chile ha cambiado de matriz: La instauración por la fuerza de un modelo económico que, paralelamente, impidió la organización manifiesta de voces disidentes.
Algunos sociólogos clasifican este período bajo la categoría de los dispositivos del Terror y de mercantilización (Moulian 1996); dispositivos en dictadura y post dictadura (Guerrero 2004), mientras que otras obras nos hablan del disciplinamiento social entendido bajo las figuras de la capacitación laboral juvenil, los bajos salarios de la economía local y la informalidad del trabajo sumergido.
Lo cierto es que esta fragmentación del disciplinamiento social va de la mano con la multiplicidad de formas de producir conocimiento, en una dinámica de permanente irrupción, interrelación y superación de saberes destinados al control de los individuos. La forma de producción por excelencia son los dispositivos discursivos que inyectan vida al concepto del disciplinamiento social y, en ese sentido, nos concentraremos en el dispositivo de la delincuencia como otra expresión tendiente a disciplinar las subjetividades de la población.
Como es sabido, el concepto de seguridad ciudadana reemplazó al de la seguridad nacional al de seguridad interior del Estado, llevado a cabo por el régimen militar y la derecha civil, reduciendo el término al objeto de la delincuencia como una de las grandes sombras generadas por la apertura democrática y al desempleo. La instalación del discurso que masifica la delincuencia de un año a otro (1989-1990) responde a un proceso de construcción estratégica de carácter mediático que fue realizada por tres actores claves: Medios de Comunicación convencionales, partidos políticos de derecha e instituciones civiles como Paz Ciudadana, Libertad y Desarrollo y Adimark, entre otros think tank.
El principal fruto de esta dinámica se reflejó en la percepción ciudadana en torno a concepto construido de la victimización. De hecho, durante veinte años nos hemos acostumbrado a leer titulares que hablan del aumento de la delincuencia desde el punto de vista de las subjetividades (percepciones), en vez de hechos concretos (número de delitos realizados efectivamente). La confusión al respecto ha permitido que el concepto de seguridad ciudadana y -posteriormente- llamado seguridad pública, se relacione con la protección del derecho de propiedad, tanto de los propios cuerpos como de los bienes materiales individuales y/o familiares, desplazando a otros elementos tan importantes como el acceso a bienes y servicios públicos, que también forman parte de este tipo de seguridad civil.
En este sentido, una vez instalado un gobierno de derecha en la administración del Estado se ha dado vida a otro proceso: La disminución de las cifras de delincuencia por arte de magia en menos de seis meses. Según los datos de la misma Paz Ciudadana con Adimark, el temor de la población en torno al objeto de la delincuencia bajó de 17% a 13% en el último año, mientras que el índice de victimización también bajó en un punto. Como se observa, se sigue aplicando esta lógica, podremos suponer futuras disminuciones en el tratamiento del fenómeno de la delincuencia, lo cual presenta una serie de potenciales modificaciones en la construcción y direccionamiento de este dispositivo discursivo de disciplinamiento social. La primera es la posible extrapolación de la figura del delincuente hacia otros actores de la sociedad como es la incipiente presencia de grupos de inmigrantes, un segmento de las comunidades mapuches y otros grupos sociales organizados que no se sienten identificados con el modelo global de administración del país. Si bien esta opción ha sido llevada a cabo por el Estado concertacionista, la actual administración está aumentando la extrapolación de la figura del delincuente, como se aprecia en los allanamientos a los centros okupas y en interminable conflicto de algunas comunidades mapuches con el Estado.
Ya hemos sido testigos en los últimos años de las distorsiones semánticas construidas para deslegitimar y estigmatizar a ciertas categorías en relación al discurso de la seguridad ciudadana y la delincuencia. La evolución del término sociocultural del "flaite" es un ejemplo de ello. Si a inicios de los noventa esta palabra aludía más bien a la picardía y la astucia informal del personaje popular, a fines de la misma década, el mismo objeto ha cambiado su contenido semántico a favor de la figura del delincuente, y antisocial. Es así como podemos entender la campaña informal "pitéate un flaite".

Probablemente, los mecanismos de disciplinamiento social en torno a la delincuencia cambiarán de intensidad en los próximos cuatro años, tal como sucedió en la transición del gobierno militar al sistema democrático-formalista de los noventa. El punto de ruptura ocurrido con el traspaso del Poder Ejecutivo a la derecha ha dejado, de todos modos, una serie de complejidades que no se han previsto como la incidencia del discurso de seguridad ciudadana en la disminución del capital social en el país puesto que los dispositivos discursivos en torno a la delincuencia han afectado las relaciones cotidianas de confianza entre las personas.

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