Incoherente resulta ver cómo el
marxismo pretende partir por la crítica a la religión para iniciar el
desmantelamiento de las alienaciones que aprisionan al hombre y a la sociedad.
Y es que el llamado “socialismo científico” propagado por Marx tiene una enorme
y alta sintonía con la estructura y rasgos del pensamiento y la práctica
religiosa: Tendencia ineludible a la feligresía, ortodoxia teórica
reduccionista -al estilo de los dogmas del catolicismo-, culto a la
personalidad, fijación rígida a cierta literaturas, pretensiones moralizantes,
filosofía del otro entendido como un contrario si no comparte el dogma,
aparición de “renegados” o anatemas como los “renovados” creación de mitos y
recurrencia a la martirología, entre otros muchos aspectos.
Todos estos aspectos confluyen en
lo que M Podarowsky acertadamente ha denominado la “marxistización de la
teología”, lo que también podría ser la “teologización del marxismo”. A nuestro
juicio, esto se produce por la pretensión de cambio radical del hombre que
buscó Marx, algo que la práctica teológica ha buscado con más siglos de
anticipación.
El deseo de cambio ontológico es
un imán para la humanidad y esa era la aspiración de Marx, por lo que buscó
reemplazar el medio para lograr esto, desde la religión hasta el “socialismo
marxista”, aunque no consideró que justamente la condición humana no desarrolla
su libertad a partir de interpretaciones dogmáticas, tal como sucede con la
religiosidad y con los intransigentes seguidores del marxismo. Quizás esto fue
lo que llevó al mismo Marx a plantear, al final de su vida, que “lo único que
sé es que no soy marxista”. En otras palabras, parece que el filósofo huía de
lo que apreciaba como una incipiente alienación marxista, que posteriormente se
profundizó con las décadas.
No por nada las críticas al
trabajo de Marx, que hablan de su influencia talmúdica, en la analógica
relación de la teoría del comunismo con el advenimiento mesiánico, constituyen
una base sólida para conectar el fenómeno de la religiosidad y el contenido
teórico y práctico del marxismo. El marxismo también se vive como una forma de
vida interior que apunta al exterior. Su subjetividad se vive como un estilo de
vida “consecuente”, como la idea de la santidad, mantenerse apartado del mundo
o del capitalismo que lo domina.
Si existe un punto que conecte
ambas esferas ese es el dogma. La verdad absoluta que plantea el marxismo
guarda una similitud con el catolicismo europeo: Ambos utilizan un criterio
reduccionista de la realidad, que busca explicar una solución para todas las
esferas de la actividad humana.
La tendencia a la feligresía se
verifica en el perfil de los autodenominados marxistas: La teoría de Marx es la
verdad, sin lugar a dudas, porque es “científica”. La fe, la certeza de lo que
se espera, es reemplazada por la filosofía materialista y su método dialéctico
e histórico. Nada puede escapar de estos marcos, todo es explicable desde esta
perspectiva y, si no se puede avanzar en ello, el objeto se desecha y es
catalogado como una desviación o anatema.
La ortodoxia teórico
reduccionista acomoda todos los objetos de la sociedad a un punto de vista y el
marxismo clásico ha sido experto en autodefinirse como “la única herramienta de
interpretación de la realidad”. El español Eduardo Trías ejercitó el reduccionismo
de Marx a partir del concepto de mercancía, lo que efectivamente es la base
para el determinismo economicista del marxismo respecto a la sociedad. Esta
genealogía, que muchos de los feligreses de Marx no entienden, reduce la
complejidad de las interacciones sociales al prisma teórico marxista y, de ahí,
se revela su incapacidad para explicar fenómenos como el feminismo, el
ambientalismo, la autonomía de la sociedad civil y la emergencia de
organizaciones ciudadanas, a las que el marxismo menosprecia por no poder
encasillarlas en su armado teórico.
En caso contrario, se cae en un
análisis simplista y de sentido común de las realidades múltiples en que se
mueven las sociedades. Otro ejemplo de reduccionismo sería intentar explicar
los modelos de capitalismo de Estado como “socialismos”, tal como ocurrió con
la experiencia soviética y en otras alrededor del mundo, donde los movimientos
de liberación nacional fueron absorbidos y reemplazados por un discurso
“socialista o comunista”. Un ejemplo de esto se da con la insistencia de
catalogar como “revoluciones” a las rebeliones islámicas, cuando estas son
movidas por la teocracia que plantea el Corán.
El culto a la personalidad es
otro rasgo que acerca a la cultura del marxismo con la del catolicismo, una
suerte de cultura popular de reconocimiento al líder, al personaje iluminador,
el portador de la ilustración marxista, que se explica como una liberación. En
el ex bloque soviético se vivió así en las formas culturales de América Latina
lo demuestran también entre quienes se defienden a los rostros de la historia
del marxismo local, como el Che Guevara, Allende, Castro y Chávez, como
pontífices. La apologética entre el marxismo y el catolicismo calza. No
hablaremos de la cantidad de monumentos creados por manos humanas a los líderes
de las llamadas revoluciones socialistas o comunistas.
La filosofía de diferenciación
del otro, como contraparte, en el marxismo se refleja en discursos oficiales
que integran una calificación negativa del adversario de carácter moral. Los
burgueses, capitalistas, imperialistas, reaccionarios y otros epítetos son
categorías que encierran la religiosidad del marxismo. Los que no siguen los
postulados del marxismo, ni sus derivaciones son catalogados como “alienados”,
personas equivocadas que no han tomado conciencia de la verdad del socialismo
científico.
Esto da paso al surgimiento de
los renegados, como el universalmente conocido Kautsky, inmortalizado por
Lenin, para después seguir con una kilométrica fila de personalidades que
representan a los adversarios, o sea a la satanización del que disiente de los
postulados. Esta categoría sufre de insultos ad hominen o de la conocida
animalización: “cerdos capitalistas”, “gorilas imperialistas”, perros
burgueses” y otros.
La creación del mito es un
aspecto genealógico de borrón y cuenta nueva en las revoluciones triunfantes
que son catalogadas de “socialistas o comunistas”. El origen del nuevo hombre y
la nueva sociedad nace con el pecado original del capitalismo, que sería la
serpiente que tentó a los hombres y los llevó a la perdición de sí mismos, por
lo que sus propias cadenas serían liberadas por el mesías colectivo del
proletariado, por el pueblo o las masas, las que –paradojalmente- se
personalizan en un conductor o politburó.
En la martirología se ha hablado de la “relación subterránea”
(Luis Pino 2011) entre el marxismo y el cristianismo católico, entre las capas
populares, mediante términos como sacrificio, muerte, mártir, redención y
redención, lo que permitió la popularización de la filosofía marxista se
presentara como una confesión de fe, como advirtió Tomás Moulian (1982). El
paso de la confesión a la mística revolucionaria supone el sacrificio de unos
para el bien de la “revolución”. La lógica de una militancia sacrificial que,
en caso de muerte, debe servir para
dejar un legado entre los demás seguidores. El mártir de origen marxista tiene
por función entregar un mensaje, tal como se registró siglos antes en la
conformación de la escatología católica.
2 comentarios:
Como reflexión filosófica esta excelente, el problema es ser reduccionista también para hablar de los marxistas como si fueran un todo hegemónico que no lo es, primero que nada debemos tener en cuenta que Marx es un gran filosofo, ahora tendemos a ver a marx desde la economía por que su claridad para entender como funciona el capitalismo cuestión que ha sido aprovechada exititosamente por los estudiantes de economia especialemnte hasta hoy pero poco visto desdde el punto filosófico, en la última página de los escritos económico filosóficos de 1844 es transversal para entender la profundidad de los pensamientos del filosofo, que en ningún momento nos habla de dogma ni de fe sino de espèranza en ver a un hombre estrechar la mano de otro hombre mirando a los ojos del otro con la igualdad de las condiciones que te da la educación , la cultura y el arte sin la cual estaras en desventja respecto del otro. Ahora la cuestión es que el proceso de construcción de una sociedad mas justa, con igualdad, libertad y farternidad pregonizada por la revolución francesa no ha sido conseguido nunca por los teólogos decimónicos del capital, no existe el dogma , no existe la sociedad perfecta sino las que se construye paso a paso como proceso y como progreso integral de la humanidad, ahora amigo mio ¿Desde donde estas hablando?Lo que creímos en una sociedad distinta no vemos a Marx como un absoluto sino como uno mas en el paso de la construcción de una vida simplemente mas justa, que construimos entre todos, es cierto el análisis de una parte de las realidad no de Marx sino de algunos marxistas pero solo cuidado en ser reduccionista también con Marx y con el marxismo. Desde las costa caribe colombiana Mario Alejandro Vergara Leiva licenciado y Maestro en Bellas Artes.
Justamente el análisis pretende criticar a la interpretación que se ha dado en la obra de Marx en algunos círculos más ortodoxos, más que al contenido elaborado por Marx en algunos campos, como la economía. Como bien dices existe una variada hermenéutica marxista, y el problema -a mi juicio- es que algunas sufren no consideran el aspecto libertario, no desde el punto de vista liberal, sino que desde la perspectiva del anarquismo libertario. Saludos
Publicar un comentario