Es recurrente
apreciar en las corrientes influenciadas rígidamente por el marxismo, un
desdén al concepto de ciudadanía y de sociedad civil, además de los espacios públicos
en que se desenvuelven. Esto nos lleva a buscar una mínima noción de lo que los
marxistas consideran como el espacio público o político burgués.
La llamada publicidad burguesa, según Marx, encuentra sus
raíces en la emancipación o liberación política que destruye las relaciones
sociales de producción feudalista
instaura, sobre sus ruinas, una instancia jurídico-política que
–supuestamente- expande el espacio público a un espectro más amplio, “de
incumbencia general del pueblo”. Es decir,
la publicidad burguesa define una nueva relación entre la sociedad
política y la sociedad civil: Esta última se desliga de los ropajes del señorío
feudal o, más bien dicho, de la clase política que constituía el Estado.
En esos momentos, la nueva relación se centra en la
autonomía individual respecto a los elementos constituyentes del Estado. Las
antiguas unidades tradicionales de dominación se han atomizado y surge aquella
que sostiene al individuo “separado” del poder político, que se concentraba en
todos los aspectos de la vida civil. También nacen las instancias ideológicas
que “integran elementos materiales y espirituales que forman el contenido vital
de los individuos”, quienes tienen la posibilidad de ser partícipes en la
esfera de la comunidad. Todos los asuntos públicos son susceptibles de una
participación del sujeto generalizado,
con lo que la política se ha abierto al hombre común.
Sin embargo, y aquí reside la operación intelectual de Marx
y su consiguiente crítica, esta nueva definición de lo público en la práctica
entraña las contradicciones entre un idealismo de Estado que promete una mayor
incorporación política del individuo en general a través de las
superestructuras creadas por la infraestructura económica. Este supuesto
participativo se centra en los procesos productivos de la sociedad para
satisfacer sus necesidades de desarrollo y así consolidar la idea de libertad
dentro de la sociedad misma. La participación se entiende como la práctica de
la sociedad civil determinada por actividades materiales de consumo que dan
forma al espacio público, la publicidad. Estas actividades de la sociedad
civil, unidas a instancias ideológicas definidas por la nueva clase dominante
burguesa de fines del siglo XVIII, se presentan como si fueran de interés
general, con lo se va estructurando una “falsa conciencia”, que se incrusta en
el devenir de lo político, a partir de la opinión pública.
Esta dinámica fenomenológica posibilita el nacimiento de un
hombre basado en el cálculo egoísta que, según Marx, “ha hecho de la dignidad
personal un simple valor de cambio”, constituyendo una categoría antropológica
social que arma el tejido social que sustenta al Estado burgués de derecho, en
general, y al espacio público que se ha creado, en particular. Marx concentra
su crítica en la instancia jurídico-política que legitima a las relaciones
sociales de producción que han configurado los grupos burgueses, puesto que
esta plantea la existencia de un hombre universal, un ciudadano del Estado que,
por ende, es reconocido en el espacio público.
Marx, de este modo, se sumerge en el análisis crítico de las
leyes burguesas que consagran los derechos del hombre, ya que estas en su
manifestación práctica contemplan el desarrollo de facultades individuales que.
Inevitablemente, conllevan el retraso de otros individuos estancados en sus
necesidades, rezagados en el proceso productivo de la división social del
trabajo, debido a las condiciones socioeconómicas que reproducen el sistema
capitalista. Tomemos por ejemplo el caso de la propiedad privada, en palabras
del filósofo alemán: “Es el derecho de todo ciudadano de gozar y disponer a su
antojo de sus bienes, rentas, de los frutos de su trabajo y de su industria”.
A partir de este caso, Marx infiere que los denominados
derechos humanos apuntan al predominio de la alienación humana sobre el
desarrollo genérico del hombre. Los derechos humanos, de esta forma, son los
derechos cívicos de los miembros de la burguesía, siguiendo su análisis. Esta
existencia contradictoria pone de relieve el desarrollo de un hombre replegado
a sí mismo, con un alto grado de individualismo, que tiene el verdadero acceso
a los derechos políticos y que disfruta, a fin de cuentas, de una libertad
real. Pero, por otro lado, existe un hombre idealizado, al margen del espacio
público de la política, cuyos intereses son incompatibles con las decisiones de
facto que se dan en el Estado; este sería el llamado ciudadano común y
corriente, el “hombre de la calle” que goza de una formalizada libertad.
El contenido de los derechos políticos, entendidos como la
supuesta participación de la comunidad en las decisiones públicas, es relativo
debido a la existencia de un espacio público sumamente formalizado. La crítica
marxista a la publicidad burguesa se inclina hacia la dicotomía entre las
oportunidades de participación que presupone y que, en la práctica, son
captadas por la figura del propietario privado, alguien que está escindido de
la comunidad y que se el burgués, en tanto que tiene un raciocinio de lo
público sobre la base de sus intereses egoístas y que tiene una participación
real en el Estado.
De acuerdo a Marx, la publicidad burguesa idealiza a un
hombre genérico, que se ejemplifica en la Declaración Universal de Derechos
Humanos. Este espacio público se expande en las subjetividades, estableciendo
una forma de dominio público que se basa en la existencia política de un grupo
social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario