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domingo, 5 de mayo de 2013

Cómo se entiende el espacio público desde la óptica marxista

Es recurrente  apreciar en las corrientes influenciadas rígidamente por el marxismo, un desdén al concepto de ciudadanía y de sociedad civil, además de los espacios públicos en que se desenvuelven. Esto nos lleva a buscar una mínima noción de lo que los marxistas consideran como el espacio público o político burgués.
La llamada publicidad burguesa, según Marx, encuentra sus raíces en la emancipación o liberación política que destruye las relaciones sociales de producción feudalista  instaura, sobre sus ruinas, una instancia jurídico-política que –supuestamente- expande el espacio público a un espectro más amplio, “de incumbencia general del pueblo”. Es decir,  la publicidad burguesa define una nueva relación entre la sociedad política y la sociedad civil: Esta última se desliga de los ropajes del señorío feudal o, más bien dicho, de la clase política que constituía el Estado.
En esos momentos, la nueva relación se centra en la autonomía individual respecto a los elementos constituyentes del Estado. Las antiguas unidades tradicionales de dominación se han atomizado y surge aquella que sostiene al individuo “separado” del poder político, que se concentraba en todos los aspectos de la vida civil. También nacen las instancias ideológicas que “integran elementos materiales y espirituales que forman el contenido vital de los individuos”, quienes tienen la posibilidad de ser partícipes en la esfera de la comunidad. Todos los asuntos públicos son susceptibles de una participación del sujeto generalizado,  con lo que la política se ha abierto al hombre común.
Sin embargo, y aquí reside la operación intelectual de Marx y su consiguiente crítica, esta nueva definición de lo público en la práctica entraña las contradicciones entre un idealismo de Estado que promete una mayor incorporación política del individuo en general a través de las superestructuras creadas por la infraestructura económica. Este supuesto participativo se centra en los procesos productivos de la sociedad para satisfacer sus necesidades de desarrollo y así consolidar la idea de libertad dentro de la sociedad misma. La participación se entiende como la práctica de la sociedad civil determinada por actividades materiales de consumo que dan forma al espacio público, la publicidad. Estas actividades de la sociedad civil, unidas a instancias ideológicas definidas por la nueva clase dominante burguesa de fines del siglo XVIII, se presentan como si fueran de interés general, con lo se va estructurando una “falsa conciencia”, que se incrusta en el devenir de lo político, a partir de la opinión pública.
Esta dinámica fenomenológica posibilita el nacimiento de un hombre basado en el cálculo egoísta que, según Marx, “ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio”, constituyendo una categoría antropológica social que arma el tejido social que sustenta al Estado burgués de derecho, en general, y al espacio público que se ha creado, en particular. Marx concentra su crítica en la instancia jurídico-política que legitima a las relaciones sociales de producción que han configurado los grupos burgueses, puesto que esta plantea la existencia de un hombre universal, un ciudadano del Estado que, por ende, es reconocido en el espacio público.
Marx, de este modo, se sumerge en el análisis crítico de las leyes burguesas que consagran los derechos del hombre, ya que estas en su manifestación práctica contemplan el desarrollo de facultades individuales que. Inevitablemente, conllevan el retraso de otros individuos estancados en sus necesidades, rezagados en el proceso productivo de la división social del trabajo, debido a las condiciones socioeconómicas que reproducen el sistema capitalista. Tomemos por ejemplo el caso de la propiedad privada, en palabras del filósofo alemán: “Es el derecho de todo ciudadano de gozar y disponer a su antojo de sus bienes, rentas, de los frutos de su trabajo y de su industria”.
A partir de este caso, Marx infiere que los denominados derechos humanos apuntan al predominio de la alienación humana sobre el desarrollo genérico del hombre. Los derechos humanos, de esta forma, son los derechos cívicos de los miembros de la burguesía, siguiendo su análisis. Esta existencia contradictoria pone de relieve el desarrollo de un hombre replegado a sí mismo, con un alto grado de individualismo, que tiene el verdadero acceso a los derechos políticos y que disfruta, a fin de cuentas, de una libertad real. Pero, por otro lado, existe un hombre idealizado, al margen del espacio público de la política, cuyos intereses son incompatibles con las decisiones de facto que se dan en el Estado; este sería el llamado ciudadano común y corriente, el “hombre de la calle” que goza de una formalizada libertad.
El contenido de los derechos políticos, entendidos como la supuesta participación de la comunidad en las decisiones públicas, es relativo debido a la existencia de un espacio público sumamente formalizado. La crítica marxista a la publicidad burguesa se inclina hacia la dicotomía entre las oportunidades de participación que presupone y que, en la práctica, son captadas por la figura del propietario privado, alguien que está escindido de la comunidad y que se el burgués, en tanto que tiene un raciocinio de lo público sobre la base de sus intereses egoístas y que tiene una participación real en el Estado.
De acuerdo a Marx, la publicidad burguesa idealiza a un hombre genérico, que se ejemplifica en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Este espacio público se expande en las subjetividades, estableciendo una forma de dominio público que se basa en la existencia política de un grupo social.

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