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viernes, 24 de junio de 2016

Interpretación para Chile de la teoría de la élites de la escuela italiana

La existencia de las élites es un objeto de estudio a la hora de ver las crisis de la sociedad política o la llamada clase política o dirigente, especialmente cuando al interior de estas se incrustan las prácticas de nepotismo, corporativismo y auto referencialidad, como uno de tantos elementos sujetos al análisis.
Desde Maquiavelo la teoría de las élites se identifica con la escuela italiana de politólogos y sociólogos,tomando forma con la figura del príncipe que es asistido por los nobles: “El principado pueden implantarlo tanto el pueblo como los nobles, según que la ocasión se presente a uno o a otros. Los nobles, cuando comprueban que no pueden resistir al pueblo, concentran toda la autoridad en uno de ellos y lo hacen príncipe, para poder, a su sombra, dar rienda suscita a sus apetitos”.
La instalación de las élites para generar, reproducir y mantener el dominio en Maquiavelo contempla el principio dual que debe tener el príncipe en sus roles de león y zorro para asegurar su dominio: “Digamos primero que hay dos maneras de combatir: una, con las leyes; otra, con la fuerza. La primera es distintiva del hombre; la segunda, de la bestia. Pero como a menudo la primera no basta, es forzoso recurrir a la segunda. Un príncipe debe saber entonces comportarse como bestia y como hombre”.
En otras palabras, el plan de acción de los encargados de administrar el dominio se bifurca en el uso de la fuerza física y en la entrega de un orden de leyes que establezca ciertos derechos para obtener consensos. Traducido en las teorías del Estado moderno esto se traduce en la necesidad de contar con aparatos destinados a generar coerción, con el uso de la represión, y otros aparatos destinados a generar cohesión, con el uso ideológico.
Pero es en la fase de la modernidad del siglo XIX e inicios del siglo XX cuando surge un concepto más elaborado de élites, que incorpora los principios del darwinismo social, identificando a las élites como las más fuertes, bajo la óptica del realismo a la que dice seguir Vilfredo Pareto, quien tiene una línea de pensamiento parecida a la de Nietzsche en la asociación entre la fortaleza y la aristocracia como un bien cualitativo de superioridad. “La sociedad tiene una estructura elitista, en que las masas son incapaces de gobernarse, que la élite (dada la ley de la competencia y de la consecuente selección de los más fuertes) está destinada a ascender y a decaer (teoría de la circulación de las élites)”, afirma.
Pareto plantea que las élites no tienen un carácter permanente en el tiempo, sino que están sujetas a ser removidas del poder al cual han accedido, además de que tienen la capacidad de establecer el dominio en diferentes esferas de actividad humana, por lo que guardan un alcance más allá de la concepción de clase social. Reconoce un rasgo de heterogeneidad en torno al concepto de élite: la gobernante, que se divide entre los que dominan por la fuerza y utilizan la astucia, influenciado por la metáfora de Maquiavelo sobre el león y el zorro; la élite política, que se divide en materialistas e idealistas; la élite económica, bifurcada entre especuladores y rentistas; la élite intelectual, que se ramifica entre escépticos y dogmáticos.
La concepción pareteana de la élite se basa en la selección de las mejores capacidades, tiene una acepción desmarcada de la noción de estructura de clase, lo que no es compartido por Gaetano Mosca, quien se inclina por dejar el alcance de la élite dentro de un grupo que funciona en base al dominio social. Ambos autores comparten eso sí la idea de la minoría sobre la mayoría.
Así, con esta distinción, en Chile es posible identificar cambios de forma en la élite política, como en 1970 con el ascenso del gobierno de la Unidad Popular, en que una élite o grupo de individuos escogidos se propuso sacar de la administración del Estado a otro grupo, bajo el componente ideológico de la clase social. El golpe de Estado de 1973 trajo una nueva forma de Gobierno, la dictadura cívico-militar en que otra élite reemplaza por la fuerza a la anterior, estableciendo un programa refundacional del sistema-país. Posteriormente la circulación de la élite se volvió a detonar en 1990, cuando asume un nuevo contingente de “escogidos” que reemplazaron a la élite militar y civil que gobernó en dictadura.
Mientras Pareto aporta el modelo de circulación continua de élite, de ascenso y caída, Gaetano Mosca asocia a la élite con el concepto clase política, señalando que su carácter hereditario, por lo que les asigna un rasgo más permanente respecto a la circulación que les atribuye Pareto. “Todas las fuerzas políticas poseen como cualidad, lo que en física se llama la fuerza de inercia, la tendencia a permanecer en un punto y en el estado en el cual se encuentran.  El  valor  militar  y  la  riqueza  fácilmente,  por  tradición  moral  y  material,  se mantienen en ciertas familias; la práctica de los grandes cargos, los hábitos y la aptitud al tratar los asuntos  de  importancia  se  adquieren  más  fácilmente cuando  desde  pequeño  se  tiene  con  ello familiaridad”.
En su análisis Mosca menciona que en ciertos países, como el caso chileno, “encontramos castas hereditarias; la clase gobernante está definitivamente restringida a un cierto número de familias y el nacimiento es el único criterio que determina la entrada a la clase o la exclusión de la misma”. Entonces, el principio de fuerza de inercia de las élites le otorga un carácter más estructural a las élites en determinadas sociedades, lo que se relaciona con el concepto de clase dominante, desde la perspectiva de una estructura de clases definida.
Estas condiciones se aprecian desde la consolidación del Estado Nación chileno, en la segunda mitad del siglo XIX, especialmente con el incipiente proceso de acumulación primitiva de capital alrededor de la agricultura y la minería, donde surgen conspicuas familias que adquieren un poder económico y social que estuvo representada por el Partido Conservador y el Partido Liberal, el que se profundizó con la emergencia de la oligarquía salitrera, que amplificó los circuitos del poder económico-comercial y político de determinados clanes familiares.
“Cuando vemos en un país establecerse una casta hereditaria que monopoliza el poder político, se puede estar seguro que un status de jure (estado de derecho) fue precedido por un status de facto (estado de hecho). Antes de proclamar su derecho exclusivo y hereditario al poder, las familias o castas poderosas debieron tener bien sólido en sus manos el bastón del mando, debiendo, monopolizar absolutamente todas las fuerzas políticas de la época y del pueblo en el cual se afirmaron; de otra forma una pretensión de éste género hubiera suscitado protestas y luchas sangrientas”, explica Mosca.
El paso de un estado de facto, de fuerza se aprecia en Chile desde los albores de la República, cuando un grupo de individuos toma el control del Estado y de la sociedad por la fuerza, a través de la vía militar, cuyo primer germen moderno fue el orden autoritario portaliano, formado por el movimiento dieguista de los pelucones conservadores financiados por Diego Portales. Este momento marca la posterior configuración de Estados de derecho en el país, aunque siempre avanzando a punta de golpes de Estado por parte de los descendientes de las familias peluconas, que también irían incorporando a otras familias a lo largo del siglo XIX.
Durante el siglo XX el actuar de las élites en Chile sobre el sistema político y de partidos fue tomando las características advertidas por Robert Michels, en el sentido de que toda organización conduce a la oligarquía: “En toda organización, ya sea un partido político, de gremio profesional u otra asociación de ese tipo, se manifiesta la tendencia aristocrática con toda claridad”.
Esto es lo que se denomina como la “Ley de hierro de la oligarquía”, por cuanto “la organización es la que da origen al dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores. Quien dice organización, dice oligarquía”.
Así, podemos concluir que tanto la élite política en Chile, representada en el sistema político-partidista, como la élite económico-empresarial, representada en las asociaciones gremiales, tienen el elemento en común los lazos familiares, como plantea Gaetano Mosca, formando una clase dirigente conducida por la Ley de Hierro de la Oligarquía, con una autoreferencialidad y mecanismos de defensa que se reconocen en la proclamación de derechos exclusivos y hereditarios para la administración del poder, la cual se ramifica en otras esferas de la sociedad.

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