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sábado, 18 de agosto de 2018

La liberación desde Marcuse para entender el lenguaje inclusivo de género

Varios son los elementos que han hecho perder al concepto de libertad su validez ante el desarrollo de la sociedad industrial, lo que para un liberal clásico sería un sacrilegio, puesto que se cuestiona uno de los fundamentos de su construcción del mundo: la negación del reduccionismo económico con que se instalada para explicar el orden de cosas existentes a nivel material (con la producción y el intercambio).
Herbert Marcuse en su ensayo "Sobre la liberación", profundiza su análisis del hombre unidimensional, extendiendo su crítica a la producción de subjetividad de lo que denomina como el capitalismo industrial de los países desarrollados en la segunda mitad del siglo XX, en una crítica a la cultura que se genera y que termina ahogando el pensamiento libre, algo que ciertas corrientes liberales identifican exclusivamente con el ordenamiento económico-productivo.
Hay un orden biopolítico en los efectos del capitalismo industrial en Marcuse, quien disocia este tipo de sociedad con una sociedad libre, ya que señala que en esta última no se afectan las necesidades y satisfacciones del hombre "con las exigencias del lucro y de la explotación". A esto el filósofo alemán lo llamará una adaptación orgánica enraizada. El fundamento de esta clase de subjetividad lo encuentra en el afán competitivo y el ocio estandarizado, además de los constructos culturales de estatus, privilegio, poder y el encanto de una estética comercializada, lo cual destruye a quienes viven en este ámbito la disposición misma de la alternativa, coartándose la libertad. Liberarse de aquello pasa por subvertirse contra "la voluntad y los interesas prevalecientes de la gran mayoría de la gente". Es aquí donde está el sacrificio que supone la liberación, pues significa superar los límites de esta adaptación orgánica que tiene una condición de mercancía, que es el ingrediente de control social sobre la conducta y la satisfacción.
Es así como Marcuse avanza hacia una nueva sensibilidad a partir de la negación de lo establecido y su moralidad y cultura: "la estética como forma posible de la sociedad libre".Y una de las formas de expresión de esta condición la reconoce en la disolución de los valores estéticos monopolizados por las formas dominantes de la sociedad industrial, en que ha surgido una razón represiva, a la cual se opone una conciencia radical que entrega nuevos límites y oportunidades a la libertad.
Es este el contexto que nos interesa: Para Marcuse, "la negación radical del orden establecido y la comunicación de la nueva conciencia dependen cada vez más ineluctablemente de un lenguaje peculiar, ya que toda comunicación se halla monopolizada y validada por la sociedad unidimensional. Sin duda, en su "materia prima", el lenguaje de la negación siempre ha sido el mismo que el lenguaje de la afirmación; la continuidad lingüística se reafirmaba después de cada revolución".
Más de cincuenta años después el lenguaje de la negación forma parte de las estrategias de resistencia. Ejemplos de ello tenemos en las formas lingüísticas que nace en las zonas de exclusión urbanas, en grupos rezagados en los procesos de integración al mundo del trabajo, como jóvenes, especialmente en estudiantes organizados, y mujeres, especialmente en la expresión del feminismo, desde donde la idea del lenguaje inclusivo es denostada, rechazada y ridiculizada por el orden del sentido común vinculado al convencionalismo.
El lenguaje juvenil de sectores marginales también es objetado en los primeros años de circulación, al igual que el lenguaje carcelario que se extiende por las calles. Ello plantea la descripción de "ruptura del orden lingüístico del orden establecido" que identifica Marcuse, señalando que es un fenómeno conocido el hecho de que los grupos subculturales "desarrollen su propio lenguaje, sacando de su contexto las inofensivas palabras de comunicación cotidiana para designar objetos o actividades convertidas en tabús por el sistema establecido". Así fue hecho, por ejemplo, con el lenguaje popular surgido en torno al tema sexual, en que las voces establecidas critican con espanto la vulgarización lingüística en torno al acto sexual.
La rebelión lingüística cuestiona los contextos ideológicos en que se usan las palabras, explica el filósofo alemán, negando lo establecido. Es por eso que cuando surgen nuevos lenguajes en torno a relaciones de dominio establecidas por siglos, como lo son las del hombre con la mujer, lo que queda de manifiesto con la incomodidad de amplias capas de la población que expresan su rechazo a simples palabras como "todes le socieded", que forman parte del lenguaje inclusivo de género. Dicha oposición no responde tanto al nuevo lenguaje en sí, como a lo que implica en términos de los temores que produce el cuestionamiento a las relaciones patriarcales, donde muchos hombres y mujeres que aceptan el orden establecido se rehúsan a salir, por miedo al nuevo tipo de relaciones que el lenguaje pretende instalar.
Los nuevos lenguajes que surgen son parte de nuevas sensibilidades y conciencias que proyectan una reconstrucción. Su objetivo, según Marcuse, es "definir y comunicar los nuevos "valores" (un lenguaje en el sentido más amplio, que incluye palabras, imágenes, gestos, tonos). Se ha dicho que el grado en que una revolución va desarrollando condiciones y relaciones sociales cualitativamente diferentes puede quizás sernos indicado por el desarrollo de un lenguaje diferente: la ruptura con el continuum de la dominación debe ser también una ruptura con el vocabulario de la dominación".
El lenguaje como manifestación política también busca una ruptura con lo que Marcuse denomina el "continuum" de la represión; busca instalar nuevas sensibilidades perceptibles; "ligan la liberación con la disolución de la percepción ordinaria y ordenada". La emergencia de nuevas propuestas lingüísticas contra las formas establecidas de cultura y su respectivo entendimiento estético se manifiestan contra las expresiones sublimadas, armoniosas y establecidas por el orden. Es así como se pueden comprender las performances callejeras de mujeres con torso desnudo y con colas de caballos, las cuales en su carácter de rebelión contra lo establecido cumplen con uno de sus objetivos; visibilizarse ante el orden y generar rechazo, incomodidad o estupor desde su interior. Esta performatividad del lenguaje, su capacidad para ejercer una acción, generan rechazo más profundo en la dominación devenida en convencionalismo y normalidad. La rebelión, como liberación en Marcuse entonces hacen ver aspiraciones libertarias que son la negación de la cultura tradicional, es una "desublimación metódica", en palabras del pensador alemán. "Quizás sus ímpetus más fuertes proceden de grupos sociales que hasta ahora han permanecido fuera de todo el campo de la cultura superior, fuera de su magia afirmativa, sublimatoria y justificante: seres humanos que han vivido en la sombra de esta cultura, las víctimas de la estructura de poder que ha sido la base de esta cultura".
La cultura de género es la que adquiere mayor nitidez en la desublimación de la cultura de relaciones de género que persiste, por lo que la imagen del potencial libertario, al cual contribuyen los nuevos lenguajes confrontacionales y de resistencia, es odiada por "los administradores de la represión y sus consumidores (pues) aquélla motiva  la oposición radical y le confiere su carácter extraño y heterodoxo".
La performatividad del lenguaje es ridiculizada por sus destractores, quienes la considera "inmoral", siendo esta una "razón por la que la rebelión toma la forma fantasmal y bufonesca que pone nervioso al orden establecido". Las nuevas formas de expresión del lenguaje también se confrontan a la lingüística política institucionalizada. "Si la oposición radical desarrolla su propio lenguaje, está protestando así espontánea, subconscientemente, contra una de las más efectivas "armas secretas" de la dominación y la difamación. El lenguaje de la Ley y el Orden prevalecientes, validado por los tribunales y la política, no sólo es la voz sino también el hecho de la supresión", afirma Marcuse.
El ingreso de lo estético en el campo político como polo de rebelión supone la inversión de significados y eso genera el temor en lo establecido, donde se ven a las estéticas que irrumpen como un potencial cambio en la moralidad social. Lo que es considerado "bello" por el orden establecido es socavado por expresiones artísticas que no son consideradas aberrantes por la concepción normalizada de las expresiones estéticas. La imaginación que alimenta las manifestaciones artísticas (que no son consideradas arte por el orden tradicional) viene a violar los tabús de la moralidad social, dice Marcuse, por lo que estas formas de expresión son consideradas como "perversión y subversión".
"El contenido social radical de las necesidades estéticas se hace evidente a medida que la exigencia de su más elemental satisfacción se traduce en acción colectiva en una escala ensanchada", señala Marcuse.
Por lo tanto, las acciones como marchas, puestas en escenas dentro de la vía pública que realizan mujeres y jóvenes estudiantes tiene el carácter político que busca instalar una nueva moralidad y sensibilidades que para Marcuse representan una precondición del cambio social, poniendo a prueba la racionalidad represiva del orden establecido, lo cual no solamente se circunscribe a la sociedad industrial de los tiempos de Marcuse, sino que se pueden reconocer en las sociedades periféricas del capitalismo tardío como las de América Latina. La racionalidad administrativa se vuelve regresiva frente a estos fenómenos de expresiones estéticas y lingüísticas que aspiran a la liberación, pues solamente es eficaz para contener estas formas de liberación.
Estas nuevas sensibilidades que ponen a prueba la razón represiva del orden establecido aún mantienen esta lógica de resistencia cuando emergen de tiempo en tiempo, enfrentándose también a la racionalidad de la dominación, identificada por Marcuse, la cual se manifiesta en el sentido común de las personas que rechazan la irrupción del cambio o al cuestionamiento de códigos tradicionales, en que se ha forjado el orden social. 

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