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jueves, 13 de septiembre de 2018

Manipulación política, mercado y la construcción del miedo a la delincuencia

La relación entre la sociedad y el delito, específicamente en las formas en que los individuos y grupos sociales enfrentan este realidad, se ha transformado en un eje de manipulación política gravitante en la modernidad, siendo un factor condicionante para la captura del Estado, debido a que es una preocupación permanente al interior de la sociedad civil y que, de este modo, justifica también el actuar de la sociedad política, ya sea a través de plataformas electorales, que se diluyen en propuestas de políticas públicas que inevitablemente confrontan la libertad con el autoritarismo.
Y es que el tema de la delincuencia y la seguridad individual forman parte también de la relación entre subjetividad y modernización, como se aprecia en el profundo trabajo "El sentimiento de inseguridad", del sociólogo argentino Gabriel Kessler, donde escarba el temor al delito en la cultura latinoamericana actual, identificando más de un elemento que pone aspectos en común en torno al discurso, la subjetivización y la realidad del delito dentro de la sociedad.
El miedo entonces como el temor al otro es una base de este análisis, al cual se agregan otros tipos de temores respecto a otros objetos, como lo son la pérdida de la seguridad y estabilidad económica que todos buscamos dentro de la sociedad, lo cual se va configurando en la interacción y en las negociaciones interpersonales.
Según Kessler, el miedo al delito "atrae y condensa una angustia difusa, conformando un eje al que converge un sufrimiento cuyas causas son otras. La idea de desplazamiento se nutre también de la diferencia establecida por Hume ([1739], 2002) entre causa y objeto de una emoción: el temor sería provocado por algún factor y proyecta luego su sombra sobre otros. Así, una sensación de inquietud y desasosiego generalizado, una visión crítica sobre los avatares y riesgos de la vida moderna, la nostalgia ante la pérdida de una comunidad idealizada o la incertidumbre y conflictividad propias de una sociedad democrática tenderían a converger en el delito".
La convergencia entre miedo individual y colectivo frente al delito es fundamental, lo que lleva a Kessler a sostener que este sentimiento aflora "dentro de una cultura afectiva, de un relato sobre la inseguridad más general y en el que la interacción social es central".
El miedo se comparte social y culturalmente, teniendo también un aspecto comparativo que surge en la experiencia de las personas. Tiene una respuesta individual, pero que también se construye socialmente, específicamente con las nociones de riesgo, amenaza y peligro, lo que genera reacciones estandarizadas. Un tipo de reacción socio-cultural es la aparición de una lógica de comparaciones a través del tiempo en cada sociedad, bajo la premisa del "esto antes no era así". Según Kessler, "este aspecto comparativo será central en el nivel de aceptabilidad del delito. En una sociedad con bajas tasas de delito, un incremento leve puede aumentar el temor porque la aceptabilidad es baja, aun cuando en términos absolutos y relativos a otros lugares sean moderadas".
En su repaso por diferentes obras relacionadas con la sociología y la ciencia política, el autor identifica múltiples contradicciones en torno a la figura de la delincuencia y la llamada seguridad ciudadana, como el hecho de que la seguridad y la inseguridad "están relacionadas con el tipo de protecciones que una sociedad garantiza o no de manera adecuada".
"La creciente sensibilidad frente a la inseguridad sería consecuencia de un desfase entre una expectativa de protecciones socialmente construida y las capacidades efectivas de esa sociedad para proporcionarlas. La inseguridad es, en suma, el reverso de la medalla de una sociedad de seguridades crecientes. Algo similar puede pensarse en torno al delito, cuya menor "aceptabilidad" explica en parte por qué puede generarse mucho temor y descontento más allá de los índices del delito", sostiene Kessler.
Otro elemento es el desarrollo de formas de control frente a estas figura, en la cual que aparecen lógicas de mercantilización, mediante la oferta de sistemas de seguridad y otros dispositivos tecnológicos y servicios privados, cuyo resultado a nivel de relaciones intersujetivas es incrementar los niveles de sospecha. Todos nos volvemos potenciales perpetradores, lo que afecta los niveles de confianza entre los individuos.
"Este estado de sospecha permanente no es consecuencia de un mundo que se ha vuelto más amenazante , sino de nuestra mayor sensibilidad a todo tipo de supuestos peligros. ¿Por qué? Su respuesta se vincula a cambios tecnológicos que llevan a nuevas formas de control de las mercaderías, los espacios y las personas, en gran medida en función de los intereses de las empresas en reducir pérdidas y aumentar ganancias. Así, cámaras de control, espacios vigilados, tarjetas magnéticas de acceso y detectores de robo en las prendas presuponen que todos son sospechosos en potencia, al tiempo que hacen que se vuelvan subjetivamente menos seguros aquellos lugares que carecen de esos modernos dispositivos de control", indica el análisis de Kessler.
Justamente, el ingreso a tiendas comerciales y supermercados con detectores de sonidos y cámaras se han vuelto un símbolo de instancias de mayor control que sujetan a todas las personas, no solamente a los que ejercen los actos ilícitos. El control se genera en el campo cotidiano, con una lógica económica-comercial y también por un afán político de ordenamiento que se amplía no solo en los espacios públicos abiertos, sino que se inserta en otros ámbitos de la vida. Es la gestión del miedo que se retroalimenta y que se va complejizando con la aparición de nuevos dispositivos que ofrecen seguridad en un dinámica de reemplazo incesante. El temer es un resorte de acción hacia la compra en este sentido.
"Controles espaciales y controles situacionales, controles manageriales, controles sistémicos, controles sociales, autocontroles; uno tras otro, en todos los campos sociales, observamos ahora la imposición de regímenes de regulación, inspección y control más severos y, simultáneamente, nuestra cultura cívica se vuelve cada vez menos tolerante e inclusiva, cada vez menos capaz de tener confianza(...)El control está ahora recobrando su importancia en todas las áreas de la vida social, con la particular y sorprendente excepción de la economía, de cuyo dominio desregulado emergen habitualmente la mayor parte de los riesgos contemporáneos", indica el sociólogo argentino.
Es así como el sentimiento de inseguridad que supera la tradicional perspectiva con que se analiza la relación entre temor y política, por cuanto se ha extendido a todos los grupos de la sociedad, fortaleciendo visiones más autoritarias y punitivas, retraolimentando el desarrollo de los circuitos comerciales en torno a la seguridad individual y, al mismo tiempo, los controles sobre mayores ámbitos de la vida cotidiana.
"En suma, una experiencia subjetiva de distancia o de proximidad con el delito influye en la configuración del sentimiento de inseguridad, en la posibilidad de preservarse del desasosiego asociado a un peligro omnipresente, en la construcción de explicaciones al problema y, de allí, en el tipo de relato para interpretar la situación y orientarse cotidianamente. El distanciamiento y la proximidad operan en las formas de construir la relación entre la inseguridad y distintas dimensiones de lo político, pero no implican ni permiten vaticinar un mayor o menor apoyo a medidas punitivas", explica Kessler.
En el aspecto punitivo lo que se aprecia en países como Chile y Argentina es una reconfiguración del discurso del castigo contra el delincuente, recurriendo al recuerdo de la dictadura militar en ambos casos, en que se mitifica el periodo vivido por parte de personas que no lo experimentaron, pero que opera como un punto de comparación, que trata de relacionar la dosis de represión autoritaria propias de estas dictaduras hacia la población con un supuesto control de los índices de delincuencia. Detrás de esta forma de relacionarse con la sociedad se encuentra la nostalgia por una comunidad perdida, aquella que estaba sujeta a un fuerte poder disciplinador autoritario.
La postura cultural del punitivista se reafirma constantemente ante lo relatos de delincuencia, especialmente aquella común y corriente, mientras que existe otra postura más democrática que desplaza el castigo a solucionar las causas que generan la delincuencia, para enfrentar su reproducción con políticas distintas a las punitivas. Pero la oferta de productos y servicios de seguridad no están en sintonía con la postura democrática para enfrentar la delincuencia, el miedo debe pasar por los circuitos de venta y comprar sin detenerse y para que esto se mantenga es necesario vivir bajo una lógica de permanente control.
"¿Asistimos al fenómeno de extensión de una sociedad de control? En parte sí, aunque esto no es necesariamente nuevo. Sin embargo, también es cierto que la distribución de este control está estratificada en un doble cariz pero con consecuencias convergentes: se concentran dispositivos y cuidados en zonas más acomodadas, lo cual contribuye al desplazamiento del delito hacia los lugares menos favorecidos y legitima, a la vez, formas de vigilancia sobre los lugares donde habitarían los que se consideran potencialmente peligrosos", plantea Kessler.
La generalización de la sospecha, que vimos más arriba, implica un riesgo político que se opone a la cohesión entre los individuos, porque promueve prácticas sociales y públicas estigmatizantes que derivan en violencia. Ejemplo de ello son las detenciones ciudadanas que se producen en los cuerpos de los que delinquen cuando son detenidos flagrantemente, lo cual va paralelamente asociado con extender la figura del flaite al sujeto poopular, pobre y rebelde, por lo que la violencia pasa el límite de lo meramente delictivo. Ya no se promueve el miedo al sujeto popular organizado políticamente, ya sea en un partido o un sindicato, sino que se apunta generalmente al grupo etario juvenil, donde están los nuevos blancos de estigmatización y marginalización.
"En efecto, en el plano microsocial, conlleva formas de elusión preventiva del otro que, más allá de la intención manifiesta de quien se protege, produce una evidente discriminación hacia aquellos que son evitados en los entrecruzamientos urbanos. Y en un plano más general, promueve, entre otras, las acciones públicas de control sobre territorios considerados peligrosos", señala Kessler.
El miedo a la delincuencia pasa entonces de ser una sensación individual a ser prácticas sociales que son mediadas por un mercado organizado de la seguridad, con el soporte de un ordenamiento político que incrementa sus niveles de control.
"Las instituciones generarían una matriz de experiencia social, de alejamiento más que de proximidad, de sospecha preventiva más que de confianza, que luego se extiende al conjunto de las interacciones sociales", lo cual se traduce en bajos niveles de confianza social que impactan en el principio del intercambio que, de acuerdo al liberalismo clásico, va construyendo el mercado. La disminución de la confianza provoca un aumento de la incertidumbre en las relaciones interpersonales, siendo este uno de los principales productos que genera la forma de enfrentar el delito en las actuales sociedades.

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