La conjura es uno de los
elementos centrales que constituyen la esfera política y uno de los más
invisibles. Su principal significado se ata indisolublemente a la conspiración,
sea para terminar con una lógica de poder establecida o para lanzarse contra
alguna persona, grupo, organización o institución. Ella nos muestra episodios
que inundan las bibliotecas: Desde los griegos, pasando por la Roma imperial y
papal, hasta la política moderna, representa una práctica que promete no se
expulsada de los pasillos del poder organizado.
Ya no se ocupan dagas ni espadas
o venenos para deshacerse de adversarios o enemigos políticos, sino que basta
un par de llamadas telefónicas para poner la conjura en marcha, de modo
soterrado, subversivo, en el sentido que supone un cuestionamiento al orden
establecido. Ello no significa que se adscriba al molde revolucionario definido
en el siglo XIX, sino que es transversal y funcional al ejercicio del poder.
Uno de los episodios más
conocidos de este "arte" dentro de la práctica política es la obra
“La Conjura de Catilina”, escrita por el historiador romano Cayo Salustio
Crispo, la cual se ha convertido en uno de los principales referentes para
hablar de conspiraciones en la histórica relación entre el poder y el Estado.
Lucio Sergio Catilina fue un
patricio romano que en su juventud se dedicó a vivir licenciosamente,
aprovechando su posición económica y social, por lo que el correr de los años
le pasó la cuenta: una gran deuda material que no pudo solventar debido a que
había perdido el favor de Julio César (cuando éste luchaba por ser cónsul).
Así, decidió salir adelante por cuenta suya, formando un grupo con sus amigos y
creando un referente político en la Roma republicana. Con el espaldarazo
partidista, se relata que comenzó a dividir al Senado, comprar a los comisarios
(questores) y corromper a los cónsules, aprovechando de autoproclamarse el
único defensor de las libertades romanas, prometió trabajos y más juegos en los
coliseos, además de utilizar una estrategia destinada a dejar a los magistrados
como el blanco de los desprecios de los plebeyos y comprometerse a pagar las
deudas del Estado.
Como era de esperar, esta figura
histórica pasa al imaginario del devenir político, asociando el relato de
Catilina al perfil del político individualista que emprende una carrera por
cuenta propia, sobre la base de influencias subterráneas en los pasillos del
poder, que desafía a los poderes establecidos. ¿Podría ser incluido bajo estas
características el caso de Sebastián Piñera?.
Lo cierto es que el actual
Presidente tuvo una dura lucha contra los llamados poderes fácticos en la
década de los noventa que, en más de una oportunidad, boicotearon sus
candidaturas senatoriales y presidenciales. Catilina intentó -más de una vez-
alcanzar la máxima autoridad de la república romana: El consulado (después de
su conjura y muerte en batalla, se pasa a la etapa del Imperio). Si hablamos de
prácticas conspiradoras tampoco debemos olvidar a la radio Kyoto que encendió
el enemigo de Piñera, Ricardo Claro, en lo que se conoce como el piñeragate,
donde el entonces político descargaba sus dagas simbólicas contra las otras
candidaturas de su partido.
Piñera llegó a La Moneda con el
discurso de la libertad de emprendimiento individual frente a la ineficiencia
del Estado; la creación de 200 mil empleos, y el aumento de la seguridad ciudadana,
en la cual la estrategia utilizada por el sector político que lo apoya es
acusar a los jueces por no poner el candado a la puerta "giratoria"
sobre los delincuentes. Esto último pone en entredicho la tarea de los
saturados tribunales ante la opinión pública.
En lo que respecta a las acciones
de Catalina de comprar a cuanta autoridad de la república se le pusiere por
delante para ganar terreno político, tal fenómeno puede ser reconocido como
tráfico de influencias y conflicto de intereses. La reciente estocada del
gobierno estadounidense, dada por las filtraciones de Wikileaks, en las cuales
se califica a Piñera como un hombre “que maneja tanto los negocios como la
política hasta los límites de la ley y la ética”, tampoco lo dejan en buen pie
para poder escapar de la sombra catiliniana.
Apoyado por un consenso popular
debido a la inconformidad de algunos romanos con el modo de gobernar hasta ese
entonces, Catilina promete cambiar Roma, regalando las tierras -que pertenecían
al Estado- a quienes lo ayudasen. Algo similar se aprecia en los constantes
ofrecimientos de privatización que esperan los grandes agentes del mercado,
luego de otorgar su apoyo financiero en tiempos de elecciones. Las prácticas de
lobby, reuniones y presiones a puertas cerradas también forman parte de las
conjuras. Cayo Salustio cuenta cómo Catilina llamaba a sus designados en las
altas esferas de poder: “les retiró a una pieza secreta de la casa y, allí, sin
testigo alguno de afuera, les habló de esta suerte.(…)Entonces les ofreció Catilina
nuevos contratos públicos en que se cancelarían sus deudas, proscripción de
ciudadanos ricos, magistraturas, sacerdocios, robos, y lo demás que lleva
consigo la guerra y el antojo de los vencedores”.
En el caso chileno, la conjura
que dio nacimiento a la guerra desde el Estado hacia un sector de la sociedad
civil se inició en 1973, lo que después dio espacio al “antojo de los
vencedores” durante la década de los ochenta, en la cual se registra un notable
aumento de prácticas reñidas con las virtudes cívicas, materializadas en la
suspensión de derechos; privatizaciones a cuatro puertas, desarrollo de
capitalismo entre amigos en común, contratación de parientes en el sector
público y otras irregularidades que continuaron reproduciéndose durante los gobiernos
de la Concertación.
Catilina -que termina muerto en
batalla a la cabeza del ejército que había reunido para tomar por la fuerza el
Estado romano- obtiene un inesperado apoyo de la población. Algo común en estos
tiempos, especialmente en Chile donde muchas personas aún se preguntan el por
qué este gobierno tiene un grado de adhesión no desdeñable. Según el análisis
de Cayo Salustio, las personas son llevadas por el pragmático deseo del cambio
de situación, lo que también se vio en nuestra sociedad después de veinte años
de gobiernos concertacionistas. “Porque siempre en las ciudades, los que no
tienen que perder (…)ensalzan a los que no son buenos, aborrecen lo antiguo,
aman la novedad, y, descontentos con sus cosas y estado, desean que se mude
todo”.
Para el autor de la “Conjura”,
este hecho está asociado a los niveles de prosperidad económica que alcanzan
las sociedades, lo que –inevitablemente- produce un fetichismo por lo material,
en vez de cultivar las llamadas virtudes cívicas, en algo que también es
compartido por el pensamiento crítico actual de nuestra convivencia nacional a
la hora de analizar fenómenos como el exacerbado consumismo, egoísmo civil,
déficit de confianza social, lagunas culturales y la falta de solidaridad en la
estructura social. Es decir, hablamos de una banalización de la sociedad.
En varios pasajes de su obra,
Salustio explica que el surgimiento de una personalidad política como Catilina
es el resultado de los vicios que genera la ambición desmedida y la avaricia
frente a la mayor circulación del dinero. “En la prosperidad, aún los cuerdos
difícilmente se moderan”; “Desde que empezaron a honrarse las riquezas(…)decayó
el lustre de la virtud, túvose la pobreza por afrenta, y la inocencia de
costumbres, por odio y mala voluntad. Así que las riquezas pasó la juventud al
lujo, a la avaricia y la soberbia”.
En cierto modo, el consumismo
producido por la prosperidad material que dejaban las conquistas de la
república romana generó subjetividades que moldearon otros valores sociales, lo
que permitió a Catilina abrirse paso, debido a que gran parte de sus
sostenedores en la conjura querían obtener más riquezas, pagar las deudas
contraídas, obtener nuevas posiciones. De ahí que sea tan fácil dirigir un
orden discursivo que promete riqueza, empleo y crecimiento económico sin
regulaciones, tal como se ve por estos días en nuestra pequeña polis.
La conjuras funcionan
transversalmente, ahora vivimos una de otro tipo: aquella que promete
prosperidad a costa del Estado y sobre la base del mercado como único generador
de riquezas, olvidando las virtudes cívicas de la convivencia en común para el
mediano y largo plazo, tal como le sucedió a Roma antes de convertirse en
Imperio. El caldo de cultivo para nuevos Catilina es fecundo, pero siempre se
le puede enfrentar con la pregunta que le formularon al patricio romano en el
Senado: "Catilina... ¿hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia?".