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domingo, 5 de diciembre de 2010

Izquierda- Derecha: Cómo avanzar más allá de sus racionalidades clásicas

El constante reflujo a 1973 es la principal fuente de la serie de traumas no superados en la cultura político-ideológica de Chile. Una muestra de ello es que aún no se pueden superar las clásicas categorías de análisis que componen las categorías referenciales de la derecha e izquierda, observándose la tendencia a centrar los contenidos de las actuales discusiones en la misma lógica que se realizaba en los años setenta. El problema persiste fundamentalmente en las antípodas del espectro ideológico, tanto en la derecha, que se apega a un liberalismo simplista y cercenado, como a la izquierda que apela a un socialismo utópico, alejado de los fundamentos de la filosofía materialista propugnadas por el marxismo clásico del siglo XIX.
No deja de llamar la atención, en este marco, que una no despreciable cantidad de personas reducen su racionalidad política a una oposición inmediatista que se expresa en la categoría de "fascista"; "capitalista"; "comunista” y/o "resentido", u otras calificaciones, asociando definiciones tan diversas, como el liberalismo, con el primer calificativo, o a la socialdemocracia con los segundos apelativos.
Esta tendencia absolutista y conservadora en las prácticas discursivas surge como una parte de las tantas estrategias de resistencia frente al proceso de fragmentación de las ideas e identidades que trajo consigo la globalización de mercados y de la cultura. Pero ello, hasta el momento, genera más confusión entre sus adherentes, debido a que rehúyen la multiplicidad de escuelas de pensamiento, aparecidas en los últimos cuarenta años, para explicar los actuales procesos y fenómenos en nuestra sociedad. Se cae, por ende, en lo que se llama una epistemología del desconocimiento.
El desechar otras corrientes en la historia de las ideas, como son el post estructuralismo, el descontruccionismo u otras teorías críticas que hablan de la inclusión de terceros en un sistema político (Bobbio y Giddens), tiende a la entronización del concepto se impone por sobre las particularidades de la realidad concreta.
El mayor problema de esta visión de mundo es la conformación de una racionalidad que tiende a operar con el juicio a priori respecto a otros pensamientos, además de un reduccionismo dualista (fascismo/comunismo, reaccionarios-revolucionarios, capitalismo-socialismo, etc.) a la hora de revisar los problemas que aquejan a la sociedad.
Tanto el neoliberalismo como el marxismo de corte idealista coinciden en la idea de extirpar la presencia del poder en el actual modelo de dominio sobre las poblaciones, pues ambos sistemas de pensamiento aseguran que sólo así se libera la naturaleza reprimida de las personas, dando espacio a una fuerza creadora. Pero estas dos formas de saber omiten el hecho de que el poder no solamente presenta una sola fuente de emanación, sino que opera en todos los niveles de actividad humana. Es decir, no aceptan al poder como algo omnipresente que circula entre los seres humanos.
En este sentido, no se entiende el alcance que presenta la coexistencia identitaria derecha/izquierda, en el sentido que dichas categorías simplemente operan como un receptáculo de ideas, creencias y valores (una ideología en términos amplios) que tienen un carácter más amplio y dinámico. Algo normal, desde que se acuñaron estas categorías en el siglo XIX, inherentes a la lógica sintetizadora del sistema político de identidades. Ello no debe generar una ruptura en el modo de pensar la política, al menos en su forma.
Al respecto, Norberto Bobbio (uno que ha sido acusado por la izquierda conservadora de ser funcional a la “burguesía oligárquica”) sostiene la necesidad de definir a la derecha e izquierda como términos con un contenido relativo, limitado en el tiempo.
La distorsión, sin embargo, se produce cuando en ambos espacios no se recambian sus contenidos, ni se agregan otras propuestas explicativas, sobre todo en los contextos de ideas más fragmentarios y complejos que se viven ahora. Ante ello, lamentablemente, la ortodoxia de ambos extremos opta por caer en una ignorancia por conveniencia, desechando otros modos de análisis o, propugnando una actitud contra la producción académica a costa de defender una filosofía de la praxis que, no obstante, no logra presentar una adecuada organización programática de mediano y largo plazo.
El aspecto filosófico complica más al pensamiento chileno que se dice tributario del marxismo. Ello, porque han pasado -quizás sin darse cuenta- a un idealismo que se relaciona más con las categorías de los imperativos morales que tanto criticaba el materialismo de Marx en Kant y Hegel. Un ejemplo lo demuestra la tendencia de instalarse como un juez moral dentro del espacio de la izquierda frente a los nuevos aportes de ideas que se han hecho en los sectores que antes adherían al marxismo. Así, las afirmaciones de por autoidentificarse como “la verdadera izquierda” asemeja más este comportamiento al pensamiento platónico de tipo militante que también absorbió el catolicismo.
Bajo esta óptica, todo lo que huela a renovación o a la ampliación de otras ideas en el referente de la izquierda es asociado con el objeto moralista de la “traición” o una falta de coherencia axiológica, concentrándose en el análisis de la llamada “superestructura” ideológica, en vez de apegarse a la matriz del comportamiento social economicista que dicen seguir de Marx. Paradojalmente, el adversario del filósofo alemán, el francés Proudhon se tomó la revancha, pues la postura de reformismo hegemoniza la corriente al interior del espacio de la izquierda.
En la derecha, la tendencia a simplificar los alcances de los actuales procesos vitales de la sociedad se enfocan más en la defensa del liberalismo propuesto por Hayek y Friedman, cuyo concepto de libertad viene tampoco se acopla a los requerimientos concretos de las multiplicidades sociales. Su apologética ideológica no encuentra consonancia con las particularidades de la realidad social, especialmente a la hora de analizar las distorsiones en las relaciones de mercado.
Si bien Bobbio afirma que el concepto de igualdad es clave para discernir las diferencia entre ambos polos políticos, en la derecha se hace más difícil adecuar su propuesta a la realidad, debido a que también considera que las categorías conceptuales de su ideología liberal “naturalmente” se deben imponer sobre la experiencia de las personas, así como en un sector de la izquierda son las “leyes inevitables de la dialécticas” las que se entronizan.
Peor aún es el hecho del atavismo histórico y sociocultural de la derecha para abrirse a los parámetros que exige el desarrollo. Este es el factor que ha despertado el núcleo del conflicto político en el país, no desde de un supuesto esquema dialéctico, sino que desde el punto de vista incentivar al inmovilismo relativo que se ha generado en los contenidos prácticos del espacio derecha/ izquierda.
La solución como se plantea a partir del análisis de Bobbio apunta a entender el enfrentamiento de ambos polos no a partir de las cargas ideológicas-axiológicas que incorporan cada una de ellas, sino en la practicidad de sus políticas públicas hacia la población que –precisamente- es uno de los factores menos considerados a la hora de los debates eleccionarios.

Esta praxis de lo político, en un sentido amplio, pasa por el reconocimiento de la atomización y constante circulación del poder en todos los niveles de la sociedad, a partir del cual sólo debería operar sin las típicas pretensiones de encasillamiento institucional paternalista que históricamente utiliza el Estado en Chile.

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