El constante reflujo a 1973 es la
principal fuente de la serie de traumas no superados en la cultura
político-ideológica de Chile. Una muestra de ello es que aún no se pueden
superar las clásicas categorías de análisis que componen las categorías referenciales
de la derecha e izquierda, observándose la tendencia a centrar los contenidos
de las actuales discusiones en la misma lógica que se realizaba en los años
setenta. El problema persiste fundamentalmente en las antípodas del espectro
ideológico, tanto en la derecha, que se apega a un liberalismo simplista y
cercenado, como a la izquierda que apela a un socialismo utópico, alejado de
los fundamentos de la filosofía materialista propugnadas por el marxismo
clásico del siglo XIX.
No deja de llamar la atención, en
este marco, que una no despreciable cantidad de personas reducen su
racionalidad política a una oposición inmediatista que se expresa en la
categoría de "fascista"; "capitalista"; "comunista”
y/o "resentido", u otras calificaciones, asociando definiciones tan
diversas, como el liberalismo, con el primer calificativo, o a la
socialdemocracia con los segundos apelativos.
Esta tendencia absolutista y
conservadora en las prácticas discursivas surge como una parte de las tantas
estrategias de resistencia frente al proceso de fragmentación de las ideas e
identidades que trajo consigo la globalización de mercados y de la cultura.
Pero ello, hasta el momento, genera más confusión entre sus adherentes, debido
a que rehúyen la multiplicidad de escuelas de pensamiento, aparecidas en los
últimos cuarenta años, para explicar los actuales procesos y fenómenos en
nuestra sociedad. Se cae, por ende, en lo que se llama una epistemología del
desconocimiento.
El desechar otras corrientes en
la historia de las ideas, como son el post estructuralismo, el
descontruccionismo u otras teorías críticas que hablan de la inclusión de
terceros en un sistema político (Bobbio y Giddens), tiende a la entronización
del concepto se impone por sobre las particularidades de la realidad concreta.
El mayor problema de esta visión
de mundo es la conformación de una racionalidad que tiende a operar con el
juicio a priori respecto a otros pensamientos, además de un reduccionismo
dualista (fascismo/comunismo, reaccionarios-revolucionarios, capitalismo-socialismo,
etc.) a la hora de revisar los problemas que aquejan a la sociedad.
Tanto el neoliberalismo como el
marxismo de corte idealista coinciden en la idea de extirpar la presencia del
poder en el actual modelo de dominio sobre las poblaciones, pues ambos sistemas
de pensamiento aseguran que sólo así se libera la naturaleza reprimida de las
personas, dando espacio a una fuerza creadora. Pero estas dos formas de saber
omiten el hecho de que el poder no solamente presenta una sola fuente de emanación,
sino que opera en todos los niveles de actividad humana. Es decir, no aceptan
al poder como algo omnipresente que circula entre los seres humanos.
En este sentido, no se entiende
el alcance que presenta la coexistencia identitaria derecha/izquierda, en el
sentido que dichas categorías simplemente operan como un receptáculo de ideas,
creencias y valores (una ideología en términos amplios) que tienen un carácter
más amplio y dinámico. Algo normal, desde que se acuñaron estas categorías en
el siglo XIX, inherentes a la lógica sintetizadora del sistema político de
identidades. Ello no debe generar una ruptura en el modo de pensar la política,
al menos en su forma.
Al respecto, Norberto Bobbio (uno
que ha sido acusado por la izquierda conservadora de ser funcional a la
“burguesía oligárquica”) sostiene la necesidad de definir a la derecha e
izquierda como términos con un contenido relativo, limitado en el tiempo.
La distorsión, sin embargo, se
produce cuando en ambos espacios no se recambian sus contenidos, ni se agregan
otras propuestas explicativas, sobre todo en los contextos de ideas más
fragmentarios y complejos que se viven ahora. Ante ello, lamentablemente, la
ortodoxia de ambos extremos opta por caer en una ignorancia por conveniencia,
desechando otros modos de análisis o, propugnando una actitud contra la producción
académica a costa de defender una filosofía de la praxis que, no obstante, no
logra presentar una adecuada organización programática de mediano y largo
plazo.
El aspecto filosófico complica más
al pensamiento chileno que se dice tributario del marxismo. Ello, porque han
pasado -quizás sin darse cuenta- a un idealismo que se relaciona más con las
categorías de los imperativos morales que tanto criticaba el materialismo de
Marx en Kant y Hegel. Un ejemplo lo demuestra la tendencia de instalarse como
un juez moral dentro del espacio de la izquierda frente a los nuevos aportes de
ideas que se han hecho en los sectores que antes adherían al marxismo. Así, las
afirmaciones de por autoidentificarse como “la verdadera izquierda” asemeja más
este comportamiento al pensamiento platónico de tipo militante que también absorbió
el catolicismo.
Bajo esta óptica, todo lo que
huela a renovación o a la ampliación de otras ideas en el referente de la
izquierda es asociado con el objeto moralista de la “traición” o una falta de
coherencia axiológica, concentrándose en el análisis de la llamada
“superestructura” ideológica, en vez de apegarse a la matriz del comportamiento
social economicista que dicen seguir de Marx. Paradojalmente, el adversario del
filósofo alemán, el francés Proudhon se tomó la revancha, pues la postura de
reformismo hegemoniza la corriente al interior del espacio de la izquierda.
En la derecha, la tendencia a
simplificar los alcances de los actuales procesos vitales de la sociedad se
enfocan más en la defensa del liberalismo propuesto por Hayek y Friedman, cuyo
concepto de libertad viene tampoco se acopla a los requerimientos concretos de
las multiplicidades sociales. Su apologética ideológica no encuentra
consonancia con las particularidades de la realidad social, especialmente a la
hora de analizar las distorsiones en las relaciones de mercado.
Si bien Bobbio afirma que el
concepto de igualdad es clave para discernir las diferencia entre ambos polos
políticos, en la derecha se hace más difícil adecuar su propuesta a la
realidad, debido a que también considera que las categorías conceptuales de su
ideología liberal “naturalmente” se deben imponer sobre la experiencia de las
personas, así como en un sector de la izquierda son las “leyes inevitables de
la dialécticas” las que se entronizan.
Peor aún es el hecho del atavismo
histórico y sociocultural de la derecha para abrirse a los parámetros que exige
el desarrollo. Este es el factor que ha despertado el núcleo del conflicto
político en el país, no desde de un supuesto esquema dialéctico, sino que desde
el punto de vista incentivar al inmovilismo relativo que se ha generado en los
contenidos prácticos del espacio derecha/ izquierda.
La solución como se plantea a
partir del análisis de Bobbio apunta a entender el enfrentamiento de ambos
polos no a partir de las cargas ideológicas-axiológicas que incorporan cada una
de ellas, sino en la practicidad de sus políticas públicas hacia la población
que –precisamente- es uno de los factores menos considerados a la hora de los
debates eleccionarios.
Esta praxis de lo político, en un
sentido amplio, pasa por el reconocimiento de la atomización y constante
circulación del poder en todos los niveles de la sociedad, a partir del cual
sólo debería operar sin las típicas pretensiones de encasillamiento
institucional paternalista que históricamente utiliza el Estado en Chile.
No hay comentarios:
Publicar un comentario