En varias ocasiones el académico estadounidense Michael
Porter, uno de los gurús económicos internacionales en materia de competitividad, ha llegado a Chile, en
medio de la fanfarria de los altos ejecutivos y empresarios del país, quienes
copan los salones de los centros de conferencia Casapiedra, Espacio Riesco o en
los hoteles de cinco estrellas del sector oriente de Santiago, donde la mayoría
de los asistentes piden los audífonos traductores de inglés.
Pero lo cierto es que la ocasión de escuchar a Porter, en la
práctica sólo se convierte en la oportunidad de aprovechar el absurdo
lingüístico de la socialité, que tanto le gusta al gran empresariado chileno,
donde la ascendencia y las convenciones sociales son más prioritarias que la
apertura mental en torno a temas fundamentales en la empresa como trabajo,
productividad e innovación.
Y es que los supuestos planteados por el académico, en sus
libros y conferencias, se contradicen con la práctica empresarial chilena,
especialmente en materia de soluciones competitivas a problemas sociales,
desarrollo de clústers, responsabilidad social de empresa o medioambiente.
Veamos lo que dice el académico y cómo sus ideas no son replicadas en Chile.
Tomemos el caso del libro “Ser Competitivo”, donde Porter toma todos estos
puntos, los cuales no tienen una correspondencia empírica en el país.
Medioambiente: Según Porter, las mejorías medioambientales
no son incompatibles con la competitividad, pues la dicotomía entre
cumplimiento de estándares ambientales y competitividad es falsa. El punto de vista de que
ambos aspectos sean incompatibles refleja “una perspectiva estática y
excesivamente simple de la competencia”. Justamente esto último forma parte del
discurso común del empresariado a la hora de justificar proyectos
termoeléctricos y la falta de inversión en energías renovables no
convencionales. Se aprecia que no han tomado la premisa porteriana de que “las
empresas deberían entender la mejora medioambiental no como una regulación
molesta, sino como una parte esencial de la mejora de la productividad y la
competitividad”.
Clústers: El desarrollo de encadenamientos productivos que
operan sistemáticamente en el tiempo es otra insuficiencia del empresariado
local. Porter dice que este tipo de relaciones empresariales son parte de
economías avanzadas, pues “construyen nuevos roles para negocios, gobiernos y
otras instituciones; y proporcionan nuevas maneras de estructurar las
relaciones entre negocios y gobierno, y entre negocios y universidad”. El mejor
ejemplo de que esto no ha funcionado en Chile son las escasas conexiones que
tienen las universidades privadas con las empresas, pues –de lo contrario- no
existiría el déficit de técnicos en el país. Ese es sólo un ejemplo de tantos.
Relaciones Laborales: La cantidad de huelgas por aumento de
sueldos y otros beneficios laborales son otro ejemplo endémico de las
asimétricas relaciones laborales, donde se habla mucho de aumentar una
productividad que crece menos de 3% al año, omitiendo el tema de las
motivaciones de los trabajadores. Porter señala algo que tampoco considera gran
parte del empresariado chileno: “Una economía productiva y en crecimiento exige
trabajadores formados, seguros, sanos y con viviendas dignas, que se motiven
con el sentido de oportunidad". La falta de calificación en Chile, junto a los
bajos sueldos (más del 80% de la fuerza de trabajo gana menos de US$600 al
mes), la falta de negociación colectiva y otros abusos unilaterales saltan a la palestra pública
con mayor frecuencia, producto de relaciones laborales poco abiertas y
desgastadas.
Responsabilidad Social de Empresa: Es conocido que en Chile
el concepto de RSE solamente en pocas empresas se considera como un aspecto del
desarrollo organizacional, con metodologías y construcción de indicadores
sostenibles en el tiempo para mejorar relaciones laborales, ambientales y con
los consumidores, ya que predomina el enfoque filantrópico,
entendiéndose esta como aporte en dinero a terceros. Porter afirma que este
tipo de práctica “ofrecen un beneficio social limitado. Los enormes y
crecientes recursos desplegados por los filántropos, y especialmente por las
fundaciones, ponen de manifiesto la oportunidad que la sociedad ha
desperdiciado”. La creación de fundaciones en grandes empresas chilena ofrece
la oportunidad de disminuir el pago de impuestos a través de incentivos, por lo
que se confirma la regla del beneficio de obtener mayores ganancias, con aporte
limitados en la esfera social, sin sostenibilidad en el tiempo.
Existe otro problema estructural que el empresariado chileno
ha hecho suyo con los años y que es ver la competitividad centrada
exclusivamente en la contención de los costos laborales y tributarios, por lo
que cada vez que se habla de reformas en estos temas, los gremios se defienden
señalando que esto es un atentado a la inversión y competitividad del país,
pero omiten el otro aspecto necesario para desarrollar una efectiva
competitividad, de acuerdo a lo que sostiene Porter: “La productividad y la
innovación, no los salarios bajos ni los impuestos bajos ni la divisa
devaluada, definen la competitividad”.
La mayoría de los empresarios chilenos entiende la
competitividad al revés, siendo este uno de los motivos por lo que el país no
avanza en índices como la Productividad Total de Factores, pues existe poca
preocupación por la calificación laboral, además de mantener el gasto en
Investigación y Desarrollo (I+D) en menos del 1% del PIB. Y es que el empresariado
también se ha acostumbrado a que el “papá” Estado les pavimente el camino en
estas inversiones, lo que consolida una visión de competitividad provincialista a
la chilena, demostrando también las limitaciones del principio de subsidiariedad del
Estado.
Un ejemplo de ello se
produjo en los últimos años, con la disminución del precio del dólar: Los
exportadores se preocuparon más en presionar políticamente a las autoridades
públicas para que se atenuara el proceso reevaluador, pero se olvidaron a
aprovechar el bajo costo de la divisa, para importar mayor tecnología y así
aumentar la productividad o invertir en innovación, a fin de compensar la
pérdida por el deterioro de los términos de intercambio.
Como vemos, esta visión cortoplacista, eterna en el
empresariado nacional, es lo que ataca Porter en su trabajo: “Las empresas ya
no pueden limitarse a controlar solamente los impactos sociales obvios del
presente. Si no poseen procedimientos exhaustivos para detectar el desarrollo
de efectos sociales en el mañana, pueden estarse jugando su propia
supervivencia”.
Visión cortoplacista, combinada con atavismo socio-cultural
son barreras de entrada que explican la baja confianza social en Chile, y que
también son factores gravitantes para una estrategia de competitividad
desarrollada.
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