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jueves, 20 de marzo de 2014

Competitividad: Porqué Michael Porter no debería volver nunca más a Chile

En varias ocasiones el académico estadounidense Michael Porter, uno de los gurús económicos internacionales en materia de competitividad, ha llegado a Chile, en medio de la fanfarria de los altos ejecutivos y empresarios del país, quienes copan los salones de los centros de conferencia Casapiedra, Espacio Riesco o en los hoteles de cinco estrellas del sector oriente de Santiago, donde la mayoría de los asistentes piden los audífonos traductores de inglés.
Pero lo cierto es que la ocasión de escuchar a Porter, en la práctica sólo se convierte en la oportunidad de aprovechar el absurdo lingüístico de la socialité, que tanto le gusta al gran empresariado chileno, donde la ascendencia y las convenciones sociales son más prioritarias que la apertura mental en torno a temas fundamentales en la empresa como trabajo, productividad e innovación.
Y es que los supuestos planteados por el académico, en sus libros y conferencias, se contradicen con la práctica empresarial chilena, especialmente en materia de soluciones competitivas a problemas sociales, desarrollo de clústers, responsabilidad social de empresa o medioambiente. Veamos lo que dice el académico y cómo sus ideas no son replicadas en Chile. Tomemos el caso del libro “Ser Competitivo”, donde Porter toma todos estos puntos, los cuales no tienen una correspondencia empírica en el país.
Medioambiente: Según Porter, las mejorías medioambientales no son incompatibles con la competitividad, pues la dicotomía entre cumplimiento de estándares ambientales y competitividad es falsa. El punto de vista de que ambos aspectos sean incompatibles refleja “una perspectiva estática y excesivamente simple de la competencia”. Justamente esto último forma parte del discurso común del empresariado a la hora de justificar proyectos termoeléctricos y la falta de inversión en energías renovables no convencionales. Se aprecia que no han tomado la premisa porteriana de que “las empresas deberían entender la mejora medioambiental no como una regulación molesta, sino como una parte esencial de la mejora de la productividad y la competitividad”.
Clústers: El desarrollo de encadenamientos productivos que operan sistemáticamente en el tiempo es otra insuficiencia del empresariado local. Porter dice que este tipo de relaciones empresariales son parte de economías avanzadas, pues “construyen nuevos roles para negocios, gobiernos y otras instituciones; y proporcionan nuevas maneras de estructurar las relaciones entre negocios y gobierno, y entre negocios y universidad”. El mejor ejemplo de que esto no ha funcionado en Chile son las escasas conexiones que tienen las universidades privadas con las empresas, pues –de lo contrario- no existiría el déficit de técnicos en el país. Ese es sólo un ejemplo de tantos.
Relaciones Laborales: La cantidad de huelgas por aumento de sueldos y otros beneficios laborales son otro ejemplo endémico de las asimétricas relaciones laborales, donde se habla mucho de aumentar una productividad que crece menos de 3% al año, omitiendo el tema de las motivaciones de los trabajadores. Porter señala algo que tampoco considera gran parte del empresariado chileno: “Una economía productiva y en crecimiento exige trabajadores formados, seguros, sanos y con viviendas dignas, que se motiven con el sentido de oportunidad". La falta de calificación en Chile, junto a los bajos sueldos (más del 80% de la fuerza de trabajo gana menos de US$600 al mes), la falta de negociación colectiva y otros abusos unilaterales saltan a la palestra pública con mayor frecuencia, producto de relaciones laborales poco abiertas y desgastadas.
Responsabilidad Social de Empresa: Es conocido que en Chile el concepto de RSE solamente en pocas empresas se considera como un aspecto del desarrollo organizacional, con metodologías y construcción de indicadores sostenibles en el tiempo para mejorar relaciones laborales, ambientales y con los consumidores, ya que predomina el enfoque filantrópico, entendiéndose esta como aporte en dinero a terceros. Porter afirma que este tipo de práctica “ofrecen un beneficio social limitado. Los enormes y crecientes recursos desplegados por los filántropos, y especialmente por las fundaciones, ponen de manifiesto la oportunidad que la sociedad ha desperdiciado”. La creación de fundaciones en grandes empresas chilena ofrece la oportunidad de disminuir el pago de impuestos a través de incentivos, por lo que se confirma la regla del beneficio de obtener mayores ganancias, con aporte limitados en la esfera social, sin sostenibilidad en el tiempo.
Existe otro problema estructural que el empresariado chileno ha hecho suyo con los años y que es ver la competitividad centrada exclusivamente en la contención de los costos laborales y tributarios, por lo que cada vez que se habla de reformas en estos temas, los gremios se defienden señalando que esto es un atentado a la inversión y competitividad del país, pero omiten el otro aspecto necesario para desarrollar una efectiva competitividad, de acuerdo a lo que sostiene Porter: “La productividad y la innovación, no los salarios bajos ni los impuestos bajos ni la divisa devaluada, definen la competitividad”.
La mayoría de los empresarios chilenos entiende la competitividad al revés, siendo este uno de los motivos por lo que el país no avanza en índices como la Productividad Total de Factores, pues existe poca preocupación por la calificación laboral, además de mantener el gasto en Investigación y Desarrollo (I+D) en menos del 1% del PIB. Y es que el empresariado también se ha acostumbrado a que el “papá” Estado les pavimente el camino en estas inversiones, lo que consolida una visión de competitividad provincialista a la chilena, demostrando también las limitaciones del principio de subsidiariedad del Estado.
Un ejemplo de ello se produjo en los últimos años, con la disminución del precio del dólar: Los exportadores se preocuparon más en presionar políticamente a las autoridades públicas para que se atenuara el proceso reevaluador, pero se olvidaron a aprovechar el bajo costo de la divisa, para importar mayor tecnología y así aumentar la productividad o invertir en innovación, a fin de compensar la pérdida por el deterioro de los términos de intercambio.
Como vemos, esta visión cortoplacista, eterna en el empresariado nacional, es lo que ataca Porter en su trabajo: “Las empresas ya no pueden limitarse a controlar solamente los impactos sociales obvios del presente. Si no poseen procedimientos exhaustivos para detectar el desarrollo de efectos sociales en el mañana, pueden estarse jugando su propia supervivencia”.
Visión cortoplacista, combinada con atavismo socio-cultural son barreras de entrada que explican la baja confianza social en Chile, y que también son factores gravitantes para una estrategia de competitividad desarrollada.

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