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domingo, 18 de junio de 2017

El rechazo de la envidia a partir de la crítica en el normativismo económico que ha capturado a la tradición liberal

Así como la lucha de clases es el motor de la historia para el socialismo, la envidia es el motor de la historia del socialismo bajo la óptica del liberalismo, siendo este argumento una constante histórica de los exponentes liberales a la hora de enfrentar las ideas socialistas. El razonamiento liberal es que la envidia es un "comportamiento moral" presente en el instinto humano, pero que se profundiza y sistematiza a partir de la noción de justicia social y los afanes redistributivos y una condición de su manifestación es que aquellos que promueven estas ideas no consideran el desarrollo material que ha experimentado la sociedad en los últimos siglos, de la mano del capitalismo industrial.
Otro elemento que reconoce de la envidia, según el liberalismo, se produce con la incapacidad de aceptar que otros puedan ventajas o méritos sin haber abusado, estafado o aplicado violencia a un tercero. Según el grueso de las corrientes del credo liberal la envidia es un comportamiento moral que se ha legitimado como un valor universal durante el siglo XX, de la mano del socialismo y de sus ramificaciones como la socialdemocracia, socialcristianismo y las políticas económicas que se guían con la pauta del keynesianismo, entre otras. Para Hayek la reorganización del esquema moral no es posible realizarla por la dirección que sugiere la noción de la justicia social. Entonces envidia y justicia social son dos elementos abominables para la visión liberal que se conjugan para atentar contra la libertad humana.
Considerando este terreno, la relación de cómo liberalismo enfrenta a la justicia social es la línea principal de análisis que realiza Jean-Pierre Dupuy, ingeniero y filósofo francés, en su trabajo "El sacrificio y la envidia", donde plantea que la tradición liberal debe aceptar que la sociedad mercantil vive en crisis y que una sociedad "justa y buena" es la que disuade la amenaza de la disgregación de las sociedades, por lo que recurre a una interpretación de los principales exponentes del corpus liberal, como Adam Smith, Friedrich Hayek, Robert Nozick y John Rawls, desde la óptica de la justicia social, especialmente  las categorías del sacrificio y la envidia. En esta última nos concentraremos.
Dupuy asegura que la lectura que realiza sobre las teorias liberales de la justicia, especialmente con la categorías del sacrificio y de la envidia le ha permitido identificar que el rechazo de la envidia tiene múltiples formas: desde la acusación de que la justicia social es un ideal envidioso, de que constituye un problema para la "buena sociedad liberal".
"La envidia es una realidad del mundo psicológico, ciertamente, pero de una importancia muy menor. El hecho de que alguien se convierta en envidioso no le da ningún derecho a declararse víctima de una injusticia; de la misma manera, una teoría de la justicia no podría edificarse sobre esta teoría singular", asevera.
El catedrático de filosofía social y política de la Universidad de Stanford comienza reconociendo la hegemonía económica dentro del pensamiento liberal, entendida como una matriz de ordenamiento de las sociedades, lo que genera un individuo incompleto "tan poco dueño de sí mismo como de lo social, (que) tiene desesperadamente necesidad de los otros para forjarse un identidad: sea a título individual, sea en tanto que constituyentes de la complejidad social".
La tendencia a reducir la sociedad abierta, la gran civilización surgida del capitalismo industrial a la normatividad económica ha sitiado la esfera ética y política, por lo que lss nociones de justicia, interés general y voluntad colectiva quedan sometidas al ejercicio de la razón por parte de la economía.
Posteriormente en este cuadro de relaciones, en las cuales se producen intercambios con respectivos acuerdos el autor trabaja el concepto de la envidia, precisando que para que pueda emerger la envidia se necesitan darse relaciones concretas entre las personas, pues de lo contrario Dupuy se plantea la dificultad de que "seres sin relaciones puedan envidiarse. ¿Dónde está el sufrimiento del envidioso al contemplar la felicidad de los otros? ¿Dónde están las acciones destructoras que su mal le inspira? Estos atributos de la envidia son aquí inexplicables".
Más adelante menciona que en más de una situación la envidia es confundida con el resentimiento, que supone una sublevación basada en un sentimiento de justicia, por lo que se pregunta cómo sería posible que alguien envidie a otro que ha construido su fortuna en base a la injusticia o de forma ilegítima. Es decir, contra quien ha acumulado riquezas a través de la violencia, el abuso y la opresión sobre la vida de los otros no se puede tener envidia, sino que resentimiento. Por tal motivo Dupuy advierte que la envidia no es un sentimiento moral, sino que "es un hecho psicológico observable y que no debiéramos confundir con las preocupaciones éticas", especialmente si se considera el hecho de que los ataques liberales se centran en catalogar de envidiosa a la persona que promueve la justicia.
Dupuy aborda el trabajo de John Rawls, recordando que él también fue sufrió severas críticas por parte de varios referentes del liberalismo, como Ayn Rand. En base a Rawls Dupuy vuelve a la carga, afirmando que la envidia no es un sentimiento moral, sino que insiste en que es un "hecho de la naturaleza psicológia, universalmente comprobado, que nos hace salirnos de nosotros mismos, fascinados como estamos por lo que creemos que es el valor superior de los demás, y que nos lleva por lo tanto a despreciar lo que somos, lo que tenemos y lo que valemos".
"En tanto que hecho de la naturaleza, la envidia no podría oponerse a los principios de justicia. Pero existe el "resentimiento" (tal es al menos la terminología extraña empleada por Rawls), que sí pertenece a la esfera moral: experimentar resentimiento por el prójimo es juzgar que su estado más favorable es fruto de una injusticia, ya que sea imputable a las instituciones o a la conducta del otro. Se puede por consiguiente construir el concepto de "envidia excusable": es el sentimiento que experimentamos para con las instituciones que nos vuelven envidiosos frente a los otros, porque las diferencias que pretenden justificar son de tal importancia que ponen en peligro el sentimiento que tenemos de nuestro propio valor", indica Dupuy.
A abordar la obra de Hayek, Dupuy señala que el pensador austríaco no le atribuye una importancia gravitante a la envidia: "Hayek añade: la envidia no hace la felicidad, pero la felicidad, después de todo, no es más que una invención de la filosofía racionalista". Gran parte de la crítica dupuyniana se centra en el sistema hayekiano de que el mercado es una tradición nacida de la evolución cultura, puesto que no considera la diferencia que existe entre el orden mercantil y el orden tradicional en lo que se refiere a la imitación dentro del mercado, la cual va ganando espacio mediante la práctica de la competencia y la rivalidad. "Hayek, aquí, no está a la altura de su propio modelo, Adam Smith. No ve lo que éste le ha enseñado: que este nuevo régimen de la imitación desemboca en la envidia, y que esta envidia tiene efectos fuertemente ambivalentes: es, por un lado, la causa de un gran sufrimiento (la "corrupción de los sentimientos morales"), pero, por el otro, da a la sociedad mercantil una energía inaudita, una fuerza de expansión potencialmente ilimitada", indica Dupuy.
A su juicio el mercado tiene la capacidad "para transformar la envidia en fuente de energía creadora, en lugar de dejarla caer en el resentimiento y en el odio impotente. No sucede lo mismo en los demás dominios de la vida social".
Su análisis sigue con la obra de Roberto Nozick, "Anarquía, Estado y Utopía", donde la envidia forma parte de lo que denomina como la economía política del mal, por lo Dupuy destaca la idea nozickeana de compensar a los individuos a los cuales se les genera una prohibición de ejercer sus derechos en el estado de la naturaleza que aprecia en el desenvolvimiento del Estado, con lo cual los derechos se convierten en mercancías negociables para evitar que surgan los elementos que dan cabida a la economía del mal, entre los cuales está la envidia que -para Nozick- es una emoción. La crítica a Nozick es que con esto prioriza la economía por sobre el derecho, extendiendo el proceso por el cual la filosofía liberal del derecho natural se transforma en economía política.
La tesis es Dupuy es que la tradición liberal no puede sacudirse la idea de que la sociedad mercantil se descompongan a través de la acción de "una muchedumbre enloquecida". Pensando en ello su crítica se centra en la reducción del pensamiento liberal en la esfera económica, con una normatividad y ética científica que deja de lado las pasiones, donde se inscribe la envidia. "El modelo racionalista del mercado está próximo, según un movimiento en sentido inverso, a dejar escapar la presión de las pasiones que, de manera insospechada, contiene (que contiene en el sentido de que las reprime)", precisa.
Las conclusiones de Dupuy derivan en que es dentro del desarrollo de la economía política donde se desenvuelve la violencia, la cual es un ingrediente de este procesos y, al mismo tiempo, una barrera para que se propage también. A su juicio la realidad de la sociedad mercantil es sintonizar "un orden estable y un estado de crisis permanente. Es evidentemente esta adecuación a la verdad de la sociedad económica -adecuación que, sin duda, debe ser reconstruida al precio de un costoso trabajo- lo que la hace interesante".
La idea de Dupuy es que la consideración sistemática de esta realidad dialéctica al interior de la sociedad mercantil sea una base para enfrentar las pasiones negativas que genera la economía política del mal, como la envidia. Para ello es necesario que la tradición liberal reconozca que la envidia también se desarrolla al alero del racionalismo normativista de la economía y sus pretensiones de ética científica. Lo que Dupuy anota es que la relación entre economía política y la economía como ciencia está marcada por la ruptura y no por la continuidad.
Una clave en este sentido la entrega señalando la atávica condición de los hombres de guiar sus acciones a través de referencias exteriores configurando un orden, el cual, sin darse cuenta, "procede de ellos mismos", lo que denomina como una lógica de "producción endógena de una exterioridad".

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