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jueves, 31 de marzo de 2016

Diferencia entre la racionalidad hebrea y la racionalidad greco-occidental

Aunque la postura limitante del positivismo lógico desecha al pensamiento metafísico como "lógica", "razón" y "ciencia" (conocimiento), lo cierto es que la matriz del pensamiento judeo-cristiano y su manifestación cultural, que requiere una toma de conciencia particular o emotiva como decía Feuerbach, tiene una propia racionalidad que ha propulsado la emergencia de nuevas racionalidades a las que justamente el positivismo decimonónico se planteó sepultar. Esa racionalidad se esconde en la Torah, también conocida como el pentateuco bíblico, cuya exégesis más elaborada por el hombre se identifica en el Talmud y en la Midrash.
A priori, y en un sentido bastante genérico, la cultura hebrea considera como un elemento esencial el entender la fe como una praxis, algo que retomó en los albores de la modernidad con el cristianismo de la reforma, cuyo principio es que la fe no hable de Dios, sino que con Dios. Esa diferente plantea el diálogo, la reflexión, como lo explica el ensayista de temas judíos, Jaime Barylko, en su obra "El libro de Dios": "En la Torá, fe es diálogo, y no mera entrega pasiva. Fe es comunicación con Dios. Así Abraham, Moisés, Jeremías. Así todos. A veces callan. Otras hablan, gritan, reclaman. Esta es fe viviente. La fe implica reflexión. Se patentiza, justamente, en la superación de la duda. Y se pone a prueba en la duda que vendrá luego. Fe y prueba son elementos correlativos de un mismo ser. ¿Cómo responde Dios? ¿No se encoleriza con él?".
Y plantea: "La ciencia habla de Dios y demuestra su existencia con métodos lógicos. Son frías elucubraciones. Hablan de Dios, dice Iehudá Haleví, como lo hacen los otros objetos cualquiera. Por eso le ordenó a Abraham que abandonara esa práctica. La razón sabe de Dios. La vivencia sabe a Dios. Lo saborea existencialmente, en presencia de yo a tú. Eso es la fe". En esta sentencia de Barylko se muestra la idea de la praxis que encierra la fe, algo muy distinto al carácter contemplativo que le otorgó el catolicismo a estas palabras y que es parte de la religiosidad que el ateísmo moderno toma para realizar su crítica al objetivo religioso.
Hablamos de ateísmo moderno, que opera como un imperativo categórico kantiano. Es un ateísmo que se justifica en la reducción del fenómeno de la fe a la religiosidad organizada, confundiendo la alienación que esta produce en los individuos con el aspecto ontológico de la creencia sobrenatural.
Emmanuel Levinas también establece la frontera de la racionalidad hebrea que se separa de la interpretación de lo sagrado que ejerce la religiosidad, la cual tiende a ver la relación con la divinidad como un objeto que se materializa a través de ritualística y manifestaciones místicas. “Lo numínico o lo sagrado envuelve y transporta al hombre más allá de sus poderes y de sus voluntades. Pero esos excesos incontrolables resultan ofensivos para una verdadera libertad. Lo numínico anula las relaciones entre las personas, haciendo participar a los seres, así sea en el éxtasis, en un drama que esos seres no quisieron, en un orden donde se abisman. Esta potencia, en cierta forma, sacramental de lo divino, se presenta al judaísmo como hiriendo la libertad humana, y como contraria a la educación del hombre, que sigue siendo acción sobre un ser libre. No porque la libertad sea una finalidad en sí misma, sino porque sigue siendo la condición de todo valor que el hombre puede alcanzar. Lo sagrado que me envuelve y me transporta es violencia”.
Según Levinas, la racionalidad judía se desarrolla en función de la revelación divina, la Torah y sus ramificaciones como el Talmud, el Midrash y las Mitzvot. “La existencia humana, pese a la inferioridad de su rango ontológico es el verdadero lugar donde la palabra divina encuentra al intelecto y pierde el resto de sus virtudes pretendidamente místicas”. Este enfoque es compartido por algunas comunidades evangélicas que se distancias de tradiciones religiosas creadas por el hombre y de las llamadas manifestaciones carismáticas de corte místico.
Lo subyacente a este tipo de racionalidad es el monoteísmo, indica Levinas en su obras de ensayos sobre el judaísmo “Difícil Libertad”, la cual se confronta a la racionalidad occidental de origen griego: “Uno puede preguntarse, en efecto, si el espíritu occidental, si la filosofía, no es, en último análisis, la posición de una humanidad que acepta el riesgo del ateísmo, que es necesario correr, pero superar, porque es el precio a pagar por su mayoría”.
El tema del ateísmo Levinas lo ve cómo un proceso redentor, de conversión, que debe pasar por la duda y el alejamiento a Dios, como se explican en las doctrinas filosóficas europeas de la modernidad que conformaron otro tipo de racionalidad. (…) “es una gran gloria para Dios la de haber creado un ser capaz de buscarlo o escucharlo desde lejos, a partir de la separación, a partir del ateísmo”.
Más adelante Levinas hace más explícita la diferencia de la racionalidad hebrea, que define como una relación ética, con la racionalidad occidental de corte occidental que pregona una relación consigo mismo como principio del conocimiento. La relación moral de la racionalidad hebrea –de acuerdo al filósofo lituano- reúne “la conciencia de sí y la conciencia de Dios”, siendo esta la base para la práctica del hombre con en su relación con los demás, como también lo siguen algunas comunidades cristianas evangélicas.
“Moisés y los profetas no se preocupan no se preocupan por la inmortalidad del alma, sino por el pobre, la viuda, el huérfano y el extranjero. La relación con el hombre donde tiene lugar el contacto con lo divino, no es una suerte de amistad espiritual, sino aquella que se manifiesta, se experimenta y se realiza en una economía justa, de cuya carga cada hombres es plenamente responsable”, sostiene.
“La primera relación del hombre con el ser pasa a través de su relación con el hombre”. Esta es la síntesis leviasiana que diferencia la racionalidad hebrea con la occidental europea.

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