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viernes, 28 de abril de 2017

Rasgos de posmodernidad en la cultura de la sociedad chilena en los últimos 30 años

En los años noventa del siglo pasado Chile salía de la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet, siendo este el contexto del auge en el debate sobre globalización cultural y posmodernidad en que la sociedad chilena se estaba insertando producto de los cambios económicos realizados a fnes de los años setenta por los Chicagos Boys, representantes de la ortodoxia monetarista de la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago, liderada por Milton Friedman y Arnold Harberger.
Lo que ha sido llamado por Tomás Moulian como la revolución capitalista que se desarrolló en la dictadura pinochetista, con la aplicación sistemática del dispositivo terror y de saber tecnocrático, sentó la bases de una precaria acumulación de capital, en que paralelamente se fueron desenvolviendo un nuevo sistema simbólico-cultural en torno a la actividad económica que dejó de lado la politización de la sociedad, entendida como la movilización de demandas sociales.
En este cuadro surgieron múltiples obras para analizar las características e impactos de la globalización y la posmodernidad, entre los cuales están los trabajos del ahora vilipendiado sociólogo José Joaquín Brunner como -por ejemplo- en su obra "Globalización cultural y posmodernidad", donde realiza un repaso de los principales rasgos del proceso de unificación de mercados que se desarrolló en los países industrializados en los años ochenta, con sus respectivos análisis y propuestas de marcos teóricos, los que aplicó en su libro bajo la óptica chilena de los años noventa y que, de todos modos, entregan un aporte para el establecimiento de coordenadas conceptuales sobre cómo los postulados de la posmodernidad son útiles para un análisis histórico-contemporáneo del Chile de los años noventa.
Brunner parte señalando que a posmodernidad busca expresar el estilo cultural de una realidad social, la que se va relativizando con altos niveles de conciencia. Así, la posmodernidad es sensible a los lenguajes que vienen a determinar a realidad, lo que también va revaluando el concepto frankfurtiano de la industria cultural como producción de una visión de mundo que convierte a la realidad en un símbolo. La posmodernidad des-objetiviza al mundo, orientándolo hacia la multiherméutica, la multiinterpretación, en que el campo moral también toma un carácter linguístico.
El sentido subjetivo de esta época, con estos rasgos de posmodernidad actuando, lo entrega el mercado y no la industra como ocurría en la modernidad, especialmente en los países desarrollados y que en Chile se alcanzó relativamente con el apogeo del modelo de sustitución de importaciones con un fuerte rol interventor del Estado en el aparato productivo. "Las esferas de valor, al entrar en contacto con el mercado y volverse parte de una comunicación interpretativa sobre sus significados, se tornan ellas también lábiles y dan lugar a culturas pluralistas, des-tradicionalizadas, hiper-críticas y sub-realistas", plantea Brunner.
La presencia de un capitalismo industrial y del ideal de la democracia interaccionan con una industria de servicios simbólicos que redefine las relaciones recíprocas entre economía y política y su mutua relación con la cultura. Esto es denominado por Brunner como globalización cultural, aunque quizás lo más pertinente es llamar a este fenómeno como globalización organizacional, como la fase del capitalismo tardío. En este contexto la política se transforma bajo el criterio del management público para administrar este cuadro organizacional heterogéneo.
Pero se a la paradoja de que la consolidación de una razón especializada, con un saber que se ufana por su calidad de experto, también alimenta una mayor incertidumbre, abriendo espacio al riesgo permanente. La incertidumbre, temor o miedo en la posmodernidad no es por una disolución o agotamiento, sino que más bien es un tránsito hacia otras etapas biográficas de "el capital".
El armado político de la posmodernidad profundizó en los años noventa la aspiración de establecer el fin de las ideologías o que este concepto se ubicase en un punto cero, pero lo que en realidad hubo fue un cambio de contenido dentro del universo que anima a la ideología. Su función es la misma como identificación y sentido frente a la visión de mundo que se tiene bajo la persecusión de determinados intereses y opciones. Eso no ha cambiado como búsqueda humana, sino que solo ha cambiado el contenido de la ideología que se ha fragmentado, diluido y multiplicado en sus contenidos.
Brunner considera también a la posmodernidad como un estado de ánimo, un concepto comodín que se adapta a múltiples circunstancias. Ser posmoderno es ayudar a desconstruir lo moderno, significa una inversión de la racionalidad occidental. En cierta forma la posmodernidad toma las propuestas de Nietzsche para recalcar que las interpretaciones tienen un valor más alto que los datos.
Dentro del capitalismo global Brunner indica la capacida creadora-destructiva del capital como una esencia de la actualida que también se traspasó al campo cultural, liberando al consumo a través de la incorporación del incentivo a la fantasía, modificando las pautas de la acción individual y social. Se cambia el principio del trabajo duro enfocado a la acumulación y crece la concepción del dinero fácil como razón subliminante. La nueva etapa capitalista socava los pactos ascéticos que dieron forma a éticas de trabajo para establecer vínculos con los demás, por lo que es el propio mercado termina con esta ética, comiéndose a su hijo al igual que lo hizo el dios Saturno.
Para la presencia de un capitalismo posascético hay una respuesta pesimista que plantea que el capitalismo no puede existir sin una base ética-disciplinaria que debe ser rescatada, por lo que se sustenta un retorno a las raíces weberianas de la ética del capital. Esto, en el campo cultural, tiene dos tipos de respuestas. Una de tipo intermitente, en la que capitalismo y cultura entran permanentemente en desconexión o sintonía, pierden y ganan potencia a intervalos en su relación. La otra respuesta es de tipo optimista en la que se plantea una constante adaptabilidad del capitalismo a diferentes condiciones, ya sea a partir del orden espontáneo y de la permanente auto organización.
La comunicación es el otro factor fundamental en la relación de cultura y proceso globalizador, por cuanto crea una nueva civilización material a partir de la electrónica que da paso a nuevos universos culturales, específicamente a través de internet, como una red abierta que supone un modelo de organización horizontal y auto organizado, susceptible de poder replicarse como una pauta social. Es en el escenario comunicacional donde también se aprecia el drama posmoderno de desarrollo que significa la mezcla entre la integración del mercado con la pobreza y la simultánea penetración de la inustria de los mass media, con la creación de cuadros simbólicos ilusorios que hablan de éxito y el alcance de la prosperidad sobre supuestos asbstracto-mitológicos que dejan en una lugar secundario a los éficit estructurales reales. El efecto que generan estas incertidumbres manufacturadas por los medios de comunicación provoca cuatro formas de reacción en a opinión pública: una adaptación pragmática que se teje en el día a día; un optimismo sostenido que se basa en la razón técnica; un pesimismo físico que convive con ansiedades reprimidas y depresiones, y un compromiso radical que tiene una actiud de confrontación práctica frente a las múltiples realidades que emergen en la convivencia social con la globalización.
Estas formas de reacción están presentes en la sociedad chilena, incubadas en los años ochenta para su propagación a mayor escala en los noventa y en sus primeras manifestaciones sistemáticas en la actualidad, por lo que la posmodernidad fue capaz de entregar estos marcos analíticos para aproximarse a un entendimiento del ser y el estar chileno en estos tiempos.

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