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sábado, 13 de mayo de 2017

El purismo, el otro y persistente enemigo de la praxis libertaria

La antigua tradición del purismo, aquella pretensión del conocimiento que busca establecer y mantener una doctrina sin admitir cambios ni las mínimas concesiones a otros cuerpos de ideas es una tendencia que afecta tanto al universo ideológico identificado con la izquierda como al liberalismo, en que se rechaza todo asomo de hibridación o de interacción con otras ideas y corrientes que no guarden relación con los orígenes que animan la doctrina.
Es así como para el purismo en la izquierda las ramificaciones como la socialdemocracia, la llamada tercera vía, el socialcristianismo y otras corrientes son calificadas bajo la descalificación desde un punto de vista moralista, persistiendo la idea de que, mientras más alejado se este de estas construcciones más pureza se conserva. La raíz moderna de este puritanismo en la cultura ideológica de la izquierda es el socialismo científico de Marx, en cuya obra se buscó desarmar y deslegitimar a las otras vertientes del socialismo por ser consideradas un producto engañoso del idealismo. 
En la vereda del liberalismo no sucede algo distinto. También surgen posiciones que atacan todo atisbo de convergencia entre las idea de esta doctrina con elementos que han dado vida a las vertientes del liberal-socialismo, ordoliberalismo y que se concentran en negarle espacio a conceptos como la economía social de mercado. 
Tanto en el socialismo como en el liberalismo la corriente purista, que pretende conservar los marcos originarios de sus respectivas doctrinas, equipara la idea de la pureza con la consecuencia en el modo de pensar y actuar, lo que produce un modo inquisitorio de juicios de valor, estableciendo una moral que si bien pretende diferenciar lo erróneo de lo correcto; lo consecuente de lo contradictorio, en el fondo cae en la eterna discusión moral de lo que es considerado bueno y malo, desde el punto de vista de un valor preconcebido (la doctrina).
Detrás de la purismo también está la idea de la integridad, como una virtud que se asocia con a pureza de los actos, en los cuales se rige la concepción de que no debe haber fragmentación, sino que debe haber unidad entre lo que se piensa y lo que se hace, lo que supone la manifestación de una opción ética. Sin embargo, cuando hablamos de doctrinas como el socialismo y el liberalismo la opción ética de los individuos tiende a ser subsumida por los modelos de comportamiento que se convierten en un fin en sí mismo para reproducir las ideas del marco doctrinal, por lo que se disipa la integridad constitutiva de cada individuo, lo cual se aprecia con mayor profundidad en el socialismo, aunque en el liberalismo de la misma manera surgen tendencias puristas de adherentes que rechazan la incorporación de otros elementos doctrinarios por temor a que la integridad se contamine o provoque cambios impensados, extendiéndose a la obsesión y al fanatismo.
La búsqueda del purismo doctrinal genera otros comportamientos como en tener una tendencia en aplicar la policía del lenguaje, bajo premisas como "no existe la economía social de mercado", desde la óptica liberal, o del tipo "el socialismo renovado no es más que una canallada y una hipocresía".
El antecedente de este puritanismo se inscribe en el campo religioso, en la apologética que se centra en la idea de "mejor estar separado en la verdad en vez de estar juntos en el error". De ahí que haya una delgada línea de distinción entre el juicio moral que se realiza en el purismo doctrinal tanto en el campo de la religión como en el de la epistemología. Valga decir que en el primer campo de conocimiento la aspiración a la pureza doctrinaria es contradictoria desde su origen puesto que no hay un sistema religioso que se enfoque en la perfección del hombre, sino que la mayoría de ellos coincide en la existencia de una naturaleza humana caída, dañada, algo que no se condice con la esencia de la pureza misma que entiende el hombre, siendo este uno de los primeros componentes que desenmascara la fragilidad de las posturas puristas, lo que cobra mayor fuerza en la disciplina de la filosofía política, considerando que en materia religiosa la posición de mantener la pureza a través de la experiencia de la fe de cada individuo es algo poco sondeable, pues su contenido está determinado por el mundo subjetivo de la persona en sí misma, con lo que se denomina alma, como lo considera Platón con su término de la catarsis, a menos -claro- que se produzca el trasvasije de la pretensión purista desde la religión hasta la filosofía política, en que la subjetividad fundante se diluye en la interacción práctica que supone la confrontación de las doctrinas filosóficas.
El purismo no acepta la práctica hibridizada, es el todo o nada, tanto en la cultura del socialismo como en la liberal. Prefiere asentarse en la tradición de las ideas que componen sus correspondientes doctrinas mediante la deslegitimación de lo heterodoxo, para así reafirmar la posición de pureza. Y así este coqueteo termina abriendo la puerta al dogma con la intención de mantener limpia la concepcion originaria respecto a otras doctrinas y sus ideas.
Hans Albert, filósofo alemán, ha tratado la crítica al purismo epistemológico, señalando que la pérdida de pureza o contaminación en el conocimiento es inevitable y necesario. La idea del purismo se relaciona en la modernidad con el absoluto hegeliano, por lo que en muchos aspectos se vuelve una antítesis de la libertad. Justamente una concepción libertaria no cae en la tentación del purismo, si es que no se concentra exclusivamente en los resultados que sistemáticamente defienden las doctrinas modernas del socialismo y del liberalismo y sus posteriores clasificaciones derivadas. Esto no quiere decir que el libertarianismo deba concebir una síntesis hegeliana que surja del socialismo y liberalismo con sus respectivas ramificaciones, sino que es este reconocimiento es un punto de partida para que no caiga en as clasificaciones convencionales de izquierda-derecha.
Lo concepción libertaria alejada de la aspiración del purismo es un principio que forma parte de la opción ética de lo que se entiende por libertad y para su manifestación se descubre en el tipo de relación que se establece con el otro. Hay un carácter relacional en lo libertario que no es coactivo, que no supone la imposición de una voluntad a otra, que es lo que tiende a manifestarse con la aspiración a la pureza, sin aceptar otros elementos distintos, sin caer -eso si- en las cooptaciones que han afectado al liberalismo por parte del reduccionismo económico y el conservadurismo, como se ha evidenciado en el caso chileno.

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